GIBRÁN KHALIL GIBRÁN
EL PRECURSOR
(1920)
EL PRECURSOR
Tú
eres el precursor de ti mismo, amigo mío, y las torres y ciudadelas erigidas en
tu vida no son más que cimiento para la esencia soberbia que a su vez será
cimiento para la otra.
Yo
soy como tú, precursor de mí mismo, porque la sombra desplegada ante mí, a la
salida del sol, eclipasará bajo mis pies al mediodía. Amanecerá nuevamente y
otra sombra se bosquejará; también ésta se esfumará, otra vez, bajo mis pies,
al otro día.
Somos
desde el principio precursores de nosotros mismos, y así seremos hasta la
eternidad. Todo lo que acumulamos en nuestra vida no es más que una semilla que
preparamos para un erial. Somos el erial y los sembradores; somos la fruta y
los cosechadores.
Cuando
eras, amigo mío, un pensamiento perdido en la tiniebla, yo era, como tú, otro
pensamiento extraviado. Te llamé y acudiste a mi llamado. De nuestros afanes
nacieron los sueños. Los sueños eran tiempo sin cadena, y los tiempos fueron
espacio sin fin.
Eras
una palabra muda entre los temblorosos labios de la vida; también era yo, como
tú, otra palabra muda, y no bien nos pronunció la vida cuando asomamos al mundo
con cora zones vibrantes por el recuerdo del pasado y con el afán para el
mañana. Y el pasado no es más que la muerte expulsada; y el mañana es el
nacimiento buscado.
Ahora
estamos en manos de Dios. Tú eres un sol radiante en su derecha y yo una tierra
iluminada en su izquierda. Tu poder en la iluminación no es superior al mío en
reflejar tu luz.
Y
nosotros no somos el sol ni la tierra sino el comienzo de un sol más grande y
de una tierra más gigantesca. Así seremos hasta el fin de los siglos.
Tú
eres el predecesor de ti mismo, ¡oh, extraño!, tú, que franqueas el umbral de
mi jardín; yo soy, como tú, precursor de mí mismo, no obstante vivir bajo la
sombra de mis árboles, reposado y tranquilo.
EL AMOR
Se
cuenta que el zorro bebe junto al león de una misma fuente. Y se dice que el
águila y el milano devoran juntos la carroña sin disputas y en total armonía.
¡Oh, justo amor! Tú que has refrenado el capricho de
mis pasiones con poderosa mano, y has convertido mi hambre y mi sed en altivez
y magnanimidad, no permitas al fuerte soberbio que habita en mí comer el pan ni
beber el vino que cautivan mi débil ser. Hazme recordar mejor y habré muerto de
hambre. Deja mi corazón inflamarse de sed. Será mejor morir y extinguirse que
tomar en la mano una copa que tú no has llenado, ni un vaso de licor que tú no
has bendecido.
LAS CUATRO RANAS
El saber y el medio saber
Estaban
cuatro ranas sentadas sobre _un grueso tronco de leña que flotaba a la orilla
de un anchuroso río. Una ola furiosa arrastró al tronco hasta la mitad del
río, donde la corriente lo condujo con el curso del agua. Alborozáronse las
ranas por el encanto de su expedición y comenzaron a saltar sobre el tronco
porque jamás se vieron navegar mar adentro. Pasado un momento de silencio la
primera rana gritó:
-
¡Qué tronco más curioso y extraño! Mirad, compañeras, cómo viaja igual que los
seres vivientes. Jamás he visto ni oído hablar de cosa tan parecida.
La
segunda rana : -Este tronco no camina, se mueve, amiga mía; y tampoco es
extraño y curioso como te lo has imaginado. Las aguas del río que corren de por
sí hacia el mar conducen con ellas a este tronco que a su vez nos conduce con
él.
La
tercera rana: -No, por mi vida, compañeras, os equivocáis.
Es una divagación la vuestra. Ni el río se mueve, ni el
tronco. Es nuestro pensamiento el que se mueve dentro de nosotros y él
es quien nos conduce a creer en el movimiento de los cuerpos inmóviles.
Discutieron
largamente las tres ranas sobre qué era lo que se movía en realidad, llenando
la quietud del río con sus gritos y su perturbador croar.
Como
no llegaron a ningún acuerdo, pidieron la opinión de la cuarta rana. Esta, que hasta
entonces no había dicho esta boca -es mía, sino que las escuchaba con atención,
habló de la siguiente manera:
-Todas
vosotras habéis tenido razón, compañeras, y ninguna se ha equivocado en sus
razones. El movimiento está en el río tanto como en el tronco, como en nuestro
pensamiento al mismo tiempo.
Este
fallo conformó a las tres ranas en disputa, porque cada una quería tener la
razón.
Cuéntase
que lo que sucedió después del fallo de la cuarta rana fue cosa curiosa en el
reino. Las tres ranas hicieron la paz entre ellas y en un conciliábulo
ejecutivo resolvieron echar a la cuarta rana al río.
Y
la arrojaron al agua.
LOS OTROS MARES
Cierto
día dijo un pez a otro:
-Por
encima de nuestro mar existe otro. En ese mar hay diversos seres vivientes que
viven como nadamos y vivimos nosotros aquí.
-Son
fantasías tuyas -le contestó el otro pez-. ¿No sabes, hermano mío, que cada ser
viviente que deja nuestro mar un momento moriría? ¿Cuál es entonces la prueba
de la existencia de otros seres vivientes en otros mares?
EL ARREPENTIMIENTO
En
una noche oscura entró un hombre a la quinta de un vecino, robó el melón más
grande que encontró a manó y se lo llevó a su casa. Después de partirlo, lo
halló verde. Entonces la conciencia le aguijoneó y llenó de reproches.
Y el
ladrón se arrepintió de haber robado el melón a su vecino.
LA ESENCIA SUPREMA
Y
sucedió que después de la ceremonia de la coronación de Nufsibaal, el rey de
Yubail, éste se dirigió a su gabinete. Era una alcoba privada que los adivinos
del Líbano construyeron para él. Hallándose solo, se detuvo en medio de su
gabinete pensando en el poder ilimitado que poseía como rey de una comarca que
otrora era un vasto imperio.
Había
allí un espejo que ostentaba un artístico marco de plata, regalo de su madre. Y
mientras se quitaba la corona y la púrpura vio con gran, asombro que del espejo
salía un hombre desnudo y se adelantaba hacia él. Aterrorizado, el rey gritó:
-Hombre,
¿qué quieres de mí?
-Una
sola cosa quiero de tí. Dime, ¿por qué te han coronado rey de Yubail?
-Me
coronaron porque soy el hombre más noble de entre ellos.
-
¡Por Dios! Si fueras más noble de lo que eres, no hubieras aceptado el reino.
-Me
coronaron porque soy el más caballero y más fuerte de entre ellos.
-Si
es cierto que eres el más caballero y más fuerte de todos ellos no deberías
haber aceptado el ser su rey.
-Mi
pueblo me coronó porque soy el más sabio que hay entre él.
-No,
por Dios; si hubieras sido más sabio de lo que eres ahora, no habrías admitido
que te eligieran rey de Yubail. Cuenta la leyenda que ante las palabras del
hombre desnudo que salió del espejo cayó el rey de bruces y luego prorrumpió
en llanto.
El
hombre desnudo lo miraba con compasión y ternura; se sentía triste ante la
estupidez e idiotez del rey. Tomó luego la corona que había rodado por el suelo
y la colocó nuevamente sobre la humillada cabeza del Rey y volvió a entrar en
el espejo, tal como había salido, mirando a Nufsibaal dulce y cariñosamente.
Al
despertarse, el rey miró al espejo y no vio allí más que a su propia persona
con la corona puesta en la cabeza.
LOS CRITICOS
Viajaba,
cierta noche, un caballero montañés hacia la costa del mar. Llegaba a un lugar
cercano de la costa, donde se levantaba una posada. Se apeó y ató el caballo a
un árbol, frente a la puerta, porque tal como todos los montañeses, tenía
confianza en la noche y en los hombres, y luego entró con los demás.
Cuándo
se hubieron dormido todos los habitantes de la venta, y mientras se hallaban
entregados al sueño, llegó.un ladrón y robó el caballo de nuestro viajero. Al
día siguiente al despertar, el caballero montañés se dirigió al lugar donde
había dejado el caballo. El animal no estaba y en vano lo buscó en todos
aquellos lugares. Se afligió el viajero tanto por la pérdida, como por la
amarga realidad de haber entre los hombres alguno que le probara a su
conciencia robando. Cuando los demás compañeros del viajero supieron la nueva,
le rodearon y comenzaron a cubrirlo de reproches:
-
¡Qué necio eres! ¿Por qué has atado tu caballo fuera del establo?
-Mucho
me extraña que no haya puesto las argollas de hierro en las patas de tu bruto.
¡Qué ignorante eres!
-Viajar
a caballo hacia las costas es una estupidez, amigo mío.
-Yo
creo que nadie viaja en nuestra época a caballo, más que los lerdos y los
pesados.
Esas
razones elocuentes y la prédica de los viajeros asombraron al montañés, que
encolerizado, les replicó:
-Amigos míos:
os surgió la elocuencia espontáneamente al enteraros del robo de mi caballo.
Según vosotros, soy un necio porque confié en los hombres y en la noche. Me
habéis enumerado mis errores, pero lo que más me asombra de tanta elocuencia
vuestra es que ninguno de vosotros dijo una sola palabra del ladrón que robó mi
caballo.
EL MORIBUNDO Y EL MILANO
¡Detente,
príncipe del aire!, detente un momento más y habré dejado todo este resto
consumido. ¡Ah, cómo te impacienta mi agonía! Yo no quisiera hacerte sufrir de
hambre al hacerte esperar unos minutos más; pero esas cadenas, aunque fueron
de hálitos débiles, son difíciles de romper. Mi amor a la muerte, el más lejano
de mis deseos, está atado con las cadenas de mis deseos por la vida, que es lo
que más amo.
Perdón,
hijo del firmamento, me voy de este mundo, pero lentamente. Es el recuerdo que
se apodera de mi alma para devolverle las reminiscencias pasadas y colocar
frente a ella la comitiva de los días consumados de mi vida en la agonía, y
dejarla contemplar la juventud que pasó en un sueño; el recuerdo que presenta
ante mí un rostro que suplica no cerrar los párpados y devolver a mis oídos una
voz amada cuyo eco aún suena en mi alma; es el recuerdo que deja tocar mi
frente una mano de rosas y que yo no veo.
Perdón,
compañero. Mucho has esperado; ya se acercó la hora tocando a su fin. Todo es
vano en esta vida, todo es pasajero: el rostro, los ojos, la mano y la neblina
que los envolvía. Ya se ha desatado el nudo; ya se ha roto la soga y aquello
que no 'es para comerse ni beberse ya me abandona y se va.
Adelante
compañero; acércate, ave hambrienta. Ya se ha alistado el banquete; pero el
manjar es frugal, es humilde. Te lo presento voluntariamente. Ven y hunde tu
pico en mi costado izquierdo. Desgárralo y arranca de los barrotes de su jaula
este pequeño pájaro que dejó de aletear.
Tómalo
y llévalo al infinito. Es el mejor tesoro que tuve sobre la tierra.
Ven,
Príncipe del Aire; ven, amigo mío, eres ahora mi huésped. Yo te doy la
bienvenida. Bienvenido seas.
LA LEONA
Dormía
sobre su trono la reina de la selva, y en su regazo acurrucábase una gata que
maullaba en tanto que miraba con asco y desprecio a cuatro esclavos que
abanicaban a la reina. Y en el silencio de aquel recinto se oyó este diálogo:
Esclavo
primero (A sus compañeros):
-
¡Qué horrible está la hija del león en su sueño! Mirad como se han aflojado sus
labios; oíd sus ronquidos, como si el diablo le apretara la garganta.
La
gata: -Su horrible aspecto en sueños no se compara ni con una parte de la
brutalidad de vuestra esclavitud.
Esclavo
segundo: -Lo más raro es que el sueñb no ha dulcificado los rasgos de su
rostro. Al contrario, lo ha surcado de arrugas. Sin duda alguna está soñando
algo terrible y satánico.
La
gata: - ¡Ojalá durmierais
vosotros para soñar en vuestra libertad!
Esclavo
tercero: -Me parece ver que desfila en su sueño la comitiva de sus víctimas que
tan despóticamente sacrificó.
La
gata: -Sí, señores, ella ve, ve en su sueño, la comitiva de vuestros abuelos y
de vuestros nietos.
Esclavo
cuarto: - ¡Imbéciles! Habláis de la reina mientras ella duerme. Decidme: ¿qué
ganáis con este diálogo? ¿Atenuaríá, acaso, la tribulación de mi consigna
o la fatiga que me produce abanicar?
La
gata: -No, por cierto. Seguid abanicando hasta la eternidad, porque está
escrito: "Tanto como en el cielo, así es en la tierra."
En aquel
instante sé movió la reina en su sueño y cayó la corona de su cabeza, yendo a
rodar por el suelo.
-Un
mal augurio -dijo uño de los esclavos.
Entonces
la gata contestó maullando: -Las desgracias de unos benefician a otros.
Esclavo
segundo: -¿Qué sería de nosotros si se despertara de su sueño y hallara la
corona tirada en el suelo? ¡Por Dios!, nos degollaría a todos.
La
gata (maullando):-Os degollaba, necios, desde vuestro nacimiento, y vosotros
ignorabais esto...
Esclavo
tercero:-Sin duda nos degollaría a todos, segura de que con sus actos adoraba a
sus dioses.
En
aquel momento el cuarto esclavo hizo callar a sus compañeros y, recogiendo
sigilosamente la corona de la reina, la colocó nuevamente sobre su cabeza, sin
despertarla. Ante la actitud del cuarto esclavo la gata maulló fuertemente:
-En
verdad os digo que no recogen las coronas rodadas por el suelo más que los
mismos esclavos.
A
los pocos minutos de acabar el diálogo se despertó la reina y, mirando en
derredor de sí, dijo, bostezando, a los esclavos:
-Creo
haber visto en mis sueños cuatro reptiles perseguidos por un escorpión,
alrededor del tronco de una gigantesca encina. ¡Qué sueno más horrible!
¡Maldito sea!
Y
cerrando sus ojos volvió a dormir por segunda vez, después de haber llenado la
alcoba con sus ronquidos. Prosiguieron los esclavos con los abanicos y la gata
epilogó aquel acto con el siguiente maullido:
-Seguid,
seguid, ciegos esclavos; seguid abanicando a vuestra ama. Vosotros no abanicáis
más que un fuego voraz que devorará vuestra vida.
EL SANTO
En
la mocedad visité un santo anacoreta en su retiro de penitencia. Habitaba una
celda levantada sobre una cumbre envuelta en silencio y bruma. En tanto que
conversaba con él sobre temas de moral y virtud, apareció un ladrón que caminaba
fatigosamente sobre las colinas cercanas. Venía dominado por la fatiga. Cuando
llegó a la celda, entró y se arrojó a los pies del santo y dijo:
-Santo
Varón, he venido a pedirte un consuelo, -pues mis pecados se han
elevado sobre mi cabeza.
-Hijo
mío -replicó el santo-, mis pecados también se alzan sobre mi cabeza.
-Soy
ladrón y salteador. Es imposible que tú seas como yo.
-Te
equivocas, hijo mío; la verdad te digo que soy, como tú, ladrón y salteador.
-
¡Por Dios, señor mío!, que no comprendo lo que me dices. ¡Soy un asesino, un
criminal, y el grito de mis víctimas resuena en mis oídos!
-Soy
también asesino y criminal, hijo mío, y en mis oídos aún suenan los gritos de
muchas de mis víctimas. -Señor, he cometido muchos crímenes e innumerables
delitos. ¿Cómo te igualas a mí, tú que eres un Santo Varón de Dios?
-
¡Si supieras de mis maldades y de mis pecados! Sí, hijo mío, si supieras, no me
habrías mencionado los tuyos. Entonces se puso el ladrón de pie y mirando al
Santo, larga y extrañadamente, se retiró de la celda sin proferir palabra.
Yo
guardé silenció hasta tanto se retiró aquel personaje extraño, y en aquella
circunstancia hablé así al Santo, preguntándole:
-¿Qué
motivos te movieron, señor mío, para atribuirte maldades y pecados que no has
cometido nunca? ¿No ves, Santo Varón, que ese hombre ha dejado de creer en tu
santa misión y en tus prédicas?
-Sí,
hijo mío -me contestó el Santo-; es verdad lo que dices. Este hombre dejó de
creer en mi santa misión; pero la verdad te d~"go que se retiró con el
corazón lleno de consuelo. En aquel momento oímos al ladrón cantar, desde lejos,
mientras resonaba en las montañas su voz alegre y sonora.
EL REY ANACORETA
En
una selva que se pierde en las montañas vivía un joven que en el pasado fue
monarca, dueño de un vasto reino extendido en Ibro Al Bahrain. Dijéronme
que este joven había abdicado voluntariamente a su corona para sustituirla por
el desierto y la soledad.
Dije
entre mí: "Iré hasta aquel hombre e intentaré saber los secretos de su
corazón, porque aquel que abdica su corona por su propia voluntad es más grande
que el mismo trono."
Aquel
día emprendí camino hacia la selva, donde vivía el rey anacoreta.
Lo
encontré sentado a la sombra de un álamo blanco, sosteniendo en su mano una
caña, igual que aquel cetro suyo de antaño. Lo saludé como si saludara en él al
mismo rey, y él me contestó el salam dulcemente, como un pastor. Y después de
mirarme fijamente me interrogó con suavidad:
-¿Qué
buscas en esta selva solitaria, amigo mío? ¿Habrás venido a buscar, a esta
hora, una esencia extraviada entre el ramaje frondoso, o regresas a tu hogar al
haber terminado tu labor?
-No
vine a buscar -respondí- sino a ti; y sólo incitado por el deseo de saber cuál
era el motivo por el cual has cambiado tu reino por este retiro miserable.
-Breve
es mi historia -replicó-; reventaron súbitamente las burbujas de mi vanidad, y
he aquí mi historia: Hallábame un día sentado frente a mi ventana, y vi que el
visir se paseaba con un embajador extranjero en el jardín. Cuando hubieron
llegado hasta cerca de mi ventana, oí al visir hablar así de sí mismo:
-Yo
soy como el rey: escancio el vino añejo hasta la embriaguez; amo toda clase de
juego y me encolerizo como mi rey.
"Se
perdieron visir y embajador entre la arboleda, no tardando en volver a pasar
por cerca de mi ventana. Y he aquí lo que hablaba de mí el visir:
"-El
rey es como yo. Tira bien al blanco, gusta de la música y como yo se baña tres
veces al día.
El
rey anacoreta calló y luego prosiguió:
-Aquella
noche abandoné mi palacio y salí sin más bagajes que mi manto, porque no quise
continuar siendo el rey de unos que se atribuyen mis vicios y me confieren sus
virtudes.
-
¡Qué curiosa es tu historia y qué extraño es tu caso, señor! -le dije.
-No,
amigo mío -me replicó-; no es tal. Yo llamé a la puerta de mi soledad
pretendiendo de ella muy mucho y tan sólo muy poco he, obtenido de ella. Dime,
por Dios, ¿quién no cambiaría su reino por una selva en la cual quepan todas
las estaciones alegre y eternamente inquietas? Muchos son los que abandonaron
sus tronos para sustituirlos por una vida sosegada y quieta; por una vida
solitaria y feliz. ¡Cuántas águilas hay a l1í que
han bajado de su cielo para vivir con los topos en sus cuevas silentes y, así,
conocer mejor los secretos de la tierra! ¡Y cuán numerosos son los que
renuncian al reino de sus sueños para no aparentar ante los demás que viven
ellos distantes de aquellos cuyas almas están vacías de sueños! ¡Cuán numerosos
son aquellos que renuncian al reino de la desnudez para cubrir la suya y para
que así no se enrojezcan los libres al contemplar
la desnudez de la razón, de la verdad y de la belleza!
"Pero
es más digno de todos aquel que abdica el reino de la tristeza para no
vanagloriarse ante el mundo de sus aflicciones.
Y
se levantó, apoyándose sobre su caña, para continuar diciéndome:
-Vuelve
a la ciudad opulenta y detente en sus puertas y observa a todos los que salen y
entran en ella; y preocúpate de encontrar al hombre que pretendió haber nacido
rey y que está sin trono; y al hombre que creyó señorear con su cuerpo y que
sólo domina con su espíritu, pero que él ignora esto, igual que sus vasallos; y
al hombre que se presenta públicamente como dueño y señor y que en realidad no
es más que un esclavo de sus esclavos.
Al
terminar su perorata me miró y sobre sus labios asomó una sonrisa; creí ver en
ellas mil amaneceres. Tomó su camino y desapareció en el corazón de la selva.
Yo
volví a la ciudad opulenta y me detuve en sus puertas. Observaba a los
transeúntes que salían y entraban en ella. ¡Ay! ¡Cuán numerosos fueron los
vasallos sobre los cuales pasó mi sombra!
LA GUERRA Y LAS NACIONES PEQUEÑAS
Una
oveja con su corderito pacía en un prado. Por encima de ellos se cernía un
águila. La rapaz seguía al corderito con ojos encendidos de hambre y voracidad,
Mientras giraba en torno del humilde corderillo aprestándose a hundir sus
garras en su tierna carne, se presentó otra águila aguijoneada por igual hambre
y ferocidad. Al hallarse ambos colegas frente a frente, riñeron hasta llenar el
vacío con sus gritos y graznidos. En aquella circunstancia la oveja estupefacta
miró a las dos águilas y dijo a su hijo:
-Mira,
hijo mío, ¡qué extraña es la riña de esas nobles aves! ¿No es vergonzoso para
los reyes del espacio disputar y reñir, teniendo todo el anchuroso cielo para
buscar manutención? Pero, ora, hijo mío, ora, mi niño en tu corazón a Dios
implorando la paz para tus hermanos alados.
Y
el corderito oró fervorosamente y de todo corazón.
EL REY DE ARDOSA
Se
presentaron un día los ancianos de Ardosa ante el rey y le rogaron ordenar que
prohibiera el alcoholismo en su ciudad.
No
prestó el rey oído a su petición, sino que se rió de ellos y les dio las
espaldas; y les dejó.
Los
ancianos de Ardosa se retiraron poseídos de una verdadera desesperación. Al
llegar a la puerta del palacio toparon con el visir del rey. Este ministro, que
era muy diplomático, sagaz y ladino, viendo perturbados a los ancianos y jefes
de la ciudad, se dio cabal idea de su asunto. Y les habló así:
-¡Oh,
amigos míos! La suerte no os ha acompañado esta vez. Si vosotros hubierais
venido en el momento de hallarse ebrio el rey, habríais conseguido todo lo que
venís a pedirle.
EL AVE DE MI FE
De
las profundidades de mi corazón voló un ave y se remontó en el espacio, y cada
vez que más subía, su tamaño se aumentaba más y más. Comenzó con la forma de la
mariposa, luego tomó la de una paloma; más adelante el tamaño de un águila,
hasta que semejó una nube de primavera, llenando así el cielo tachonado de
estrellas.
De
las profundidades de mi corazón voló .un ave y se remontó en el cielo,
aumentando su tamaño a medida que subía, y siempre quedaba habitando la
profundidad de mi corazón.
¡Oh,
mi Fe, mi Sabiduría obstinada y fuerte! ¿Cómo llegar a alcanzar tu altura para
ver, juntamente contigo, la esencia sublime del hombre grabada sobre la faz del
cielo? ¿Cómo convertir este mar que está en lo más hondo de mi alma, en una
densa neblina y vagar, junto a ti, en el espacio infinito?
¿Podrá
ver el prisionero, en la penumbra del templo, sus cúpulas doradas? ¿Tendrá la
semilla la fuerza para esparcirse y envolver la fruta
que antes la envolvía recíprocamente? Sí, ¡oh, mi Fe clemente! Sí; yo vivo
encadenado con cadenas de hierro en los antros oscuros de esta prisión sin fin.
Me separan de ti estas barricadas hechas de carne y huesos, para no poder volar
contigo en el mundo infinito. Empero, tú vuelas de mi corazón para cernirte en
el anchuroso espacio, tanto, que siempre te encuentro habitando la profundidad
de mi corazón dolorido.
Y con
todo esto estoy resignado, conforme y confiado.
LA HOJA BLANCA
Dijo así, un día, una hoja blanca de papel:
-Me he formado blanca, nítida, inmaculada y pura, y
así seré hasta la eternidad. Prefiero quemarme y volverme ceniza blanca antes
de permitir que me mancille la negrura y me macule la suciedad.
Oyó un tintero aquellas razones y se rió en su negro corazón, pero no se
atrevió a tocar a aquella hoja blanca de papel. Oyéronla también las plumas y
tampoco la tocaron. Y así permaneció la hoja de papel blanca, nítida, cual la
nieve,... pero vacía.
EL SERMON DE LA AZOTEA
(El último despertar)
Era la noche profunda y lóbrega. Soplaba, en la
mitad de su carrera, un aura pura y apacible impregnada por los primeros suspiros del
alba. En aquella hora se levantó El Precursor, que es el eco de la voz que aún
no ha tocado oído alguno, y, abandonando la alcoba, subió a la azotea de su
casa. Contempló largamente la ciudad acostada en brazos de la noche y luego
irguió su cabeza, y, como si se viese rodeado por los espíritus despiertos de
los hombres dormidos, abrió su boca y habló así:
-Hermanos y vecinos míos: vosotros que pasáis por mi
casa todos los días, quiero hablaros e invocaros en vuestros sueños; quiero
caminar desnudo y libre porque estando despiertos estáis más alelados que en
vuestro sueño; porque vuestro oído está cargado de baraúndas; porque es sordo y
débil.
Os he amado mucho, y más que mucho.
He amado a cada uno de vosotros como si fuerais
todos vosotros.
He amado a todos vosotros como si fuerais uno solo.
Mi corazón era un 'campo fértil y floreciente en
vuestro
amor; en su primavera yo =cantaba en
vuestros jardines; en su estío cuidaba de vuestras parvas.
Sí, hermanos y vecinos míos. A todos vosotros he
amado; a vuestro titán como a vuestro enano; a vuestro leproso como al más sano
que hay entre vosotros.
He amado al que se deslizaba en las tinieblas
buscando en la noche su camino, igual que al que trillaba sus días bailando
sobre collados y montañas.
Amé al fuerte a pesar de vivir patentes en mis
carnes las huellas de sus herraduras férreas.
Amé al débil no obstante haber agobiado mi fe y
agotado mi paciencia.
Amé al rico, cuya miel se volvía cicuta en mi boca.
Amé al pobre que, sabiendo mi vergüenza, y
conociendo mis necesidades y mis debilidades, me ha escarnecido.
Amé al poeta plagiador que hacía vibrar la cítara de
su vecino tocándola con sus dedos ciegos. Lo amé generosamente, cortésmente.
Amé al sabio que consumía su vida jutando mortajas
viejas en el campo del abominable alfarero.
Amé al sacerdote acurrucado en el silencio de su
pasado, preguntando por el día de su mañana.
Amé al anacoreta que hacía de los espectros de su
capricho unos dioses para la adoración.
Amé al charlatán diciendo entre mí: "Le queda
todavía mucho que decir a la vida."
Amé al mudo, porque pensaba: " ¡Ojalá pudiera
hablar de su silencio!"
Amé al juez y al crítico, pero cuando me vieron
crucificado dijeron: "Cuán suave emana la sangre de sus heridas y qué
hermosas son las líneas que su sangre traza sobre su piel blanca."
Sí, hermanos y vecinos míos. Os he amado a todos
vosotros; a vuestro joven como a vuestro anciano. Amé a vuestra caña débil que
temblaba al soplo de las brisas, igual que a vuestras gigantescas encinas. Pero
¡ay de mi! Mi corazón, que rebosaba por vuestro amor, ha endurecido el vuestro
hacia mí, porque sois capaces de escanciar el vino del amor del fondo
de las copas, pero jamás de tomarlo del río caudaloso. Y cuando habéis visto
que yo os he amado igual, a todos igual, os habéis mofado de mí, diciendo:
"Cuán débil es su corazón y apartada de su camino la sagacidad. Su amor es
el de un mendigo hambriento que acostumbra recoger las migajas, aun sentado a
las mesas de los reyes. Es el amor de un villano, servil, porque el hombre
fuerte tan sólo ama a sus semejantes."
Y cuando habéis sabido que yo os amaba
profundamente, desinteresadamente, hablasteis así: "El amor de este ser
es el de un hombre extraño, sin gusto, que bebe el vinagre como si bebiera
vino; es el amor de un intruso, hipócrita, porque ¿cuál es el hombre extraño
que puede amarnos como nuestros padres y hermanos?
Estas
son vuestras razones y otras tantas, porque cuántas veces me habéis indicado
con vuestros dedos en las calles de la ciudad, diciendo burlescamente, unos a
otros: "Mirad a este pequeño gran hombre que no le preocupan las
estaciones ni los abriles ni los años. En el mediodía juega con nuestros niños
y a la tarde acompaña a nuestros ancianos en sus reuniones simulando sabiduría.
Entonces
. dije: "No importa todo esto; yo los amaré más y más; pero esta vez
cubriré mi amor con un velo de odio y mi cariño con un disfraz de hierro y no
les seguiré sino aguerrido."
Y me armé con mi desdén; puse mi mano pesada
sobre vuestras heridas y contusiones y, al igual que una tempestad que sopla en
plena noche, así he tronado en vuestros oídos y desde la azotea de mi casa os
he llamado fariseos, traidores; burbujas de un mundo falso y vacío.
He
maldecido a los miopes que hay entre vosotros cual murciélagos ciegos y, al
igual que los topos sin alma, así he comparado a los que viven entre vosotros
pegados a la tierra y al lodo.
Califiqué
a vuestros hombres elocuentes y sabios de charlatanes e hijos de Babel; al
hombre callado lo llamé duro de corazón y torpe de lengua; de vuestro hombre
simple dije: "Los muertos
no se aburren de la muerte.
Y
sentencié: "Que los que buscan en vosotros y en vuestros hijos la
sabiduría humana son apóstatas, blasfemadores contra el Espíritu Santo; a los
atraídos por la fuerza espiritual extasiados por las investigaciones del más
allá de la naturareza, los llamé pescadores de espectros que tiran sus redes en
aguas mansas y que tan sólo pescan sus medrosas sombras."
Así
he pregonado y publicado vuestras miserias en mis labios mientras mi corazón
sangraba y os llamaba por los nombres más dulces.
Sí,
hermanos y vecinos míos. El odio que así os ha hablado era guiado por su propio
látigo; y el orgullo que ha bailado sobre vuestras miserias y cadáveres estaba
lleno de polvo de la derrota y degollado por sus propios dolores.
Mi
profundo dolor hacia vosotros, mi sed para amaros, se han rebelado sobre la
azotea, mientras os imploraba el perdón de rodillas.
Pero
he aquí el milagro, hermanos y vecinos míos; mi simulación os ha abierto los
ojos .y mi odio ha despertado los corazones.
Vosotros
no amáis más que las espadas que se hunden en vuestros corazones y sólo gustáis
ver clavados los dardos en vuestros pechos.
Vosotros
no os consoláis sino de vuestras heridas y no os embriagáis más que en vuestra
sangre.
Y cual mariposas que aletean alrededor de la
llama, buscando inocentemente la muerte, así os juntáis todos los días en mi
jardín, y con cabezas erguidas y los ojos fijos en mí me seguís mientras yo
desgarro con mis manos Tos tejidos de vuestros días, en medio de vuestro
cuchicheo, diciendo entre vosotros: "El
ve con la luz de Dios y habla con los profetas de aquellos tiempos.
Descubre el velo de nuestras almas y destroza las cerraduras de nuestros
corazones y cuál el águila que conoce los cubiles de los chacales, así El
conoce nuestro camino."
Sí,
por cierto, amigos míos. Yo conozco
vuestro camino, pero a igual que el águila que conoce el nido de sus aguiluchos.
Con
todo placer os he descubierto mis secretos, pero para acercarme a vuestros
corazones, simulo desdén y acrimonia; os finjo odio y aparento que os
desprecio.
Y
no bien terminó El Precursor
su sermón, cuando cubrió su cara con su mano y rompió en llanto. Lloró
amargamente porque comprendió que el amor desnudo que se rechaza es más sublime
que el que canta gloria cubierto por la simulación y el fingimiento.
Y
se avergonzó de sí mismo. Alzó súbitamente la cabeza y como si despertara de un
sueño letárgico extendió sus brazos y miró con éxtasis el firmamento azul y
dijo:
-Ya
se ha desgarrado el manto de la noche y nosotros, los hijos de la noche,
debemos morir cuando llegue el día caminando, sigilosamente, sosteniéndose
sobre las lejanas colinas. De nuestras cenizas surgirá un amor más profundo y
fuerte que el nuestro y se reirá en la cara del sol y se llamará AMOR ETERNO.
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