STAR WARS
33 años antes de la batalla de Yavin.
asi todos los mundos del sector Videnda tenía algo que recomendar –cálidos mares
salinos, frondosos bosques, fértiles campos que se estiraban hasta distantes
horizontes. El alejado planeta conocido como Dorvalla tenía un poco de todo esto.
Pero lo que tenía en abundancia era el mineral lommite, un componente esencial en la
producción de transpariacero –fuerte metal transparente utilizado por toda la galaxia para
construir ventanas y miradores tanto en naves espaciales como en estructuras terrestres.
Dorvalla fue tan rica en lommite que una cuarta parte de la escasa población del planeta
estaba involucrada en la industria, o bien explotada por Lommite Sociedad Limitada o por su
contencioso rival, Mineral InterGaláctico.
El mineral calcáreo era extraído de las tropicales regiones ecuatoriales de Dorvalla. La base
de operaciones de Lommite Sociedad Limitada estaba en el hemisferio oeste del planeta, en un
gran desfiladero cubierto por un espeso bosque y caracterizado por abruptos escarpados. Allí,
donde los antiguos mares habían predominado alguna vez, los movimientos en el manto
planetario habían elevado de la tierra inmensos peñascos de lados empinados. Coronadas por
floreciente vegetación, árboles y primitivos helechos, las altas y rocosas montañas se elevaron
como islas, cegando al sol y dando origen a esbeltas cascadas que se zambullían a cientos de
metros al suelo del valle.
Pero lo que una vez fue una jungla era ahora como otro sector de extracción. Los
gigantescos droides de demolición han escarbado anchas carreteras hacia la base del mayor de
los precipicios, y dos zonas de despegue circulares, lo suficientemente grandes como para
acoger a docenas de anticuadas lanzaderas espaciales, habían sido construidas en pleno
bosque. Las montañas se convirtieron en panales de minas, y profundos cráteres fueron
tapados con aguas contaminadas que reflejaban el sol y el cielo como si de espejos de niebla
se tratara.
El incesante trabajo de los droides contaba con la colaboración de toda una fuerza
laboral contratada compuesta por humanos y alienígenas, a quienes el mineral extraído
igualaba mucho. No importa el color natural de la piel, del pelo, de las plumas o de
las dimensiones de los mineros, todos parecían blancos como el amanecer
C
galáctico. Todos aceptaban que los seres sensibles merecían más en la vida, pero Lommite
Sociedad Limitada no era lo suficientemente próspera como para sustituirlos a todos por mano
de obra droide, y Dorvalla no era un mundo de posibilidades ilimitadas de empleo.
Aun así, eso no impedía que algunos soñaran.
Patch Bruit, el jefe de las operaciones de campo de Lommite Sociedad Limitada –un
humano tras la rutina del pulido del mineral- había soñado varias veces con empezar una
nueva vida, con trasladarse a Coruscant o uno de los otros mundos del Núcleo y forjar una
nueva existencia por sí mismo. Pero como una mudanza suponía permanecer fuera durante
años, la idea no le gustaba del todo, especialmente si prometía volver con su escaso sueldo a
la LL, excediéndose del presupuesto de los establecimientos de la compañía y derrochando lo
poco que se guardaba para apostar y beber.
Había estado en la LL durante casi veinte años, y en ese tiempo se las había arreglado para
salir de las minas y llegar a una posición de autoridad. Pero con esa autoridad había acumulado
una mayor responsabilidad que con la que él había contado, y tras los diversos incidentes
recientes de sabotaje industrial, su paciencia estaba a punto de agotarse.
La estación de control en forma de caja en la que Bruit empleaba la mayor parte de sus
días laborales vigilaba el bosque de las colinas y las zonas de despegue y aterrizaje. En las
numerosas pantallas de vídeo de la estación se mostraban plataformas de elevación por
repulsión transportando a trabajadores hacia las profundas bocas de las cuevas artificiales que
agujereaban las escarpadas laderas de las montañas. En otro lugar, la plataforma elevadora
funcionaba gracias a la ayuda de bestias con gran fuerza para el arrastre, con enormes cuellos
curvados y ojos mansos.
Los técnicos que trabajaban junto a Bruit en la estación de control eran aficionados a
escuchar música grabada, pero apenas podía oírse sobre el inexorable ruido de las enormes
perforadoras, las lentas pisadas de las bestias de carga y el rugido de los despegues de las
lanzaderas.
Los muros de la estación de control estaban hechos de transpariacero, de un dedo de
grosor, cuyos paneles de triple capa debían mantener a raya la polvareda de la extracción,
pero nunca lo hacían. Fino como la cerámica, el polvo resinoso se filtraba por las más
pequeñas aberturas y lo manchaba todo. Por mucho que lo intentara, Bruit nunca podía
quitarse de encima aquella suciedad, ni siquiera en las duchas o en los baños sónicos. Lo olía
allí donde fuera, lo saboreaba en la comida que le servían en los restaurantes de la compañía,
y a veces se infiltraba en sus sueños. Tan penetrante era el lommite que desde el espacio
Dorvalla parecía estar rodeada por un cinturón blanco.
Afortunadamente, todo aquel que se encontrara en un radio de cien kilómetros de las
operaciones de Lommite Sociedad Limitada tenía el mismo problema –mineros, comerciantes,
los seres que atendían las cantinas. Pero lo que podía ser una gran familia feliz del lommite no
lo era. Los periódicos incidentes de sabotaje habían fomentado una atmósfera de precaución y
desconfianza, incluso entre operarios que trabajaban codo con codo en los túneles.
“Las lanzaderas del Grupo Dos están cargadas y listas para el lanzamiento, jefe” informó
uno de los técnicos humanos.
Bruit miró fijamente a los transportes mecanizados guiados por droides, que eran los
responsables de llevar el lommite. La mercancía era transferida a una pequeña flota de
fragatas de LL en una órbita alta, las cuales llevaban el mineral sin refinar a los mundos
manufacturadores a través de la Ruta Comercial Rimma y ocasionalmente al lejano Núcleo.
“Haz sonar la alarma.” dijo Bruit.
El técnico accionó una serie de interruptores de la consola y los altavoces empezaron a
pitar. Los mineros y los droides de mantenimiento se alejaron de la zona de despegue.
Bruit miró a las pantallas que mostraban de cerca a las lanzaderas. Las estudió
cuidadosamente, buscando cualquier anomalía que se saliera de lo normal.
“La zona de lanzamiento está despejada” indicó el mismo técnico. “Las lanzaderas están
preparadas para el despegue.”
Bruit asintió. “Adelante.”
Era una rutina que sería repetida una docena de veces antes de que la jornada de Bruit
concluyera, normalmente bastante después del atardecer.
Los ocho vehículos sin piloto se elevaron del suelo gracias a la fuerza de elevación por
repulsión, balanceándose y emitiendo sus estrepitosos ruidos por todo el suroeste. El aire que
había debajo de ellos se enturbió con el calor. Cuando las lanzaderas estaban a cincuenta
metros sobre el suelo, sus motores sublumínicos se encendieron con llamaradas azules,
impulsando a las naves hacia el polvoriento cielo.
El suelo tembló ligeramente y Bruit podía sentir un tranquilizador retumbo en sus huesos.
Tomó un profundo respiro y se marchó lentamente. Durante la siguiente hora, podía relajarse
un poco. Cuando se giró y dejó de ver la zona de despegue, sus huesos y sus oídos le alertaron
de un cambio en el estruendoso ruido, un ligero descenso del volumen que no tendría que
haber ocurrido.
De repente el temor tiró de él. El sudor de su frente y de las palmas de sus manos se
congeló. Se dio la vuelta y presionó su rostro contra el panel de transpariacero que daba al sur.
En lo alto del cielo podía ver a dos de las lanzaderas empezando a variar su rumbo mientras
sus estelas de vapor se curvaban, alejándose de la recta línea ascendente que seguía el resto
del grupo.
“Catorce y dieciséis.” afirmó el técnico. “Estoy intentando desconectar los motores
sublumínicos y volverles a poner en modo repulsión. No responden. ¡Están acelerando!”
Bruit mantuvo sus ojos pegados al cielo. “Dame una señal.”
“¡Vuelven hacia nosotros!”
Bruit pasó la mano por la frente. “Activa la autodestrucción.”
Los dedos del técnico flotaron por la consola “No responde.”
“Anula el piloto automático.”
“Sigue sin responder. También ha sido desactivado.”
Bruit maldijo con fuerza. “Vector de aproximación.”
“Apuntan directamente al Castillo.”
Bruit echó un vistazo al peñasco indicado. Era una de las minas más importantes, así
llamado por los capiteles naturales que adornaban la ladera oriental y la meridional.
“Ordena la evacuación. Máxima prioridad.”
Las sirenas chillaron en la distancia. En cuestión de instantes, Bruit pudo ver a los
trabajadores huyendo de las entradas de las minas y saltando sobre las aeroplataformas. Dos
que estaban completamente ocupadas ya estaban comenzando a descender.
“Diles a los pilotos de las plataformas que se mantengan en lo alto” ladró Bruit. “Nadie
estará más a salvo en el suelo que en las minas. ¡Y que aquellos droides y las bestias de carga
se vayan de aquí!”
Una colosal máquina perforadora bípeda apareció en la boca de una de las minas, puso en
marcha su motor de elevación por repulsión y se dejó caer a través de la fina capa de aire.
“Treinta segundos para el impacto” dijo el técnico.
“Deshazte de los droides guía de las lanzaderas.”
“¡Fuera droides!”
Bruit apretó sus manos. Las dos descontroladas lanzaderas estaban cayendo en picado una
al lado de la otra, como si de una carrera por alcanzar el Castillo se tratara. Los técnicos ya
habían conseguido apagar el motor sublumínico de la catorce, y la propulsión de la dieciséis
desapareció mientras Bruit observaba. Pero ya no había forma de detenerlas. Eran un proyectil
en caída libre.
En la estación de control, los droides y los individuos parecían idénticos al estar todos
agachados detrás de los tableros de mandos –todos excepto Bruit, que se negaba a moverse;
parecía ajeno a lo que estaba ocurriendo, como si pudiera cambiar las cosas con tan solo mirar
a la lluvia de mortíferos misiles a través de los paneles de transpariacero.
Las lanzaderas colisionaron contra el Castillo casi al mismo tiempo, impactándole por la
parte más alta de las minas, a unos cincuenta metros más abajo de la selvática cumbre de la
colina. El Castillo desapareció tras una llamarada explosiva de luz cegadora. Después el sonido
de las colisiones tronó por todo el paisaje, reverberando y crujiendo, produciendo un eco
ensordecedor desde los escarpados gemelos. Inmensos pedazos de rocas volaron desde la
ladera de la colina y dos de sus elegantes capiteles se derrumbaron. Las oberturas de las
minas emitieron una densa polvareda, como si el Castillo hubiera tosido todo su mineral. El aire
se llenó de hinchadas nubes, blancas como la nieve. Casi inmediatamente después el mineral
empezó a precipitarse, cayendo como si fuera ceniza volcánica y enterrando todo lo que había
en un radio de cien metros en ese lado de la montaña.
Bruit todavía no se había movido –no hasta que una nube alcanzó la estación de control y
la vista se tornó blanca.
El complejo de la sede de Lommite Sociedad Limitada se acomodaba al pie del escarpado
occidental del valle. Incluso allí, había medio centímetro de polvo de lommite cubriendo el
lujoso césped y las flores de los jardines del presidente de LL, Jurnel Arrant, que había logrado
plantarlos a pesar de la acidez del terreno.
Las suelas de las botas de Bruit dejaban claras huellas en el polvo cuando entró en la
oficina de Arrant, con sus amplias vistas del valle y las lejanas colinas. Bruit intentó taconear,
frotar y arrastrar sus pies tanto como pudo para limpiar sus botas, pero fue una tarea inútil.
Jurnel Arrant estaba de pie frente a la ventana, dando la espalda a la habitación, cuando
permitió la entrada de Bruit.
“Menudo lío” dijo Arrant cuando oyó a la puerta cerrarse tras Bruit. “Cuando piensas que
nada puede ir peor, todavía hay que esperar a que llueva. Va a ser complicado salir de esta.”
Bruit pensó en un comentario que atenuara la tensión del momento, pero la expresión de
resentimiento que vio en Arrant cuando se dio la vuelta le mantuvo firme.
El líder de Lommite Sociedad Limitada era un humano esbelto y apuesto, muy tímido para
su mediana edad. Cuando vino por primera vez a Dorvalla desde su nativo Corellia, no había
estado remangándose y plantando allí donde lo necesitaba. Pero como LL había empezado a
prosperar bajo su administración, Arrant se había vuelto más y más quisquilloso y ocupado,
por lo que dejó a Bruit al cargo de los asuntos del día a día. Arrant prefería las túnicas caras de
colores oscuros, con las hombreras siempre manchadas con el polvo del lommite, de modo que
vestía con cierto distintivo de honor. Si su estatus no indígena hubiera estado en su contra al
principio, pocos tenían algo con lo que despreciar lo que se decía sobre el hombre que había
transformado en solitario a la inicialmente provincial Lommite Sociedad Limitada en una
corporación que ahora hacía negocios con multitud de prominentes mundos.
Arrant echó un vistazo a las blanquecinas huellas que las botas de Bruit habían dejado en
la alfombra. Suspirando a propósito, invitó a Bruit a que tomara asiento tras un viejo escritorio
de madera.
“¿Qué voy a hacer contigo, Bruit?” preguntó con énfasis. “Cuando me pediste un
equipamiento de vigilancia mejorado, te lo proporcioné. Y cuando me pediste que aumentara el
personal de seguridad, también lo hice, como bien sabes. ¿Hay algo más que necesites? ¿Hay
algo que se me haya olvidado darte?”
Bruit mordió sus labios y sacudió su cabeza.
“No tienes familia. No tienes novia que yo sepa. Así que quizás ya no te preocupa tu
trabajo, ¿no es así?
“Sabes que eso no es cierto” mintió Bruit.
“Entonces, ¿por qué no estás haciéndolo?” Arrant puso sus codos sobre el escritorio y se
inclinó hacia delante. “Este es el tercer incidente en unas cuantas semanas, Bruit. No entiendo
cómo puede seguir ocurriendo esto. ¿Tienes algo con lo que dirigir a las lanzaderas para que se
estrellen?”
“Sabremos más si localizamos y analizamos a los droides guía.” dijo Bruit. “Lo que pasa es
que ahora están enterrados bajo cinco metros de escombros.”
“Bien, les recuperaremos. Quiero que dediques todos tus esfuerzos a erradicar a los
saboteadores responsables de esto. ¿Crees que puedes hacerlo, Bruit, o tengo que traer a
especialistas?”
“No serán capaces de descubrir nada que yo no sepa” replicó Bruit. “Mineral
InterGaláctico, al igual que LL, está haciendo de todo por conseguir el éxito. Frente a él, ya no
hay rivalidad industrial. Muchas de las familias que trabajan para InterGal tienen vendettas con
algunas de las familias que nosotros empleamos. Al menos dos de estos recientes sucesos han
estado motivados por rencores personales.”
“¿Qué es lo que sugiere, Bruit, que termine con todos y traiga a diez mil mineros desde
Fondor? ¿Qué es lo que va a hacer con la producción? Y lo más importante, ¿qué es lo que va a
hacer con mi reputación en Dorvalla?”
Bruit se encogió de hombros. “No tengo respuestas. Quizá haya llegado el momento de
que llame la atención del Senado Galáctico.”
Arrant le miró fijamente. “¿Llevar esto a Coruscant? No estamos en mitad de un conflicto
interestelar, Bruit. Esto es una guerra corporativa y he estado en las trincheras el suficiente
tiempo como para saber que es mejor revolver estos conflictos por tu cuenta. Es más, no
quiero que se involucre el Senado. Convocarán un debate entre Lommite Sociedad Limitada e
InterGaláctico, para ver quién ofrece los mayores sobornos a los senadores más importantes”
sacudió su cabeza furiosamente. “Eso nos llevaría a la bancarrota mucho más rápido que este
sabotaje continuado.”
Bruit tenía su boca abierta para replicar cuando sonó un tono del intercomunicador de
Arrant, y emitió la voz del droide de protocolo que hacía de secretario.
“Siento interrumpirle, señor, pero tengo una holotransmisión prioritaria por parte de un
neimoidiano, Hath Monchar.”
Las delgadas cejas de Arrant se arquearon. “¿Monchar? No conozco ese nombre. Pero
adelante, emite el mensaje.”
Un disco holoproyector situado en el centro del suelo de la oficina mostró la holopresencia
a escala real de un neimoidiano de ojos rojos y piel verdosa portando suntuosas togas y
llevando un atuendo en la cabeza que parecía ser una corona.
“Os saludo en nombre de la Federación de Comercio, Jurnel Arrant” comenzó a hablar Hath
Monchar. “El Virrey Nute Gunray expresa sus más afectuosos respetos y desea haceros saber
que la Federación de Comercio se entristece al conocer vuestros últimos contratiempos.”
Arrant frunció el ceño. “¿Cómo es que siempre que golpea la tragedia, lo primero que oigo
procede de los neimoidianos?”
“Somos una especie compasiva.” dijo Monchar, alargando profundamente su acentuado
Básico.
“Compasión y neimoidianos nunca aparecen juntos en la misma frase, Monchar. ¿Y cómo
es que ya se ha enterado de nuestro “contratiempo”, como lo llamáis? ¿O es que la Federación
de Comercio tenía algo que ver?”
Las vidriosas membranas de los rojizos ojos de Monchar empezaron a oscilar. “La
Federación de Comercio nunca haría nada que perjudicase las relaciones con un socio
potencial.”
“¿Socio?” Arrant rió con arrepentimiento. “Al menos tenga la decencia de decir la verdad,
Monchar. Quiere nuestras rutas comerciales. No sé cuánto ha tenido que pagar al Senado
Galáctico para obtener una franquicia que opera con impunidad en las zonas de comercio libre,
pero no va a comprar las del sector Videnda.”
"Pero, ¿podría enviar diez veces más mineral lommite dentro de uno de nuestros
transportes que en veinte de vuestras más grandes fragatas?"
“Magnífico. ¿Pero a qué precio? Dentro de poco nos costará tanto usar vuestros vehículos
que seguramente no obtendríamos ganancias. No estaría vistiendo esas caras túnicas si no
fuera así.”
Monchar se tomó un instante para responder. “Preferiríamos que nuestra sociedad
empezara con una buena base. Odiaríamos ver a Lommite Sociedad Limitada atrapada en una
situación en la que no le quedara otro recurso más que unirse a nosotros.”
Arrant se enfureció y golpeó el suelo. “¿Es eso una amenaza, Monchar? ¿Qué pretende,
enviar droides para invadirnos?”
Monchar hizo un gesto de desestimación. “Somos mercaderes, no conquistadores.”
“Entonces deja de hablar como un conquistador, o informaré de esto a la Comisión de
Comercio en Coruscant.”
“Está indispuesto” dijo Monchar, acariciando nerviosamente su prominente boca. “Quizá
deberíamos hablar un poco más tarde.”
“No contacte conmigo, Monchar. Yo contactaré con usted.”
Arrant desactivó el holoproyector y se dejó caer en su silla, forzando una larga exhalación a
través de sus fruncidos labios. “Carroñeros” dijo tras un momento. “Prefiero ver a LL hundirse
antes que venderla a la Federación de Comercio.”
En el siguiente silencio se oyeron unos persistentes tintineos procedentes del exterior de la
oficina, por fuera de los enormes ventanales que iban del suelo al techo. “¿Qué sucede ahora?”
preguntó Arrant, girando con su silla en dirección al sonido.
“Llueve” murmuró Bruit.
A pesar de sus cuantiosos depósitos de lommite, o de la atención periódica que
recibían de la Federación de Comercio, Dorvalla era, para la mayoría de los
observadores, una mota de polvo en el barrido de los sistemas estelares que pertenecían a la
República Galáctica. Pero entre los pocos que habían estado siguiendo los eventos ocurridos en
Dorvalla, ni uno los había prestado tanta atención como Darth Sidious, el Lord Oscuro del Sith.
“La rivalidad entre Lommite Sociedad Limitada y Mineral InterGaláctico me intriga.” Sidious
estaba hablando mientras se movía la cavernosa guarida que albergaba tanto su santuario
como su depósito. El capirote de su capucha estaba elevado sobre su arrugado rostro, y el
pliegue de su túnica se arrastraba por el reluciente suelo. Su voz era áspera, carente de
emoción pero no sin alguna que otra inflexión de intencionalidad.
“Veo una manera en la que podríamos aprovechar este enredo para nuestro propio
beneficio” continuó. “Un empujón aquí, otro allá, y ambas compañías mineras se hundirán. Así,
nosotros estaremos en disposición de entregar Dorvalla a la Federación de Comercio –el
mineral, las rutas comerciales, el voto de Dorvalla en el Senado– y, al hacer esto, ganaremos
la alianza del Virrey Gunray y sus lacayos.”
Sidious sacó sus manos de las amplias mangas de su túnica. “El Virrey Gunray desea estar
convencido de que merece la pena servirnos, pero le quiero completamente dominado, así que
no cabe duda de que obedecerá mis órdenes. Con Dorvalla asegurada, probablemente será
ascendido a una posición permanente en la Dirección de la Federación de Comercio. Podremos
entonces continuar con nuestro plan más importante.”
Sidious lanzó su encapuchada mirada a través de la sala en dirección a una zona
profundamente oscura en la que Darth Maul permanecía sentado como una estatua, con su
tatuado rostro cabizbajo, así que todo lo que Sidious podía ver era la corona de afilados
cuernos que brotaban de su cráneo calvo.
“Tus pensamientos te traicionan, mi joven aprendiz” remarcó. “Estás desconcertado por mi
constante interés en los neimoidianos.”
Darth Maul elevó su cara, y la escasa luz que había parecía retroceder. Allí donde su
Maestro representaba todo lo oculto y misterioso de los Sith, Maul era la personificación de
todo lo que era temido.
“No te puedo ocultar lo que siento, Maestro. Los neimoidianos son codiciosos y de poca
voluntad. Les encuentro despreciables.”
“Deja a un lado tus falsedades y lloriqueos” dijo Sidious.
“Por supuesto, Maestro.”
Sidious se acercó tanto que Maul le vio sonriendo.
“Unos pésimos rasgos, estoy de acuerdo. Pero son útiles para nuestros propósitos” se
aproximó a Maul. “Para llevar a cabo nuestro objetivo, nos veremos forzados a tratar con toda
clase de seres, a cada cual menos noble que el anterior. Pero esto es lo que debemos hacer.
Asegúrate de que los neimoidianos vendrán a jugar un papel importante en nuestros esfuerzo
por traer un nuevo orden a la galaxia.”
Los amarillentos ojos de Maul mantuvieron la perceptiva mirada de Sidious. “Maestro,
¿cómo ayudarás al Virrey Gunray y a la Federación de Comercio a hacerse con Dorvalla?”
Sidious anduvo hasta pararse unos metros después. “Serás mi mano derecha en esta
operación, Darth Maul.”
Inmediatamente después, Maul encorvó su cabeza una vez más. “¿Cuáles son sus órdenes,
Maestro?” Sidious puso sus manos en la cadera. “Ponte en pie, Darth Maul, y mírame.” Otorgó
a su aprendiz un momento para cumplirlo antes de continuar. “Tu aprendizaje ha sido
impecable. Nunca has dudado de tus acciones, y has ejecutado tus tareas a la perfección.
Tus habilidades como espadachín son incomparables.”
“Maestro,” dijo Maul “vivo para servirle.”
Sidious sintió brevemente el silencio –nunca era una buena señal. “Hay cosas seguras,
Darth Maul” dijo al fin. “Pero también hay imprevistos. El poder del Lado Oscuro no tiene
límites, salvo aquello que aceptamos con inseguridad. Eso significa ser capaz de dar pie a todo
tipo de posibilidades.”
Darth Sidious elevó su mano derecha, con la palma hacia afuera.
Antes de que Maul pudiera preverlo –incluso si hubiera decidido hacerlo– el largo cilindro
que conformaba su espada láser de doble hoja voló del enganche de su cinturón y fue
directamente hacia su Maestro. Pero en vez de agarrarlo, Sidious detuvo la espada en pleno
vuelo, a centímetros de su elevada mano, y la hizo girar y dar vueltas delante suyo, dejando a
Maul observándolo con imperturbable sorpresa. Sidious se dispuso a encender la espada. De
cada lado emergió una barra luminosa de un metro de larga de un rojo fuego, hipnotizado ante
la intensidad de su resplandor. La flotante arma giró a la izquierda, luego a la derecha,
produciendo un zumbido que era tan amenazante como conmovedor.
“Un arma exquisita” dijo Sidious. “Dime, mi joven aprendiz, ¿qué estabas pensando cuando
la construiste? ¿Por qué la hiciste así y no con una única hoja, como prefieren los Jedi?”
“Una sola hoja tiene sus limitaciones, Maestro, tanto en ataque como en defensa. Me hace
sentir capaz de golpear con ambos extremos.”
Sidious hizo un sonido de aprobación. “Debes llevar eso en mente cuando vayas a Dorvalla,
Darth Maul. Pero recuerda esto: lo que se hace en secreto tiene un gran poder. Un espadachín
experto sabe que cuando desenvaine su filo, revelará sus intenciones. Estate atento. Es
demasiado pronto para revelarnos.”
“Entiendo, Maestro”.
Sidious desactivó la espada de luz y la envió de vuelta a Maul, quien la recibió como si
fuera una valiosa pertenencia. Después Sidious se acercó a Maul y le entregó un disco de
datos. “Estudia esto mientras viajas. Contiene los nombres y descripciones de los seres con los
que te encontrarás, y otra información que te resultará útil.”
Sidious hizo a Maul una seña para que le siguiera hacia la alejada pared de su tenebrosa
guarida. Cuando llegaron, se corrió un gran panel, revelando una vista de gran altitud de la
superficie urbana de Coruscant.
“Descubrirás que Dorvalla posee un paisaje muy diferente al de Coruscant, Darth Maul.”
Sidious se giró ligeramente en dirección a su aprendiz, evaluándole tras su capucha. “Sospecho
que te gustará la experiencia.”
“Y tú, Maestro, ¿dónde estarás?”
“Aquí,” dijo Sidious. “Esperando tu regreso, y las noticias de que tu misión fue un éxito.”
Había llevado dos días localizar y desenterrar a los droides guía de las lanzaderas
estrelladas, y había llovido todo el tiempo. Los escombros bajo la sombra del Castillo tenían
tres metros de profundidad. Bruit había insistido en supervisar la operación de búsqueda y
recuperación. Quería echar una mano cuando los droides fueran analizados.
Pocos empleados de Lommite Sociedad Limitada tenían acceso a la zona de despegue, y
menos aún podían entrar a las mismas lanzaderas mecanizadas. La manipulación de los
dispositivos que había hecho descender a los vehículos habría dejado los indicios
característicos de una interrupción computerizada por parte de aquel que había
efectuado actos previos de terrorismo y sabotaje. Las fuentes de Bruit ya habían
establecido que el culpable era un agente de Mineral InterGaláctico, pero todavía se tenía que
averiguar la identidad del saboteador.
El equipo que Bruit había asignado a la recuperación era una mezcla de seres de sistemas
estelares relativamente cercanos de Clak´dor, Sullust y Malastare –eso era como decir biths,
sullustanos y transplantados gran. Todos llevaban asombrosos respiradores y calzados de
grandes dimensiones que les mantenían con vida mientras se sumergían en la gelatinosa
sustancia en que se había convertido el mineral por culpa de la lluvia. Todos excepto Bruit, que
calzaba botas de deporte que le llegaban hasta el muslo en su esfuerzo por mantenerse limpio.
“No hay duda sobre esto, jefe” dijo uno de los sullustanos de límpidos ojos, después de
llevar a cabo una serie de tests en uno de los droides guía de la serie R. "Quienquiera que se
haya abierto camino para sabotear a este pequeño es el mismo que desconectó las cintas
transportadoras el mes pasado. Apostaría mi sueldo.”
“No te molestes” dijo Bruit. “Solamente has comprobado lo que todos nosotros también
sabíamos.” dio una furiosa sacudida a su cabeza. “Quiero que las zonas de despegue estén
fuera de servicio hasta que tengamos nuevas noticias –queda prohibido acceder a ella a todo el
mundo– Después quiero que cada miembro de los equipos de preparación y mantenimiento
pasen por el interrogatorio.”
“¿Y qué pasa con el mineral, jefe?” preguntó uno de los biths.
“Nosotros traeremos personal temporalmente, incluso si tenemos que ir a Fondor a
abastecernos de los equipos que necesitamos. Una vez estemos listos y operativos, tendremos
que doblar el número de salidas de lanzaderas.
Como al doblar los vuelos, aumentarían los gastos, todos se quejaron.
“¿Qué va a decir el presidente de esto?” preguntó el sullustano.
Bruit echó un vistazo en dirección a la sede. Arrant ya sabía que los droides guía habían
sido localizados, y estaba esperando el informe de Bruit en su oficina.
“Te lo contaré cuando vuelva” dijo Bruit.
Se puso en camino hacia el deslizador que había dejado en el puesto de control, pero no
había avanzado ni diez metros cuando su bota izquierda quedó atrapada sin esperanza en los
lodosos escombros. La agarró por su parte superior, esperando que pudiera simplemente
liberarse de ella al tirar, pero perdió el equilibrio y se cayó de un lado, hundiéndose hasta la
altura del hombro derecho. Mantuvo aquella indigna postura por algunos momentos, mientras
fantaseaba con lo maravilloso que podría ser vivir en Coruscant.
“Estamos de acuerdo en que se están complicando las cosas” dijo Arrant cuando Bruit
entró en la oficina, cubierto de barro y con un pie descalzo. “También estoy de acuerdo sobre
lo de InterGaláctico. Los droides guía muestran exactamente lo que esperábamos encontrar.”
Una desalentadora expresión afectó al elegante rostro de Arrant. “Esto ha ido demasiado
lejos” dijo tras un momento. “Bruit, sabes que soy un hombre paciente, y básicamente
pacífico. He tolerado estos actos de vandalismo y sabotaje, pero he alcanzado mi límite. La
pérdida de aquellas dos lanzaderas... Mira. Ingeniería Corelliana acaba de tratar con
InterGaláctico por un envío que nosotros no podíamos proporcionar –sin duda, InterGaláctico
se anticipó a lo que ocurriría.
“No ocurrirá de nuevo” se interpuso Bruit. “He puesto fuera de servicio a las zonas de
despegue y estoy trayendo a equipos de sustitución.”
“Tienes un día” dijo Arrant.
Bruit le miró boquiabierto.
“Eriadu ha transmitido pedidos de gran importancia para nosotros e InterGaláctico”
explicó Arranz. “Esperamos entregarlos a finales de esta semana, lo que nos da el
tiempo justo para salir con las fragatas cargadas y saltar al hiperespacio. Esto es
un contrato de todo o nada, Bruit, y Eriadu va a recompensar a cualquiera de nosotros que
pueda hacer la entrega a tiempo y sin incidentes. LL necesita llegar allí la primera, ¿lo
entiendes?”
Bruit asintió. “Tendremos las lanzaderas listas y operativas en un día.”
“Esto es sólo el comienzo” dijo Arrant detenidamente. “El hecho de que no vas a erradicar
a los saboteadores para entonces es una apuesta segura, así que en vez de eso quiero que
hagas lo que sea para responder ante las acciones de InterGaláctico” esperó a que Bruit
comprendiera su propósito. “Quiero darles fuerte, Bruit. Pero no quiero que lo hagamos
directamente.”
Bruit lo consideró. “Supongo que podríamos contratar a una organización criminal. Sol
Negro, quizá.”
Arrant agitó las manos en un gesto de rechazo. “Esa es tú área de conocimiento. Cuanto
menos sepa yo, mejor. Lo único que no quiero es que estemos en una situación en la que
podamos ser chantajeados después.”
“Entonces será mejor que nos desentendamos usando mercenarios.”
“Haz lo que necesites hacer –y no importa lo que cueste.”
Bruit tomó aliento. “Tengo el presentimiento de que Dorvalla no va a ser lo mismo a partir
de ahora.”
Vestido con un flexible y ligero traje y una capa negra, con su capucha firme ante la
abundante lluvia, Darth Maul andaba a zancadas, bajando por la calle principal del pueblo que
Lommite Sociedad Limitada había establecido en mitad de lo que había sido una vez un bosque
tropical sin trazado. Bajo la capa, llevaba su espada de luz de doble filo colgando de su
cinturón, de fácil alcance en caso de que la necesitara. La gravedad de Dorvalla era
ligeramente menor a la que estaba acostumbrado, así que se movía con cierta elegancia.
El pueblo era una cuadrícula de calles de permacreto, un laberinto de cúpulas prefabricadas
y tambaleantes estructuras de madera, muchas de ellas carentes de transpariacero en sus
ventanas. Se oía música procedente de las entradas a cantinas y comedores, y folklore de todo
tipo deambulaba bajo los pasos elevados. Daba la sensación de que se trataba de un pueblo
fronterizo de los sistemas estelares periféricos, con las rutinarias mezclas de alienígenas,
humanoides y droides de generaciones pasadas; la esterilidad y la contaminación; los vehículos
de elevación por repulsión operando junto a bestias de carga de cuatro y seis patas.
Los residentes, los que, de una forma u otra, trabajaban directamente para Lommite
Sociedad Limitada, o los que estaban allí para estafar a aquellos que lo hacían, reflejaban la
misma mezcla entre la autonomía frente a las leyes que regulaban la vida en los mundos del
Núcleo y la esclavitud al trabajo y la pobreza eternos.
Al contrario que en Coruscant, donde los seres se apresuraban con determinación, aquí
reinaba una atmósfera de sin sentido, de vida desganada, como si los lamentables seres que
habían nacido aquí, o que habían venido por alguna razón, se hubieran resignado a las
profundidades. Como si fueran los ramales inferiores de Coruscant, donde no había leyes,
parecían dejarse llevar por los designios de la vida, más que dominarla y encauzarla hacia sus
propios propósitos.
La revelación dejó tan fascinado a Maul que le llegó a desanimar. Decidió que
necesitaba mirar con determinación más allá de las apariencias.
El aire era espeso debido al calor y a la humedad, y los zumbidos y gorjeos del bosque
colindante sonaban al límite de su audición. Pudo sentir la interacción de la vida allí, las peleas
y los vuelos, y los forcejeos en curso por la supervivencia. Y el bosque había impartido algo de
sí mismo al pueblo. Aquí los seres vivos no necesitaban echar mano de la caza o la matanza
para obtener el sustento que requerían. Una apariencia de legislación regulaba tales cosas,
pero bajo esa apariencia se escondía una base moral mayor que permitía a los delincuentes
establecer sus asuntos sin temer la intrusión de los guardianes de la paz, los jueces, o peor
aún, los Caballeros Jedi.
La vida era fácil.
Maul extendió su mano derecha y atrapó al vuelo a un insecto del tamaño de su puño.
Aturdido, revoloteó en su palma, quizás preguntándose a algún nivel primitivo sobre lo que
acababa de hacer o sobre el método empleado por el depredador para capturarle. La criatura
de seis patas se retorció y su par de antenas se movieron nerviosamente. Las manchas
idénticas de sus ojos y su caparazón corporal brillaron con una débil bioluminiscencia verdosa.
Darth Maul estudió al insecto, después le soltó para que se reuniera con la multitud que
zumbaba sobre el pueblo.
Su Maestro le había mostrado muchos lugares, pero siempre bajo su escolta, y ahora, de
repente, estaba solo, un extraño en un mundo extraño. Se preguntó si podría haber
encontrado su lugar en un sitio como Dorvalla si no hubiera existido Darth Sidious, y lo que la
vida le hubiera proporcionado. Había sido educado para creer que era alguien extraordinario y
que tenía que aceptarlo. Pero de vez en cuando dudaba sobre si debía cambiar de rumbo
siguiendo su propia voluntad, y así dejaría de preguntárselo.
Dejó a un lado su intrusión mental y volvió rápidamente a su paso.
Su entrenamiento Sith le permitía descubrir la debilidad en el carácter o la constitución de
cada uno de los variados seres con los que se cruzaba. Llamó a sus instintos del Lado Oscuro
para que le guiaran hacia la mejor manera de llevar a cabo su misión.
Maul hizo una parada ante la entrada de una ruidosa cantina. Era la clase de lugar donde
todo el que entrara no sería evaluado por la clientela, así que se movió rápidamente – un
borrón para la mayoría; para otros, sólo era otro trabajador refugiándose de la lluvia. Se
deslizó sobre un taburete del bar, manteniendo su capucha elevada y su cara de perfil cuando
la camarera humana se acercó.
“¿Qué puedo hacer por ti, extranjero?”
“Agua pura” gruñó Maul.
“¿Gran derrochador, eh?”
Maul hizo un negligente movimiento con sus dedos. “Traerás mi agua y me dejarás solo.”
La musculosa y tatuada mujer pestañeó dos veces. “Te traeré tu agua y te dejaré solo.”
Maul expandió su visión periférica para captar la existencia de dos habitaciones colindantes.
Hizo uso del espejo que había detrás del bar para ver lo que sus ojos no podían, y llamó al
Lado Oscuro para hacer el resto.
La cantina tenía un aire de abandono benigno, un olor a líquidos embriagadores y
comida grasienta. La iluminación era deliberadamente baja. Los insectos voladores de
varios tamaños circulaban alrededor de los focos, y niños de varias especies entraban
y salían corriendo. Hombres y mujeres fraternizaban abiertamente con frivolidad o
desenfreno. La música la proporcionaba una harapienta banda de biths y gordos ortolanos. A lo
largo de la barra, weequays conversaban con ugnaughts, twi´leks y gands. Maul era el único
iridoniano del lugar, pero no el único representante de una especie.
Si algunos de los residentes con los que se había topado en la calle fueran los cazadores,
los gatos manka, aquí eran las presas quienes se alimentaban de gatos – aquellos que se
daban a la bebida, los juegos de azar y otros vicios. Era la total ausencia de disciplina lo que le
ponía enfermo. La disciplina era la llave del poder. La disciplina imperturbable era lo que le
había forjado en un maestro espadachín y guerrero. La disciplina era lo que le capacitaba para
desafiar a la gravedad y ralentizar las intrusiones de entradas sensoriales, por lo que podía
moverse entre los rastreos.
Maul agudizó sus facultades, extendiendo el rango de su audición para controlar las
conversaciones cercanas. Muchas eran tan prosaicas como se esperaba que fueran, por lo que
se sumergió entre el cotilleo, los coqueteos, las insignificantes reclamaciones y los planes de
futuro que nunca se llevarían a cabo.
Entonces oyó la palabra sabotaje y sus oídos se agudizaron. El cliente que lo había dicho
era un humano corpulento, sentado a la derecha de Maul, en un locutorio en la pared del fondo
de la cantina. Otro humano alto y de complexión oscura estaba sentado frente a él. Ambos
hombres vestían ligeros monos grises, el estándar de los empleados de Lommite Sociedad
Limitada, pero la carencia de polvo de lommite en sus cabellos o en sus ropas dejaba claro que
no eran mineros.
Un tercer hombre, de anchas espaldas y apariencia robusta, se acercó mientras Maul
permanecía vigilando con el rabillo del ojo. Maul tomó un sorbo de agua y se giró ligeramente
en la dirección al locutorio.
“Me figuraba que os encontraría aquí a los dos” dijo el recién llegado.
El alto sonrió e hizo un hueco en el acolchado asiento. “Entra en nuestra oficina y te
invitaremos a una copa.”
El tercer hombre se sentó, pero rechazó la oferta con la cabeza. “Quizá más tarde.”
Los otros dos socios le miraron con sorpresa. Maul leyó los movimientos labiales del más
alto. “Si no está bebiendo es que algo serio ha ocurrido.” El tercer hombre asintió. “El jefe ha
hecho un llamamiento especial. Nos quiere en su oficina en media hora.”
“¿Tienes idea de para qué?” dijo el alto.
“Tiene que ser por lo del accidente de la lanzadera” el que estaba en frente se lo figuraba.
“Bruit probablemente tiene una lista de sospechosos.”
Maul reconoció el nombre. Bruit era el jefe de las operaciones de campo de Lommite
Sociedad Limitada. Los tres individuos probablemente eran personal de seguridad.
“Como si hubiera alguna pregunta acerca de los culpables” estaba diciendo el alto.
“Peor que eso” dijo el tercer hombre, bajando la voz hasta tal punto que Maul tuvo que
estirarse para oírle. “Arrant ha hecho especial hincapié en cómo vamos a responder.”
El alto se acomodó en la mesa que dividía el locutorio. “Bien, es la hora.”
“Pediré otra ronda” dijo su compañero.
Maul continuaba escuchando, pero sus ojos ya no se fijaban tanto en los hombres sino
sobre algo que había vislumbrado en la pared, encima del locutorio. Parecía el insecto
bioluminiscente que había capturado poco antes. Este, sin embargo, no estaba moviéndose por
la superficie de la pared. Maul descubrió la razón en cuanto le sondeó con la Fuerza. No sólo
era una fabricación, sino también un dispositivo de escucha.
Maul rastreó la habitación, después encaró al espejo. El dispositivo no era muy
sofisticado; su gran tamaño evidenciaba lo que era. Aún así, eso no significaba que
los que estuvieran espiando a los guardas de seguridad tuvieran que estar dentro
de la cantina. Pero Maul sospechó que estaban allí. Sin mirarlo, dirigió su atención al insecto
artificial y rechazó todos los sonidos extraños –la emotiva música, las docenas de
conversaciones aisladas, los ruidos de los vasos al golpearse o los sorbos de los borrachos. Una
vez que pudo discernir los sordos pitidos del transmisor del aparato, escuchó señales del
receptor con el que estaba comunicándose.
En una mesa redonda situada en una sala contigua se sentaba un rodiano y dos twi´leks,
que aparentemente se dedicaban a jugar a las cartas –sabacc, con toda seguridad. Maul les
observó por un instante. Su juego era desganado. Se fijó en sus gestos mientras los agentes
de seguridad continuaban la conversación. Cada vez que uno de los hombres decía algo de
interés, los saltones ojos del rodiano brillaban y su estrecha nariz se rizaba a un lado. Al mismo
tiempo, las colas craneales de las twi´leks se movían con nerviosismo y sus pálidos rostros se
ruborizaban muy ligeramente.
La oreja izquierda del rodiano contenía un receptor, mientras que los que llevaban las
twi´leks tenían forma de parches dérmicos, disimulados para que parecieran tatuajes de lekku.
Maul estaba convencido de que el trío formaba parte de los empleados secretos del único
competidor mundial de Lommite Sociedad Limitada, Mineral InterGaláctico. Reconoció al
rodiano de haberle visto en el disco que Sidious le había entregado. Era posible que fueran los
saboteadores en persona. Sus ojos volvieron a clavarse en el dispositivo de escucha y en los
guardas de seguridad. Criaturas de hábito, probablemente ocupaban el mismo locutorio noche
tras noche, completamente inconscientes de que sus conversaciones estaban siendo
controladas. Tal despreocupación exasperaba a Maul hasta alcanzar el punto de la furia. Los
hombres eran merecedores de cualquier mal con el que seguramente se encontrarían.
Los tres agentes dejaron la cantina a pie y se dirigieron hacia un sendero que zigzagueaba
a través de una densa zona boscosa. Maul les siguió a una distancia discreta, ocultándose
entre las sombras producidas por la ascendiente luna llena de Dorvalla, de color blanco
plateado.
Finalmente el camino llegó a una apretada comunidad de pobres casas, muchas de las
cuales estaban elevadas con maderos para evitar los riachuelos producidos por la lluvia. La
humedad era agobiante.
La chabola a la que se dirigía el trío era un cubo elevado con un techo metálico angulado
para canalizar la lluvia hacia una cisterna de ferrocreto. La única puerta del habitáculo sólo era
accesible mediante lo que parecía ser una escalera de mano. Un oxidado deslizador con el
parabrisas roto estaba aparcado en frente, sobre un charco de barro.
Maul permaneció entre los árboles mientras un humano de constitución obesa respondió a
los golpes que el agente alto dio al marco de la puerta.
“Pasad” dijo el hombre. “Todos los demás ya están aquí.”
Bruit. Darth Maul esperó a que los tres agentes entraran, después corrió entre las sombras
y se plantó bajo una ventana abierta. No contento con su elección, se agachó y gateó bajo la
casa hasta uno de los maderos para elevarse entre las vigas del suelo de la habitación frontal.
Encima de él, alguien estaba sirviendo líquido en varios vasos.
Maul extrajo un dispositivo de grabación diminuto del bolsillo pectoral de su traje y lo
colocó contra los toscos tableros que componían el suelo.
“Ahí está lo bueno y lo malo de esto” dijo Bruit mientras se llenaban los vasos. “Arrant ha
decidido que necesitamos nivelar el campo de juego. Vamos a atacar a InterGaláctico en
Eriadu. Nuestras naves llegarán al planeta, las suyas no.”
Alguien silbó de asombro.
“¿Habrá pensado el jefe en lo que está desatando?” preguntó, quizá, el mismo
hombre. “Esto va a conducir a una guerra.”
“Os diré lo que me ha dicho Arrant” dijo Bruit. “Ya ha estado antes en las
trincheras. Estas son sus palabras, y este es su espectáculo.”
“Su espectáculo y nuestro sustento” señaló uno. “Tiene que haber una mejor manera de
resolver esto. ¿Qué hay de la petición al Senado para que intervenga?”
“Una cura que puede ser peor que la enfermedad” respondió otro, para diversión de Maul.
“El Senado deferirá en comités movidos por burócratas corruptos. Nos llevará meses llegar a
los tribunales.”
“Nada de Senado ni tribunales” dijo Bruit. “Eso ya ha sido decidido. Es cuestión nuestra.”
“¿Y qué ocurre en Eriadu?”
“Hemos sido capaces de descubrir la ruta hiperespacial que las naves de InterGaláctico van
a tomar. Llegarán vía Rimma 13, y han programado salir del hiperespacio a las 1400 horas,
hora local de Eriadu. Los amigos que estamos contratando para ejecutar el ataque serán
capaces de calcular las coordenadas de reentrada precisas.”
“¿A quién estamos contratando?”
“Al clan Toom”.
Expresiones de consternación volaron por todas las esquinas.
“Salvajes” dijo alguien.
“Exacto” dijo Bruit. “Pero necesitamos un equipo que lo logre, y la buena voluntad de
Arrant gastará los créditos necesarios. Usándolos, nadie sospechará de nosotros, y a Arrant no
le preocupa, puesto que no quiere saber nada más que lo necesita. Quiere mantener sus
manos limpias mientras yo hago las conexiones. Además, los Toom saben lo que significa
hacer un trabajo.”
“Y no tienen escrúpulos con los que poner trabas.”
“¿Han aceptado los términos?”
“En el primer contacto” dijo Bruit. “Aunque tengo que decir que a veces desearía poder ver
tanto a Lommite como a InterGaláctico hundidas, de modo que alguien con una previsión
realista pudiera construir una organización mejor desde la escoria.”
Varios vasos brindaron juntos.
“¿Así que cuál es nuestra parte en esto, jefe, si el trato ya ha sido acordado?”
Bruit resopló. “Necesitamos prepararnos para el contraataque de InterGaláctico.”
Maul despegó la grabadora de los tablones del suelo y se dejó caer sobre la pegajosa tierra
de debajo de la casa. Permaneció quieto por un largo momento, agachado en la oscuridad,
escuchando los sonidos de carcajadas distantes y los ruidos de la intensa vida insectil.
Entonces se acordó de Coruscant, y de la pregunta que su Maestro le había hecho considerar
sobre su espada de luz de doble hoja.
Me hacía sentir capaz de atacar con ambos extremos, había respondido Maul. Tras darle el
visto bueno, su Maestro le había dicho que debía llevar eso en la mente cuando fuera a
Dorvalla.
Maul alzó su capa y soltó el largo cilindro de su cinturón. Una vez termine de usar un filo,
tomaré el otro, se dijo a sí mismo. Ambos, para conseguir un mismo propósito.
Maul esperó hasta que la luna estuviera baja antes de dirigirse hacia la sede de Lommite
Sociedad Limitada, en la base del escarpado. Los incidentes de sabotaje habían causado que el
complejo de edificios estuviera en estado de alerta. Centinelas armados patrullaban, algunos
acompañados por bestias atadas con correas, y potentes focos trazaban círculos de brillante
luminosidad sobre los espaciosos terrenos. Una valla electrificada de cinco metros de altura
configurada para aturdir lo abarcaba todo.
Maul empleó una hora en estudiar los movimientos de los centinelas, los barridos
periódicos de los focos, la extensa valla y los lásers detectores de movimiento que
cuadriculaban el amplio césped de más allá. Estaba seguro de que las cámaras infrarrojas
estaban filmando los terrenos, pero había un poco de espacio en el que podía actuar sin dejar
evidencia de su infiltración. Un droide sonda habría sido capaz de decirle todo lo que necesitaba
conocer, pero no había tiempo y quería hacer aquello personalmente. Para probar la posibilidad
de que los detectores de presión hubieran sido instalados en el terreno, usó la Fuerza para
impulsar rocas sobre la verja. Cuando golpearon lugares específicos del césped, esperó alguna
respuesta, pero los guardias estacionados en los arcos de la entrada simplemente continuaron
con sus tareas.
Cuando estuvo satisfecho de haber comprobado de memoria los resultados de su
reconocimiento, se deshizo de su capa y saltó por encima de la valla, aterrizando con precisión
donde había arrojado algunas piedras. Entonces fue saltando hacia una serie de otros sitios
que finalmente le llevaron hasta el muro del edificio principal, moviéndose durante todo ese
tiempo a tal velocidad que las holograbaciones no le mostraban a menos que fueran
reproducidas a cámara lenta.
Alcanzó una de las puertas y la encontró cerrada, así que empezó a trabajar alrededor del
edificio, probando otras puertas y ventanas. Todas ellas estaban aseguradas de forma similar.
Comprobó el tejado plano en busca de detectores de movimiento o presión como había
hecho con el césped. Saltando hasta alcanzarle, se encontró frente a una extensión llena de
paneles solares, claraboyas y conductos de refrigeración. Se movió hacia la claraboya más
cercana y encendió su espada de luz. Estaba preparado para clavar la luminosa hoja a través
del panel de transpariacero cuando se detuvo, y observó atentamente el panel. Había cadenas
de monofilamento incrustadas en el transpariacero, de modo que si se rompían, se dispararía
la alarma.
Desactivó entonces la hoja, reenganchó la espada y se sentó a pensar. Era improbable que
el ordenador central de Lommite Sociedad Limitada fuera una máquina aislada. Tendría que
ser accesible desde localizaciones exteriores. Bruit dispondría de acceso remoto. Maul se
regañó por no haber reconocido este hecho con anterioridad. Pero no era demasiado tarde
para rectificar su descuido.
Maul volvió al edificio de Bruit poco antes del amanecer. Al contrario que el complejo de la
sede, la casa elevada no tenía seguridad. El jefe de las operaciones de campo ni tenía
enemigos ni le preocupaba tenerlos, de una forma u otra. Quizás Bruit se resignaba al destino,
pensó Maul. En cualquier caso, apenas le importaba.
Dio una vuelta alrededor de la casa, deteniéndose ocasionalmente en los alféizares de las
ventanas para observar el interior. En una habitación trasera, Bruit estaba tumbado boca
arriba en una cama cubierta a medias por una tela que impedía que los insectos nocturnos se
dieran un festín con su sangre. Estaba completamente vestido y totalmente borracho, y
roncaba levemente. Había una botella de brandy medio vacía en una de las mesitas de la
cama.
Maul apretó los dientes. Más despreocupación, más carencia de disciplina. No podía evocar
compasión alguna para aquel hombre. Los débiles necesitaban ser escardados. Maul se abrió
paso a través de la puerta sin cierre y observó la sala. Bruit era un hombre de pocos bienes
mundanos, y no era particularmente ordenado. Sus aposentos eran tan caóticos como
aparentaba ser su vida. El espacio confinado olía a comida podrida, y el polvo de lommite
cubría toda superficie horizontal. El grifo del fregadero, que goteaba, podía haber sido
reparado fácilmente. Las arañas habían tejido redes perfectas en las cuatro esquinas de
la habitación.
Maul buscó el ordenador personal de Bruit y le localizó en el dormitorio. Era un dispositivo
portátil, no mucho más largo que una mano humana. Se acercó a la máquina y la activó. La
pantalla cobró vida y se presentó un menú. Sólo le llevó unos instantes hallar lo que buscaba
en la computadora central de Lommite Sociedad Limitada, pero, por segunda vez en aquella
noche, se encontró bloqueado.
El ordenador estaba exigiendo ver las huellas dactilares de Bruit. Maul podía haber sido
capaz de manipular el interior del ordenador central, pero no sin dejar un rastro fácil de seguir.
Lo que se hace en secreto tiene un gran poder, le había dicho su Maestro.
Maul miró fijamente a Bruit. Con un leve movimiento de su mano izquierda, provocó que el
hombre rodara sobre su espalda. Liberado de algún molesto sueño, un prolongado gruñido
escapó del humano. Maul gesticuló el brazo derecho de Bruit para que se elevara y dobló su
muñeca, con la palma de su mano hacia fuera. Entonces llevó con sigilo el ordenador hacia la
mano de Bruit, facilitando que la pantalla entrara en contacto con los extendidos dedos.
Cuando la máquina había concluido el reconocimiento, Maul dejó caer el brazo de Bruit y le
volvió a girar sobre su espalda para colocarle como estaba.
A la vez que Maul dejaba atrás la cama, los directorios de la base de datos estaban
desplazándose por la pantalla. Maul localizó los ficheros relacionados con la inminente entrega
en Eriadu y los abrió.
En la cantina se estaba celebrando una enérgica comida de negocios cuando Darth Maul
entró sigilosamente y tomó asiento en una mesa situada en una de las esquinas de la sala más
pequeña. Fuera, un oscuro chaparrón estaba inundando el pueblo. Mantuvo la chorreante
capucha de su capa elevada, y observó a la multitud, ignorando las miradas de escasos
segundos que recibía.
Dos de los guardas de seguridad de Lommite Sociedad Limitada ocupaban su locutorio
habitual, alimentando sus rostros con comidas grasientas y hablando con la boca llena. No muy
lejos de donde se sentaba Maul, el rodiano y las dos twi´leks que había identificado la tarde
anterior a los agentes de Mineral InterGaláctico, se reunían alrededor de la mesa de cartas.
Poco después, una humana de pelo oscuro se unió a ellos, poniendo un montón de créditos de
la compañía sobre la mesa y entrando a participar en la partida de sabacc que se jugaba en
ese momento. Maul reconoció la pieza de joyería barata que adornaba la oreja izquierda de la
mujer: un receptor.
Esperó al momento de actuar hasta que los cuatro estuvieron ocupados controlando la
conversación de los agentes de seguridad. Entonces, con un ligero movimiento de su mano,
proyectó la Fuerza hacia el dispositivo de escucha para despegarlo de la pared sobre el
locutorio, hacerlo flotar a la velocidad del rayo hacia la pequeña sala y posarlo en el centro de
la mesa de cartas.
El rodiano se movió en su asiento, inquieto, claramente contrariado al reconocer a su
insecto artificial. “Un nuevo jugador se une a la partida.”
Una de las twi´leks elevó su mano abierta a la altura del hombro. “No por mucho tiempo.”
Los largos dedos de la twi´lek estaban a medio camino de aplastar al dispositivo cuando la
humana sujetó su muñeca y logró detener el golpe descendente.
“Quieta” susurró con rapidez. “Escuché tu voz.”
“Eso es porque dije algo” dijo la twi´lek.
“En mi auricular” dijo la mujer, gesticulando con discreción. “Y ahora estoy
oyendo mi voz.”
“Estoy oyendo tu voz” dijo el rodiano, confuso.
“Qué demonios…”
La twi´lek permitió que su voz se apagara, y los cuatro agentes se sentaron de nuevo en
sus rígidas sillas de madera, mirando fijamente y con asombro el aparato de escucha.
“Es nuestro” dijo finalmente la mujer.
El rodiano la ojeó. “¿Qué está haciendo aquí?”
Maul llamó a la Fuerza para mover al insecto.
“Está escondiéndose por aquí, eso es lo que está haciendo” dijo una de las twi´lek, con
cierta angustia. Miró por encima de su hombro a los preocupados guardas de seguridad,
después a sus camaradas.
Maul activó el control remoto que había sintonizado a la frecuencia del transmisor del
insecto.
“Esto debe ser obra del clan Toom” el insecto envió este mensaje a los auriculares y los
parches dérmicos de audio que llevaban puesto los conspiradores. Todos ellos se
intercambiaron miradas con los ojos muy abiertos.
“Ahí está lo bueno y lo malo de esto. Arrant ha decidido iniciar una ofensiva contra las
naves de Mineral InterGaláctico. Sin realizar solicitud alguna al Senado. Está a punto de
desatar una guerra, lo que también ha sido decidido ya.
Absorta en lo que estaba oyendo, la mujer usó su dedo índice para inclinar el auricular y así
conseguir una recepción más clara.
“El clan Toom tiene una forma de solucionar esto –una cura para la enfermedad.
InterGaláctico puede nivelar el campo de juego empleándonos para atacar en Eriadu. Nosotros
del clan Toom deseamos ver caer a LL. Alguien con visión realista podría construir una
organización mejor desde la escoria.”
“Hemos sido capaces de descubrir la ruta hiperespacial que las naves de InterGaláctico van
a tomar para ir a Eriadu, así como las coordenadas precisas de su reentrada. Llegarán vía
Rimma 18, y han programado salir del hiperespacio a las 1300 horas, hora local de Eriadu.”
“Hemos estado en las trincheras. Es nuestro sustento. Podemos intervenir y ejecutar la
ofensiva. Los Toom saben lo que significa hacer un trabajo. Nadie sospechará de nosotros. No
tenemos escrúpulos sobre lo que ocurrirá.”
“Para formar un equipo que logre esto, estamos dispuestos a gastar los créditos que sean
necesarios.”
Maul había empleado toda la mañana en modificar la grabación que había hecho durante la
reunión celebrada en el habitáculo de Bruit, y cambió las frases para que sonaran como si
hubieran sido pronunciadas por un único individuo. El resultado parecía estar causando el
efecto deseado. Los cuatro agentes continuaban mirando fijamente al insecto que ellos mismos
habían instalado. La boca de la mujer estaba ligeramente entreabierta, y las colas craneales de
las twi´leks se movían con nerviosismo.
Maul se dio por satisfecho cuando oyó al rodiano decir: “Esto tiene que ir directamente al
mando -y cuanto antes.”
El clan Toom tenía un lema: “Páganos lo suficiente y haremos que los planetas
colisionen.”
Habían empezado a trabajar como legítimos operarios de rescate y salvamento, usando
una potente nave, llamada Interventor, para recuperar vehículos perdidos en el hiperespacio.
Imitando los efectos de un agujero negro, el Interventor tenía la capacidad de tirar de las
naves en peligro hacia el espacio real. Aunque las recompensas por tales trabajos eran
sustanciales, nunca lo eran lo suficiente como para satisfacer los deseos del clan, y con el
transcurso de varios años, el grupo había iniciado una segunda carrera como piratas,
empleando su Interventor contra naves de pasajeros y de suministros, o alquilando sus
servicios a organizaciones criminales para interceptar cargamentos de especia y otros bienes
ilegales.
Sin embargo, al contrario que los hutts y Sol Negro, que normalmente cumplían con honor
los términos de cualquier acuerdo, el clan Toom únicamente estaba motivado por el beneficio.
Como llevaban un negocio pequeño, no podían permitirse el lujo de rechazar trabajos por faltar
el respeto a alguna vaga ética criminal –una postura que les había convertido en proscritos
incluso entre los de su propia clase.
Con sede en una base subterránea en las profundidades de los baldíos inhabitados del
norte de Dorvalla, el clan recibía pagos de rutina tanto de Lommite Sociedad Limitada como de
Mineral InterGaláctico, con los que acordaban la seguridad de sus lanzaderas y fragatas. Los
Toom usaban mucho los fondos para sobornar a los comandantes de los cuerpos voluntarios
espaciales para afianzar la seguridad del propio clan –conviniendo que el clan se abstendría de
operar dentro del sector Videnda.
Debido a que Eriadu estaba fuera del sector –y a pesar del hecho de que ya estaban
recibiendo pagos por parte de InterGaláctico- el clan había aceptado la generosa oferta de
créditos republicanos de Lommite Sociedad Limitada para llevar a cabo un poco de trabajo de
sabotaje. InterGaláctico simplemente tendría que entender que la naturaleza de su acuerdo
con el clan Toom había cambiado. El contrato con LL, aunque era más importante, no impedía
la posibilidad de que el clan firmara un contrato similar con InterGaláctico –como seguramente
podría darse el caso después de la operación de Eriadu. En efecto, el clan tenía toda la
intención de contactar con InterGaláctico para insinuarle. Ninguno de los miembros del clan se
esperaba que InterGaláctico contactara con ellos antes de Eriadu.
Un weequay de cara curtida llamado Nort Toom aceptó la holotransmisión por parte de
Caba´Zan, jefe de seguridad de Mineral InterGaláctico. El clan estaba fundamentalmente
constituido por weequays y niktos humanoides, que se encontraban muy alejados de sus
hogares natales, pero en la mezcla también eran numerosos los aqualish, abyssinos, barabeles
y gamorreanos.
“Quiero discutir la oferta más reciente que acordamos” empezó a hablar la holopresencia
de Caba´Zan. Era un falleen casi humano, fornido y de complexión verdosa.
“Nuestra oferta más reciente” dijo detenidamente Nort Toom.
“Sobre la destrucción de las naves de Lommite Sociedad Limitada en Eriadu”.
Los hundidos ojos de Toom se lanzaron entre el holoproyector y uno de sus cómplices
weequays, que estaba de pie cerca de él. “Oh, esa oferta. Tenemos tantas operaciones en
curso que a veces cuesta seguirlas la pista.”
“Me complace oír que el negocio va bien” dijo con falsedad Caba´Zan.
“Tengo el presentimiento de que va a ir mejor aún.”
El fallen fue directamente al grano. “Estamos dispuestos a pagar cien mil créditos de la
República.”
Toom trató de ocultar su euforia. La oferta era dos veces mayor que la que Patch Bruit
había pagado. “Tendremos que ir a por los dos cientos mil.”
Caba´Zan sacudió su calva. “Podemos subir hasta ciento cincuenta –si pueden
garantizar los resultados.”
“Hecho” dijo Toom. “Cuando veamos que los créditos han sido transferidos, haremos los
preparativos necesarios.”
Caba´Zan parecía dubitativo. “¿Estás seguro de que las coordenadas de reentrada de las
naves de LL y la hora de su llegada a Eriadu son correctas?”
“Quizá deberíamos revisar eso una vez más” dijo Toom.
“Dijiste Rimma 18, a las 1300, hora local de Eriadu –a menos que algo haya cambiado.”
“Sólo a mejor” dijo Toom en un tono tranquilizador. “Sólo a mejor.”
“Y harás que parezca un accidente.”
“Esa es probablemente la mejor manera de manejarlo, ¿no crees?”
“No queremos que InterGaláctico se vea implicada.”
“Te lo aseguramos.”
Toom desactivó el holoproyector y se sentó, acomodando sus enormes manos detrás de su
cabeza.
“¿Crees que saben que LL nos contrató?” preguntó su cómplice con evidente inseguridad.
“No tengo ni idea.”
“InterGaláctico está ofreciendo tres veces más que Lommite. ¿Vamos a devolver el dinero
de Bruit?”
Toom se inclinó hacia delante con determinación. “No veo ninguna razón para hacer eso.
Sólo tenemos que asegurarnos de que podemos llevar a cabo ambos contratos” sonrió
ampliamente. “Tengo que admitir que este asunto llama la atención de mi sentido del juego
injusto.”
“Quieres decir que…”
“Exacto. Sabotearemos las naves de todos.”
Eriadu fue un prometedor mundo de los sistemas estelares periféricos. Situado cerca de la
intersección de la Ruta Comercial Rimma y la Vía Hydiana, Eriadu demostró una devoción feroz
hacia la industria, en espera de lograr su objetivo de convertirse en el planeta más importante
del sector. Para ese fin, Eriadu había desarrollado incluso una pequeña empresa de
construcción de naves, propiedad y operada por primos lejanos del Canciller Supremo
Valorum, quien presidía el Senado Galáctico en Coruscant. Las instalaciones orbitales de Eriadu
eran inaceptables en comparación con otras similares de Corellia y Kuat, pero entre los
astilleros pequeños, los de Eriadu eran los segundos, sólo superados por los de Sluis Van, aún
más alejado del Borde Exterior y de las principales rutas comerciales.
El teniente gobernador de Eriadu había hecho mucho por facilitar la asociación en ciernes
entre Eriadu y Dorvalla, enfatizando la inconsciencia de la importancia del lommite que Eriadu
recibía desde el Borde Interior cuando Dorvalla era prácticamente un vecino celestial. Las
cantidades de mineral requeridas por Manufacturas Eriadu y Transportes Valorum eran tales
que ni LL ni InterGaláctico podrían haber cumplido los pedidos por sí mismas, pero el Teniente
Gobernador Tarkin no vio el dilema que suponía eso. Insistió en que él no había configurado
las cosas como si de un concurso se tratara, pero era innegable que lo era. Tarkin incluso
fue grabado cuando dijo que la compañía que obtuviera el lucrativo contrato
probablemente sería capaz de efectuar la adquisición de la perdedora.
Tarkin había organizado una ceremonia en uno de los habitantes orbitales de Eriadu para
apoyar al socio potencial, que reunió a todas las personalidades principales: Jurnel Arrant y su
homólogo de Mineral InterGaláctico, los ejecutivos de Manufacturas Eriadu y Transportes
Valorum, una abundante cantidad de comerciales que trataban de ganarse a los nuevos
compañeros, y, por supuesto, el propio Tarkin, representando los intereses políticos de Eriadu.
Vistiendo lo mejor en togas y túnicas, todos se lucían en el lujoso piso de la instalación
orbital, esperando la llegada de las fragatas de mineral que LL e InterGaláctico habían enviado.
Las pequeñas flotas estaban programadas para llegar dentro de, más o menos, una hora,
según el horario local.
“Estoy convencido de que este será un prometedor día para todos nosotros” comentaba el
teniente gobernador a Arrant y al dirigente de Manufacturas Eriadu. Tarkin era un hombre
delgado, con una mente veloz y un temperamento aún más rápido. Permanecía de pie tan
rígidamente como un comandante militar, y sus ojos azules no daban cabida al humor o la
empatía.
“Dime, Arrant,” dijo el presidente de la manufactoría “¿tienes previsto que Lommite
Sociedad Limitada pueda llegar a suministrar suficiente mineral para cumplir las demandas que
nosotros estamos planeando para un futuro próximo?”
“Por supuesto” respondió Arrant con seguridad. “Simplemente es cuestión de expandir
nuestras operaciones” se giró e introdujo a Patch Bruit en la conversación. “Bruit, aquí
presente, es nuestro supervisor de campo, entre otras cosas. Acaba de notificarme un hallazgo
de gran riqueza, a unos pocos cientos de kilómetros de nuestra actual sede.”
Bruit asintió. “Nuestros equipos de inspección...” empezó a decir, cuando uno de los
agentes de seguridad de LL le interrumpió.
“Jefe, siento interrumpir, pero necesitamos hablar en privado.”
Arrant miró a Bruit con preocupación mientras se alejaba.
“¿Qué es lo que pasa?” exigió Bruit cuando el guarda de seguridad y él estuvieron fuera del
alcance de los oídos.
“Algo ha tirado de las fragatas cuando acababan de salir del hiperespacio, cerca de las
coordenadas de reentrada. No sabemos la causa. Podría tratarse de un problema con los
generadores de hiperimpulso, o quizá un agujero negro no cartografiado.”
Bruit oyó a la gente gritar detrás de él. Cuando se giró, la atención de todo el mundo
estaba puesta en las gigantescas pantallas que mostraban panorámicas de los astilleros
orbitales. A alguna distancia de tales astilleros, y fuera de curso, varias sencillas fragatas
espaciales estaban volviendo al espacio real.
“Bruit, ¿son esas nuestras naves?” preguntó Arrant con creciente preocupación.
“Sí, pero tiene que haber una razón para que lleguen tan pronto.”
“Esto es del todo inesperado” remarcó Tarkin. “Muy inesperado.”
La elegante multitud se alborotó de nuevo. Bruit se quedó como en estado de shock
cuando vio que un segundo grupo de naves empezaba a emerger del hiperespacio.
“InterGaláctico” dijo su hombre de seguridad, incrédulo.
“¡Van a colisionar!” dijo alguien.
“¡Bruit!” gritó Arrant mientras su cara perdía color. “¡Haz algo!”
Lo que hizo Bruit fue apartar la mirada.
Los gritos y lloros, los gruñidos y sollozos, y los fogonazos de una luz explosiva que
recorrieron el pulido suelo de la cubierta del hábitat, le comunicaron todo lo que
necesitaba saber. Las naves de LL e InterGaláctico habían sido manipuladas para
que provocaran colisiones masivas. Sin mirar, Bruit pudo ver al lommite fluyendo
en fracturados cascotes, tiñendo el espacio local con un color tan blanco como la furia derretida
que hervía tras sus tensos párpados cerrados.
“El clan Toom” ladró al guarda de seguridad. “Ellos nos han engañado.” Alguien tropezó
con Bruit por detrás. Era Jurnel Arrant, que se estaba alejando de las pantallas, paralizado por
el miedo.
“Estamos arruinados” dijo entre dientes “Arruinados”.
Bruit despejó su cabeza con una sacudida y puso sus manos sobre los hombros del guarda.
“Envía un mensaje a Caba´Zan de InterGaláctico” ordenó. “Dile que necesitamos reunirnos tan
pronto como sea posible.”
El aparato de escucha, cuidadosamente colocado, era un perfecto facsímil de una boca de
incendio. Estaba entre Bruit y Caba´Zan sobre una mesa baja de la sala de estar de Bruit,
tocando su canción:
“Aquí está lo largo y lo corto. Arrant ha decidido iniciar una ofensiva contra las naves de
Mineral InterGaláctico. Sin realizar solicitud alguna al Senado. Está a punto de desatar una
guerra, lo que también ha sido decidido ya...”
Caba´Zan movió una mano sobre su evidente calva. “Qué extraño. Parece tu voz.”
Bruit cerró sus ojos con fuerza, luego los abrió y miró al falleen a los ojos. “Es mi voz, fue
grabada. Pronuncié todas esas palabras –o la mayoría- en esta habitación.”
La frente de Caba´Zan se arrugó. “No lo entiendo.”
“Estaba en una reunión con mis hombres, informándoles del plan que tenían las naves de
InterGaláctico en Eriadu. Alguien grabó la conversación.”
“¿Uno de tus hombres?”
Bruit movió su cabeza consternado. “No lo sé.”
“Uno de los miembros del clan Toom, entonces.”
Bruit mordió su labio inferior. “Entonces, ¿por qué se necesitaba modificar la grabación, y
ponerla durante un espectáculo musical para tu gente en la cantina? En comparación con ellos,
no es posible que los Toom pudieran haber obtenido acceso a la base de datos de LL y hayan
descubierto las coordenadas de reentrada de nuestras naves. No son tan listos. Tiene que
haber sido uno de tus hombres.”
“No son tan listos” dijo Caba´Zan. “O tan trabajadores. No habríamos sabido todo esto
sobre tus planes si no llega a ser por el micrófono oculto.”
Bruit silenció el dispositivo de escucha y movió su mandíbula por la irritación. “Investigaré
quién está detrás de esto. Después trataré con el clan Toom.”
Caba´Zan estrechó sus ojos. “Han jugado con nosotros como si fuéramos estúpidos, Bruit.
Si estás insinuando venganza, quiero parte de la acción.”
Oculto bajo los pilares del edificio, Darth Maul se dedicó una sonrisa, se dejó caer al suelo y
corrió hacia la oscuridad.
Maul nunca dudó que el clan Toom aceptaría contratos de ambas compañías mineras. Ni
siquiera pensó que el clan incumpliera su promesa de sabotear las naves. De esta forma
no había necesitado ir a Eriadu a presenciar las fatales colisiones. En lugar de eso,
había pasado el tiempo observando a miembros del clan Toom cerrando y
abandonando la base de Dorvalla. Supuso correctamente que su traición uniría a
LL e InterGaláctico en su contra –incluso en poco tiempo-, por lo que los mercenarios habían
decidido huir mientras pudieran.
Maul les había perseguido hasta Riome, un pequeño mundo cubierto de hielo situado en las
profundidades del sistema Dorvalla, donde el clan ya tenía establecida una base secreta. Un
grupo de forajidos más astutos podrían haber elegido poner tanta distancia como fuera posible
entre Dorvalla y ellos. Pero quizá el clan Toom estaba convencido de que incluso las fuerzas de
seguridad de Lommite Sociedad Limitada combinadas con Mineral InterGaláctico no serían
capaces de encontrarles. En cualquier caso, la siguiente tarea de Maul consistía en asegurarse
de que Bruit descubriera la localización del santuario de Riome, sembrando la evidencia de que
se trataba de la ubicación de la antigua base del clan.
Maul soportó durante un día entero las frígidas temperaturas y los aulladores vientos, en
espera de que Bruit y sus hombres llegaran. Provistos de blasters y un surtido de armas más
poderosas, salieron corriendo de la lanzadera en la que habían viajado desde el ecuador de
Dorvalla y asaltaron la base subterránea. Acompañándoles, había un falleen varón y varios
alienígenas que le seguían, entre los que se incluían los cuatro saboteadores que Maul había
engañado en la cantina.
Frustrados al encontrar la base abandonada, empezaron a buscar pistas que les condujeran
por donde se hubieran ido los mercenarios. Durante largo rato Maul estuvo convencido de que
tendría que entrometerse en su descoordinada búsqueda y plantar ante sus narices la
evidencia que tan hábilmente había sembrado. Pero al final lo descubrieron por sí solos.
Maul estaba dentro de su nave cuando Bruit y el resto embarcaron en la lanzadera y
despegaron, supuestamente para recorrer Riome. El pensamiento del inminente
enfrentamiento le revitalizó. Se emocionó al sentir la esperanza de que pudiera participar.
Riome surgió blanco como la muerte en la negrura del espacio.
En su más pequeño y veloz vehículo, Maul adelantó al variado equipo de vengadores de
Bruit. Su nave flotaba sobre el terreno cubierto de nieve, desplazándose a gran velocidad por
las laderas y pasando junto a los bordes del turbulento mar gris adornado con peñascosas islas
de hielo. Maul no había visto señal alguna de que la nave Interventor del clan estuviera en
órbita, y asumió que los mercenarios la habrían escondido en el campo de asteroides que
rodeaba a Riome.
Al establecer su base, los mercenarios habían encontrado el lugar más cálido del pequeño
mundo. Era una zona de volcanismo activo, con inmensos glaciares bañados con luz azul hielo,
y parcelas de toscos prados, por donde burbujeaban lagunas oscuras de agua calentada por el
magma. La base en sí se componía de una serie de búnkers semicilíndricos interconectados
que una vez habían albergado a un grupo de científicos. A lo largo de los años, los droides y el
equipamiento abandonado por los científicos se habían convertido en estrambóticas esculturas
de hielo.
Maul aterrizó a un kilómetro de la base. Como en su primera visita, no halló indicios de que
hubiera una instalación de radar. Observó a la lanzadera de Bruit descendiendo a través de los
azules cielos, volando sobre el complejo y posándose en un círculo de permacreto, junto a un
carguero corelliano en forma de disco y un cañonero de igual tamaño.
El clan Toom podría no haber sido inconsciente de la llegada de la lanzadera, pero Bruit, a
pesar de todo, logró pillar desprevenidos a los mercenarios. Su fuerza de veinte hombres
emergió de la lanzadera junto a un grupo equipado con motores de elevación por
repulsión, que dejó profundos rastros en la superficie a causa de la locomoción. El
clan consolidó una rápida defensa, lanzando rayos bláster desde hoyos
especialmente preparados para ello y desde un emplazamiento que contenía un cañón láser.
Los invasores respondían con los repetidores bláster que llevaba el grupo motorizado y
lanzamisiles, dejando sobradamente claro que estaban decididos a ganar el día.
Rayos verdiazules acertaron al vehículo y le hicieron clavarse profundamente en la nieve.
Vestida con trajes especiales para el frío y cascos adaptados con cristales tintados, la legión de
Bruit saltó de sus asientos. Un disparo directo del cañón láser redujo el transporte a pedazos.
Multitud de trozos de metal volaron por el espeso aire, chisporroteando cuando caían sobre el
helado terreno.
Las fuerzas de las compañías mineras se desplegaron y comenzaron un metódico avance
hacia los búnkers, encontrando protección tras las rocas que habían sido desprendidas de las
laderas de las montañas por los glaciares. Lo que Bruit no sabía, sin embargo, era que la base
no podía ser tomada mediante un asalto frontal –no, en cualquier caso, por un puñado de
hombres portando armas de veinte años de antigüedad. El bunker principal había sido
fortificado con puertas blindadas, y la espesa pista de hierba que tenía enfrente estaba plagada
de minas de fragmentación y otras trampas.
Maul decidió que tenía que mostrarse.
Apareció brevemente en una cuesta al este de la base. Vestía una extraña capa de gran
longitud que le cubría ambas piernas. Su intenso color negro contrastaba con la nieve. Los
atacantes le tomaron por un miembro del clan y abrieron fuego inmediatamente. Maul se
impulsó sobre la cuesta con saltos y acrobacias, sin pensar apenas en las cosas que era capaz
de hacer. Bruit tomó la sabia decisión de dividir a su equipo, figurándose, como Maul predijo
que haría, que solo el enemigo conocía otra forma de entrar en la base.
Maul se mantuvo a la vista, esquivando los rayos bláster disparados por sus perseguidores,
sin usar su espada de luz. No pudo haber sido un mejor guía si hubiera sido uno de ellos. Se
escondió brevemente tras un glaciar, llamó a la Fuerza para girar sobre sí mismo y atravesar la
blanca cresta. De las profundidades de aquella tumba de fabricación propia, oyó a los hombres
de Bruit abalanzándose sobre la relativamente indefensa entrada a la que les había conducido.
Maul esperó hasta que estuvo seguro de que el último de ellos había desaparecido en el
interior del lugar. Entonces salió de la cavidad helada como si fuera un sacacorchos y les
siguió. Los silbidos de los blasters y el olor acre del fuego y la carne cauterizada habían
calentado su sangre hasta una temperatura próxima a la ebullición, pero activó su espada de
luz y se adentró precipitadamente en la contienda. Pero la matanza no era su empeño. Serviría
mejor a los planes de su Maestro si los mineros y los mercenarios se mataban los unos a los
otros –no obstante, Maul tendría que liquidar a los vencedores.
A juzgar por la ruta por la que estaba progresando el asalto, eran las fuerzas de Bruit las
que estaban permaneciendo hasta el final. A pesar de ser inferiores tanto en armamento como
en número, el asalto de los mineros estaba motivado por la ira de haber sido traicionados.
Incluso con un tercio de su grupo ya herido o muerto, Bruit y su homólogo de InterGaláctico
perseveraron, continuando con la lucha contra el clan Toom, el cual protegía la parte de atrás
del bunker, tras deshacerse de los contadores del laboratorio y diversas piezas de
instrumentación.
Explosiones procedentes de la parte frontal del bunker indicaron que los aliados de Bruit se
habían metido en el campo de minas. Poco después, los supervivientes dispararon todas sus
armas contra las puertas blindadas en su intento por abrirse paso a través de ellas. Maul
correteó a lo largo del extenso muro del bunker central y encontró un lugar desde el cual podía
observar la batalla. Para contener su ansia, se permitió evaluar las técnicas de combate de un
contendiente u otro, convirtiéndolo en un juego de anticipación en el que tenía que adivinar
quién moriría a manos de quién, y en qué momento concreto. Sus predicciones se hicieron
más y más precisas a medida que los bandos se acercaban el uno al otro.
Una potente detonación convulsionó el bunker frontal. Las puertas blindadas se
abrieron con un prolongado sonido chirriante, y cinco atacantes asaltaron el lugar
atravesando una densa nube de humo. Dos cayeron muertos antes de haber
recorrido diez metros. El resto se pegaron a los laterales del bunker y empezaron a avanzar.
La ferocidad del enfrentamiento hacía parecer que ni un bando ni otro tolerarían la
rendición. Era una batalla hasta la muerte –como prefería que fuera Maul, en cualquier caso.
Su atención se centraba una y otra vez en Patch Bruit. A pesar de lo desordenada que era su
vida, su despliegue de audacia le hizo merecedor de la alta posición que ocupaba en Lommite
Sociedad Limitada. Maul estaba impresionado. No quería ver a Bruit caer ante los mercenarios,
que no eran más que los blasters tras los que se escondían. Bruit y el falleen dirigieron la carga
final, sus fuerzas combinadas llegaron al mano a mano contra los miembros del clan de raza
weequay y aqualish. Los mineros no mostraron piedad alguna, y por momentos la batalla
estuvo perdida, con Bruit, el falleen, y otros cinco aguantando en medio de la matanza.
Maul se preguntaba momentáneamente si podría dejarles con vida. Bruit informaría al
presidente de Lommite Sociedad Limitada de que el clan Toom había engañado a ambas
compañías, y que habían pagado la traición con sus vidas. Pero era poco probable que Bruit
dejara sin más el asunto. Querría saber quién había montado la adulterada grabación, y podía
incluso descubrir que la información sobre la ruta de navegación de LL hacia Eriadu había sido
obtenida a partir de su ordenador personal. Después empezaría a pensar de nuevo en el
micrófono oculto de la cantina, y quizá inspeccionaría todas y cada una de las grabaciones de
vigilancia disponibles. Como Maul sabía, las imágenes de un iridoniano con una cara llena de
tatuajes rojos y negros podían aparecer en una de ellas.
Por supuesto, no había peligro de que fuera rastreado hasta Coruscant, mucho menos
hasta la guarida de su Maestro. Pero la última cosa que quería era que Darth Sidious viera la
cara de su aprendiz en alguna lista de los más buscados de la HoloRed.
Maul tenía que terminar lo que había empezado.
Desenganchó su espada de luz, encendió ambos extremos y saltó para bajar al suelo del
bunker prefabricado.
Bruit, el falleen y los demás se giraron cuando oyeron el resonante zumbido de su arma,
que hacía girar sobre su cabeza y alrededor de sus hombros. Pero nadie disparó.
Permanecieron observándole, como si fuera una alucinación nacida de su ansia de sangre o de
la ceguera que provocaba la nieve.
Maul pensó que tendría que aguijonearles para que hicieran lo que necesitaba que hicieran.
Empezó a andar hacia delante, mirándoles con sus ojos amarillos, frunciendo el ceño y
enseñando sus dientes, y al final alguien disparó –el rodiano de la cantina. Maul desvió el rayo
contra él con el filo inferior y continuó acercándose.
“No tenemos que luchar contra ti, Jedi” gritó el falleen.
El comentario detuvo por un momento a Maul.
“Este es nuestro negocio” continuó el humanoide. “No concierne a Coruscant.”
Maul gruñó y avanzó.
Tras agacharse de repente, un twi´lek disparó, y Maul se retorció, haciendo que los rayos
rebotasen contra las hojas de luz carmesí. El twi´lek y otro guarda de seguridad cayeron.
Después el resto abrió fuego a la vez. Maul saltaba y se giraba, se daba la vuelta y rodaba, una
maravilla acrobática, imposible de alcanzar. Se paró una vez que elevó su mano y empezó a
acribillar a sus oponentes con la agitación que le proporcionaba la Fuerza y sus agudos
poderes. A unos les desviaba los blasters contra sí mismos y a otros los lanzaba sobre una
mesa con la suficiente fuerza como para partir en dos sus columnas vertebrales.
Con su arma agotada, el falleen se abalanzó contra él. Maul se giró mediante una patada
voladora, rompiendo el brazo del falleen. Luego, sin bajar su pierna, le rompió el cuello.
Sólo quedó Bruit. Mirando a Maul boquiabierto de incredulidad, dejó caer su bláster
de su rígida mano. Maul continuó aproximándose a él, sujetando la espada a un lado,
con las hojas paralelas al suelo.
“No sé cómo ni por qué,” empezó Bruit “pero sé que debes ser el responsable de todo lo
que ha ocurrido.”
Maul decidió escucharle hasta el final.
“Grabaste mis conversaciones. Después las alteraste para engañar a los saboteadores que
habías identificado en la cantina. Probablemente te las arreglaste para hacer que
encontráramos este lugar” Bruit gesticuló en términos generales. “¿Puedo al menos saber el
por qué antes de que me mates?”
“Es algo que ha de ser realizado... para lograr un propósito mayor.”
Bruit ladeó su cabeza, como si no hubiera oído a Maul correctamente.
Maul le miró fijamente. “No necesitas pensar demasiado en ello.”
Elevó su hoja de energía, preparándose para atravesar el pecho de Bruit, después se
contuvo. No lo haría con su espada, de ninguna manera. La desactivó, alzó su mano derecha e
hizo un gesto con sus enguantados dedos. Las manos de Bruit se deslizaron hacia su tráquea y
empezó a jadear tratando de respirar.
Jurnel Arrant estaba en su oficina cuando recibió los detalles de la muerte de Bruit en
Riome. El mensaje provenía de un representante judicial, que había sido avisado en Coruscant
a petición suya.
“Estoy avergonzado de todo este negocio” dijo Arrant en un tono de angustiada confesión.
“Soy culpable de ordenar a Bruit que se hiciera pasar por forastero para hacer el trabajo sucio.
Yo agravé este conflicto.”
El mineral de lommite todavía podía ser extraído, pero LL no disponía de suficientes
fragatas para transportarlo. Reemplazarlas costaría más que el valor actual de la empresa.
Desde que Arrant se había enterado, InterGaláctico se encontraba en la misma situación.
La furia se apoderó de él. “Estoy convencido de que los neimoidianos de la Federación de
Comercio llamaron al clan Toom y les pagaron para que sabotearan nuestras naves, junto a las
de InterGaláctico.”
“Eso será difícil de probar” dijo el juez. “El clan Toom ha sido exterminado eficazmente, y
salvo que puedas presentar algo que demuestre esa teoría, no podemos declarar una buena
razón por la que interrogar a los neimoidianos” cuando se disponía a añadir algo, Arrant le
interrumpió.
“Bruit era un buen hombre. No debería haber muerto por lo que hizo.”
El juez frunció el ceño, luego sacó un dispositivo de audio muy fino del bolsillo de su túnica
y lo colocó sobre el escritorio de Arrant. “Antes de que te hagas papilla, quizá quieras escuchar
esto.”
Arrant cogió el aparato. “¿Qué es?”
“Una grabación localizada en la base del clan Toom, aquí en Dorvalla. Está incompleta,
pero hay suficiente material como para merecer tu atención.”
Arrant activó la función de reproducción.
“Deseo ver tanto a Lommite como a InterGaláctico hundidas,” dijo una voz masculina
“de modo que alguien con una previsión realista pudiera construir una organización
mejor desde la escoria.”
Los ojos de Arrant se abrieron con nervioso asombro. “¡Ese es Bruit!”
“Entiendo,” decía una segunda voz masculina. “quiero algo de la acción.”
Arrant pausó la reproducción. “¿Quién es...”
“Caba´Zan,“ facilitó el juez “el ex-jefe de seguridad de Mineral InterGaláctico.”
Muy a su pesar, Arrant reactivó el dispositivo.
“Necesitamos un equipo que lo logre” dijo Bruit. “Nadie sospechará de nosotros, y Arrant
no necesitará saber nada más que lo necesario.”
“No es tan listo.”
“Los Toom saben lo que significa hacer un trabajo. Vamos a hacer un movimiento contra
todo el mundo en Eriadu...”
Arrant apagó el aparato y le empujó lejos de él. “No sé qué decir.”
El representante judicial asintió, apretando los labios.
Arrant se puso de pie y esperó largo rato mirando fijamente por la ventana. Cuando se dio
la vuelta, su expresión mostraba su desolación. Pulsó una tecla de su intercomunicador y
segundos después su droide de protocolo secretario entró en la oficina.
“¿En qué puedo servirle, señor?”
Arrant elevó la mirada hacia el droide. “Necesito hacer dos holollamadas. La primera será
para el presidente de Mineral InterGaláctico, para discutir las condiciones de una posible fusión.
“¿Y la segunda, señor?”
Arrant tomó un momento para responder. “La segunda llamada será para el Virrey Nute
Gunray para negociar las condiciones que nos concedan derechos exclusivos de la Federación
de Comercio para el transporte y la distribución del lommite de Dorvalla.”
En una húmeda gruta llena de hongos incrustados en las paredes del mundo neimoidiano,
Hath Monchar y el Virrey Nute Gunray recibieron una alarmantemente repentina holovisita de
Darth Sidious. En cuanto alcanzó el holoproyector y surgió la encapuchada silueta que era el
Lord de los Sith, Monchar inclinó su adornada cabeza en un saludo gentil y extendió los
gruesos dedos de sus manos.
“Bienvenido, Lord Sidious” dijo.
Aunque sus ojos permanecían ocultos bajo la capucha de su capa, Sidious parecía estar
mirando fijamente a Gunray a través de Monchar, quien reposaba sobre su mecanosilla, cuyas
patas parecían garras, a unos pocos metros de distancia.
“Virrey” dijo Sidious con su áspera voz “Descarto tu subordinación, así que quizá hablemos
en privado sobre los recientes acontecimientos de Dorvalla.”
Monchar miró con asombro a Sidious, luego se giró hacia Gunray. “Pero, Virrey, yo era el
único que podía contactar con Lommite Sociedad Limitada. Merezco al menos algunos de los
créditos por lo que ha ocurrido.”
“Virrey,” dijo Sidious, un poco más amenazador “te aconsejo que tu sumisión a sus
contribuciones en este asunto fueran inconsecuentes.”
Gunray miró de reojo a Monchar con nerviosismo. “Será mejor que lo dejes.”
“Pero—“
“Ahora— antes de que se enfade.”
El saco de tripas de Monchar hizo un rugido enfermizo cuando abandonó la gruta. Gunray
se deslizó de la mecanosilla y se acercó al holoproyector. Tenía la mandíbula inferior
desencajada y su grueso labio de abajo no estaba acompañado. Una profunda fisura separaba
el bulto de su frente en dos lóbulos laterales. Su piel mostraba un saludable azul grisáceo
gracias a las frecuentes consumiciones de los hongos más selectos. Sus togas rojas y naranjas
de exquisita factura caían de sus estrechos hombros, junto a una sotana marrón que le llegaba
hasta las rodillas.
“Disculpe por la indiscreción de mi ayudante” dijo. “Está muy tenso por culpa de
demasiadas comidas suculentas.”
El rostro de Sidious no reveló nada. “Disculpa aceptada, Virrey.”
“Hath Monchar me respeta tanto como yo le respeto a usted, Lord Sidious: con una mezcla
de pavor y miedo.”
“Necesitas temerme sólo si me fallas, Virrey.”
Gunray parecía tomar el comentario como un aviso. “He estado esperando tu visita, Lord
Sidious. Aunque confieso que no tenía idea de que estuviera enterado de los sucesos de
Dorvalla –mucho menos de que la Federación de Comercio tuviera interés en el planeta.”
“Descubrirás que hay pocos asuntos de los que no estoy informado, Virrey. Es más, no
hemos visto lo último de Dorvalla. Hay algo a lo que necesitamos prestar atención a su debido
tiempo.”
“Pero, Lord Sidious, se ha resuelto el asunto. Lommite Sociedad Limitada y Mineral
InterGaláctico se han fusionado para formar Minería Dorvalla, pero la Federación de Comercio
transportará el mineral, y ahora representaremos a Dorvalla en el Senado Galáctico.”
“Y lo más importante, tienes un lugar seguro en el directorio.”
Gunray inclinó su cabeza. “Eso, también, Lord Sidious.”
“Entonces el escenario está listo para el siguiente acto.”
“¿Puedo preguntar en qué consistirá?”
“Te informaré en el momento adecuado. Hasta entonces, hay otros asuntos que debo
atender, para asegurar la base de poder de la Federación de Comercio y fortalecer tu posición
personal.”
“No merecemos tu atención.”
“Entonces esfuérzate por merecerlo, Virrey, nuestra asociación continuará prosperando.”
Gunray tragó saliva ruidosamente. “Haré algo más, Lord Sidious.”
En su guarida en Coruscant, Darth Sidious desactivó el holoproyector y se giró hasta
encarar a Darth Maul.
“¿Les has notado más leales que antes?”
“Más asustados, Maestro,” dijo Maul sentado en el suelo con las piernas cruzadas “lo que
quizá acabe dando el mismo resultado final.”
Sidious hizo un sonido de afirmación. “Aún no hemos terminado con ellos –no ha llegado el
momento.”
“Empiezo a entender, Maestro.”
La boca de Sidious se aproximó a lo que es una sonrisa de aprobación. “No me
decepcionaste en Dorvalla, Darth Maul.”
“Maestro” dijo Maul, inclinando ligeramente la cabeza.
Sidious le estudió por un instante. “Siento que disfrutaste trabajando por tu
cuenta.”
Maul elevó su rostro. “Mis pensamientos están abiertos a ti, Maestro.”
“Ya lo veo” dijo Sidious lentamente. “Suaviza tu entusiasmo, mi joven aprendiz. Pronto
habrá otra tarea para que te desahogues.”
Maul esperó.
“Familiarízate con las operaciones de la organización criminal conocida como Sol Negro. Y
mientras lo hagas, vuelve a tu entrenamiento de combate. Tu espada de luz puede que te
resulte muy útil para lo siguiente que te exigiré.”
Traducción: Darte Berth
Montaje: KSK, mayo 2005
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