STAR WARS
Bane y la perdición de los Sith
Kevin J. Anderson
Como una daga lanzada en busca de su blanco, el Valcyn apuñalaba el hiperespacio; un único superviviente alejándose del campo de batalla, del lugar de la masacre.
Todos los Lores Sith estaban muertos tras su última parada en Ruusan... todos excepto uno.
La insidiosa “bomba mental”, hecha estallar en un glorioso gesto suicida por el Lord Sith Kaan había también arrasado con todos los Caballeros Jedi bajo las órdenes de Lord Hoth. Todos y cada uno de los usuarios de la Fuerza en Ruusan habían sido aniquilados, tanto los guerreros de la luz como los de la oscuridad. Pero había otros Jedi diseminados por la República, mientras que la Hermandad de la Oscuridad quedaba ahora extinta.
A excepción de Darth Bane.
“Eres un cobarde,” dijo una hueca voz espectral junto a él, recia y cálida en las cercanías de la lustrosa cabina de la nave. “Me has fallado. A mí, a Lord Kaan y a todos tus hermanos Sith.”
Con sus nudillos blancos al empuñar los controles del Valcyn, Darth Bane deslizó sus labios, mostrando sus dientes apretados. Sus ojos eran amplios y se mantenían alerta a medida que navegaba a través de las espirales del hiperespacio, huyendo hacia lo que esperaba que fuera un refugio... y un nuevo comienzo.
Junto a él, sin ocupar espacio en el interior de la nave con forma de cuchillo, permanecía el espectro del Lord Sith Qordis, un hombre envuelto en sombras. Crepitaba con negra energía del lado oscuro, el malvado residuo de un hombre muerto.
Qordis volvió su macabra y larga cara hacia Bane. Sus ojos eran ascuas de fuego adornando tenebrosos huecos. El espectro apuntó un acusador dedo en forma de garra hacia Darth Bane. Los reflejos de sus recordados anillos incrustados de obsidiana brillaban a la luz de la cabina.
“No, Maestro Qordis,” dijo Bane, un gran hombre encorvado en la cabina. “No soy un cobarde. Sólo he hecho lo que era necesario. Alguien tenía que escapar para que las llamas de la sabiduría oscura no se extinguieran completamente.” Su cabeza era lisa y afeitada, su cuero cabelludo estaba cubierto de manchas descoloridas. La mandíbula de Bane era firme y cuadrada, sus ojos, tan grandes como faroles. Su cuerpo era lo suficientemente musculoso como para intimidar a cualquier enemigo, pero el espíritu acusador de su Maestro Sith hacía que incluso la resolución del fornido Lord Sith se convirtiera en agua fría.
“Nos abandonaste, Darth Bane.”
“¡No, sólo pretendía proteger el legado de los Sith! Debo continuar la labor de la oscuridad, o de lo contrario toda nuestra existencia, la Hermandad completa, caerá en el olvido.”
Tratando de concentrarse en su nave a pesar de la amenazadora presencia que se encontraba tras él, Bane estudió las coordenadas. Manipuló los controles del Valcyn y la nave emergió del hiperespacio, como si un vacío surreal se hubiera roto a su alrededor. La esbelta nave cayó en la oscuridad salpicada de estrellas, describiendo círculos descendentes por su propio impulso, aumentado por poderosos propulsores.
Darth Bane avanzó hacia la potente y brillante luz del sol de Onderon. En este sistema solar, sólo un planeta era habitable, el mismo Onderon, que se rodeaba de un conjunto de cuatro erráticas lunas, incluyendo la luna salvaje de Dxun.
Puede que allí consiguiera redimirse y mitigar aquel desastre.
Bane apretó sus fríos labios, murmurando en voz baja y luchando contra su culpabilidad. Él había hablado a Lord Kaan de la necedad de su plan de la “bomba mental”, había discrepado de esa táctica de tan completa y destructiva rendición. En los campos de batalla de Ruusan, malditos y cubiertos de cadáveres, había argumentado contra el suicidio en masa de la Hermandad Sith, incluso aunque significara un fuerte golpe a los Caballeros Jedi. Un mal negocio, había insistido, levantando un enguantado puño en el interior de los pabellones de guerra donde los coléricos y heridos señores oscuros sólo pensaban en la venganza contra sus camaradas.
Pero, como habían hecho durante tanto tiempo, los discípulos Sith estaban más interesados en sus disputas personales, tratando de subir sobre los hombros de los demás para elevar el estatus personal. ¿No veían lo que estaban haciendo con sus gloriosos sueños oscuros?
Darth Bane lo había visto pasar. Incluso cuando la Hermandad de la Oscuridad se enfrentaba a la absoluta derrota en Ruusan, aún estaban más interesados en la gloria personal que en unirse contra el enemigo común.
Habían sido derrotados por su necedad. Bane se alegraba de estar alejado de necios con demasiado poder...
“Excusas y autojustificación,” dijo la fantasmal figura del muerto Lord Qordis, aniquilado en Ruusan como todos los demás. “Siempre fuiste una decepción como estudiante, Bane. Mis otros aprendices seguían las órdenes, pero tú las cuestionabas demasiado. Te negabas a hacer lo que era necesario, y nunca te preocupaste por completar tu entrenamiento.” Qodris parecía engrandecerse, hasta que la cabina del Valcyn no podía contener al colérico espíritu. “Ahora, ¿Cómo completarás tu misión?”
“Yo siempre hago lo necesario, para mi supervivencia y para beneficio de los Sith,” murmuró Bane. “Pero ninguno de vosotros quisisteis escucharme.” El Valcyn surcaba el espacio interplanetario, dirigiéndose hacia Dxun, donde Bane esperaba encontrar un nuevo futuro para los Sith. “Ahora estáis todos muertos, y al fin puedo reconstruir a los Sith de la manera adecuada.”
La leprosa y verde luna caía directamente en su círculo de navegación. Aunque presionada y machacada por las tensiones mareales, Dxun estaba poblada de vegetación; estaba cubierta de una cancerosa cubierta de formas de vida salvaje, intrincadas junglas infestadas por criaturas depredadoras más terroríficas de lo que cualquier Caballero Jedi pudiera imaginar. Bane había oído hablar sobre la larga historia del lado oscuro en la luna, y esperaba encontrar un lugar de refugio allí, en Dxun.
Al mirar junto a él, vio que el espectro de Lord Qordis se había desvanecido. Suspiró aliviado al empezar a descender hacia el pozo gravitatorio de la luna salvaje, preguntándose dónde encontraría un lugar de aterrizaje seguro en la pesadilla de follaje de allí abajo.
Su alivio había venido demasiado pronto. “¡No quedarás impune!” Las palabras de Qordis estallaron en la mente de Bane. Del panel de control del Valcyn empezaron a surgir chispas como géiseres de fuego. Los motores jadeaban como si hubieran sido estrangulados, y entonces se agotaron con un ruido agonizante. La dañada nave se zarandeó y estremeció mientras caía a través del aire como una piedra en forma de cuña. Todos los sistemas de la nave estaban completamente muertos.
Bane luchó por volver a encender sus propulsores, tratando de exprimir sólo un poco más de energía de los repulsores. El casco se calentó hasta un color rojo cereza al tiempo que el Valcyn rasgaba la atmósfera de Dxun. Los relámpagos crepitaban a su alrededor. Explosiones tormentosas zarandeaban su nave de un lado a otro.
“Maldito seas, Lord Qordis,” dijo con la garganta seca.
Mientras las copas de los árboles se acercaban con rapidez, contuvo su pánico, se deshizo de su indefensión y echó mano desesperadamente de sus poderes Sith. La energía del lado oscuro consiguió retener la caída de la nave lo suficiente como para que se estrellara con las copas de los árboles con una fuerza ligeramente inferior a la letal.
Muchas ramas se hicieron astillas. Las hojas ardían en llamas por la fricción de su paso. El casco del Valcyn se destrozó, hecho trizas por las punzantes ramas. Darth Bane se escudó con todo el poder Sith que poseía para amortiguar el impacto.
El Valcyn atravesó el dosel del bosque y chocó contra el suave y fangoso suelo. La nave abrió un largo surco y arrancó de raíz árboles y plantas, incendiándolos tras ella.
Cuando, finalmente, la nave se inmovilizó, Darth Bane se encontró intacto, a pesar de que la nave necesitaría meses para su reparación, si es que ésta era posible. Débil, y aún así revitalizado por el propio hecho de su supervivencia, Bane consiguió salir de la dañada nave. El humeante casco quemaba sus dedos al tratar de liberarse. Entonces, se dejó caer a la accidentada e irregular superficie.
El único superviviente de los Sith llevaba una bolsa con provisiones y su sable de luz de empuñadura curvada, nada más. Se incorporó con las manos en la cintura, inspeccionando las furiosas junglas de Dxun, y meditó su siguiente paso. Permanecería allí por un tiempo.
Los relámpagos seguían rugiendo sobre su cabeza como demoledor cristal eléctrico. Se alejó del lugar del accidente entre la cortante lluvia, en la oscuridad de la noche. No sabía a dónde ir... sólo se alejaba del arruinado Valcyn. La luna salvaje parecía permanecer agachada y preparada para saltar.
Encendiendo su sable de luz, caminó entre la jungla, empleando la palpitante hoja como machete contra las ganchudas enredaderas que se retorcían hacia él. Iba cortando la maleza, pero el follaje se hacía cada vez más denso, más resistente. Sus fosas nasales llameaban de ira mientras daba zancadas hacia delante, abriéndose paso a machetazos.
“No te puedes esconder, Bane.”
Se giró para ver el avatar de Lord Qordis elevado sobre él, etéreo y vengativo. Bane arremetió contra su difunto maestro. “Un Sith no se esconde.” De nuevo, golpeó furiosamente con el sable de luz, deshaciéndose de un gran árbol en una lluvia de chispas. “No siento miedo.”
Tras él, en el amasijo de maleza, una fuerte explosión desgarró la jungla. Se elevó una columna de fuego, desintegrando aún más del espeso follaje. Una onda expansiva procedente de las células de combustible y el agrietado núcleo del motor que habían explotado arrasaron la jungla en cien metros a la redonda. Metralla humeante y pedazos de la chapa metálica del casco cayeron en torno a Bane como una lluvia de meteoros.
Ahora, nada quedaba de su averiada nave, excepto un ardiente cráter chisporroteando en la fría lluvia.
Enfurecido, Darth Bane se volvió hacia el engreído espectro del lado oscuro. “Veo que no pretendes ponérmelo fácil.”
“Pretendo hacerlo mortífero para ti.” El malvado espíritu soltó una severa carcajada y se difuminó entre las sombras de la jungla.
Bane reafirmó su determinación y rechazó decididamente mirar atrás al tiempo que se adentraba aún más en la inmensidad de Dxun. Avanzaba luchando a través de la jungla, que se negaba a concederle tres pasos sin devolverle la pelea. El suelo bajo sus pies temblaba debido a la inestabilidad mareal de la luna. Siniestros ruidos de caza llenaban la jungla, y Bane permanecía alerta. Conocía la sangrienta y oscura historia del lugar y era consciente del peligro que le amenazaba.
Eones antes, la luna salvaje de Dxun había ido desplazando su errática órbita hasta acercarse peligrosamente a su planeta padre. En sus primeros encuentros, las atmósferas de Dxun y Onderon se tocaron y unieron, permitiendo a las horripilantes criaturas voladoras de Dxun viajar a través de este puente y caer sobre la confiada y primitiva población de Onderon. Las bestias depredaron sobre los indefensos humanos, masacrándolos hasta que los supervivientes aprendieron a protegerse. Los humanos inventaron armas, fortificaron sus aldeas y entrenaron a sus combatientes para matar a las malignas bestias.
Al continuar su órbita la luna, las atmósferas se separaron de nuevo. Pero una vez al año se tocaban de nuevo, y entonces más monstruos podían viajar hacia las ricas tierras de Onderon.
Siglos después, habiéndose desarrollado la civilización de Onderon en respuesta a esta horrible tensión, las órbitas finalmente volvieron a variar, liberando a Onderon del mortífero beso de Dxun. Pero las ciudades permanecieron fortificadas, la cultura siguió siendo bélica, y algunos de sus líderes se habían ejercitado en el lado oscuro.
El una vez grande Freedon Nadd había gobernado aquí durante un tiempo, y dos ancianos nobles, el Rey Ommin y la Reina Amanoa, también habían utilizado secretos Sith para asentar su poder. Ommin y Amanoa se encontraban enterrados junto a Freedon Nadd en la luna salvaje. Años después, Exar Kun, el Señor Oscuro del Sith que había resucitado la Hermandad Sith, vino también a Dxun, irrumpiendo en la vieja tumba de Nadd en busca de secretos del lado oscuro.
Darth Bane sabía que debía haber más que obtener de este corrupto y siniestro lugar...
Ligera como una pluma, pero moviéndose con energía y elegancia asesina, una lustrosa criatura felina cayó de las retorcidas ramas superiores. La criatura era una máquina de músculos, garras y piel.
Aunque se sorprendió de que el predador hubiera podido deslizarse hasta él con tanta facilidad, los sentidos del lado oscuro de Darth Bane se estremecieron en el último momento. Saltó hacia un lado, evitando un golpe letal, pero el impacto de la criatura, semejante a una pantera, lo arrojó al suelo. Chocando con rígidas ramas, Bane se alejó, elevando su sable de luz.
El felino predador tenía un pelaje de color gris acero intercalado con minúsculas escamas del color del bronce, que le conferían un brillo reptiliano. Sus garras barrieron el aire como un puño cubierto de espadas, pero Bane retrocedió a tiempo, evitando el impacto. El animal saltó de nuevo, y esta vez sus dos colas quebraron el tronco de un árbol con un chirriante impacto.
Bane lo evadió de nuevo y vio que cada una de las colas de la pantera terminaba en un largo y ganchudo aguijón hinchado en un extremo bulboso. En los puntos donde los aguijones habían agujereado el tronco del árbol, un corrosivo veneno iba abriendo un ennegrecido y ardiente orificio a través de la corteza y el leño.
Entrecerrando los ojos, Bane sintió la energía del lado oscuro a su alrededor. Agarró firmemente la empuñadura de su sable de luz. La criatura-pantera mostraba sus largos colmillos y aullaba, pero no retrocedía cuando Bane sacudía su espada de energía de un lado a otro.
La lluvia seguía cayendo, haciendo saltar humeantes chispas del resplandeciente sable de luz. La ‘pantera’ se agazapó sobre sus patas, al tiempo que contraía sus fibrosos músculos. Bane podía sentir los pensamientos de la bestia, sabía cuándo iba a saltar; y cuando el monstruo se abalanzó sobre él como un torpedo de piel, escamas, garras y colmillos, Bane atacó con su sable de luz, elevando la hoja en un poderoso arco. Destripó al monstruo, abriéndolo entre sus gemelas colas venenosas y describiendo una curva para que la humeante hoja pudiera salir del poderoso lomo de la pantera.
La criatura cayó al suelo, retorciéndose y revolviéndose como dos piezas de carne friéndose. Bane respiró profundamente al ver desvanecerse la luz de los ojos de aquel demonio, al tiempo que sus garras se flexionaban y contraían compulsivamente.
Al igual que en el accidente del Valcyn, de nuevo salía sin un rasguño. Llenó sus pulmones con el agrio aire de la jungla, detectando el eléctrico ozono de la hoja de su sable de luz, la chamuscada piel y la burbujeante carne del masacrado monstruo.
Bane gruñó un bestial lamento en las sombras de la jungla. “¡Fuiste tú quien me trajo aquello!” Esperaba que su maestro Qordis reapareciera, riéndose de él. Pero en lugar de su vengativo espectro oscuro, vio el sombrío espíritu del Lord Sith Kaan, el líder caído de la Hermandad de la Oscuridad que había aniquilado a los Sith y a los Jedi en Ruusan.
La voz del Lord Sith era resonante y poderosa, como siempre, pero calmada. Giró su sombría cabeza hacia la criatura muerta que yacía en la maleza. “Es un predador. Sólo puede pensar en el hambre y en la sangre. No le importa si eres bueno o malo, Darth Bane. Simplemente quería alimentarse.” El espectro comenzó a alejarse. “Ven.”
Sin rozar una hoja ni una rama, el siniestro espíritu se adentró en la jungla, haciéndole gestos. Pero antes de que Bane pudiera seguirle, Lord Kaan se había desvanecido en la oscuridad.
Decidido, Darth Bane aceleró su paso entre la inmensidad de la jungla, intentando seguir el camino trazado por Lord Kaan, pero sin saber a dónde pretendía ir, a dónde podría guiarle el lado oscuro. Resinosas enredaderas le cerraban el paso, pero él iba abriéndose camino. Las espinas se clavaban en su cara, pero él no permitía que los arañazos o la sangre lo incomodaran. Su sable de luz generaba un olor a savia quemada y a leño humeante.
Invocó sus habilidades Sith, dejando a su mente expandirse para abarcar la corrupta maldad, el siniestro poder potencial disponible para él. Aunque había estado bajo la tutela de Lord Qordis, nunca finalizó su entrenamiento. Había escuchado a otros instructores y estudiado algunas de las antiguas escrituras, pero aún tenía mucho que aprender del lado oscuro.
Ahora, Bane no tenía otra opción que enseñarse a sí mismo, y tenía el incentivo de alcanzar todas las habilidades Sith. Esperaba que el espectro de Kaan le asistiera, pero incluso sin esta siniestra ayuda, Bane haría todo lo posible por resucitar la Hermandad Sith.
Desorientado entre la densa maleza, caminó durante horas en la dirección indicada por el reluciente espíritu de Lord Kaan. Siguió sus instintos como una brújula dirigiéndole hacia una concentración de energías del lado oscuro, una poderosa fuente que se había ocultado en Dxun durante largo tiempo.
Al no volver a ver ningún espíritu, se preguntó si los malignos espectros lo habían abandonado. No lo creía así. Sólo estaban esperando y observando, permitiendo a Darth Bane hacer el siguiente movimiento...
Dio un tajo a un negro árbol muerto, abatiendo sus ramas desnudas como dedos encorvados, cubierta su corteza con escabrosas incrustaciones fúngicas. Cuando el árbol quebrado se vino abajo, Bane dio un paso adelante bajo la lluvia torrencial, hacia una pequeña abertura en la que incluso la hierba se había hecho parda y marchita. Allí se levantaba una estructura geométrica, una pirámide de irregulares superficies y ángulos incorrectos, construida con un metal mate, como un gigantesco fragmento de armadura.
Bane se detuvo, abriendo la boca. Absorbió en una profunda inspiración el húmedo y fétido aire. Había oído hablar de este lugar, sabía que era un foco de poder del lado oscuro: la tumba de Freedon Nadd, una oculta estructura construida para mantener las malignas energías que habían infectado los cuerpos de legendarios usuarios de la Fuerza oscura. La pirámide era un relicario de perdidos artefactos e información que evocaría los prodigios perdidos de los Sith. Era una oportunidad para que la Hermandad de la Oscuridad comenzara de nuevo, bajo sus propios criterios. Ahora las cosas cambiarían bajo su firme visión.
Sintiendo el estremecimiento de la energía a cada paso, Bane se deslizó hacia el claro. Su sable de luz zumbaba y crepitaba como si ansiara tirar de él hacia delante. Sentía su piel electrificada por el poder de aquel lugar.
La tumba de Freedon Nadd, en ruinas e invadida por la vegetación, parecía atraer los rayos y la lluvia. Bane se levantó frente a la estructura, apreciando sus flancos de puro metal y las manchadas y corroídas paredes de hierro Mandalorian. La perdida cripta había sido profanada miles de años antes, abierta por algún otro saqueador –tal vez Exar Kun– y expuesta así a los feroces elementos de Dxun.
Agachado bajo el saliente resguardo de la entrada, descansó, exhausto de aquel penoso calvario: primero el vuelo desde Ruusan, después el accidente en Dxun y ahora la prolongada y difícil expedición a través de la jungla. Utilizó una chispa de su poder Sith para encender fuego con algo de madera muerta. Una austera luz anaranjada y amarilla centelleó, luchando contra la penumbra.
Bane tomó fortaleza de las sombras que le rodeaban. Creyó oír voces susurrantes, un potencial preparado para explorar en la tumba. Y, con todo, se sintió cómodo. “Aquí encontraré mi herencia. El mal resuena en este lugar.”
Fuera, en el claro, las gotas de lluvia atravesaban la sombría imagen de Lord Kaan como si no estuviera allí. “El mal está en ti, Darth Bane, como debe ser. Si fueras a las brillantes torres de Cinnagar, o a las lujosas estancias de Coruscant, o a las ricas sabanas de Thule, el mal aún seguiría en tu interior.”
Bane escuchó y sonrió.
Kaan continuó, “Tú eres una semilla. ¿Permitirás que la Hermandad Sith crezca... o que se marchite?”
Revitalizado, volvió a encender su sable de luz. Usándolo como antorcha, se introdujo en la tumba de Freedon Nadd, preparado para la exploración. Los húmedos pasillos que le rodeaban estaban hechos con gruesas paredes de piedra, revestidas de verde musgo. El suelo estaba cubierto con una película de hojas y vegetación putrefacta acumulada a lo largo de siglos. Por las esquinas se encontraban esparcidos quebradizos huesos de roedores y los crujientes exoesqueletos de insectos muertos. Aunque vio muchos signos de muerte, no percibió arañas corriendo ni ningún otro tipo de criatura viva. Era como si la tumba de Freedon Nadd se hubiera tragado toda la fuerza de la vida, reteniéndola a modo de fuente de energía.
Se encontró con estancias escondidas y habitaciones selladas, tres sarcófagos rotos de los que los ladrones habían robado todo cuerpo o joya, aunque Bane sospechó que cualquier ladrón lo suficientemente necio como para asaltar una cripta Sith probablemente habría sufrido una horrible muerte no mucho tiempo después...
En las esquinas de los tortuosos pasillos, el etéreo espectro de Lord Kaan le precedía, guiándole a través del laberinto. Bane no cuestionaba a su antiguo líder; simplemente le seguía al tiempo que la expectación crecía en él.
Al fin, Kaan se detuvo a la entrada de una pequeña cámara; sus ojos resplandecían con un espantoso fuego. Las paredes de la alcoba parecían húmedas y reflectantes. Sobre el suelo, como si alguien lo hubiera arrojado allí descuidadamente, yacía una irregular pirámide, con salientes en forma de estrella y sinuosos jeroglíficos.
Bane introdujo su sable de luz a través de la entrada para que el crepitante brillo de su hoja de energía iluminara la pétrea estancia. “¿Es eso un holocrón Sith?” Miró lleno de admiración a la sombra de Lord Kaan.
“Ese objeto contiene todas las respuestas que buscas, todo el entrenamiento e instrucción que necesitas para dominar los secretos de los Sith. Una gran riqueza de información.”
“Es toda la riqueza que necesito,” dijo Bane con la voz reducida a una fría respiración.
Gracias a la brillante luz de su arma, vio que el aire de la habitación estaba repleto de plateadas y pegajosas telarañas. Redondas incrustaciones a modo de percebes acorazados cubrían el bajo techo. La estancia tenía un aura claustrofóbica y amenazante, y Bane titubeó.
“Entra, debes tomar el holocrón,” insistió la estruendosa voz de Kaan.
Apartando sus dudas, Darth Bane entró en la cámara, retirando las delicadas telarañas. Permaneció mirando atemorizado el trascendental holocrón.
Sobre él, escuchó un húmedo movimiento, un sonido de succión, y elevó su mirada para ver las redondeadas incrustaciones desplazándose, como si hubieran sido despertadas por su presencia. Gélidas hebras fluían a modo de delgadas gotas de saliva. Se agachó cuando uno de esos ‘percebes’ liberó su sujeción al techo y cayó sobre él.
Rechazó de un golpe el duro caparazón, y golpeó con su sable de luz otro percebe que estaba cayendo. Sorprendentemente, aunque rebotaban, las incrustaciones no eran destruidas por la hoja de energía.
Los ‘percebes’ comenzaron a llover desde el techo en gran número. Uno de ellos le golpeó en el omóplato izquierdo, e instantáneamente el caparazón se fijó a su músculo, a modo de gran ventosa. Empezó a corroer el tejido de la gruesa ropa de Bane, fusionándola con la carne de su espalda.
La agonía era indescriptible.
Gritó y se revolvió, tratando de arañar la incrustación de su hombro. Arqueó su espalda y elevó su mirada justo a tiempo para ver caer un objeto aún mayor en el centro de su pecho, fijándose instantáneamente a él con increíble fuerza.
Bane gritaba y se retorcía de dolor, pero la criatura ya había devorado su armadura y empezaba a abrasar sus pectorales, soldándose a su esternón. Tiró de él con fuerza, pero el parásito se había adherido estrechamente.
Las criaturas restantes burbujeaban y se movían por el techo, como expectantes. Blandiendo aún su sable de luz en una mano, Bane sacó de su cintura un puñal de hoja negra. El cuchillo, con forma de navaja, destelleó en la pálida luz de la cripta. Trató de apuñalar a la criatura-percebe, pero la hoja rebotó en el caparazón del parásito, sin dejar marca alguna.
Apretando los dientes, Bane acuchilló su propia piel para desprender su carne de los bordes de la gruesa y viviente incrustación. Empezó a brotar una oscura sangre, y entonces cortó más profundamente, excavando con la negra punta del cuchillo para expulsar a la criatura.
Sin embargo, para su sorpresa, Bane vio que, al hacer la incisión, la herida se cerraba espontáneamente, cicatrizando en pocos momentos. El dolor permanecía, como una punzante sensación a través de sus nervios.
“¡Tú me trajiste aquí!” gritó, buscando el espectro de Lord Kaan. “Tú me atrajiste a esta cámara.” Usó su puño y la empuñadura despuntada de su daga para machacar la acorazada criatura; pero, de alguna forma, se sentía más fuerte, rejuvenecido... y traicionado. “¿Qué son estas cosas?”
Entonces apareció Lord Qordis en la tumba, emergiendo su negro espectro junto a la sombra de Kaan. “Se llaman orbaliskos,” dijo Qordis, mostrando en su cara una maligna sonrisa. “En su momento, te darás cuenta de las ventajas de estos simbiontes.”
Empezó a hablar Lord Kaan, con voz poco compasiva, de hierro. “Sólo son un pequeño precio, Bane. ¿No estás dispuesto a pagar nada para alcanzar tu destino?”
En el techo de la estancia, los orbaliskos aún bullían, pero no le atacaban ahora que ya estaba infestado. El fuego quemaba su piel desde su pecho y su hombro, donde los percebes parásitos habían incrementado la sujeción a su cuerpo, asegurándose, excavando profundamente.
Darth Bane apretó sus dientes y miró con desdén a los espectros de Kaan y Qordis. En sus ojos oscuros encontró la fortaleza para reprimir el dolor. Tomó el holocrón Sith. La antigua reliquia le esperaba, clamando malignas promesas. Ya no quedaba ningún obstáculo en su camino.
Apagó su sable de luz, dándose cuenta de que podía ver y sentir todo lo que había en la estancia. Se arrodilló en el frío y fangoso suelo, ignorando los orbaliskos que había sobre él y todo lo demás en Dxun. Se inclinó ante el holocrón y lo sostuvo en sus manos, entre las húmedas y opalescentes telarañas.
Activó el holocrón y sintió como si cayera en un pozo sin fin de prodigios, información... y oportunidades.
Ya solo, se sentó, perdido en la maravillosa biblioteca de la oscuridad...
* * *
Encantado e inspirado por todo el conocimiento bebido del holocrón Sith, Darth Bane perdió toda noción del tiempo que había permanecido agazapado en la húmeda y oscura cámara de la tumba de Freedon Nadd.
Después, mucho después, emergió con el cuerpo entumecido y dolorido, con su mente doliente y repleta de secretos. Retrocedió a través de los estrechos y claustrofóbicos pasillos de la cripta y salió finalmente al pestilente aire de la luna salvaje.
La tormenta había pasado, y el suelo se había secado. Debían haber pasado muchos días, pero Bane no se sentía débil ni hambriento. Parpadeó. Incluso en la brumosa luz de Dxun, debía taparse los ojos. Se sujetó en la fría pared de hierro de la tumba para mantenerse firme.
Mirándose el pecho, vio que el arrugado y escamoso orbalisko había empezado a brotar, extendiéndose en torno a sus márgenes para cubrir una superficie mayor de su pecho. Sin duda, el otro se estaba extendiendo también por su espalda. Es posible que llegaran finalmente a cubrir todo su cuerpo.
Aunque las criaturas se estaban alimentando de él, creciendo para cubrir una superficie cada vez mayor de su piel, los parásitos también estaban surtiéndole de adrenalina y fortaleza. Era una relación simbiótica basada en las energías del lado oscuro, y ahora, tras haber absorbido el conocimiento que encerraba el holocrón Sith, Darth Bane sabía que habría suficiente poder del lado oscuro para todos ellos.
Se dirigió al claro de la jungla, más allá de las sombras de la vieja cripta. Bane pensó en todo lo que había aprendido, y rememoró la épica derrota de los Lores Sith en la Batalla de Ruusan. Nadie le había escuchado. Los demás Hermanos Sith habían peleado entre ellos en lugar de planificar una victoria estratégica sobre sus verdaderos enemigos. Bane conocía el defecto fundamental de la vieja Hermandad de la Oscuridad. Ahora que sólo quedaba él, ahora que él era la semilla que causaría el florecimiento del nuevo árbol del mal, decidió que los Sith jamás serían ya grandes ejércitos tratando de aplastar la civilización a través de la fuerza bruta. Ya había tenido bastante de la bravuconería y los golpes en el pecho de Lord Qordis, o del “gobierno del más fuerte” de Lord Kaan. Este abierto militarismo contra los Caballeros Jedi había fallado miserablemente en Ruusan.
Desde ahora, los Sith dependerían del secretismo, trabajarían entre bastidores para desgastar desde sus cimientos el gobierno de la República. Con los Sith cercanos a la extinción, debilitados hasta el punto de la ineptitud, Bane decidió que el estudio de la sabiduría oscura debía pasar a la clandestinidad. Se ocultaría y trabajaría en las sombras de la sociedad, usando todo lo que había aprendido del holocrón.
Establecería también una nueva norma inviolable para prevenir las luchas internas y guerras civiles que habían robado la victoria a los Sith. En cada momento, sólo podría haber dos Sith: un maestro y un aprendiz. Ambos aprenderían del lado oscuro íntimamente, y se convertirían en brillantes titiriteros para manipular a los necios de la República.
Pero él estaba atrapado allí en Dxun. El gigante planeta Onderon cruzaba el cielo a través de la inmensidad del espacio, cerca, pero imposiblemente lejos. El espectro de Lord Qordis había destruido su nave, y ahora Bane estaba solo, probablemente era el único ser humano vivo en la luna salvaje.
De pie en el claro, reuniendo sus pensamientos, Bane escuchó un grito en el cielo. Una gigantesca silueta alada se abalanzó desde las oscuras nubes, advirtiendo su presencia con unos afilados ojos de rapaz acechando a su presa fresca.
Bane agarró instintivamente su sable de luz, apretó la curvada empuñadura contra su muñeca y encendió la hoja. La criatura, semejante a un pterodáctilo, descendía en picado; su verdosa piel se tensaba a lo largo de un huesudo esqueleto, asemejando sus alas a dentadas cometas. La bestia tenía una cara aplastada y una boca repleta de prominentes colmillos. Los ojos negros, muy próximos, eran diminutos, y su boca se abría ampliamente, al tiempo que sus largas y triangulares alas se batían y maniobraban.
Bane arremetió con su sable de luz, pero la criatura voladora lo esquivó con sus colgantes zarpas, enormes guadañas arqueadas en el extremo de sus patas. Las garras embistieron el pecho de Darth Bane, un movimiento que habría reducido a trizas a cualquier otra víctima. Aunque Bane fue lanzado al suelo, los apiñados orbaliskos le dieron suficiente fortaleza y blindaje como para que el monstruo volador no le causara daño alguno.
Sintiéndose invencible, Bane se levantó, apartando jirones de su uniforme y sintiendo la dura placa de orbaliskos. Cuadró sus hombros y blandió su sable de luz al tiempo que la bestia describía círculos dispuesta para el golpe mortal. En primer lugar, Bane consideró matar al monstruo, reduciéndolo a pulpa con sus nuevos poderes Sith, pero en lugar de esto, invocó sus habilidades y detuvo a la bestia en el aire, dirigiéndola al suelo.
La criatura batió sus alas, extendiendo sus ganchudas garras, golpeando con sus armadas patas. Pero Bane dominaba al monstruo, reteniéndole en el suelo aún húmedo. Continuó ejerciendo presión a través del lado oscuro, y finalmente, con un gruñido y una explosión de nauseabunda respiración, la criatura voladora se rindió. Inclinó sus nudosas rodillas y arqueó su largo cuello frente a la tumba de Freedon Nadd.
Bane estudió a la criatura por un momento. Entonces, como los antiguos y legendarios jinetes de bestias de Onderon, subió sobre el lomo del monstruo preparado para montarlo. Era un buen presagio, un signo de su futuro, y Darth Bane sonrió.
Tiró del cuello de la bestia voladora, que batió sus pellejudas alas, elevándole hacia la pesada atmósfera. Escupió y peleó, pero finalmente cedió ante la presencia del Lord Sith en su lomo. Bane montó su nueva cabalgadura.
Ahora que comprendía las profundidades de los poderes Sith, pensaba que podría incluso tomar el control de mundos y lunas, que sería capaz de jugar con sus órbitas y con la gravedad como un niño juega con canicas de colores.
Hace mucho, Dxun había rozado el planeta Onderon, se había acercado tanto que las criaturas podían pasar a través de sus fusionadas atmósferas. Quizá Bane podía acercar la luna salvaje lo suficiente como para que él pudiera viajar al cercano planeta que llenaba el cielo.
Entre la matanza y el caos, Darth Bane iría a Onderon... y allí se encontraría con su aprendiz.