PARA PODER LLEGAR A ENTENDER MUCHAS DE LAS COSAS QUE AHY AQUI, HAY QUE MIRARLAS CON LOS OJOS DEL "CORAZON".

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jueves, junio 16, 2011

Los Jóvenes Jedi ESPADAS DE LUZ







STAR WARS



Los Jóvenes Jedi



ESPADAS DE LUZ

1

La luz del día se fue esparciendo por fin sobre las co­pas de los árboles de Yavin 4, donde Luke Skywalker, Maestro Jedi, estaba escuchando los crujidos y sonidos susurrantes del despertar de la jungla. Los gigantes­cos bloques de piedra del viejo templo que se alzaba ha­cia los cielos habían absorbido el intenso frío de la noche, y empezaban a relucir con el brillo del rocío que los cubría.
A medida que la mañana se iba volviendo más lumi­nosa, Luke deseó que las tinieblas que se agitaban en su interior pudieran disiparse con idéntica facilidad.
Luke, que estaba tieso de frío, ya llevaba un buen rato en la cima del Gran Templo, sentado pacientemente en­tre la oscuridad primigenia y pensando. Había utilizado técnicas de relajación Jedi para poder prescindir del sue­ño. De hecho, estaba tan preocupado por la creciente amenaza imperial que pesaba sobre la Nueva República que ya llevaba bastante tiempo sin descansar como era debido.
Los pájaros de la jungla emitieron sus llamadas y em­prendieron el vuelo para iniciar la búsqueda de su de­sayuno de insectos voladores. Yavin, el colosal gigante gaseoso, flotaba en el cielo y lo iluminaba con la luz que reflejaba, pero los ojos de la mente de Luke fueron más allá de él y contemplaron todos los rincones oscuros y secretos de la galaxia donde podía ocultarse el Segundo Imperio.
Luke acabó poniéndose en pie y se estiró. Ya iba siendo hora de que hiciera sus ejercicios matinales. El esfuerzo quizá le ayudaría a pensar con más claridad, agudizando sus reflejos y haciendo que su corazón latiera con más ímpetu.
Atravesó la cima de la pirámide y fue hacia el final de la explanada formada por aquellos enormes bloques cu­biertos de lianas que constituían los lados del gigantesco templo. Había una larga caída hasta el siguiente nivel, allí donde la pirámide escalonada se iba ensanchando a me­dida que se acercaba a su base. Cada cuadrado de piedra estaba cubierto de surcos y muescas decorativas que habían sido talladas en la piedra miles de años antes du­rante la construcción de la gigantesca estructura, y los repetidos ataques y el paso del tiempo las habían ido di­fuminando poco a poco. La densa jungla se alzaba detrás de la pirámide del templo, embelleciendo las inmensas piedras con gruesas lianas y extendiendo las ramas de los árboles massassi sobre ellas.
Luke se detuvo allí donde terminaba la explanada, respiró hondo y cerró los ojos para enfocar mejor su con­centración. Después saltó al vacío.
Sintió como caía y giraba en el aire, ejecutando un veloz salto mortal de retroceso que dejó su cuerpo en la posición deseada, con los pies hacia abajo, justo a tiempo para ver como las viejas piedras llenas de grietas iban vertiginosamente hacia él. Luke usó la Fuerza para redu­cir la rapidez de su descenso, aunque sólo lo suficiente para evitar que su aterrizaje fuese catastrófico, y rebotó en el suelo saliendo despedido hacia la liana más próxi­ma. Se permitió una breve carcajada de puro júbilo y se agarró a la rugosa planta trepadora de la jungla, alzándo­se hacia la rama cubierta de escamitas de musgo de un árbol massassi. Luke se posó sobre la rama con un solo y fluido movimiento, y corrió a lo largo de ella sin detenerse ni un instante. Después saltó a través de una brecha en el dosel de la jungla y se agarró a una pequeña rama que se extendía sobre su cabeza, izándose por ella para seguir trepando y corriendo.
Luke se desafiaba a sí mismo cada día, y siempre iba encontrando ejercicios más difíciles para seguir mejorando y desarrollando sus capacidades. Un Caballero Jedi no podía permitirse el lujo de dejarse ablandar por la inactividad, ni siquiera en tiempos de paz.
Pero no vivían tiempos tranquilos, y Luke Skywalker tenía muchos desafíos a los que enfrentarse.
Varios años antes un estudiante llamado Brakiss, que en realidad era un espía imperial, se había infiltrado en la Academia Jedi de Luke en un intento de descubrir los secretos de los Jedi y pervertirlos para usos malignos. Pero Luke no se había dejado engañar por su disfraz y había tratado de atraer a Brakiss hacia el lado de la luz, aunque sin éxito. Después de que el estudiante oscuro huyera, Luke no había vuelto a tener noticias de Bra­kiss... hasta hacía muy poco, cuando Jacen, Jaina y Ba­jocca, el joven wookie, habían sido secuestrados. Brakiss había empezado a trabajar en estrecha colaboración con Tamith Kai, una de las malévolas nuevas Hermanas de la Noche, para formar una Academia Oscura que entrenaría Jedi Oscuros a fin de ponerlos al servicio del Imperio.
Luke, que ya estaba empezando a jadear a causa del ejercicio, siguió trepando por entre los árboles y asustó a un nido de estintariles hambrientos. Los roedores se revolvieron contra él y le mostraron sus brillantes dentadu­ras, pero Luke desvió sus instintos de ataque hacia una nueva dirección y los estintariles se olvidaron del objeti­vo que habían tenido intención de atacar y se dispersaron velozmente por entre el follaje y las ramas.
Luke siguió subiendo hasta que llegó a la última capa del dosel selvático. Los rayos del sol cayeron sobre él cuando se abrió paso a través de las ramas y alzó la cabeza por encima de las copas de los árboles. El aire hú­medo de la selva llenó sus pulmones, disipando los abra­sadores aguijonazos del esfuerzo físico con su frescor, y Luke parpadeó bajo la potente claridad de la mañana. El mundo lleno de vida que se extendía a su alrededor le parecía súbitamente repleto de colores después de la pe­numbra filtrada de los niveles inferiores saturados de ve­getación. Luke volvió la mirada hacia la pirámide del Gran Templo que albergaba a sus estudiantes Jedi, y em­pezó a pensar en el nuevo grupo de luchadores que había llevado hasta allí para proteger a la Nueva República y en los estudiantes que se adiestraban en la Academia de la Sombra...
Durante los últimos meses, la Academia de la Som­bra había empezado a reclutar candidatos entre los jóve­nes de las clases más bajas de Coruscant y se había llevado a aquellos —perdidos— para ponerlos al servicio del Segundo Imperio. Entre los que se llevaron estaba Zekk, un adolescente rebelde de cabellos oscuros y ojos verdes que siempre había sobrevivido gracias a su ingenio y era muy amigo de los gemelos, especialmente de Jaina. Para complicar todavía más la situación Qorl, el piloto de cazas TIE que había pasado más de dos décadas escon­diéndose en Yavin 4 después de que la primera Estrella de la Muerte fuese destruida, había dirigido una incur­sión para robar núcleos hiperimpulsores y baterías tur­boláser de una nave de aprovisionamiento de la Nueva República.
Todo eso y algunas cosas más habían hecho que Luke Skywalker llegara a la conclusión de que la Academia de la Sombra se estaba preparando para librar una gran ba­talla contra la Nueva República. Desde la muerte del Emperador Palpatine, habían sido muchos los líderes y señores de la guerra que intentaron volver a avanzar por el camino imperial..., pero Luke ya había percibido a tra­vés de la Fuerza que aquel nuevo líder era algo más terrible que un simple pretendiente más al trono imperial.
Los rayos del sol caían sobre Luke y le calentaban las manos. Insectos de vivos colores revoloteaban a su alrededor, zumbando en el nuevo día. Luke se removió en­tre las ramas de áspera corteza y aspiró una profunda bo­canada de aquel aire fresco y limpio, percibiendo la mezcla de aromas que brotaban de la frondosa jungla que se extendía a su alrededor.
La Academia de la Sombra seguía ocultándose entre las tinieblas de la galaxia, y continuaba adiestrando Jedi Oscuros. Luke no deseaba acelerar más de lo debido el entrenamiento de los que estudiaban los caminos del lado de la luz, pero las circunstancias le obligaban a tratar de obtener poderosos defensores más deprisa de lo que la Academia de la Sombra podía llegar a crear nuevos enemigos. El gran combate se aproximaba, y tenían que estar preparados.
Se agarró a una liana y se dejó caer, y cayó y cayó hasta posarse sobre la gruesa rama de un árbol massassi con una violenta sacudida. Después emprendió el camino de vuelta, volviendo a la Academia Jedi lo más deprisa posible.
El ejercicio había servido para despertarle por com­pleto, y Luke ya estaba preparado para entrar en acción.
Había llegado el momento de celebrar otra reunión de estudiantes en la Academia Jedi..., y Jacen Solo sabía que eso significaba que su tío Luke tenía algo importante que decir.
La vida en la Academia Jedi no consistía en una serie constante de conferencias y clases como la que había ex­perimentado durante sus sesiones de estudio en Corus­cant. La Academia Jedi había sido concebida con el ob­jetivo básico de permitir el estudio independiente en un lugar donde los individuos sensibles a la Fuerza pudieran profundizar en sus mentes, poner a prueba sus capacida­des y trabajar siguiendo su propio ritmo.
Cada aspirante a Caballero Jedi poseía una gama de habilidades distinta. Jacen tenía el don de comprender a los animales, y podía hacer que vinieran a él y saber qué pensaban y sentían. Su hermana Jaina, por su parte, era un verdadero genio de la mecánica y los circuitos electró­nicos, y poseía una gran intuición en todo lo concerniente a la ingeniería.
Bajocca, su amigo wookie, tenía un extraño vínculo con los ordenadores que le permitía descifrar y progra­mar complejos circuitos electrónicos. Tenel Ka, su atléti­ca amiga, poseía una gran fortaleza física y se había adiestrado a sí misma, pero normalmente evitaba confiar en la Fuerza como solución más fácil a un problema. En principio Tenel Ka siempre prefería depender de su inge­nio y de sus músculos antes que de la Fuerza.
Las mascotas exóticas de Jacen se agitaban dentro de las jaulas que había colocado a lo largo del muro de pie­dra de su habitación. El muchacho les dio de comer a toda prisa y después deslizó los dedos a través de sus revueltos mechones castaños, para eliminar cualquier troci­to de musgo o de comida que pudiera haber recogido de las jaulas. Luego metió la cabeza por el hueco de la puer­ta de la habitación de Jaina, su hermana gemela, querien­do averiguar si ella también estaba preparada para la gran reunión. Jaina acabó de peinar a toda prisa su lacia cabellera castaña y después se lavó la cara hasta conse­guir que su piel adquiriese un aspecto de rosada limpieza.
¿Tienes alguna idea de sobre qué va a hablar el tío Luke? —preguntó Jaina mientras las gotitas de agua caían de su mentón y su nariz.
Esperaba que tú lo sabrías —respondió Jacen.
Raynar, otro de los jóvenes estudiantes Jedi, salió de su habitación envuelto en una abigarrada túnica de mu­chos colores que ofrecía un llamativo despliegue de intensos tonos azules, rojos y amarillos primarios. Raynar deslizó las manos por encima de su túnica y dejó escapar un suspiro de abatimiento antes de apresurarse a desapa­recer dentro de su habitación, pareciendo terriblemente consternado.
Apuesto a que la reunión tiene algo que ver con ese viaje a Coruscant del que acaba de volver el tío Luke —dijo Jaina.
Jacen se acordó de que recientemente su tío había pi­lotado la Cazadora de Sombras —una esbelta nave que habían robado a la Academia de la Sombra durante su peligrosa huida— en un rápido viaje a Coruscant para poder discutir la amenaza del Segundo Imperio con la jefe de Estado Leia Organa Solo, hermana de Luke y ma­dre de los gemelos.
Sólo hay una manera de averiguarlo —dijo—. Casi todos los otros estudiantes ya deben de estar en la gran sala de audiencias.
Bueno, ¿y a qué estamos esperando entonces? —exclamó Jaina, y echó a correr por el pasillo con su her­mano pisándole los talones.
Raynar volvió a salir de su habitación detrás de ellos, pareciendo mucho más satisfecho después de haber logrado encontrar una túnica que —suponiendo que eso fuese posible— era todavía más deslumbrantemente abi­garrada que la primera, hasta el extremo de que podía provocar dolores de cabeza de pura tensión visual en cualquier persona que la contemplara durante demasia­do tiempo. Raynar se ciñó la túnica alrededor de la cintu­ra con un fajín adornado por un dibujo de motivos verdes y anaranjados, y se apresuró a seguir a Jacen y Jaina.
Cuando salieron del turboascensor y entraron en la gran sala de las audiencias, los gemelos contemplaron la agitación de la multitud de estudiantes humanos y aliení­genas: algunos tenían dos brazos y dos piernas, y otros muchas veces ese número de miembros. Algunos tenían pelaje y otros plumas, escamas o piel húmeda y resba­ladiza..., pero todos poseían el misterioso talento que les permitía emplear la Fuerza, y el potencial —si se adies­traban y estudiaban diligentemente— necesario para lle­gar a convertirse en miembros de una nueva orden de Caballeros Jedi que iba haciéndose más fuerte a cada año que pasaba.
Un instante después oyeron un potente bramido wookie por encima del ruido de fondo de las distintas conversaciones, y Jacen señaló con un dedo.
¡Ahí está Bajocca! Ya se ha sentado al lado de Tenel Ka.
Fueron a toda prisa por el pasillo central, pasando junto a otros estudiantes y deslizándose por entre hileras de bancos de piedra hasta llegar al sitio en el que estaban sus dos amigos. Jaina se detuvo y esperó mientras su her­mano se instalaba al lado de Tenel Ka, tal como hacía siempre.
Jacen se preguntó si su hermana se habría dado cuen­ta de lo mucho que le gustaba estar con Tenel Ka, y de que siempre buscaba un sitio que le permitiera sentarse al lado de la joven guerrera. Un instante después com­prendió que a Jaina jamás se le pasarían por alto ese tipo de cosas..., pero en realidad a Jacen le daba igual.
A Tenel Ka no parecía molestarle que Jacen intenta­ra pasar la mayor parte de su tiempo junto a ella. Los dos jóvenes formaban una pareja bastante extraña. Los la­bios de Jacen siempre estaban curvados en una sonrisa maliciosa, y le encantaba bromear y hacer el payaso. Desde que se conocieron, una de sus grandes metas en la vida había sido conseguir que Tenel Ka se riera de alguno de sus pésimos chistes. Pero a pesar de todos sus esfuer­zos, la robusta joven de cabellos doradorrojizos seguía seria, casi sombría, aunque Jacen sabía que era inteligen­te, profundamente leal y velocísima a la hora de entrar en acción.
Saludos, Jacen —dijo Tenel Ka.
¿Qué tal va todo, Tenel Ka? Eh, tengo un chiste nuevo para ti.
Bajocca soltó un gemido y Jacen se volvió hacia él, visiblemente dolido.
No hay tiempo —dijo Tenel Ka, y señaló con un dedo la plataforma de los oradores—. El Maestro Sky­walker está a punto de dirigirnos la palabra.
Y así era, pues Luke acababa de aparecer en el estra­do y permanecía inmóvil delante de ellos, envuelto en su túnica Jedi. El Maestro Jedi, cuyo rostro estaba muy se­rio, juntó las manos delante de él y el silencio se extendió rápidamente por entre la audiencia.
Una gran oscuridad está a punto de caer sobre no­sotros —dijo el Maestro Skywalker. El silencio se volvió todavía más profundo. Jacen se irguió y miró a su alrede­dor, sintiéndose bastante alarmado—. El Imperio no sólo sigue tratando de recuperar el control de la galaxia, sino que esta vez ha empezado a utilizar la Fuerza de una ma­nera que carece de precedentes. Con su Academia de la Sombra, los líderes del Segundo Imperio están creando su propio ejército de guerreros capaces de utilizar la Fuerza para servir al lado oscuro. Y nosotros, amigos míos, somos los únicos que podemos enfrentarnos a él.
Luke hizo una pausa para permitir que sus estudiantes fueran comprendiendo y asimilando lo que acababa de decir. Jacen tragó saliva.
El Emperador ya lleva diecinueve años muerto —siguió diciendo Luke—, pero la Nueva República aún no ha conseguido crear una alianza que abarque a todos los mundos de la galaxia. Palpatine no necesitó tanto tiempo para cerrar su puño de hierro alrededor de los sistemas estelares..., pero la Nueva República es un go­bierno muy distinto al Imperio. No estamos dispuestos a usar las tácticas del Emperador. La jefe de Estado no en­viará flotas armadas para que impongan la sumisión a los planetas o para que ejecuten a los disidentes. Pero, por desgracia, el usar métodos democráticos hace que seamos más vulnerables a una amenaza como la que repre­senta el Imperio.
Jacen sintió un cálido estremecimiento de orgullo ante la mención de su madre y lo que estaba haciendo con la Nueva República.
En días muy lejanos —dijo Luke, yendo de un lado a otro del estrado de tal manera que parecía estar diri­giéndose a cada estudiante por separado—, un Maestro Jedi dedicaba años a buscar un solo estudiante al que en­señar y guiar a lo largo del camino de los Jedi. —La voz de Luke se volvió más seria y solemne—. Pero ahora nos enfrentamos a una necesidad tan grande que no podemos permitirnos ese tipo de cautela. El Imperio casi consiguió aniquilar a los Caballeros Jedi de la antigüedad, y no po­demos tener tanta paciencia. En vez de eso, voy a pediros que aprendáis un poco más deprisa y que lleguéis a ser fuertes un poco antes de lo previsto. Debo acelerar vues­tro adiestramiento, porque la Nueva República necesita más Caballeros Jedi.
Raynar habló desde una de las primeras filas, el sitio en el que se sentaba siempre. Jacen tuvo que parpadear para eliminar las manchitas de colores de su campo visual cuando el muchacho de cabellos rubios color arena alzó la mano.
¡Estamos preparados, Maestro Skywalker! Todos estamos dispuestos a luchar por usted.
Luke miró fijamente al joven que le había interrum­pido.
No te estoy pidiendo que luches por mí, Raynar —dijo con voz firme y tranquila—. Necesito tu ayuda para luchar por la Nueva República y contra todo ese mal que creíamos haber dejado muy atrás. No te pido que luches por ninguna otra persona.
Los estudiantes se removieron nerviosamente. Sus mentes vibraban con una decisión que no sabían cómo o hacia dónde dirigir.
El Maestro Skywalker siguió yendo y viniendo por el estrado.
Cada uno de vosotros debe trabajar de manera individual para seguir desarrollando sus capacidades —dijo—. Yo os ayudaré en todo cuanto pueda. Quiero iros viendo en pequeños grupos para planear nuestra es­trategia y discutir las formas en que podéis ayudaros mu­tuamente. Debemos ser fuertes, porque creo con todo mi corazón que nos aguardan tiempos muy oscuros.


Jacen se acuclilló en un rincón oscuro del hangar re­pleto de ecos que se extendía por debajo del templo y envió sus pensamientos a una grieta entre los bloques, dentro de la que había percibido la presencia de un raro ejemplar de lagarto aguijoneador color verde y rojo. El joven dirigió un zarcillo de pensamientos hacia la criatu­ra, mandándole promesas imaginarias de alimento y des­vaneciendo todas las preocupaciones reptilianas sobre un posible peligro. Jacen ardía en deseos de añadir el lagarto a su colección de mascotas exóticas.
Bajocca y Jaina estaban muy ocupados con el saltacielos T-23 de Bajocca, la pequeña nave que su tío Chew­bacca le había regalado cuando trajo al joven wookie a la Academia Jedi. Jacen sabía que su hermana estaba un poco celosa de Bajocca porque el flaco y desgarbado wookie tenía su propia máquina voladora. De hecho, ésa había sido una de las razones por las que Jaina había de­seado tanto reparar el caza TIE estrellado que descubrie­ron en la jungla.
Tenel Ka estaba inmóvil delante de la puerta horizon­tal del hangar, que se encontraba subida. La joven gue­rrera sostenía en sus manos una lanza de madera de pun­ta bifurcada que usaba para hacer prácticas de puntería, y la lanzaba con excepcional habilidad hacia una diminuta marca en la pista de descenso. Tenel Ka era capaz de acertar el blanco con ambas manos. Contemplaba su ob­jetivo con sus gélidos ojos color gris granito, se concen­traba en él y después dejaba que el palo aguzado volara hendiendo el aire.
Tenel Ka podría haber empujado la lanza con la Fuer­za y guiarla hasta el sitio al que deseara que fuese, pero Jacen sabía por su larga experiencia que si se atrevía a ha­cerle esa sugerencia, probablemente conseguiría acabar tumbado en el suelo e inmovilizado bajo una presa que no podría romper. Tenel Ka había adquirido sus capacidades físicas a través del ejercicio intenso y continuado, y no le gustaba nada utilizar la Fuerza de una manera que consi­derase equivaliera a hacer trampas. Tenel Ka estaba muy orgullosa de sus habilidades como guerrera.
El turboascensor emitió un zumbido en la parte de atrás del hangar. El Maestro Luke Skywalker salió de la cabina y miró a su alrededor. Jacen olvidó sus planes para el lagarto aguijoneador y se incorporó. Sus rodillas crujieron y sintió un pinchazo de dolor en los tobillos; eso hizo que comprendiera cuánto tiempo había pasado inmóvil en aquella posición.
Hola, tío Luke —dijo.
Tenel Ka arrojó su lanza una última vez, y después la recuperó y se volvió hacia Luke. La joven guerrera y el Maestro Jedi habían compartido un vínculo especial desde que los dos estuvieron buscando a Bajocca y los geme­los secuestrados hasta que consiguieron dar con ellos y rescatarlos de la Academia de la Sombra..., aunque Jacen era consciente de que Tenel Ka y su tío Luke también compartían otros secretos.
Saludos, Maestro Skywalker —dijo Tenel Ka.
La estridente vocecilla metálica de Teemedós, el an­droide traductor miniaturizado que colgaba del cinturón de Bajocca, también resonó en el hangar.
Tenemos un invitado, amo Bajocca —dijo Teeme­dós—. Si ha terminado de perder el tiempo con esos controles, creo que el Maestro Skywalker desea conversar con usted.
Bajie soltó un gruñido y alzó su peluda cabeza; y des­pués se rascó la llamativa franja de pelaje negro que em­pezaba encima de una de sus cejas y se curvaba para ba­jar por su espalda.
Jaina se incorporó junto a él.
¿Qué pasa? Oh... Hola, tío Luke.
Me alegra que estéis todos aquí —dijo Luke—. Quería hablar de vuestro adiestramiento. Vosotros cua­tro habéis estado mucho más cerca del Segundo Imperio que ninguno de mis otros estudiantes, por lo que cono­céis el peligro mejor que ellos. También poseéis un ex­traordinario potencial Jedi, y creo que quizá estéis prepa­rados para enfrentaros a un desafío más grande que el que espera a los demás.
¿Como cuál? —se apresuró a preguntar Jacen.
Como el de dar el próximo paso hacia la meta de convertiros en Caballeros Jedi —respondió Luke.
Jacen, muy confuso, intentó entender a qué se refería su tío..., pero Jaina ya lo sabía.
Quieres que construyamos nuestras propias espadas de luz, ¿verdad? —preguntó Jaina.
Sí —dijo Luke, y asintió—. Normalmente no haría esta sugerencia tan pronto, y especialmente no a unos es­tudiantes tan jóvenes. Pero creo que nos aguarda una ba­talla tan difícil que quiero que estéis preparados para usar todas las armas que podáis tener a vuestra dispo­sición.
Jacen se sintió invadido por una incontenible olea­da de deleite, a la que siguió una repentina inquietud. No hacía mucho tiempo había deseado desesperadamente tener su propia espada de luz, pero se había visto obligado a practicar con una en la Academia de la Sombra..., y él y su hermana habían estado a punto de matarse el uno al otro durante un ejercicio que no era lo que aparentaba.
Pero... Tío Luke, creía que habías dicho que eso era algo demasiado peligroso para nosotros.
Luke asintió con expresión sombría.
Es peligroso. Me parece recordar que tenías tantas ganas de poseer tu propia espada de luz que en una oca­sión te sorprendí jugando con mi arma..., pero también pienso que desde entonces has aprendido una lección muy importante sobre el tomarse en serio las espadas de luz.
Sí —dijo Jacen, que estaba totalmente de acuerdo con su tío—. Creo que nunca volveré a pensar en una espada de luz como un juguete.
Luke le sonrió.
Excelente. Es un buen comienzo —dijo—. Esas ar­mas no han sido hechas para jugar. Una espada de luz es un instrumento peligroso y de gran capacidad destructo­ra. Estamos hablando de una hoja muy poderosa que puede abatir a un oponente..., o a un amigo, si no tenéis cuidado.
Tendremos mucho cuidado, tío Luke —le aseguró Jaina, y asintió enérgicamente con la cabeza.
Luke seguía sin parecer muy convencido.
Esto no es una recompensa —les explicó—. Es una obligación, y supondrá una nueva serie de lecciones muy difíciles para vosotros. El trabajo que supone construir vuestra espada de luz tal vez os enseñará a respetar su valor como herramienta a medida que vais aprendiendo cómo los Jedi crearon sus armas personales, cada una de las cuales poseía características especiales.
Siempre he querido saber cómo funciona una espada de luz. ¿Puedo desmontar la tuya, tío Luke? —pre­guntó Jaina, lanzándole una mirada suplicante con sus ojos castaños.
Luke permitió que una sonrisa cruzara velozmente por su cara.
Me parece que no, Jaina..., pero pronto sabrás todo lo que hay que saber sobre las espadas de luz. —Contem­pló a los cuatro jóvenes Caballeros Jedi—. Quiero que empecéis inmediatamente.
2

Jaina sólo estaba prestando atención a las palabras de su tío Luke con una parte de su mente, y el resto de su concentración ya se había vuelto hacia el problema de los preciados componentes que necesitaría para construir su espada de luz y se preguntaba de dónde los sacaría.
La joven y su hermano gemelo, junto con Tenel Ka y Bajie, estaban en uno de los solarios de los niveles su­periores del Gran Templo, una espaciosa sala construida con losas de mármol pulimentado en las que había in­crustadas piedras semipreciosas. Los rayos de luz entra­ban por los angostos ventanales que los trabajadores de las antiguas tribus massassi habían cincelado en los blo­ques de piedra.
Luke Skywalker estaba sentado en el alféizar de una ventana en una actitud relajada y abiertamente juvenil que no resultaba nada habitual en él. Le encantaba poder estar con un pequeño grupo de estudiantes —especialmente si se trataba de sus sobrinos y sus amigos— y tener la ocasión de hablar de cosas que encontraba de gran in­terés.
Quizá hayáis oído hablar de que durante las Gue­rras Clónicas los Maestros Jedi eran capaces de construir espadas de luz en un par de días utilizando cualquier ma­teria prima que tuvieran a mano —empezó diciendo—. Pero no penséis que vuestra arma es un proyecto rápido y sencillo que se puede llevar a cabo de cualquier manera. Lo ideal es que un Jedi dedique muchos meses a cons­truir una única arma perfecta que después conservará y utilizará durante toda su vida. En cuanto la hayáis cons­truido, la espada de luz se convertirá en vuestra constante compañera y herramienta, y en un excelente medio de defensa.
Luke se levantó del alféizar de la ventana.
Los componentes son bastante sencillos —prosi­guió—. Cada espada de luz cuenta con una fuente de energía estándar del mismo tipo utilizado en los desintegradores de mano, e incluso en los iluminadores. Pero duran mucho tiempo, porque un Jedi sólo debería usar su espada de luz en raras ocasiones.
Tengo algunas fuentes de energía de ese tipo en mi habitación —dijo Jaina—. Repuestos y piezas sueltas, ya sabes...
Otra pieza crucial es el cristal de enfoque —dijo Luke, continuando con su explicación—. Las gemas más raras y más buscadas son los cristales kaiburr, que cues­tan mucho de encontrar. Pero aunque las espadas de luz son armas muy poderosas, su diseño es tan flexible que se puede usar prácticamente cualquier clase de cristal. Y como da la casualidad de que no dispongo de ninguna reserva de cristales kaiburr —Luke sonrió—, os tendréis que conformar con algún otro cristal, a vuestra elección.
Les mostró la empuñadura de su espada de luz, des­lizando la palma de la mano sobre la lisa y suave superfi­cie y activando el arma con una repentina mezcla de siseo y chasquido. La claridad que despedía la reluciente hoja verde amarillenta era tan intensa que se impuso incluso a los brillantes rayos del sol que entraban en la sala.
Ésta no es mi primera espada de luz. —Luke la mo­vió de un lado a otro, desplazándola a través del aire de tal manera que su zumbido fue cambiando de frecuen­cia—. Fijaos en el color de la hoja. Perdí mi primera espada de luz hace años... Era la espada de luz de mi padre.
Luke tragó saliva y pareció luchar con algún oscuro recuerdo de su pasado. Jaina conocía la historia de cómo Luke había perdido su primera espada de luz durante un duelo con Darth Vader en la Ciudad de las Nubes. En ese terrible combate Luke Skywalker no sólo había perdido su espada de luz, sino también su mano.
La hoja de mi primera arma era de un color azul claro. Los colores varían según las frecuencias de los cristales utilizados. La espada de luz de Darth Vader... —Lu­ke hizo una profunda inspiración de aire—. La hoja de la espada de luz de mi padre era de un carmesí oscuro.
Jaina asintió solemnemente. Se acordaba de cómo había luchado con la imagen holográfica de Darth Vader en la Academia de la Sombra..., aunque en realidad la imagen era su propio hermano bajo un disfraz. Las expe­riencias con la espada de luz que había vivido en la es­tación imperial no tuvieron nada de agradables, y sus sentimientos hacia las hojas de energía se habían ido volviendo todavía más confusos desde entonces. Brakiss y el Segundo Imperio también se habían llevado a su amigo Zekk, y Jaina sabía que tendría que luchar para conse­guir que Zekk volviera con ellos.
Luke siguió hablando.
Una de mis estudiantes, Cilghal, una calamariana como el almirante Ackbar, construyó su espada de luz de tal manera que tuviese suaves curvas y protuberancias, como si la empuñadura hubiese brotado de un coral metálico. Para la fuente de energía utilizó un rarísimo ejemplar de ultra-perla, uno de los tesoros que se pueden encontrar en el fondo de los mares de su planeta acuático.
Mi primer verdadero fracaso como profesor llegó con otro estudiante llamado Gantoris. Ese joven construyó su espada de luz en sólo unos cuantos días de frenético trabajo, siguiendo las instrucciones que le daba el espíritu maléfico de Exar Kun. Gantoris creyó estar preparado, y mi error consistió en no darme cuenta de lo que hacía.
Vosotros, mis jóvenes Caballeros Jedi, debéis ser distintos. No puedo seguir esperando más tiempo antes de adiestraros. Debéis aprender a construir vuestras es­padas de luz y a utilizarlas de la manera correcta. La ga­laxia ha cambiado, y debéis enfrentaros al desafío. Si no quiere ser destruido, un verdadero Jedi se ve obligado a adaptarse.
¿Dónde encontraremos esos cristales para cons­truir las armas, Maestro Skywalker? —preguntó Tenel Ka—. ¿Están esparcidos por el suelo?
Luke sonrió.
Quizá. También es posible que puedan ser obteni­dos del equipo que quedó abandonado aquí cuando este lugar era una base rebelde..., o quizá ya tengáis recursos de cuya existencia todavía no sois conscientes.
Luke volvió los ojos hacia Jacen durante una fracción de segundo, pero Jaina no consiguió descifrar el significado de esa mirada.
Me gustaría que empezarais a trabajar inmediatamente en vuestras espadas de luz. —Luke desconectó su palpitante arma y bajó la mirada hacia su empuñadura—. Pero espero que sólo necesitéis usarlas en raras ocasio­nes..., y ojalá no tengáis que utilizarlas nunca.


Unos cuantos días después, Jaina estaba encorvada sobre su mesa de trabajo en su habitación. Había conec­tado varios paneles iluminadores extra a fin de que le proporcionaran claridad suficiente para poder seguir tra­bajando durante la noche. Docenas de herramientas y piezas varias estaban colocadas sobre la mesa, dispuestas en un orden muy meticuloso de tal manera que Jaina sa­bía dónde podía encontrar cada componente, cable y cir­cuito.
Después de que Jaina hubiera entregado una fuente de energía adecuada para construir sus espadas de luz a cada uno de sus amigos, los jóvenes Caballeros Jedi se habían separado para iniciar la búsqueda de los preciados cristales y demás componentes que harían funcionar sus nuevas armas. Pero Jaina quería que su espada de luz fuera particularmente suya, y deseaba convertirla en una extensión simbólica de todo lo que hacía que su persona­lidad fuese única y propia. La crearía partiendo de cero de una manera que los demás nunca intentarían utilizar. Jaina sonrió ante su ingenio.
Una humareda negra brotó del horno portátil que ha­bía instalado en su habitación, y Jaina parpadeó para expulsar los vapores químicos de sus ojos mientras se inclinaba sobre él. Fue añadiendo cuidadosamente la si­guiente dosis de elementos pulverizados para crear la mezcla sugerida por su cuaderno de datos. Después recu­rrió a sus poderes de la Fuerza y amplificó su capacidad visual para poder observar la interacción de las sustan­cias químicas y ver cómo se iban uniendo hasta formar una estructura sólida y organizada.
Los cristales, cuya pureza había sido calculada con gran precisión, empezaron a crecer...
Jaina ajustó la temperatura y mantuvo la mirada fija en el horno, a pesar de que el proceso del crecimiento cristalino requería horas. La joven concentró su mente en la labor de dar forma a las facetas a medida que iban emergiendo de la mezcla fundida dentro del horno, y fue haciendo que los planos se inclinaran en los ángulos ade­cuados. Los cristales siguieron creciendo, engullendo materia prima y almacenando la energía extra que el hor­no iba introduciendo en la mezcla.
Finalmente, cuando ya había amanecido y Jaina tenía los ojos inyectados en sangre e irritados por la falta de sueño, pudo desconectar el sistema. Después dejó que el horno se fuera enfriando hasta que pudo meter la mano en él y sacar sus hermosos cristales resplandecientes.
Tenían un hermoso azul purpúreo iluminado por un hervor de energía interna. Jaina había ido dirigiendo el proceso con sus habilidades mentales y, tal como espera­ba, los cristales habían quedado perfectamente formados. Los sostuvo en la palma de su mano y sonrió. Ya podía pasar a la siguiente fase.


La punta de la lengua de Jacen sobresalía entre sus labios mientras el muchacho, en un alarde de concentra­ción nada habitual en él, dirigía toda su atención hacia la tarea mecánica que estaba llevando a cabo. Jacen ya ha­bía necesitado toda una semana para llegar hasta ese punto.
Quería terminar el proyecto a toda prisa, colocando los componentes en sus sitios para conectar la fuente de energía y activar su espada de luz —una espada de luz que sería única y exclusivamente suya—, pero se había tomado muy en serio las palabras del tío Luke. Se trataba de un arma que utilizaría durante el resto de su vida, el arma de un Jedi... Unas cuantas semanas no parecían tan­to tiempo para invertirlo en su creación.
Por mucho que el obrar de aquella manera fuese con­tra su naturaleza, Jacen se obligó a ser meticuloso y pa­ciente, sabiendo que debía asegurarse de que todo enca­jaba a la perfección dentro de la rígida configuración necesaria.
Disponía de la fuente de energía que le había dado Jaina, y encontrar los trozos de metal de la forma y el tamaño adecuados para formar la carcasa no resultó difícil. Jacen empleó las herramientas de Jaina para cortarlos hasta obtener configuraciones que pudieran ser unidas, y luego fue limando las asperezas de los bor­des. Después de unos cuantos días dedicados a ese tra­bajo, instaló la fuente de energía y conectó todos los cables para terminar añadiendo los botones de control.
Jaina podría haber montado la empuñadura en unos cuantos minutos, pero Jacen necesitó días para reunir to­das las partes. Su cacería de piezas ya había terminado, pero aun así la labor de montaje pareció durar toda una eternidad.
Jacen habría preferido estar en la selva buscando más especímenes que añadir a su pequeño zoológico..., o, y eso habría sido todavía mejor, estar jugando con los que saltaban alegremente dentro de las jaulas, a menudo separados por escasos centímetros de otras criaturas a las que les habría encantado convertirlos en su de­sayuno.
Oyó como la serpiente de cristal se removía dentro de su jaula reparada, y un instante después uno de los pája­ros-reptiles empezó a emitir agudos trinos, pero Jacen se concentró en el proyecto con un terrible esfuerzo de vo­luntad. La espada de luz estaba casi terminada. ¡Ya casi estaba terminada! Sería el primero en completar su ar­ma, y el Maestro Luke se sentiría muy orgulloso de él.
La empuñadura ya estaba montada, y Jacen la fue envolviendo en abrazaderas de una textura especial que la mantendrían unida y le permitirían empuñar la hoja de energía con la grácil fluidez de un auténtico espadachín Jedi. Jacen ya estaba preparado para instalar el potente cristal.
Fue hasta el compartimento personal dentro del que guardaba sus posesiones más valiosas y sacó de él un pe­queño objeto reluciente: una gema corusca. Jacen la ha­bía recogido del espacio durante una demostración de los sistemas de minería en la Estación Buscadora de Gemas, y después la había utilizado para escapar de su confinamiento en la Academia de la Sombra. Le había ofrecido la joya a su madre como regalo especial, pero Leia había persuadido a Jacen de que se la quedara y encontrase un uso especial para ella.
¿Y qué podía ser más especial que usarla en su propia espada de luz?


Bajocca estaba rebuscando entre el desorden de la antigua sala de control rebelde un recuerdo de los tiem­pos en que el Gran Templo había sido usado como base en la lucha contra el Imperio. Los soldados habían dejado casi todo su equipo allí cuando tuvieron que huir de la pequeña jungla selvática. Durante los años transcurridos desde entonces la mayor parte de la maquinaria y los or­denadores habían sido desmontados poco a poco para utilizar sus componentes con vistas a otros propósitos, ya que la Academia Jedi de Luke Skywalker procuraba confiar lo menos posible en la tecnología y los artefactos. Jai­na ya había recorrido aquellas salas en busca de piezas útiles, pero Bajie sabía que todavía quedaba mucho equi­po utilizable que examinar.
El joven wookie fue metiendo su hocico en los rinco­nes llenos de sombras, resoplando y hablando consigo mismo en gruñidos meditabundos. Levantó paneles me­tálicos para echar un vistazo a lo que ocultaban, hurgó entre los cableados y tableros de circuitos, y desmontó los monitores visuales.
Soy sencillamente incapaz de imaginarme para qué cree que sirve lo que está haciendo, amo Bajocca —dijo Teemedós desde su cinturón—. Lleva horas husmeando por esta sala, y no ha encontrado nada.
Bajie dejó escapar un seco gruñido.
¡Oh, realmente esto ya es demasiado! No, no creo que pueda localizarlos mediante su nariz. ¡Qué idea tan absurda! ¿Cómo puede esperar hacerme creer que es po­sible encontrar un cristal con el olfato?
Teemedós parecía estar cada vez más irascible, y Bajie se preguntó si las pilas del pequeño androide traduc­tor estarían agotando su carga.
Y de todas maneras, dudo mucho que pueda encontrar ninguna clase de cristal aquí —siguió diciendo Teemedós—. Estoy seguro de que toda la sala de control fue concienzudamente registrada hace años.
Bajocca ladró un breve comentario mientras seguía con su búsqueda.
Todo lo contrario —dijo Teemedós—. No es que sea pesimista, sino que me limito a ser realista. No sé qué razón puede tener el Maestro Skywalker para esperar que todo el mundo encuentre cristales adecuados aquí o allá. ¿Qué pasaría si uno de ustedes construyera una es­pada de luz de calidad inferior a la de los demás? ¿De qué serviría eso? Me atrevo a decir que es una posibili­dad. Realmente, creo que debería dejar de buscar...
Bajie lanzó un repentino alarido de triunfo. El joven wookie metió las manos en el amasijo de circuitos y piezas de un pequeño sistema proyector de alta resolución y extrajo dos componentes que brillaban: Bajie había en­contrado una lente de enfoque plana y una joya intensifi­cadora de forma esférica. Los dos componentes habían sido utilizados para producir las imágenes de la pantalla de alta resolución, y Bajie sabía de una manera instintiva que podían ser aplicados al mismo propósito general dentro de su espada de luz.
Bajie sostuvo la lente y la joya delante de los sensores ópticos de Teemedós, sujetando los dos componentes en­tre sus largos dedos peludos mientras los contemplaba con gran deleite. El joven wookie dejó escapar un gruñi­do de placer que también contenía una sombra casi im­perceptible de sarcástica satisfacción.
Bueno, claro está que podría equivocarme —dijo Teemedós con un cierto grado de petulancia.
3


El alba encontró a Tenel Ka en la cima de la Gran Pirámide, donde estaba preparándose para iniciar su nueva rutina de ejercicio. Después de haber recogido su ondulada cabellera castañorrojiza en unas cuantas trenzas lo más sencillas posible, Tenel Ka fue distendiendo cada músculo con lenta y deliberada eficiencia. Su malla hecha con pieles de lagarto era todavía más sucinta que su coraza habitual, a fin de que no restringiera sus movi­mientos. Las relucientes escamas azuladas ondulaban con cada flexión de sus músculos.
Descalza sobre las viejas piedras, marcadas por las inclemencias del tiempo, con las que había sido construido el templo, Tenel Ka alzó las manos hacia el cielo y fue estirando primero un brazo y luego el otro. Podía sentir cómo su cuerpo empezaba a estar preparado para entrar en acción mientras la jungla que se extendía a su alrede­dor florecía con los olores y sonidos del día que iba amaneciendo poco a poco. Una suave brisa agitó las hojas y Tenel Ka hizo profundas inspiraciones de aire, permi­tiendo que su mente se concentrara en lo que tenía que hacer. Convertiría su nueva rutina de ejercicios en una actividad tan rigurosa como las tablas calisténicas que el Maestro Skywalker ejecutaba cada mañana.
Tenel Ka había quedado un poco sorprendida ante su primera reacción a la instrucción de que construyeran sus espadas de luz impartida por el Maestro Jedi. A pesar del intenso orgullo que sentía al saber que pronto empezaría a ser adiestrada para las auténticas batallas, Tenel Ka no había acogido con mucho agrado la implicación de que, en cierta forma, sería juzgada sobre la base del arma con la que combatiría.
Un rato antes Tenel Ka había escalado el Gran Templo usando únicamente su gancho, su fibrocable y sus músculos. La joven se preguntó si el guerrero que empu­ñaba el arma no era mucho más importante que el arma misma. Tenel Ka era capaz de derrotar a cualquier enemigo incluso si el arma que sostenía era un simple palo en vez de una deslumbrante espada de luz.
Cuando se sintió finalmente en forma, Tenel Ka alzó la vara de madera de un metro de longitud que había llevado hasta la cima del templo. Después pasó media hora practi­cando el lanzamiento de la vara al aire para cogerla al vue­lo cuando caía, alternando su mano izquierda con la dere­cha y haciéndolo primero con los ojos abiertos y luego con los ojos cerrados. Después cambió el ejercicio, y estuvo haciendo girar la vara de madera sobre su cabeza para sal­tar por encima de ella cuando pasaba bajo sus pies.
La transpiración empezó a brillar sobre el cuello y la frente de Tenel Ka, y cuando pasó al siguiente desafío las gotitas de sudor ya se deslizaban a lo largo de su columna vertebral. Finalmente, en cuanto hubo quedado conven­cida de que sus reflejos estaban tan impecablemente afi­nados como deseaba, agarró un extremo de la vara con las dos manos como si fuese una espada de luz y empezó a hacer ejercicios de esgrima.
Después de una hora de aquellos ejercicios, Tenel Ka estuvo preparada para una actividad física todavía más agotadora. La joven guerrera respiró hondo y bajó co­rriendo por la empinada escalinata exterior de la pirámi­de hasta llegar al nivel del suelo, y una vez allí empezó su cotidiana carrera de diez kilómetros.
La brisa era como una caricia fresca sobre su rostro mientras corría. Tenel Ka bajó la vista y examinó sus esbeltos y musculosos brazos y sus largas y resistentes piernas, disfrutando al máximo la sensación de control abso­luto y movimiento libre de toda restricción. Empezó a correr más deprisa, y se sintió muy complacida al com­probar que sus músculos eran sobradamente capaces de responder a las exigencias que les presentaba.
Sí —decidió Tenel Ka—. Lo que importa es el gue­rrero, no el arma—


Después de su quinto día de ejercicios intensivos para dejar sus capacidades tan implacablemente aguzadas como el filo de una navaja, Tenel Ka pensó que ya estaba preparada para empezar a construir la empuñadura de su espada de luz personal. Con la piel todavía reluciendo a causa de la transpiración acumulada durante sus ejerci­cios matinales, Tenel Ka decidió nadar un rato en las cáli­das aguas del río de la jungla mientras reflexionaba sobre su próxima tarea.
Mientras se quitaba la malla que usaba para ejercitarse y se sumergía con grácil confianza en la veloz corrien­te, la joven guerrera fue pensando en los muchos mate­riales que tenía a su disposición para la empuñadura de su espada de luz. Tenel Ka era una excelente nadadora, y la insistencia de sus dos abuelas había hecho que se en­trenara tanto en Hapes como en Dathomir. Que ella re­cordase, ésa fue una de las pocas veces en que las madres de sus progenitores habían llegado a ponerse de acuerdo en algo.
Augwynne Djo, madre de Teneniel Djo y abuela ma­terna de Tenel Ka, se había encargado personalmente de enseñarle a nadar, diciendo que los cazadores y guerre­ros más fuertes eran aquellos que no podían ser deteni­dos por un simple lago o río. La Ta'a Chume, por su parte, matriarca de la Casa Real de Hapes y madre del príncipe Isolder, el padre de Tenel Ka, le había enseñado a nadar como una defensa más contra los asesinos o secuestradores. De hecho, en una ocasión su abuela paterna había escapado a un intento de acabar con su vida saltando de un deslizador acuático a un lago y nadando hasta la orilla por debajo del agua, con el resultado de que los que habían tratado de asesinarla supusieron que se había ahogado.
Tenel Ka sacó la cabeza de las aguas del río, se llenó los pulmones de aire y empezó a avanzar cauce arriba en contra de la corriente. Nadar en esa dirección resultaba bastante difícil, pero la joven utilizó toda la fuerza extra que había adquirido durante su reciente entrenamiento con la espada de luz..., lo cual hizo que volviera a concen­trarse en la nueva tarea a la que debía enfrentarse.
Suponía que podía crear la empuñadura de su espada de luz a partir de un trozo de cañería metálica o incluso tallar una rama de alguna madera dura, dado que una espada de luz desprendía muy poco calor. Pero, sin que pudiera explicar por qué, no le parecían los materiales adecuados para ella.
Tenel Ka se impulsó hacia adelante con largas y gráci­les brazadas, y fue manteniendo un ritmo fluido y regu­lar. Izquierda. Derecha. Izquierda. Derecha.
La piedra sería demasiado difícil de moldear, y pe­saría demasiado para sus propósitos. Tenel Ka necesita­ba algo adecuado a la imagen de una guerrera de Da­thomir. Se imaginó la orgullosa silueta de Augwynne Djo, ataviada con pieles de reptil y con un casco ceremonial en su cabeza, cabalgando sobre un rancor domesticado. La doma de aquellas feroces bestias era un símbolo excelen­te del coraje de su pueblo, curtido por la dureza de la vida al aire libre, ya que los enormes animales tenían una fuerza enorme y sus afiladas garras eran mortíferas.
Tenel Ka dejó que su cuerpo se hundiera por debajo de la superficie del río y empezó a usar un nuevo estilo de natación, y entonces recordó que hacía unos años se ha­bía quedado con dos dientes del rancor favorito de su abuela cuando el animal murió. No eran ni con mucho los dientes más grandes del rancor, pero ambos tenían el ta­maño y la forma ideales para servir de empuñadura a una espada de luz...


Una semana después, Tenel Ka estudió su obra con justificado orgullo y añadió una muesca más al complejo dibujo que había tallado sobre su diente de rancor.
Bajie, que estaba sentado delante de ella en la pequeña cabina del saltacielos T-23, se dio la vuelta y le rugió una pregunta. Tenel Ka esperó en silencio hasta que Tee­medós se encargó de traducírsela.
El amo Bajocca desea saber si tiene alguna prefe­rencia en cuanto al volcán en el que espera encontrar cristales.
Tenel Ka contempló el verdor del dosel de la jungla que fluía velozmente por debajo de ellos.
Puedes elegir el que quieras —dijo.
Bajocca emitió un corto y seco ladrido.
Al amo Bajocca le da igual —le explicó Teeme­dós—. Ya ha unido todos los componentes que tiene in­tención de utilizar para su espada de luz. La fase de cons­trucción primaria de su instrumento ha terminado, y ahora sólo le queda hacer los últimos ajustes y retoques.
Tenel Ka parpadeó, sorprendida no sólo ante la lon­gitud de la traducción proporcionada por Teemedós des­pués de lo breve que había sido la réplica de Bajocca, sino también ante la revelación de que Bajocca —y quizá también Jacen o Jaina— le llevaba tanta delantera. Bue­no, entonces tendría que darse prisa para encontrar lo que había venido a buscar allí y montar su espada de luz sin más dilaciones.
Vamos al volcán más próximo... —dijo, y extendió el brazo y señaló con la mano—. Allí. Te presento mis disculpas —añadió después en un tono un poco seco, porque tenía la sensación de haberse puesto en ridículo al pedir a Bajocca que la llevara hasta el lugar al que necesitaba ir—. No te habría molestado con mi petición si hubiera sabido que tu espada de luz ya casi estaba terminada.
El wookie gruñó y movió una mano cubierta de pelaje color canela para indicar que eso no tenía ninguna importancia.
El amo Bajocca desea asegurarle que no le ha cau­sado la más mínima molestia —intervino Teemedós—. Han transcurrido muchos días desde la última vez en que disfrutó de la soledad y la meditación en la jungla, y le encanta tener la oportunidad de serle útil de esta ma­nera.
El wookie soltó un bufido y golpeó el altavoz del diminuto androide traductor con la punta de un dedo.
Oh... Bueno, lo que quería decir es que el amo Ba­jocca tenía intención de tomarse un descanso de todas maneras —se apresuró a corregirse Teemedós—, y que se alegra de poder serle útil.
El joven wookie emitió un ruidoso resoplido, pero aceptó aquella traducción.


Bajocca posó el saltacielos T-23 sobre una zona de arena volcánica apisonada que se extendía entre el comienzo de la jungla y la base de un pequeño volcán. Después de que Bajocca ladrara unas cuantas palabras, Teemedós empezó a hablar.
Cuando haya completado su búsqueda, y tanto si ha tenido éxito como si no, bastará con que vuelva al T-23. El amo Bajocca y yo vigilaremos el suelo desde las copas de los árboles para verla llegar.
Tenel Ka asintió con una breve inclinación de cabeza.
Entendido —replicó—. Gracias.
Después giró sobre sus talones sin decir ni una palabra más y empezó a subir por la pendiente que llevaba hasta el volcán.
Todos los volcanes de los alrededores de la Academia Jedi llevaban bastante tiempo sin hacer erupción, pero aún había zarcillos de humo blanco brotando de la cima de aquél. Tenel Ka fue avanzando por entre las rocas ne­gras de cantos muy afilados del perímetro y no tardó en encontrar un tubo de lava que se extendía hacia el núcleo del volcán, tal como había esperado.
Un penetrante olor sulfuroso llenaba el interior del túnel, que estaba bastante caliente. Tenel Ka sacó una varilla luminosa del tamaño de un dedo de una bolsa que colgaba de su cinturón y la activó para que iluminara su camino. La negra arena cristalina crujía bajo sus pies y brillaba con un millar de intensos chispazos al reflejar la luz de su varilla luminosa. Tenel Ka siguió avanzando, y el suelo arenoso se convirtió en una roca dura de aspecto tan vidrioso como la obsidiana. El corredor rocoso irra­diaba una fantasmagórica claridad rojiza por delante de ella, y el calor empezó a volverse asfixiante.
De vez en cuando oía un rugido ahogado, como si el mismo volcán estuviera respirando profundamente en su sueño. Los muros de piedra que se alzaban a su alrededor fueron adquiriendo un aspecto resquebrajado e irregu­lar. Algunas de las fisuras más grandes iban desde el sue­lo hasta el techo y dejaban escapar vaharadas de un acre vapor blanco, pero Tenel Ka no vio ningún cristal incrus­tado en ellas.
El tubo de lava continuaba en un interminable ser­penteo. Tenel Ka estaba empezando a agotar sus reser­vas de paciencia, y ya había decidido volver sobre sus pa­sos, cuando dobló una última esquina y se tropezó con una abrasadora oleada de calor. Había encontrado lo que andaba buscando.
Ah —dijo—. Ajá.
No podría soportar aquel calor durante mucho tiempo, pero tenía que correr el riesgo. En el suelo del túnel había una enorme losa de lustrosa piedra negra que se había desprendido de una grieta en la pared del túnel. Ondulaciones de aire recalentado bailotearon en la penumbra delante de Tenel Ka. Riachuelos de transpiración se deslizaron por su frente y se le metieron en los ojos, haciendo que lo viera todo borroso. Aun así, Tenel Ka no podía dejar de ver las masas de relucientes crista­les puntiagudos envueltos en una neblina de claridad que crecían sobre la losa rota.
La roca que la rodeaba estaba demasiado caliente para poder ser tocada, y Tenel Ka tuvo que trabajar deprisa. Sosteniendo la varilla luminosa entre sus dientes, sacó un trocito de piel de lagarto de la bolsa que colgaba de su cinturón, envolvió unos cuantos cristales con ella y después usó su garfio de escalada para golpearlos con mucha cautela hasta que consiguió desprenderlos de la masa principal.
Tenel Ka guardó los cristales, todavía envueltos en su piel de lagarto protectora, dentro de la pequeña bolsa de su cinturón y después fue al trote hacia la boca del túnel. Alzó la varilla luminosa por encima de su cabeza y abrió los labios para emitir un ululante grito de triunfo que es­parció sus ecos por toda la longitud del túnel de lava.


Tenel Ka entró en su habitación y se sentó delante de una mesita de madera con los componentes de su futura espada de luz esparcidos ante ella. Todo lo que necesita­ba para montar su arma estaba allí: conexiones, cristales, la placa de cobertura, una fuente de energía, una lente de centrado y la empuñadura tallada a partir de un diente de rancor.
Deslizó la yema de un dedo sobre la compleja escena de batalla que había tallado en la superficie marfileña de la empuñadura de su espada de luz. El resultado final había sido todavía mejor de lo que esperaba cuando empe­zó su labor de tallado.
Después de haber vuelto de su búsqueda de cristales, Tenel Ka había recubierto el diente de rancor con una pasta hecha de arena negra humedecida que había reco­gido del suelo del túnel de lava. Cuando frotó y pulió el diente hasta hacer que brillara con una suave claridad lustrosa, los pigmentos de la arena oscura ya habían man­chado cada superficie de sus tallas, haciendo que todas las líneas cuidadosamente trazadas destacaran con un marcado relieve. El diente de rancor así adornado era una pieza espléndida, digna de una auténtica guerrera.
Un bostezo de cansancio satisfecho escapó de sus la­bios cuando Tenel Ka empezó a juntar los componentes siguiendo las instrucciones dadas por el Maestro Skywal­ker. Después frunció el ceño cuando vio que la oquedad del diente de rancor no era lo bastante grande para contener todos los cristales que había esperado introducir en ella. Tenel Ka volvió a fruncir el ceño cuando, después de una inspección más atenta, vio que cada uno de sus cristales nebulosamente resplandecientes tenía una diminuta tara. Reprimió otro bostezo y meneó la cabeza con resig­nación. Bueno, en realidad sus opciones eran bastante li­mitadas... No había dispuesto del tiempo necesario para examinar los cristales con más detenimiento en el abrasa­dor tubo de lava, y ya era demasiado tarde para ir en busca de otro grupo de cristales.
Tenel Ka pensó en las dos últimas semanas, y recordó todos los ejercicios y el intenso adiestramiento al que se había sometido. Sus reflejos eran tan veloces como el rayo, y sus capacidades y sentidos habían sido aguzados hasta alcanzar la incontenible eficiencia de un láser. La joven guerrera se encogió de hombros, intentando aflojar el nudo de tensión producido por el cansancio que se ha­bía ido infiltrando en su espalda. Tendría que arreglarse con lo que tenía a mano. Después de todo, en última instancia el verdadero factor determinante de la victoria era el guerrero y no el arma.
Tenel Ka asintió para sí misma mientras cogía la empuñadura de la espada de luz y empezaba a colocar los distintos componentes dentro de ella.
4


El claro de la jungla contenía millares — ¡no, millo­nes!— de seres vivos y plantas muy interesantes, insectos zumbadores y hongos de extraños colores..., y cada una de esas cosas ofrecía una gran fuente de distracción a Ja­cen. El muchacho tuvo que hacer un considerable esfuer­zo de voluntad para evitar que sus pensamientos empeza­ran a vagabundear sin rumbo fijo. En aquel momento era mucho más importante prestar atención a Luke Skywal­ker, que estaba preparando el primer ejercicio de duelo con espadas de luz para los jóvenes Caballeros Jedi.
Durante la fase de construcción de sus armas, los cua­tro habían practicado con androides duelistas y entre ellos, utilizando palos tan largos como la hoja de una es­pada de luz. Después de haber terminado sus espadas de luz, pasaron una semana practicando con sus armas reales delante de blancos fijos para ir acostumbrándose a las nuevas sensaciones que traía consigo el empuñar una hoja de energía.
Y, finalmente, el Maestro Skywalker había considerado que ya estaban preparados para pasar a la siguiente fase.
El claro era una zona calcinada en la que un rayo ha­bía producido un incendio breve pero muy intenso. La humedad de la jungla y la frondosa vegetación no habían tardado en extinguir las llamas, pero un gigantesco árbol massassi —cuyo tronco había sido quemado y debilitado por el tremendo calor del fuego— se había derrumbado arrastrando consigo varios árboles más pequeños y mu­chos matorrales. El resto del claro era un laberinto de maleza color verde claro en el que los hierbajos, las flores y los arbustos intentaban reconquistar el suelo desmenu­zado por el fuego.
Los ejercicios que iban a iniciar serían tanto mentales como físicos, por lo que el tío Luke llevaba un cómodo mono de vuelo, al igual que Jacen y Jaina. La siempre presente coraza de escamas de reptil de Tenel Ka dejaba sus piernas y sus brazos al descubierto, con lo que le pro­porcionaba completa libertad de movimientos. Su larga cabellera doradorrojiza había sido recogida en una complicada serie de trenzas, con adornos especiales en cada una. Bajocca sólo llevaba su cinturón tejido con hebras vegetales que había obtenido de una mortífera planta syrena en los grandes bosques de Kashyyyk. Teemedós col­gaba de su lugar acostumbrado en la cintura del joven wookie.
Pero esta vez todos los jóvenes Caballeros Jedi lleva­ban algo nuevo y especial: habían traído sus propias espadas de luz, completadas después de semanas de delicada construcción.
Mientras Jacen esperaba con sus amigos, lanzando miradas ocasionales hacia los movimientos de las hojas que indicaban la presencia de extrañas criaturas, Luke Skywalker se sentó encima del gigantesco tronco caído y por fin descolgó de su espalda la misteriosa mochila con la que había cargado durante todo el trayecto desde el Gran Templo.
¿Qué hay ahí dentro, tío Luke? —preguntó Jacen.
El muchacho no podía seguir reprimiendo su curiosi­dad. Ya que no podía investigar todos aquellos insectos y plantas tan interesantes, necesitaba concentrar su aten­ción en otra cosa.
Luke respondió con una maliciosa sonrisa de conspi­rador y sacó de la mochila una esfera escarlata del tama­ño de una pelota cuya superficie era totalmente lisa salvo por unas diminutas aberturas cubiertas, que tanto podían ser las toberas de unos haces repulsores como pequeños sistemas láser de puntería. Luke dejó la esfera encima de la superficie inclinada del tronco quemado y, milagrosamente, la esfera no bajó rodando por la pendiente sino que permaneció allí donde había sido colocada. Después Luke volvió a meter la mano en la mochila y sacó otra esfera escarlata, y luego otra y otra más.
¡Remotos! —exclamó Jaina, adivinando lo que eran aquellos objetos—. Son unidades controladas a dis­tancia, ¿verdad, tío Luke? ¿Para qué son?
Servirán como blancos durante las prácticas —dijo Luke.
Los cuatro remotos habían quedado en un perfecto equilibrio sobre la corteza chamuscada del árbol massas­si, negándose a rodar por ella como si fueran capaces de ignorar la gravedad.
Bajocca dejó escapar un débil gruñido de sorpresa, y Tenel Ka se irguió.
¿Vamos a disparar contra ellos?
No —replicó Luke—. Ellos van a disparar contra vosotros.
¿Y nosotros desviaremos los disparos con nuestras espadas de luz? —preguntó Jacen.
Sí —dijo Luke—, pero hacerlo no es tan fácil como podríais pensar.
Yo nunca he dicho que pensara que fuese a ser fácil —murmuró Jacen.
Tenel Ka asintió.
Es una lección para mejorar nuestros reflejos y nuestra concentración —dijo—. Debemos reaccionar rápidamente para interceptar los disparos de los remotos.
Ah, pero la dificultad irá aumentando poco a poco —dijo Luke. Volvió a meter la mano dentro de la mochi­la y sacó de ella un casco flexible provisto de un visor de transpariacero de color rojo oscuro, y se lo entregó a Tenel Ka—. Cada uno de vosotros llevará un casco como éste. —Después sacó otro par de cascos para los gemelos, pero el último casco que extrajo de la mochila consistía únicamente en un visor rojo del que colgaban un par de tiras de sujeción—. Lo siento, Bajocca, pero no conseguí encontrar un casco que fuera lo bastante grande para tu cabeza. Tendrás que arreglártelas con esto.
Jacen deslizó el casco sobre sus eternamente despei­nados cabellos castaños y de repente vio la jungla a través de un filtro escarlata. La frondosa vegetación había ad­quirido una extraña cualidad más primigenia, como si estuviera iluminada desde atrás por un sinfín de hogueras humeantes. Los detalles se veían menos nítidos y más os­curos, y Jacen se preguntó qué función se suponía que debían cumplir el casco y el visor: ¿proteger sus cabezas de los disparos de los remotos, quizá? Volvió la mirada hacia el lugar en el que las esferas rojas habían estado reposando sobre el tronco quemado..., o, mejor dicho, hacia el lugar en el que tendrían que haber estado.
Jacen parpadeó.
Eh... ¡Han desaparecido!
No han desaparecido —dijo Luke—. Sólo se han vuelto invisibles. Cuando contempláis los remotos a tra­vés de los filtros rojos, ya no sois capaces de verlos. —Lu­ke sonrió—. Ésa es la idea. Cuando Obi-Wan Kenobi em­pezó a adiestrarme, me obligó a luchar utilizando un casco con el protector contra los haces desintegradores bajado. No podía ver absolutamente nada. Vosotros al menos podréis ver lo que os rodea..., pero no podréis ver a los remotos.
Jacen quería preguntar cómo se suponía que iba a com­batir con algo que no podía ver, pero ya sabía cuál sería la respuesta del tío Luke en el caso de que lo hiciera.
No quería que estuvierais totalmente ciegos —siguió diciendo Luke—, porque los cuatro os adiestraréis en este claro con un remoto para cada uno. De esta forma podréis veros los unos a los otros. No quiero que nadie se deje llevar por el entusiasmo y hiera a alguno de sus compañeros en vez de limitarse a desviar los haces láser.
Sus palabras arrancaron una risita a Jacen y Jaina, pero el Maestro Skywalker contempló a sus estudiantes con expresión adusta.
No bromeaba —dijo—. Una espada de luz puede abrirse paso a través de prácticamente cualquier sustan­cia conocida..., y eso incluye a la gente. Recordad esta advertencia: las espadas de luz no son juguetes. Son ar­mas muy peligrosas, así que debéis tratarlas con el máxi­mo cuidado y respeto. Espero que el tiempo que habéis dedicado a construir vuestras espadas de luz os haya en­señado algunas cosas sobre su poder y sus riesgos.
Luke cogió un sistema de control a distancia.
Y ahora vamos a ver si sabéis usar la Fuerza y vues­tras hojas de energía.
Movió un interruptor y Jacen oyó un estridente siseo, pero no vio nada hasta que levantó el visor escarlata. Los cuatro remotos estaban flotando en el aire, girando len­tamente sobre sí mismos como si examinaran lo que los rodeaba.
Disparan haces láser de baja potencia —dijo Lu­ke—, pero no creáis que no sentiréis el aguijonazo si al­guno de ellos os acierta.
Por lo menos no va a arrojarnos rocas o cuchillos como hicieron en la Academia de la Sombra —le mur­muró Jacen a su hermana.
Bajad los visores —dijo Luke—. Ocupad vuestras posiciones
Los cuatro compañeros se desplegaron por el claro, aplastando la rala maleza bajo sus pies.
Activad vuestras espadas de luz —dijo Luke, y después se recostó en el tronco, dando la impresión de estar disfrutando considerablemente con aquel espectáculo.
Los cuatro estudiantes reaccionaron al unísono, extendiendo las empuñaduras de sus nuevas armas hacia adelante y presionando los botones de control. Haces de brillante claridad surgieron repentinamente en la penumbra rojiza, y lenguas de resplandor tan largas como la hoja de una espada de luz ardieron a través del telón escarlata suspendido delante de los ojos de Jacen. Las máscaras teñidas de carmesí absorbían cualquier otro color de sus espadas de luz, transformándolas en relu­cientes varas rojizas. Jacen se acordó del arma de Darth Vader.
Los remotos se están moviendo en círculos —dijo Luke—. Dentro de treinta segundos empezarán a dispa­rar al azar. Desplegad la Fuerza. Sentid su presencia. Per­cibid el ataque inminente..., y luego utilizad la hoja de vuestra espada de luz para desviarlo. Una gran parte de vuestro adiestramiento tenía como fin llegar a este pun­to. Bien, vamos a ver qué tal lo hacéis...
Jacen se envaró y alzó su espada de luz. Por mucho que le disgustara admitirlo, el joven Jedi recurrió a algu­nas de las habilidades que Brakiss le había enseñado en la Academia de la Sombra. Sintió el zumbido de la hoja de energía en su mano, y notó el palpitar de su poder. El acre olor del ozono llegó hasta sus fosas nasales. Oyó cómo sus amigos se movían a su alrededor, preparándose para un ataque que podía llegar desde cualquier direc­ción.
El zumbido de las espadas de luz ahogaba el resto de sonidos, al igual que el filtro rojo eliminaba todos los colores que no fueran el rojo. Un instante después Jacen oyó el repentino chasquido de un disparo, aunque no vio nada. Un ruidoso chillido wookie precedió a la zumbante vibración de la hoja de una espada de luz moviéndose en un arco lateral... sin encontrar nada a lo que golpear. Ba­jie rugió.
¡Cielos, amo Bajocca! Ha fallado por muchísima distancia —exclamó Teemedós—. Espero que mejore con la práctica.
Bajie gruñó, pareciendo bastante ofendido, y Teeme­dós empleó un tono considerablemente más conciliador cuando respondió.
Bueno, de acuerdo. Comprendo que resulta más di­fícil dado que no puede ver nada... Aun así, yo no le acon­sejaría que se dejara volver a alcanzar por esos rayos.
El interés de Jacen por la conversación se desvaneció cuando un haz sibilante surgió de la nada detrás de él y chocó con su espalda. El muchacho soltó un chillido de dolor. La diminuta herida enseguida empezó a escocerle tan intensamente como si acabara de ser atacado por un lagarto aguijoneador. Jacen giró sobre sí mismo y lanzó un potente mandoble con su espada de luz, pero para aquel entonces ya era demasiado tarde.
Un nuevo disparo surgió desde el otro extremo del claro, y fue seguido por un ruido de maleza bruscamente removida. Jacen vio a través del visor como Tenel Ka saltaba a un lado. Una rama se partió por la mitad cuando el haz invisible del láser dio en el sitio donde Tenel Ka ha­bía estado hacía tan sólo unos segundos. La joven guerre­ra se agazapó, manteniendo su espada de luz levantada y con la cabeza inclinada hacia un lado en una tensa postu­ra de concentración.
Jacen desplegó sus pensamientos e intentó percibir a través de la Fuerza hacia donde dirigiría su próximo haz láser el remoto que le había correspondido. Oyó dos dis­paros más y después oyó un potente tañido casi metálico cuando Jaina desvió con éxito uno de los haces láser. Ja­cen se concentró en el lugar donde había sido herido por el láser, y lo utilizó para intensificar su determinación. No quería sufrir un segundo impacto.
Otro haz láser surgió del remoto. Jacen dirigió la espada de luz hacia él y falló por muy poco, aunque su movimiento bastó para apartarle de la trayectoria con el resultado de que el haz de energía pasó silbando junto a él Jacen sintió el calor del disparo láser que pasaba rozándole, pero no pudo verlo.
Por poco —dijo, y después giró instintivamente sobre sus talones para lanzar un nuevo mandoble cuando el remoto volvió a disparar contra él.
Jaina detuvo una andanada de haces cuando su remoto atacó implacablemente, disparando cinco veces en rápida sucesión. Un haz rebotó en el filo resplandeciente de su espada de luz y salió despedido directamente hacia Jacen. El muchacho reaccionó sin que mediara ningún pensamiento consciente por su parte, usando la Fuerza y fluyendo con ella y, de alguna manera inexplicable, sa­biendo qué debía hacer mientras movía su hoja de ener­gía en un arco lateral justo lo suficiente para que se en­contrara con el haz desviado. El disparo láser se perdió entre los árboles, donde consumió un puñado de hojas.
Jacen giró sobre sí mismo en una fluida continuación del mismo movimiento, alzando la hoja de su espada de luz para detener un segundo haz de energía láser disparado por el remoto que flotaba delante de ellos.
Bajocca lanzó un aullido de triunfo cuando, él tam­bién, empezó a dominar el arte de la autodefensa.
Salvo por su respiración entrecortada, Tenel Ka ha­bía permanecido sumida en un silencio pensativo. Jacen, que estaba observándola a través del filtro rojo, vio como detenía un haz láser y saltaba hacia arriba impulsándose con toda la fuerza de sus músculos para utilizar su espada de luz como si fuese un trinchante. Un diluvio de chispas surgió de la nada, y un agujero humeante apareció en el aire. Jacen oyó un golpe sordo cuando las piezas del remoto de Tenel Ka, inutilizado por su potente golpe, se esparcieron sobre el suelo de la jungla.
Muy bien —dijo Luke Skywalker—. Ya es suficien­te por ahora.
Tenel Ka desactivó su arma y se quedó inmóvil con las manos apoyadas en las caderas y los codos dirigidos hacia fuera. Jacen levantó su visor rojo para descubrir que su remoto estaba flotando delante de él, suspendido en el vacío a un brazo escaso de distancia de su rostro. El muchacho retrocedió, sobresaltado.
El remoto de Tenel Ka había quedado partido por la mitad y yacía en el suelo, con sus circuitos humeando y despidiendo chorros de chispas. Jaina y Bajie también desactivaron sus armas y se quedaron inmóviles, jadeando y sonriendo. Jacen se frotó la espalda en un intento de aliviar el dolor de la pequeña quemadura y sonrió, sin­tiéndose un poquito avergonzado y esperando que nin­guno de sus compañeros se hubiera dado cuenta de lo que acababa de hacer.
Todos lo habéis hecho estupendamente..., aunque parece que voy a necesitar un nuevo remoto —dijo Luke, dirigiendo una sonrisa maliciosa a Tenel Ka—. Has utili­zado la Fuerza de una manera magnífica.
No ha sido sólo la Fuerza —replicó Tenel Ka, alzando el mentón y levantando los hombros—. También utilicé mis oídos para ir siguiendo los movimientos del remoto. Cuando me concentraba, podía oírlos incluso por encima del ruido que hacían las espadas de luz.
Luke soltó una risita.
Bien hecho. Un Jedi debería utilizar todos los recursos y capacidades disponibles.


Jaina empuñó su espada de luz con las dos manos y colocó la brillante hoja envuelta en electricidad violeta delante de ella. Su mirada fue más allá de la abrasadora línea de fuego controlado y acabó posándose en Bajocca, su oponente, que estaba inmóvil ante ella con una espada de luz en sus peludos puños. El wookie soltó un gruñido para indicar que estaba preparado.
Jaina clavó la mirada en los ojos dorados del joven wookie, y fue resiguiendo la franja oscura de pelos negros que nacía en su frente y se curvaba alrededor de su cabeza. Después tragó saliva y se envaró. Aunque flaco y desgarbado, Bajocca era mucho más alto que ella, y Jaina sabía que era tres veces más fuerte..., pero en la expresión de su rostro peludo vio una incertidumbre y una sincera incomodidad que reflejaban lo que ella estaba sintiendo en aquellos momentos.
¿Realmente he de luchar con Bajie, tío..., eh..., Maestro Skywalker? —preguntó.
Luke Skywalker se levantó.
No estás luchando con él, Jaina. Estás practicando ejercicios de esgrima con él. Pon a prueba a tu oponente. Averiguad hasta dónde llega la habilidad del otro. Aprended a evaluar las reacciones. Explorad nuevas es­trategias. Pero tened mucho cuidado, ¿de acuerdo?
Jaina pensó en el adiestramiento al que había sido sometida en la Academia de la Sombra y en cómo Jacen y ella habían librado un duelo con espadas de luz, sin saber que se habían estado enfrentando el uno al otro bajo la cobertura de un disfraz holográfico.
Recordad que un Jedi sólo lucha como último recurso —dijo Luke—. Si os veis obligados a activar vues­tra espada de luz, ya habréis renunciado a una parte muy grande de vuestra ventaja. Un Jedi confía en la Fuerza, y siempre empieza buscando otras formas de resolver los problemas: paciencia, lógica, tolerancia, escuchar con atención, negociar, persuadir, técnicas para tranquilizar a los demás... Antes de luchar, un Jedi tiene que emplear todos esos métodos.
Pero hay momentos en los que un Jedi tiene que lu­char. Sabiendo que la Academia de la Sombra acecha en­tre las tinieblas de la galaxia, temo que esos momentos llegarán con demasiada frecuencia para nosotros. En consecuencia, debéis aprender a emplear vuestras espadas de luz.
Luke retrocedió un par de pasos e hizo una seña a Jacen y Tenel Ka, que estaban esperando en el comienzo del claro, sentados el uno al lado del otro encima del tronco quemado.
Después os tocará a vosotros —siguió diciendo Lu­ke—. No te preocupes por el hecho de que Bajie sea mu­cho más grande y fuerte que tú, Jaina. Luchar con una espada de luz es básicamente una cuestión de habilidad, y creo que en ese aspecto estáis prácticamente igualados. Tu única desventaja real es que Bajie tiene los brazos mucho más largos que los tuyos. Por desgracia —dijo Lu­ke con un suspiro—, las circunstancias no siempre nos enfrentan a oponentes con los que podamos medirnos en pie de igualdad. En cuanto a ti, Bajie, procura no subesti­mar a Jaina.
Luke retrocedió un poco más para contemplar el ejer­cicio.
Y ahora, mostradme qué sois capaces de hacer.
Bueno... —Jaina dio un paso hacia adelante, man­teniendo la mirada clavada en los ojos de Bajie—. ¿A qué estamos esperando?
El wookie alzó su espada de luz y colocó su hoja co­lor bronce fundido en posición. Jaina alzó la suya para recibirla, y su espada de luz chocó con la de Bajocca. La joven sintió la presión, el estallido de chispazos y la descarga cuando los poderosos haces de energía se en­contraron el uno con el otro. Vio como los músculos se hinchaban en los largos brazos de Bajie mientras inten­taba imponerse a ella..., pero Jaina no cedió ni un milí­metro.
Muy bien, vamos a probar otra cosa.
Jaina apartó su espada de luz y después la hizo girar hacia su amigo wookie en un movimiento lento y cauteloso..., y Bajocca la detuvo con otro chisporroteo de ener­gía bruscamente liberada.
Esto no está tan mal —dijo Jaina mientras se preparaba para lanzar un nuevo ataque.
Bajie se defendió, no pareciendo tener muchas ganas de librar una auténtica batalla.
Jaina sabía que Bajie había soportado enfrentamientos horribles en la Academia de la Sombra —y volvió a acordarse de que ella misma se había visto obligada a lu­char contra su propio hermano—, y un instante después comprendió que Brakiss y Tamith Kai, la Hermana de la Noche de los ojos violeta, no se detendrían ante nada para acabar con la Nueva República. Tanto Jaina como Bajie tendrían que ayudar a defenderla de los Jedi Oscu­ros. La joven decidió que la mejor manera de librar a Ba­jie de sus reservas sería pasar a la ofensiva.
Y esta vez no se sintió estrangulada por la oscuridad. Aquel día Jaina estaba luchando de una manera plenamente voluntaria y aprendía a ser una defensora del lado de la luz, una campeona de la Fuerza. El tío Luke tenía razón cuando pronunció su discurso delante de los estu­diantes Jedi. En lo más profundo de su corazón, Jaina sabía que la Academia de la Sombra sólo había empeza­do a causar problemas, y que tendría que luchar para re­cuperar a su amigo Zekk.
Pero antes tenía que aprender a hacerlo.
Bajocca respondió con más energía y haciendo una exhibición más clara de sus habilidades, y fue deteniendo sus golpes y respondiendo con ataques propios. Jaina tuvo que moverse muy deprisa para volver a cruzar su hoja de energía con la del joven wookie. Los ataques y las paradas se fueron sucediendo rápidamente, y las chispas volaron por los aires.
Bajie giró sobre sí mismo y dejó caer su hoja de ener­gía sobre ella, pero Jaina recibió su espada de luz con la suya, sonriendo y totalmente concentrada en el ejercicio.
Podía oír como Jacen la animaba desde un lado del claro.
¡Excelente, amo Bajocca! —exclamó Teemedós—. Ahora tenga mucho cuidado... Supongo que no querrá que una de esas chispas que salen despedidas en todas direcciones me cause ninguna avería, ¿verdad?
Jaina podía sentir como la Fuerza fluía a través de ella, y el peludo rostro de Bajocca estaba iluminado por una expresión de júbilo. El joven wookie abrió la boca, mostrando sus colmillos y dejando escapar un alarido de desafío..., pero su grito no contenía amenaza o ira, y sólo era una forma de descargar su excitación.
Bajie sujetó la empuñadura de su espada de luz con las dos manos y lanzó un golpe lateral, intentando pillar por sorpresa a Jaina..., pero la joven consiguió volver su truco en contra de él. Jaina recurrió a reservas de energía que ignoraba poseer y asombró al wookie saltando por los aires hasta llegar a la altura de la cabeza de Bajie. La espada de luz del wookie pasó inofensivamente por debajo de ella y Jaina aterrizó ágilmente sobre el suelo cu­bierto de hierbajos detrás de Bajie, riendo y jadeando.
¡Oh, cielos! Eso ha sido algo totalmente inesperado —dijo Teemedós—. Espléndido trabajo, ama Jaina.
¡Eh, Jaina, ha sido magnífico! —gritó su hermano gemelo.
Bajie alzó su espada de luz en un gesto de saludo. Jai­na sonrió con un brillo triunfal en los ojos.
Muy impresionante —dijo Luke, volviéndose hacia Jacen y Tenel Ka—. Y ahora, vamos a ver qué tal pueden hacerlo nuestros espectadores.
5


Tenel Ka titubeó durante unos momentos y deslizó sus dedos a lo largo de la superficie marfileña del diente de rancor que había usado para crear la empuñadura de su espada de luz. Sostuvo el arma apagada delante de ella, y fue haciendo lentas y profundas inspiraciones. La joven guerrera se concentró en su cuerpo y en lo que la rodeaba, y tensó los músculos para que estuvieran prepa­rados y pudieran rendir al máximo. El claro estaba lleno de sonidos de la jungla, desde el susurro de las brisas que agitaban las hojas y la canción de los insectos, hasta el revoloteo de los pájaros que iban y venían por el dosel arbóreo.
Tenel Ka concentró sus pensamientos y se aseguró de que sus reflejos estaban alerta y listos para entrar en ac­ción. La joven confiaba en su cuerpo y le exigía que diera el máximo de sí mismo, pero siempre sabía hasta qué punto podía llegar. Hasta el momento, sus músculos nun­ca le habían fallado.
Tenel Ka fue abriendo lentamente sus fríos ojos color gris granito y contempló al joven que permanecía inmóvil delante de ella, preparado para el próximo duelo.
Jacen le sonrió.
Hacerlo bien contra los remotos es una cosa. Tenel Ka —dijo Jacen—, pero ¿sabrás hacerlo igual de bien contra un oponente de verdad? Eso es algo muy distinto.
Cierto: es un hecho comprobado.
Jacen presionó un botón y activó su espada de luz. La hoja color verde esmeralda surgió de la nada, ardiendo en un crujiente estallido de energía.
Eh, intentaré no hacerte sudar demasiado.
Los dedos de Tenel Ka encontraron el botón activa­dor disimulado dentro de una de las tallas que cubrían el diente de rancor convertido en empuñadura. Una res­plandeciente hoja blanco grisácea brotó de ella como una chisporroteante neblina eléctrica tachonada de chispazos dorados. El color de la espada de luz le recordó el nebu­loso resplandor de los cristales que había sacado del tubo de lava.
Y yo también intentaré no hacerte sudar demasia­do, mi buen amigo Jacen —dijo.
Tenel Ka probó su arma mediante un giro de la mu­ñeca, que hizo oscilar la hoja de un lado a otro. El haz de energía chisporroteó y siseó al encontrarse con la hume­dad del aire.
Tened cuidado —dijo el Maestro Skywalker desde su lugar de observación sobre el tronco quemado—. No intentéis jugar a ser grandes guerreros. Los dos tenéis muchas cosas que aprender.
No te preocupes, tío Luke —replicó Jacen—. Ya sé que lo pasé bastante mal, pero aprendí algunas cosas cuando estuve en la Academia de la Sombra. —El joven sonrió—. Pero luchar con Tenel Ka va a ser un desafío más serio que enfrentarse a monstruos holográficos.
Jaina carraspeó y habló desde el sitio en el que se ha­bía sentado, sudorosa y agotada después de su sesión de esgrima con Bajocca.
¿Y preferible a luchar con tu propia hermana ocul­ta bajo un disfraz holográfico?
Desde luego —dijo Jacen.
Tenel Ka volvió a mover su espada de luz de un lado a otro y dio un paso hacia Jacen. Después irguió los hombros, sabiendo que era más alta que su sonriente amigo. La espada de luz palpitaba en su mano con una sorda vibración de poder contenido.
¿Vamos a pasarnos todo el día hablando, Jacen? —preguntó—. ¿O me concederás algo de tiempo para derrotarte antes de que la mañana haya terminado?
Jacen se echó a reír.
Eh, Tenel Ka, no se supone que debamos ser enemigos —dijo—. Esto sólo es una sesión de práctica.
Tenel Ka asintió.
Así es. Pero aun así, somos oponentes.
Movió su espada de luz lo suficientemente despacio para que Jacen no percibiera el vaivén como un verdade­ro ataque, pero el joven reaccionó instintivamente levan­tando su arma. Sus hojas se encontraron con un estallido de energía siseante.
Jacen parpadeó, visiblemente sorprendido, y después retrocedió y lanzó un golpe contra la nebulosa hoja tachonada de manchitas doradas, queriendo ponerla a prueba.
Muy bien. En ese caso... ¡Adelante, Tenel Ka!
Tenel Ka esquivó hábilmente la estocada haciéndose a un lado y replicó con un golpe de parada mientras Jacen se tambaleaba intentando recuperar el equilibrio. De haber sido un auténtico enemigo, Tenel Ka habría podi­do acabar con él entonces, pero la joven guerrera apartó la hoja durante una fracción de segundo para demostrar a Jacen que se había permitido bajar la guardia: era una lección que un Caballero Jedi debía aprender si quería evitar la derrota.
Un instante después Jacen giró sobre sus talones en un movimiento tan brusco como inesperado y le lanzó un mandoble que obligó a Tenel Ka a replicar.
Creo que deberíamos hacer algo respecto a esa fal­ta de confianza que padeces, Tenel Ka —dijo Jacen, que todavía estaba sonriendo.
No padezco ninguna falta de confianza —dijo Tenel Ka.
La joven guerrera descubrió que tenía la frente cu­bierta de sudor. Giró hacia un lado y Jacen recibió el golpe con su hoja, riendo. Tenel Ka percibió el grado de fuerza que había empleado Jacen y la velocidad con la que acababa de maniobrar su arma. Sus espadas de luz volvieron a chocar. Su alegre y jovial amigo, que normalmente siempre era tan disperso y desorganizado, estaba resultando ser un contrincante sorprendentemente difícil de vencer.
Eh, Tenel Ka —dijo Jacen mientras le lanzaba dos mandobles más, como si siempre mantuviera conver­saciones mientras estaba luchando con una espada de luz—. ¿Sabes por qué esos monstruos de las nieves llamados wampas tienen los brazos tan largos? —Jacen guardó silencio durante un momento—. ¡Porque sus manos es­tán muy lejos de su cuerpo!
Bajocca dejó escapar una risita quejumbrosa, y su reacción hizo que el diminuto androide que colgaba de su cintura decidiese hacer oír su vocecita metálica.
No consigo percibir el valor de diversión que pueda encerrar la explicación de una anomalía zoológica que acaba de dar Jacen —dijo Teemedós.
Tus chistes no pueden distraerme, Jacen —dijo Tenel Ka, haciendo girar su espada de luz en un nuevo arco. ¿Realmente creía que podía romper su concentración con tanta facilidad?—. No los encuentro graciosos.
Jacen suspiró mientras alzaba su hoja de energía para que se encontrara con la de Tenel Ka.
Lo sé —replicó—. He estado tratando de hacerte reír desde que te conozco.
Tenel Ka contempló a su oponente con gran atención, intentando percibir el grado de tensión de sus músculos a fin de averiguar cuándo tenía intención de ha­cer un movimiento por sorpresa y en qué dirección reaccionaría, cuándo el avance de su hoja de energía era un verdadero ataque y cuándo se trataba de una mera finta.
Excelente —dijo el Maestro Skywalker desde el tronco sobre el que se había sentado para contemplar el ejercicio—. Sentid la Fuerza. La espada de luz es algo más que un arma: se trata de una extensión de voso­tros mismos.
Jacen lanzó un nuevo e implacable ataque, y Tenel Ka tuvo que retroceder un par de pasos. Resultaba obvio que el muchacho estaba intentando llevarla hacia un pequeño promontorio rocoso que sobresalía del sue­lo allí donde terminaba el claro. Jacen debía de pensar que se había olvidado de su existencia, pero Tenel Ka tenía grabado cada detalle de cuanto la rodeaba en su mente.
Jacen reveló sus planes de una forma todavía más cla­ra mediante una gran sonrisa cuando Tenel Ka llegó a las rocas. El joven se lanzó hacia adelante, esperando que Tenel Ka tropezaría y caería. Pero Tenel Ka saltó ágilmente por encima de los peñascos en un veloz movimien­to de retroceso y aterrizó al otro lado, quedando erguida y con las piernas firmemente plantadas en una impecable postura de combate. El repentino fracaso de sus planes hizo que Jacen se tambaleara y cayera hacia adelante, y faltó muy poco para que chocara con las rocas. El joven logró incorporarse y la miró fijamente.
Eh... —balbuceó, sintiéndose aturdido y lleno de incredulidad, y luego sonrió—. ¡Buen truco!
Tenel Ka se había quedado inmóvil y estaba esperán­dole. Las trenzas en las que había recogido su cabellera oscilaban alrededor de su rostro, y ya estaban empapadas de sudor. La joven guerrera se permitió tener un momen­to de indulgencia consigo misma, y se pasó la espada de luz a su mano izquierda para demostrar que podía luchar igual de bien con el otro brazo. Había ejercitado de la misma manera a su mano izquierda y a su mano derecha, sabiendo que así obtendría una habilidad que podía re­sultarle muy útil en algún momento.
Te gusta presumir, ¿eh? —dijo Jacen.
Después de un momento de vacilación, el joven tam­bién se pasó la hoja de energía a la mano izquierda y se lanzó a la carga, asestando un potente mandoble con su espada de luz color verde esmeralda. Tenel Ka alzó su nebulosa hoja blanco y oro para detener el ataque, y después inició su propia ofensiva. Chorros de chispas volaron por los aires cuando las dos hojas se encon­traron.
Jacen dejó escapar una carcajada de puro júbilo, y Tenel Ka también se permitió una sonrisa de satisfacción.
Eres un buen oponente, Jacen Solo —dijo.
Puedes apostar a que lo soy —respondió el joven.
Tenel Ka sabía que sus habilidades se basaban en las proezas que podía llevar a cabo su capacidad física. Había construido una excelente espada de luz, pero lle­garía a ser una gran guerrera no gracias a la potencia de cualquier arma, sin importar lo grande que pudie­ra llegar a ser ésta, sino debido a sus habilidades de com­bate.
La espada de luz empezó a ejercer presión sobre la suya, y Tenel Ka dio un paso hacia atrás. Los dos jó­venes permanecieron inmóviles en un tenso enfrentamiento, oponiendo una hoja de energía impenetrable a otra. Un llameante crepitar de electricidad envolvió a las dos espadas de luz, y el acre olor del ozono fue satu­rando el aire. Tenel Ka empujó con todas sus fuerzas, pero Jacen replicó ofreciéndole una resistencia igual de poderosa.
La palma de la mano de Tenel Ka estaba cubierta de sudor, pero sus dedos mantuvieron su firme presa sobre el diente de rancor convertido en empuñadura. Los componentes de su espada de luz habían empezado a vibrar dentro de ella, como si estuvieran haciendo un desesperado esfuerzo para mantener el nivel de energía de la hoja mientras Tenel Ka la empujaba tan denodadamente contra un arma igualmente poderosa. Tenel Ka empujó con más fuerza. La empuñadura pareció crujir.
Jacen le sonrió.
Espero que no pensarás que soy de los que se rinden fácilmente.
Quizá deberías rendirte —jadeó Tenel Ka.
Siguió empujando con su hoja de energía, ignorando las extrañas e inquietantes sensaciones que estaban ema­nando de su arma. La joven guerrera apretó los dientes hasta hacerlos rechinar. Los músculos de su brazo se ten­saron. Las espadas de luz zumbaban y gemían. Jacen re­plicó a su ataque empujando con todas sus fuerzas. Sus ojos brillaban a causa del esfuerzo.
El Maestro Skywalker estaba inmóvil en el límite del claro, contemplando la tensa batalla con tanta atención como Bajocca y Jaina.
Tenel Ka entrecerró sus ojos grises, manteniendo su terrible tensión muscular mientras se preguntaba cómo podía derrotar a Jacen y poner fin a aquel enfrentamiento.
Y de repente algo cambió dentro de su espada de luz. Tenel Ka oyó un seco chasquido, que fue seguido por una estridente mezcla de silbido y chisporroteo.
Jacen siguió empujando con su hoja color verde es­meralda. Durante un momento tan breve que apenas pudo ser percibido, las chispas doradas que flotaban den­tro del palpitante haz de energía blanca del arma de Tenel Ka se agitaron locamente de un lado a otro. Una som­bra de estática se extendió por su hoja de energía, desenfocando levemente la alineación del haz.
Jacen, que estaba totalmente concentrado en la ba­talla, dio un último empujón en el que invirtió todas sus fuerzas.
Todo ocurrió en el mismo instante.
La fuente de energía de la espada de luz de Tenel Ka se rindió con un alarido de sobrecarga eléctrica..., y la hoja de energía se extinguió como una vela apagada. Chorros de chispas envueltas en humo brotaron del ex­tremo de la empuñadura en el que tendría que haber bri­llado una hoja de energía.
De repente, no encontrando ninguna resistencia mien­tras Jacen se lanzaba hacia adelante empleando sus últi­mas reservas de fuerza, la espada de luz color verde es­meralda se abrió paso a través de la abertura en la que había estado la hoja de Tenel Ka hacía tan sólo un mo­mento..., y se precipitó sobre la única cosa que se interpo­nía en su camino.
Tenel Ka sintió como una línea de agonía llameante se movía a través de su brazo justo por encima del codo. Quemaba..., y sin embargo, por debajo de la quemadura sólo sintió una insoportable y horrenda frialdad, una sen­sación tan intensamente gélida que parecía helarla hasta la médula de los huesos y que nunca antes había experi­mentado.
Su espada de luz cayó al suelo con un golpe sordo. Un instante después, y aun sabiendo que era imposible, Tenel Ka vio su mano aferrando el diente de rancor conver­tido en empuñadura que yacía sobre la maleza del claro. Chispas del tamaño de rayos brillaron alrededor de la empuñadura mientras su arma estallaba con una increí­blemente potente emisión de luz cegadora.
Resplandor. Un resplandor tan brillante...
Tenel Ka sintió como una neblina deslumbrante surgía de la nada y se arremolinaba a su alrededor para en­gullirla. Todo era tan extraño, tan difícil de entender... Jacen gritó algo que no pudo comprender. Tenel Ka es­peraba no haberle hecho daño.
Jaina, Bajocca y el Maestro Skywalker corrieron ha­cia ella. Todos gritaban, pero Tenel Ka no consiguió encontrar las energías necesarias para seguir en pie. Jacen estaba alargando una mano hacia ella cuando Tenel Ka sintió que caía al suelo.
Y después el dolor y la conmoción fueron devorados por la negrura y desaparecieron.
6


La Academia de la Sombra había encontrado un nue­vo escondite en los confines del corazón no explorado de la galaxia, cerca de los cascarones llameantes de dos es­trellas que habían estado agonizando durante los últimos cinco mil años.
Sin el manto protector generado por su sistema de ca­muflaje, el oscuro centro de adiestramiento imperial flo­taba en el vacío como una corona de espinas bañada por las oleadas de fuego de la radiación solar. Los senderos susurrantes de los gases emitidos por las estrellas ocultarían la estación a los ojos de los rebeldes.
Zekk estaba inmóvil delante de los grandes ventanales de la torre de observación más alta y contemplaba el deslumbrante torbellino del fuego estelar. El transparia­cero oscurecido del ventanal filtraba las radiaciones leta­les, pero la furia del universo podía dejar sin aliento a Zekk incluso cuando estaba reducida a una pequeña fracción de su verdadero poder.
Brakiss, el Jedi alto y hermoso como una estatua que dirigía la Academia de la Sombra, estaba junto a él. Como espía imperial, Brakiss había estudiado en la aca­demia de la Nueva República; pero cuando el Maestro Skywalker intentó convencerle de que diera la espalda al lado oscuro de la Fuerza, Brakiss había huido para volver al Imperio. Después había reunido a un grupo de estudiantes que poseían el potencial necesario para llegar a convertirse en Jedi Oscuros y los había sometido aun potente condicionamiento para que sirvieran al gran lí­der del Segundo Imperio, el resucitado Emperador Palpatine.
Brakiss alzó su hermoso y sereno rostro y absorbió ávidamente el terrible panorama de los soles dobles.
Esta realidad hace que las imágenes de mi despacho parezcan un pálido reflejo. ¿No te parece, Zekk?
Zekk asintió, pero descubrió que se había quedado sin palabras.
La nova de los Denarii estalló hace más de cinco milenios, y la onda expansiva se abrió paso a través de estas estrellas y las redujo a cenizas —siguió diciendo Brakiss—. El poderoso hechicero Sith Naga Sadow causó ese acontecimiento cataclísmico para poder escapar de las naves de guerra de la República que habían estado persiguiéndole. Naga Sadow usó el inimaginable poder del lado oscuro para hacer pedazos esas dos estrellas, y después empleó los estallidos de fuego solar como si fue­ran dos manos colosales para aplastar a la flota que iba siguiendo sus pasos.
Zekk volvió a asentir, y por fin encontró palabras con las que replicar.
Otro ejemplo del poder del lado oscuro.
Brakiss le dirigió una sonrisa llena de orgullo.
Es un poder que tus amigos Jacen y Jaina jamás te habrían mostrado..., y mucho menos enseñado a utilizar.
No —admitió Zekk—. Nunca lo habrían hecho.
Durante años había sido amigo de los hijos gemelos de Han Solo y Leia Organa Solo. Pero Zekk no era más que un chico de las calles, un don nadie que sobrevivía gracias a su ingenio recuperando restos de equipo utili­zable en los peligrosos niveles inferiores de la ciudad planetaria de Coruscant. Sus esperanzas de una vida me­jor habían sido muy poco más que sueños hasta que la Hermana de la Noche Tamith Kai secuestró a Zekk para llevar al muchacho hasta la Academia de la Sombra como parte de una nueva operación de reclutamiento.
En un intento anterior de obtener candidatos con el talento suficiente, Brakiss había cometido el error de se­cuestrar a tres estudiantes tan conocidos e importantes como Jacen, Jaina y Bajocca. Cuando eso fracasó, deci­dió que la Academia de la Sombra tendría más suerte con un tipo distinto de persona. Brakiss empezó a buscar jó­venes rechazados por la sociedad que no serían echados en falta, pero que tenían el mismo potencial de adquirir poderes Jedi..., y que tenían mucho que ganar jurando lealtad al Segundo Imperio.
Al principio Zekk se había resistido a la transforma­ción y había tratado de seguir siendo leal a sus amigos. Pero Brakiss fue seduciendo poco a poco al joven y le mostró cómo emplear la Fuerza para obtener un peque­ño efecto primero, y luego otro y otro más. Zekk descubrió que tenía grandes capacidades para el uso de la Fuerza, y fue aprendiendo muy deprisa.
La experiencia alteró sus sentimientos hacia los ge­melos, e hizo que pasaran de la amistad al resentimiento. A Jaina y a Jacen nunca se les había pasado por la cabeza la idea de incluir a Zekk en las pruebas para descubrir candidatos a convertirse en Jedi, a pesar de que Zekk siempre había tenido la sensación de poseer un talento innato tan grande como el de cualquiera de sus amigos de alta cuna. Lo que más lamentaba de haber abandonado su vieja vida era que echaba de menos a su compañero, el viejo Peckhum. Pero por fin tenía un verdadero futuro. Zekk estaba empezando a entender los poderes Jedi, y ya había hecho cosas que nunca había soñado.
Brakiss mantuvo los ojos clavados en las tempestuo­sas masas de los soles y alzó los brazos, extendiendo los dedos hacia arriba. Su túnica plateada fluyó a su alrede­dor tan grácilmente como si estuviera tejida con hilos de telaraña. Brakiss contempló los remolinos llameantes de la nova de los Denarii.
Observa, Zekk..., y aprende.
El Señor de la Academia de la Sombra cerró los ojos y empezó a mover las manos. Los verdes ojos de Zekk que estaba contemplando la gran nova a través del ventanal de observación, se fueron llenando de asombro.
El océano de gases incandescentes rarificados que se extendía entre las dos estrellas agonizantes empezó a girar como un remolino de brazos de fuego. Los gases se retorcieron y cambiaron de forma, bailando al compás de los movimientos de las manos de Brakiss. ¡El Maestro Oscuro estaba manipulando el mismísimo fuego estelar!
Brakiss le habló en susurros al joven Zekk, sin abrir los ojos y sin observar el efecto de lo que estaba ha­ciendo.
La Fuerza está en todas las cosas —dijo—, desde el guijarro más diminuto hasta la estrella más grande. Esto no es más que un pequeño atisbo de cómo el poder de Naga Sadow se introdujo hasta el corazón de las estrellas y le infligió una herida mortal hace cinco mil años.
¿Podrías hacer estallar el sol? —preguntó Zekk, muy impresionado.
Brakiss abrió los ojos y contempló a su joven estu­diante. La lisa perfección de su frente se llenó de pequeñas arrugas.
No lo sé —dijo—. Y creo que nunca querré inten­tarlo.
Zekk se acordó de cómo Brakiss había conseguido convencerle de que hiciera el primer experimento con sus poderes Jedi entregándole una varilla de ignición Y enseñándole lo sencillo que resultaba dibujar formas en las llamas mediante la Fuerza. Brakiss acababa de hacer lo mismo en la nova de los Denarii..., sólo que esta vez había operado a una escala inmensamente superior que tenía el tamaño de un sistema estelar.
¿Podría intentarlo? —preguntó Zekk, inclinándose hacia adelante con nervioso entusiasmo.
El joven apoyó las puntas de los dedos sobre el venta­nal que filtraba la luz y contempló la estrella doble y su brillante corona, que ondulaba como un infierno conteni­do a duras penas.
Brakiss volvió a sonreír.
Tan ambicioso como siempre, joven Zekk. —Puso una mano robusta y firme sobre el hombro de su mejor estudiante—. Pero no seas impaciente. Hay más cosas que debes aprender, muchas más... Has sido un estudiante voraz, y has sobrepasado mis mayores esperanzas acerca de tu capacidad para utilizar el poder con el que naciste. Llevas a cabo con gran facilidad todos los ejerci­cios que preparo para ti..., pero llega un momento en el que cada aspirante a convertirse en Jedi debe ser someti­do a una prueba que exija el máximo de él. —Brakiss enarcó las cejas—. Tamith Kai sigue presumiendo de su mejor estudiante, Vilas, que lleva más de un año adies­trándose aquí. Pero tú estás aprendiendo mucho más deprisa que él. Creo que has llegado a esa fase, Zekk.
Brakiss introdujo una mano entre los pliegues de su túnica plateada y cogió algo oculto debajo de ellos, pero después titubeó. Su mirada se encontró con la del muchacho de cabellos oscuros.
Sé que estás preparado para esto —dijo—. No me decepciones.
¿De qué se trata, Maestro Brakiss? —preguntó Zekk.
Brakiss extrajo de entre los pliegues de su ropa un cilindro oscuro recubierto de complejas tallas.
Ha llegado el momento de que tengas tu propia es­pada de luz
Zekk cogió la antigua arma Jedi y la contempló con los ojos llenos de asombro. Incluso desactivada, la espada de luz estaba envuelta por una aureola de poder que su mano percibía con toda claridad. Zekk apretó la empuñadura y la hizo girar de un lado a otro mientras se imaginaba una chisporroteante hoja de energía. La sensación era deliciosa..., tremendamente deliciosa.
Normalmente habría sugerido que construyeras tu propia arma —dijo Brakiss—. Pero se necesita tiempo y una intensa concentración para unir los componentes y comprender cómo funcionan, y no disponemos de ese tiempo. Cuando se actúa a través del lado oscuro, muchas cosas resultan más fáciles y pueden hacerse de una manera más eficiente. Acepta esta espada de luz como el regalo que te hago, y empléala bien al servicio del Segundo Imperio.
¿Puedo activarla? —murmuró Zekk, que todavía estaba muy impresionado.
Por supuesto.
Brakiss retrocedió mientras Zekk conectaba la espada de luz. Un haz escarlata que brillaba con el intenso resplandor de la lava surgió de la empuñadura.
Es un arma soberbia —dijo Brakiss—. Ya ha sido preparada para el uso por el lado oscuro.
Zekk hizo girar su muñeca, moviendo la espada de luz hacia la izquierda y hacia la derecha para poder escu­char el zumbido de aquel potente filo.
De hecho, esta espada de luz es muy similar a la que usaba Darth Vader —observó Brakiss.
Zekk asestó un mandoble al aire.
¿Cuándo podré entrenarme con ella? —pregun­tó—. ¿Cómo aprenderé a utilizarla?
Brakiss salió de la sala de observación, seguido por el joven.
Disponemos de varias cámaras de simulación —dijo—. Hace unos meses dediqué algún tiempo a adies­trar a tus amigos Jacen y Jaina. Fue una experiencia muy decepcionante... Aprendieron a usar las espadas de luz, pero me opusieron una gran resistencia durante cada etapa del proceso.
Pero tú, en cambio... Bien, espero que obtendrás unos resultados magníficos en cada ejercicio. Tú, Zekk, sobrepasarás rápidamente todos los logros de tus amigos, y conozco muy bien al Maestro Skywalker y sus temores: es demasiado pusilánime para entrenar a sus queridos y valiosísimos estudiantes en el uso de sus propias espadas de luz. Considera que las hojas de energía son demasiado peligrosas. —Brakiss se rió—. Sus temores no pueden es­tar más equivocados. El verdadero y máximo peligro es un Jedi Oscuro que empuñe semejante arma.
Mientras Zekk acompañaba a su maestro a lo largo del pasillo, desactivó la espada de luz y sostuvo su pesada empuñadura entre los dedos. El joven bajó la mirada ha­cia la legendaria arma Jedi y deslizó un dedo sobre la em­puñadura.
La espada de luz estaba caliente, preparada para en­trar en acción... Era como si estuviera suplicando ser uti­lizada. La imagen residual de la hoja escarlata todavía ardía en su campo visual.
Zekk intentó eliminarla parpadeando, pero la des­lumbrante línea de luz siguió allí.
Sí —dijo por fin—. No me cuesta nada imaginarme el porqué un arma semejante podría llegar a ser muy peli­grosa.
7


Jacen no podía evitar que su mente estuviera llena de pensamientos sombríos mientras vagaba sin rumbo por los pasillos de la Academia Jedi, eligiendo los corredores oscuros que eran menos utilizados por los otros estudiantes. Jaina caminaba junto a él sumida en un silencio estu­pefacto, tal como había estado haciendo durante las últi­mas dos horas. La joven parecía necesitar la compañía de su hermano tanto como él necesitaba la de ella, aunque ninguno de los dos sabía qué decir.
Jacen seguía sin poder entender por qué el tío Luke no había permitido que nadie más estuviera junto a Tenel Ka mientras el androide médico atendía a la joven inconsciente. Tampoco había permitido que nadie estu­viera presente cuando fue al Centro de Comunicaciones para ponerse en contacto con la familia de Tenel Ka a fin de informarles del accidente.
El tío Luke había levantado del suelo el flácido cuer­po de Tenel Ka y había regresado corriendo al Gran Templo. Mientras los gemelos se apresuraban a seguirle, Jacen había percibido cómo el Maestro Jedi recurría a sus poderes con el objeto de ayudar a la joven herida a conservar las fuerzas, así como para moverse más deprisa y evitar que sufriera las sacudidas de su veloz carrera. Al mismo tiempo Luke había enviado un chorro continuo de pensamientos tranquilizadores dirigidos al inconsciente de Tenel Ka, llenándolo con ideas de paz y curación.
Jacen sabía que hubiese debido tratar de hacer lo mis­mo y que habría tenido que intentar ayudar a su amiga de cualquier manera que estuviese a su alcance, pero el caos de pensamientos que giraban dentro de su cabeza era tan violento e incontrolable que temía que sus intentos sólo sirvieran para empeorar las cosas. Quizá ésa fuera la ra­zón por la que el Maestro Skywalker no había permitido que ninguno de ellos se quedara con la joven guerrera en cuanto hubieron vuelto al Gran Templo. Luke Skywal­ker había asegurado a sus amigos que serían avisados al instante si Tenel Ka preguntaba por ellos.
Desde entonces los gemelos se habían dedicado a va­gar por las escaleras de caracol y los pasillos sumidos en la penumbra, y los dos habían permanecido a solas con sus pensamientos. Cuando Bajie se unió a ellos sin decir nada, ninguno de los dos le preguntó dónde había estado. Después de todo, el joven wookie solía ir a los grandes árboles masassi para disfrutar de la soledad de sus copas y poder pensar en su hogar de Kashyyyk, sus padres y su hermana pequeña. Bajocca estaba preparado para volver a estar con sus amigos. Pero cuando bajó la mirada hacia Teemedós, Jacen no se sorprendió al ver que el pequeño androide había sido desconectado.
Todos estaban muy afectados por lo que había ocurri­do, pero Jacen era el que se hallaba más trastornado. Fue repasando la escena una y otra vez en su mente mientras caminaban: el siseo chisporroteante que acompañaba el entrechocar de las espadas de luz, la mirada de desafío que había en los ojos de Tenel Ka, el resplandor verdoso de la hoja de energía de Jacen atravesando el arma de la joven... Jacen cerró los ojos en un esfuerzo para expulsar de su mente el resto de lo ocurrido, pero eso fue un error. Su memoria conservaba un recuerdo demasiado vívido de la escena. Jacen volvió a abrir los ojos.
No puedo esperar por más tiempo —dijo con voz entrecortada—. He de ver a Tenel Ka para asegurarme de que se encuentra bien..., y para pedirle disculpas.
Iremos contigo —dijo Jaina, y Bajie emitió un ronroneo de asentimiento.
Cuando los tres jóvenes llegaron a la sala en la que su amiga había sido atendida, vieron salir de ella a Luke Skywalker. Erredós rodaba junto a él.
¿Cómo está Tenel Ka? —preguntó Jacen inmediatamente—. ¿Está despierta? ¿Podemos verla?
Luke Skywalker titubeó antes de responder, y Jacen pudo ver la preocupación claramente escrita en su rostro.
Todavía se está recuperando de la... conmoción —dijo—. Ahora ya está despierta, pero todavía no está preparada para veros.
Pero en un momento como éste es cuando más ne­cesita a sus amigos —dijo Jaina.
Erredós hizo girar su cúpula superior hacia la derecha y hacia la izquierda y soltó un enfático zumbido de negación.
Pero he de verla —protestó Jacen—. Necesito ha­cer algo por ella... Contarle chistes, sostener su mano... ¡Oh, por todos los rayos desintegradores! Ahora sólo tie­ne una mano, y yo soy el responsable de ello.
Erredós dejó escapar un silbido lleno de melancolía, y Luke contempló a su sobrino con cariñosa simpatía.
Sé que esto es muy duro para ti —dijo—, pero es todavía más duro para Tenel Ka. Recuerdo los pensa­mientos que me pasaron por la cabeza cuando perdí la mano en la Ciudad de las Nubes mientras luchaba con Darth Vader. Acababa de enterarme de que era mi pa­dre. Sentí como si hubiera perdido una parte de mi ser, una parte de lo que era..., y después también perdí la mano.
Pero los médicos tienen muchos recursos —obser­vó Jaina—. La mano se puede volver a unir al brazo, y las heridas pueden curarse mediante un tanque bacta.
Luke meneó la cabeza.
Mi mano había desaparecido. No había nada que volver a unir al brazo.
Pero tu mano sintética funciona tan bien como la que perdiste —dijo Jacen.
Quizá —replicó Luke, flexionando aquella prótesis que no se distinguía en nada de la mano que había perdi­do y deslizando el pulgar artificial a lo largo de las yemas de los dedos—. Pero fue una decisión que me costó mu­cho tomar. Recuerdo haber pensado que tal vez acababa de dar otro paso por el camino que acabaría haciendo que me pareciese cada vez más a mi padre. Pensé que acabaría siendo como Darth Vader, en parte vivo y en parte máquina... Tenel Ka tendrá que enfrentarse a esa misma decisión. Cuando su espada de luz estalló, des­truyó cualquier posibilidad que pudiéramos tener de volver a unir su mano al brazo.
Necesito verla, tío Luke —suplicó Jacen—. He de pedirle que me perdone.
Luke le apretó el hombro.
Te prometo que te avisaré en cuanto esté preparada para hablar. Y ahora, intenta descansar un rato.


Jacen se había sumido en un sopor agitado e intran­quilo, y se removía y daba vueltas de un lado a otro mien­tras las imágenes de una Tenel Ka herida llenaban sus sueños.
Somos oponentes —le oyó decir.
No. Soy tu amigo —intentó responder Jacen, pero la voz pareció quedar atrapada dentro de su garganta.
No podía emitir ningún sonido. Volvió a sentir aquella espantosa sacudida cuando la espada de luz de Tenel Ka se disolvió debajo de la suya y la chisporroteante hoja de energía verdosa se abrió paso a través del brazo de la joven.
El olor de la carne chamuscada entró en sus fosas na­sales con la violencia de un zarpazo. El terrible sonido del diente de rancor que Tenel Ka había convertido en la empuñadura de su arma estallando para convertirse en mil fragmentos diminutos, se estrelló contra sus tímpanos y su campo visual fue invadido por la imagen de los ojos de Tenel Ka, que estaban nublados por un impenetrable velo de acusación.
Somos oponentes...
Jacen sintió que algo tiraba de su mente y despertó cubierto de sudor, con su única y delgada manta humede­cida por la transpiración y enredada alrededor de sus piernas. No estaba muy seguro de qué lo había despertado, pero sabía que se trataba de algo que no podía esperar. —Es Tenel Ka. Nos necesita— El pensamiento apareció en su mente como surgido de la nada. Jacen oyó el débil ulular de un wookie a través de su ventana abierta. El sonido venía de la jungla.
Se levantó de un salto de su catre y cerró a toda prisa las presillas delanteras del arrugado mono de vuelo ana­ranjado, que nunca se molestaba en quitarse cuando se acostaba. El lejano aullido volvió a llegar a sus oídos y Jacen comprendió que Bajie, que estaba meditando en la copa de un gigantesco árbol massassi, debía de estar tra­tando de decirle algo. El joven salió corriendo de su habi­tación sin molestarse en ponerse las botas y llamó a la puerta de su hermana.
Despierta, Jaina. Algo va mal.
Después echó a correr por el pasillo sin aguardar una respuesta. Pero algo —quizá la llamada de Bajie— ya ha­bía despertado a su hermana, porque Jacen ni siquiera había llegado a doblar la esquina cuando ya pudo oír a Jaina corriendo por el pasillo detrás de él. Jacen no se detuvo a esperarla. Fue corriendo hasta la salida más próxima, con sus pies descalzos moviéndose velozmente sobre las frías losas, y descendió por una de las escaleras exteriores del Gran Templo, bajando de tres en tres los peldaños iluminados por la claridad de las antorchas.
Volvió a sentir el mismo tirón de antes en su mente y fue hacia la dirección de la que había llegado: el tirón venía de la pista de descenso.
Cuando dobló la esquina del templo, con Jaina pisán­dole los talones, Jacen se sorprendió al ver a Bajie vinien­do hacia ellos desde la jungla, allí donde las fantasma­góricas neblinas de la noche cubrían el suelo con una delgada manta de un blanco translúcido. Pero cuando volvió la mirada hacia la pista de descenso, Jacen vio algo que le sorprendió todavía más.
Una pequeña lanzadera de líneas esbeltas y elegantes que tendría la mitad del tamaño del Halcón Milenario estaba subiendo lentamente sobre la maleza que cubría la pista, apartando hilachas de la neblina del suelo a su paso. Y allí, bañado por el resplandor azulado de las lu­ces de situación de la pista y con los cabellos agitándose locamente de un lado a otro bajo la brisa, se encontraba Luke Skywalker.
El Maestro Jedi estaba vuelto hacia la lanzadera con un brazo levantado como en un gesto de despedida cuando los tres jóvenes Caballeros Jedi corrieron hacia él. Jacen y Jaina hablaron al mismo tiempo.
¿Quién era?
¿Qué está pasando?
El alto y desgarbado wookie añadió un ladrido inte­rrogativo a las preguntas de los gemelos.
Luke Skywalker bajó los ojos hacia sus estudiantes.
Era Tenel Ka, ¿verdad? —insistió Jacen, aunque en realidad no necesitaba oír la respuesta.
Su mirada atravesó la penumbra para encontrarse con la de su tío, y el Maestro Jedi asintió.
Su familia insistió en venir inmediatamente para llevársela —explicó—. Ahora debería estar en buenas manos... No te preocupes por ella.
Jacen se sentía como si un bantha acabara de detenerse sobre su pecho, y tuvo que hacer un gran esfuerzo hasta encontrar el aliento suficiente para poder hablar. Se sentía traicionado.
¡Se ha ido! Dijiste que nos avisarías cuando Tenel Ka estuviera preparada para vernos.
Luke Skywalker carraspeó para aclararse la garganta antes de hablar.
No estaba preparada.
Bajie dejó escapar un gemido lleno de desesperación.
Pero ni siquiera hemos tenido una oportunidad de despedirnos de ella —dijo Jaina.
Su tío suspiró.
Lo sé. Pero ahora está con su familia. Ellos cuida­rán de Tenel Ka.
Jaina vio como su hermano meneaba la cabeza en una negativa llena de confusión.
Pero ¿cómo puede ser verdad eso? —Su pregunta no pareció tener ningún sentido para Jacen y el joven la miró, esperando a que se explicara—. Lo que quiero de­cir —prosiguió Jaina— es qué razón puede tener la fami­lia de Tenel Ka para haber venido a recogerla desde Da­thomir a bordo de esa lanzadera.
Jacen se encogió de hombros. Tenía la sensación de que su hermana esperaba que la entendiese, pero no entendía nada.
¿Y qué hay de tan extraño en eso? —preguntó por fin.
Que era una lanzadera de la clase Expreso, un mo­delo que sólo es utilizado por los embajadores, y llevaba las marcas de identificación de la Casa Real de Hapes —dijo Jaina.
Tres pares de ojos llenos de preguntas se volvieron hacia Luke Skywalker.
8


Los compartimentos de pasajeros de la lanzadera real hapaniana Espectro del Trueno eran muy espaciosos y es­taban equipados con todas las comodidades que podía de­sear un viajero del espacio. Los elegantes adornos del ca­marote casi rozaban la ostentación, y el motivo decorativo principal de cada pared consistía en una compleja filigrana dorada que rodeaba una gigantesca pantalla visora.
Pero Tenel Ka no estaba prestando ninguna atención a aquel panorama tan espectacular. Ya había visto el hi­perespacio con anterioridad. No sentía ningún deseo de ver nada..., ni a nadie.
Y tampoco deseaba sentir nada. Entumecimiento. Sí, eso era lo que sentía. Su mente, sus emociones..., incluso su brazo: todo estaba entumecido, insensible.
La idea de que tal vez debería comer algo pasó ve­lozmente por su cerebro. No había comido nada desde antes..., desde antes...
No —acabó decidiendo—. Nada de comida— No se sentía capaz de interesarse por la comida, o por ninguna otra cosa.
Sus trenzas doradorrojizas colgaban desordenadamente alrededor de su rostro. El androide médico había hecho un trabajo excelente a la hora de lavarla y desinfectar la herida antes de cauterizarla, pero en su progra­mación no había nada que pudiera indicarle lo que debía hacer con el pelo. Se había ofrecido amablemente a afeitarle la cabeza, pero Tenel Ka había rechazado su sugerencia. Jacen o Jaina podrían haber estado dispuestos a echarle una mano con el peine para remediar el desorden de sus cabellos y volver a trenzarlos. Pero Tenel Ka era demasiado orgullosa para permitir que sus amigos la vieran en su estado actual, y temía el disgusto que tal vez hubiese visto en sus rostros..., o, y eso sería todavía peor, la compasión.
Tenel Ka pensó que el haber sido sacada tan sigilosamente de Yavin 4 en plena noche por lo menos tenía una cosa buena: no había tenido que ver a nadie, y en conse­cuencia se había ahorrado tanto la simpatía como la irrisión.
La embajadora Yfra escogió ese preciso instante para aparecer, como si quisiera expulsar de la mente de Tenel Ka el único pensamiento capaz de reconfortarla un poco. A pesar de todas sus bondadosas sonrisas y del refinamiento de sus rasgos, la fiel secuaz de su abuela se iba pareciendo cada vez más a la antigua reina a medida que iban transcurriendo los años: Yfra estaba hambrienta de poder, y más que dispuesta a hacer lo que fuese necesario para aumentar su poder personal. No hacía mucho tiem­po Yfra había intentado visitar Yavin 4, pero cuando sus amigos fueron secuestrados por la Academia de la Som­bra, Tenel Ka había partido con el Maestro Skywalker para rescatarlos. Tenel Ka no había lamentado en lo más mínimo el no poder ver a la embajadora, que había cance­lado la visita. La joven guerrera nunca había confiado en aquella mujer, y sentía una repulsión instintiva hacia ella.
¿Te encuentras mejor, querida? —preguntó la em­bajadora con una repugnante falta de sinceridad—. ¿Deseas hablar?
No —replicó tozudamente Tenel Ka—. Gracias. —Pero un instante después empezó a sentir un cosquilleo de curiosidad en su embotado cerebro—. ¿Por qué te eligieron a ti para que me llevaras a casa? —preguntó.
En realidad —respondió Yfra, evitando que su mirada se encontrase con la de Tenel Ka—, no ha sido tanto que fuera elegida como que era... la más indicada. Me encontraba en un sistema estelar cercano para ocuparme de ciertos asuntos cuando tu abuela fue informada de tu... infortunado accidente.
Y ahora, querida —siguió diciendo—, saldremos del hiperespacio dentro de unas horas, así que si hay algo que pueda hacer mientras tanto...
Sí —dijo Tenel Ka, hablando con su directa sequedad habitual—. Deseo estar sola.
Si la embajadora se sintió disgustada por la brusque­dad de su respuesta, supo disimularlo muy bien.
Por supuesto que sí, querida —dijo con una elegan­te y educada falta de sinceridad—. Has pasado por una prueba tan terrible... —Lanzó una mirada bastante signi­ficativa al brazo de Tenel Ka y fingió reprimir un escalofrío de repugnancia—. Oh, debes de sentirte terriblemente mal.
Yfra se retiró después de haber pronunciado aquellas palabras, consiguiendo dejar a Tenel Ka en un estado de ánimo todavía peor que antes..., lo que en realidad tal vez fuese justamente lo que deseaba la embajadora. La im­placable secuaz de la anciana reina era una excelente ma­nipuladora.
Tenel Ka bajó la mirada hacia su brazo izquierdo..., o lo que había quedado de él después de que su espada de luz defectuosa estallara. No había habido ninguna posibi­lidad de salvar el miembro y permitir que se curase den­tro de un tanque bacta. La joven ya no estaba completa.
¿Cómo podría llegar a ser una verdadera guerrera después de lo ocurrido? Ni siquiera podía decir que su mutila­ción fuese el resultado honroso de una batalla. De hecho, había sido causada por su propio orgullo..., y su apresuramiento y su estupidez. Si hubiera seleccionado con más cuidado los componentes de su espada de luz, si hubiera sido un poco más meticulosa cuando montaba el arma...
Tenel Ka estaba tan segura de que su éxito o su fracaso en la batalla dependería de sus capacidades físicas, que no se había molestado en utilizar al máximo sus talentos mientras construía su arma. Incluso durante su adiestramiento Jedi, Tenel Ka siempre se había dejado llevar por el orgullo y había intentado confiar únicamente en sus habilidades naturales, negándose a emplear la Fuerza a menos que no hubiera ninguna otra forma de alcanzar sus objetivos.
Pero ¿qué sería de sus proezas guerreras en el futuro? ¿Cómo podría volver a escalar un edificio sin usar nada aparte de su fibrocable, su gancho y sus recursos físicos? ¿Cómo treparía a un árbol? ¿Cómo cazaría o nadaría? ¡Pero si ni siquiera podía trenzarse los cabellos! ¿Y quién respetaría a una Jedi que sólo tuviera un brazo?
Tenel Ka se fue adormilando poco a poco, absorta en aquellos pensamientos tan sombríos. Lo siguiente que oyó fue un golpecito en la puerta de su camarote.
¿Estás descansando, querida? —preguntó la emba­jadora Yfra con su voz calculadamente melodiosa—. Ya va siendo hora de que salgas. Casi estamos en casa. Nos encontramos muy cerca de Hapes.
Tenel Ka sacudió la cabeza para acabar de despertarse, se levantó y contempló las pantallas visoras que se alzaban a su alrededor. El Espectro del Trueno ya no estaba viajando por el hiperespacio. Las estrellas y planetas del Cúmulo de Hapes se extendían allí donde mirase, flo­tando en el vacío como puñados de gemas arco iris de Gallinore esparcidas sobre un inmenso paño de lustroso terciopelo negro.
¿Me has oído, querida? —volvió a preguntar la voz de la embajadora a través de la puerta—. Estás en casa.
En casa —repitió Tenel Ka.
El temor que había estado sintiendo se congeló bajo la forma de una bola de hielo en el centro de su estómago cuando pensó en que aquel lugar muy bien podía ser su hogar a partir de aquel momento.


Inmensos navíos de guerra, Dragones de Combate hapanianos, parecieron surgir de la nada para escoltar a la diminuta lanzadera hasta su zona de descenso. Cuando el Espectro del Trueno se hubo posado por fin sobre la pista y Tenel Ka desembarcó, miró a su alrededor y sintió la primera sombra de interés que había experimentado desde el accidente con la espada de luz mientras buscaba a sus padres. Pero se sorprendió al descubrir que su abue­la, la Ta'a Chume, era su única pariente presente.
La antigua reina, que había venido acompañada por una numerosa guardia de honor ataviada con todas las galas ceremoniales, dio un paso hacia adelante para dar la bienvenida a su nieta. Tenel Ka soportó un abrazo y una aparatosa exhibición de afecto —aunque su abuela nunca la abrazaba cuando estaban a solas—, y la miró fijamente.
¿Por qué no han venido mis padres? —preguntó.
Tuvieron que partir para ocuparse de un asunto di­plomático de naturaleza muy urgente y secreta —respon­dió su abuela sin inmutarse—. Sólo yo y mis confidentes de mayor confianza conocemos su paradero. —Hizo una seña a uno de los integrantes de su cortejo, que avanzó para colocar una túnica real sobre los hombros de Tenel Ka. Los gruesos y suaves pliegues ocultaron el brazo que le quedaba y el muñón en que se había convertido el otro, y la joven no disponía de las energías necesarias para protestar—. Pero te aseguro que tus padres volverán lo más deprisa posible —siguió diciendo su abuela.
Cuatro parejas de sirvientes sucintamente vestidos aparecieron ante ellas, trayendo consigo enormes y mullidos almohadones para la princesa y su abuela. Tenel Ka se sentó, y sólo entonces se dio cuenta de que por lo menos dos docenas más de apuestos sirvientes habían entrado en la zona de descenso. Cerró los ojos y suspiró Tendría que habérselo imaginado. Al parecer la Ta'a Chume había aprovechado la ausencia de sus padres para decidir que recibiría a Tenel Ka con toda la fanfarria y el espectáculo posibles..., quizá para demostrar a esa nieta que aspiraba a convertirse en una Jedi lo maravilloso que era ser miembro de la familia real.
Tenel Ka pensó que no había podido tener una idea peor.
Tres robustos jóvenes que sólo llevaban taparrabos avanzaron hasta el centro de la pista de descenso e iniciaron una rítmica exhibición de sus habilidades gimnásticas. Otros sirvientes que habían permanecido más alejados trajeron instrumentos de cuerda y flautas y empezaron a proporcionar un acompañamiento musical. La antigua reina se inclinó hacia su nieta mientras contemplaban el espectáculo.
Eres muy afortunada, Tenel Ka... —murmuró.
Tenel Ka parpadeó, bastante sorprendida.
Su abuela movió la mano en un gesto que abarcó cuanto había a su alrededor.
Todo lo que ves, Hapes y sus sesenta y tres mun­dos..., está sometido a tu voluntad y a tus órdenes. —Su voz adoptó un tono persuasivo—. No es muy habitual que quienes han intentado convertirse en Caballeros Jedi y han fracasado dispongan de una alternativa tan agrada­ble. Después de todo, y a diferencia de lo que ocurre con las armas de la batalla, emplear el poder político no requiere el uso de los dos brazos.
Tenel Ka torció el gesto, no sólo ante la nada justa afirmación de que hubiese fracasado en su adiestramiento Jedi hecha por su abuela, sino también porque uno de los acróbatas acababa de ejecutar una doble voltereta en el aire..., una pirueta que ella misma había hecho incontables veces, y que siempre había dado por sentado que seguiría haciendo. Tenel Ka había incluido las volteretas, los saltos mortales y los giros por el aire en sus ejercicios cotidianos en la Academia Jedi. La Academia Jedi... Ya la echaba de menos.
Cuando los gimnastas hubieron terminado, un joven se adelantó y empezó a hacer malabarismos con una fe­nomenal habilidad. Tenel Ka se fue sintiendo más y más incómoda mientras contemplaba como el joven pasaba cristales de fuego, aros y antorchas encendidas de una mano a otra, arrojándolas a gran altura a un ritmo cons­tantemente acelerado.
Otra cosa que nunca seré capaz de hacer—, pensó Tenel Ka, y apretó los labios hasta convertirlos en una línea de tensa melancolía.
Intentó concentrarse en el rostro del joven malabaris­ta. No cabía duda de que era muy guapo, pero en ese momento Tenel Ka habría cambiado a todos los sirvien­tes y guardias de la plataforma de descenso por un fugaz vislumbre de un rostro amigo: Jacen, Jaina, Bajocca, in­cluso el Maestro Skywalker...
¿Sabes una cosa, querida? —murmuró su abuela, volviendo a inclinarse hacia ella como si el pensamiento acabara de cruzar por su mente—. Tu lesión tal vez haya sido la manera elegida por la Fuerza para demostrarte que no habías nacido para ser una Jedi, y que tu destino siempre ha sido el de gobernar Hapes.
El aire salió de los pulmones de Tenel Ka en una ex­pulsión tan brusca como si un rancor acabara de pisotearle el estómago. La joven se preguntó si, aunque sólo fuese por una vez, su abuela no tendría razón después de todo.
9


La acústica de la gran sala de audiencias de Yavin 4 era capaz de transmitir una palabra susurrada en el estra­do a todos los asientos de la explanada. Pero aquel día no había ningún conferenciante de pie al final de la larga cámara, y los pasos de Jaina eran tan lentos y vacilantes que sus pies calzados con botas no producían ningún sonido. Con la excepción de Jacen y Bajie, que estaban sentados en un banco de piedra cerca del estrado, la sala de audiencias se hallaba totalmente vacía.
O, mejor dicho, no estaba totalmente vacía. Imágenes de una joven guerrera de Dathomir orgullosa y llena de confianza en sí misma llenaban el campo visual de Jaina: Tenel Ka alzando una copa en un juramento de amis­tad; Tenel Ka trenzando sus largos cabellos mientras se preparaba para iniciar unos ejercicios de adiestramiento Jedi; Tenel Ka escalando los muros exteriores del Gran Templo, ascendiendo sin ninguna dificultad gracias a sus dos fuertes manos... Su conexión a través de la Fuerza permitió que Jaina percibiera que en la mente de su her­mano gemelo se agitaban pensamientos similares.
Unos momentos después de que Jaina se sentara al lado de Jacen, la instructora e historiadora Jedi Tionne apareció por una puerta lateral y fue hacia los tres estu­diantes. Jaina sintió como el estado de ánimo de su her­mano se volvía un poco menos sombrío en cuanto vio a la Jedi de los cabellos plateados. Tionne les había enseñado a buscar múltiples soluciones a cualquier problema, y a descubrir opciones, perspectivas originales y nuevas al­ternativas. Como siempre, Jaina se sorprendió ante la sa­biduría que había en aquellos ojos color madreperla, una sabiduría que había sido obtenida gracias a largos años de estudio de las historias y tradiciones de los antiguos Jedi.
La voz de Tionne era suave y melodiosa.
El Maestro Skywalker me ha pedido que os ayude a... seguir haciendo progresos en vuestro adiestramiento con las espadas de luz.
Jaina se removió nerviosamente, no queriendo pen­sar en el arma letal que colgaba de un aro para herra­mientas sujeto a su mono anaranjado de vuelo.
Tionne llamó a los tres estudiantes sentados en el banco de piedra con un gesto de la mano.
Tened la bondad de subir a la plataforma, donde dispondremos de más sitio para trabajar —dijo.
Jacen y Bajie subieron los peldaños, pero Jaina se quedó donde estaba, no muy segura de si podía expresar su reluctancia. Pero cuando Tionne volvió a llamarla con un gesto de la mano, sonriéndole con bondadosa pacien­cia, Jaina descubrió que se había puesto en pie para se­guir a Jacen y Bajie.
Su espada de luz golpeaba suavemente su pierna a cada paso que daba, proporcionándole un sombrío recor­datorio de su mortífera presencia. El corazón de Jaina empezó a latir más deprisa con un repentino temor, y go­tas de sudor frío aparecieron en su frente y su cuello. La joven comprendió que proseguir su adiestramiento con las espadas de luz iba a resultar todavía más difícil de lo que había esperado, y la tensión de las mandíbulas de Jacen le indicó que su hermano estaba haciendo los mismos esfuerzos que ella para controlar su nerviosismo. Jacen también debió de percibir las dificultades de Jaina, porque de repente se volvió hacia ella con una sonrisa temblorosa en los labios.
¿Quieres oír un chiste?
Jaina se obligó a reír.
¿Por qué no?
Su réplica pilló desprevenido a su hermano, y Jacen necesitó unos momentos de reflexión antes de seguir hablando.
De acuerdo —dijo por fin—. ¿Sabes por qué un mecánico androide nunca está solo?
Jaina se encogió de hombros, sabiendo por experiencias anteriores que sería mejor que no intentara responder.
¡Porque siempre está haciendo nuevos amigos!
Jaina no pudo evitar soltar una risita, y agradeció aquella repentina liberación de la tensión acumulada. Bajie también soltó una áspera carcajada wookie. Un hoyuelo apareció en la mejilla de Tionne, y el brillo de aprobación que iluminó sus extraños ojos mostró que comprendía lo difícil que debía de resultar aquello para todos.
Después colocó a los estudiantes con dos metros de intervalo entre cada uno y el rostro vuelto en la misma dirección, y los tres jóvenes siguieron sus instrucciones y llevaron a cabo una serie de ejercicios en los que sólo emplearon las empuñaduras de sus espadas de luz. Jaina dejó su mente en blanco y fue repitiendo los fluidos y enérgicos movimientos de su instructora, imitándolos como si estuviera ejecutando una danza.
Aparentemente satisfecha con sus progresos, Tionne dio por terminado el ejercicio y se colocó delante de Bajie. Después indicó a Jaina que se colocara junto a ella, vuelta de cara a Jacen, y presionó un botón de la empuñadura de su arma y un haz plateado brotó de ella entre un luminoso chisporroteo de energía iridiscente.
Activad vuestras espadas de luz, por favor —dijo.
Un fruncimiento de duda arrugó la frente de Jacen, pero no tardó en sostener ante él una resplandeciente hoja color verde esmeralda. La hoja de Bajie también surgió de la nada con una mezcla de chasquido y siseo, ardiendo con una llamarada dorada que recordaba al bronce fundido. El joven wookie sostuvo la hoja junto a él.
¡Oh, amo Bajocca! Tenga mucho cuidado —exclamó Teemedós desde la cintura del wookie—. Ya sabe lo delicados que son mis circuitos.
Jaina se mordió el labio inferior, cerró los ojos y pre­sionó un botón de su espada de luz. Su arma cobró vida con un potente silbido: el resplandor de su haz violeta eléctrico y la luz de las otras tres hojas de energía se abrió paso incluso a través de sus párpados cerrados, trayendo consigo una oleada de vívidos recuerdos.
Violeta. El color de los ojos de Tamith Kai, la malvada Hermana de la Noche...
Plata. Los pliegues ondulantes de la túnica de Brakiss. La Academia de la Sombra. Jacen y Jaina enfrentándose en un duelo bajo disfraces holográficos. Un error de cualquiera de los dos podría haber significado la muerte.
Bronce. Un color casi idéntico al dorado rojizo de la cabellera de Tenel Ka. El brazo amputado de Tenel Ka, con su mano todavía sosteniendo la empuñadura de la es­pada de luz defectuosa mientras la hoja estallaba. La per­plejidad en el rostro de Tenel Ka cuando una hoja color esmeralda se abrió paso a través de su brazo.
Verde esmeralda. El color de los ojos de Zekk, rodeado por una corona oscura. Zekk, que en aquel mismo ins­tante estaba siendo adiestrado en la Academia de la Som­bra, donde aprendía a servir al Segundo Imperio y a utilizar el lado oscuro de la Fuerza. Y si el Segundo Impe­rio atacaba a la Nueva República tal como planeaba ha­cer, la Nueva República que Jaina, Jacen y los otros Ca­balleros Jedi de Luke Skywalker habían jurado proteger, entonces Jaina se vería obligada a luchar con él... ¿Cómo podía no defender a la Nueva República, cuando su madre era su líder?
¿Tendría que enfrentarse a Zekk, blandiendo una espada de luz en la mano, para proteger a su madre?
Jaina desactivó su arma con un grito ahogado y la dejó caer sobre las losas del suelo; después retrocedió con paso tambaleante para alejarse de ella como si se hu­biera convertido en un dragón krayt. Las otras espadas de luz se apagaron casi al instante, y Jaina sintió un in­contenible estremecimiento de alivio.
Los ojos color perla de Tionne estaban muy serios mientras contemplaba a sus tres jóvenes pupilos. La Jedi de los cabellos plateados se inclinó para recoger la espada de luz que Jaina había arrojado al suelo y tomó asien­to sobre la fría piedra de la plataforma de los oradores.
Poneos cómodos, por favor —dijo después—. He de contaros una historia.
Jaina, Jacen y Bajie formaron un semicírculo a su alrededor, pegándose los unos a los otros y necesitando aquel contacto. Tionne se irguió ante los tres jóvenes y sostuvo sus delicadas manos delante de ella, y las fue mo­viendo de un lado a otro mientras tejía su historia ante sus ojos como si fuera un tapiz invisible.
Hace millares de años, en una época donde los grandes poderes del bien luchaban con las grandes fuerzas del mal —empezó diciendo Tionne con su voz suavemente musical—, había una mujer llamada Nomi Jinete del Sol casada con un hombre llamado Andur, que se estaba adiestrando para ser un Caballero Jedi.
Cuando Nomi y su esposo fueron a entregar unos valiosísimos cristales de Adegan al nuevo Maestro Jedi de Andur, fueron detenidos por un grupo de bandidos dominados por la codicia, que mataron al esposo de Nomi y trataron de robar los cristales. Pero cuando Nomi vio a su esposo muerto en el suelo, cogió su espada de luz y se cobró una venganza mortífera sobre sus asesinos. Después viendo lo que había hecho, se sintió tan llena de asco que juró que nunca más volvería a tocar una espada de luz.
Nomi llevó los cristales a Thon, el Maestro Jedi de su esposo, para cumplir el último deseo que había salido de los labios de Andur antes de morir. Se quedó a vivir con él junto con Vima, su pequeña, y empezó a estudiar para convertirse en una Jedi. Aprendió y fue adquiriendo sabiduría y nuevas capacidades para el uso de la Fuerza, pero seguía negándose a tocar una espada de luz, aunque fuera el arma de los Jedi.
Pero con el paso del tiempo acabó llegando un día en el que descubrió que necesitaba algo más que la Fuer­za para poder proteger a sus seres queridos. Nomi volvió a empuñar una espada de luz para salvar a su amado Maestro Jedi y para defender a su hija, y luchó por lo que sabía era justo y bueno.
Mas para aquel entonces Nomi ya había comprendi­do el propósito y el significado de la espada de luz..., y a partir de aquel día luchó con todo el poder del lado lumi­noso de la Fuerza. Nunca sintió el deseo de utilizar su espada de luz, pero sabía que habría momentos en los que sería necesario emplearla. Aprender a aceptar esa verdad hizo que pudiera llegar a ser una gran guerrera y una gran Maestra Jedi.
Cuando la historia llegó a su fin, Jaina respiró hondo y salió del estado de concentración muy cercano al trance en el que entraba cada vez que escuchaba las historias de Tionne. Jaina se dio cuenta de que una gran parte del horror que había sentido antes ya se había disipado, aunque sus músculos estaban tan cansados y doloridos como si acabara de librar todas las batallas en las que Nomi Jinete del Sol había empuñado su espada de luz.
Un instante después sintió que algo pesado y sólido se deslizaba por entre sus dedos, y bajó la mirada para ver la empuñadura de su espada de luz. Tionne se la había devuelto.
No hay ninguna necesidad de activarla por el momento —dijo la instructora Jedi con cariñosa dulzura clavando la mirada en los ojos castaños de Jaina—. Creo que por hoy ya hemos avanzado lo suficiente.
10


Tenel Ka, muy irritada, acabó llegando a la conclu­sión de que todos los médicos eran unos pesados insufri­bles.
La doctora —el quinto médico de la corte en otras tantas horas— siguió explicándole en un tranquilo tono de superioridad que, aunque Tenel Ka tenía toda la ra­zón al no desear un tosco brazo androide, no podía tener ninguna objeción a un sustituto protésico biomecánico que sería totalmente idéntico al miembro que había per­dido. (Al parecer creían conocerla mejor de lo que ella se conocía a sí misma.) Tenel Ka acabó alzando el muñón de su brazo en una exasperada rendición y dejó que la doctora se saliera con la suya. La doctora pareció satisfecha y nada sorprendida de que Tenel Ka hubiera acce­dido. Después de todo, era la única elección razonable.
La doctora llamó a uno de sus ayudantes con una seña, y el hombre avanzó para empezar a tomar medidas del muñón en que se había convertido el brazo izquierdo de Tenel Ka. Después una ingeniero colocó electrodos sobre su piel llena de cicatrices y envió descargas intermi­tentes de electricidad a través de la carne de la joven, explicándole que hacía todo aquello para poder medir la conductividad nerviosa.
Mientras tanto el ayudante colocó el brazo derecho de Tenel Ka dentro de una cámara de reproducción holográfica. Cada vez que la ingeniero administraba una descarga al muñón de Tenel Ka, el ayudante intentaba reconfortarla dándole unas palmaditas en el hombro y le pedía que se estuviera quieta. El ayudante, visiblemente orgulloso de sus conocimientos, le fue explicando cómo la imagen holográfica sería invertida para formar una pauta que podría ser utilizada como molde de su nuevo brazo izquierdo biosintético.
Igual que una pandilla de niños a los que se hubiera dado libertad total en una tienda de golosinas, los médi­cos empezaron a ir y venir por la habitación impartiendo órdenes, conferenciando entre ellos y haciendo prepara­tivos. Tenel Ka se dejó tocar y examinar, y permitió que el caos de voces se fuera convirtiendo en un lejano ruido de fondo, sumiéndose en sus pensamientos.
Como hija de dos poderosas familias gobernantes, una de Hapes y la otra de Dathomir, Tenel Ka sabía desde hacía mucho tiempo quién y qué era. Su filosofía de la vida estaba tan clara en su mente como sus firmes opinio­nes sobre el linaje, la lealtad, las amistades e incluso sus propias capacidades y limitaciones físicas.
Si uno de aquellos componentes cambiaba, ¿cambia­ba igualmente todo lo demás?
Desde la infancia, los padres de Tenel Ka le habían enseñado a tomar sus propias decisiones basándose en partes iguales de razón, hechos y creencia personal. En consecuencia, la joven nunca había permanecido pasivamente inmóvil mientras los demás tomaban sus decisio­nes por ella. Pero desde la pérdida de su brazo, ¿acaso no había hecho precisamente eso?
Apenas había empezado a pensar en ello cuando la embajadora Yfra se presentó en plena noche para sacarla de Yavin 4 en secreto. Durante los últimos días que había pasado en Hapes, Tenel Ka había permitido que su abue­la controlara sus movimientos y sus comunicaciones, le dijera cuándo debía dormir, le trajera todas sus comidas y seleccionara la ropa adecuada para ella. Y finalmente Tenel Ka, que siempre había confiado en su mente y en su cuerpo, estaba permitiendo que la preparasen para adaptarle un brazo biomecánico.
¿Realmente había cambiado tanto?
La Fuerza era parte de ella y fluía a través de todo su ser de la misma manera que la sangre de sus padres fluía por sus venas. Pero aquel brazo artificial no sería parte de ella. Si lo aceptaba, entonces estaría permitiendo que la pérdida de su miembro la alterase de maneras que ten­drían un efecto muy profundo e invisible a los ojos. Tenel Ka no tenía nada en contra del hecho de cambiar..., pero aquel cambio no sería para mejor. Si permitía que la transformaran, debería ser en el sentido de volverse más fuerte o más sabia.
Sus reflexiones fueron bruscamente interrumpidas por un zumbido de servomotores. La doctora y la inge­niero estaban inmóviles delante de ella, sosteniendo un grotesco brazo metálico en las manos. El brazo androide le recordó el pesado artefacto protésico que, según había oído decir, le fue implantado a Qorl, el antiguo piloto de cazas TIE, cuando se puso al servicio del Segundo Impe­rio. Tenel Ka meneó la cabeza en una muda negativa.
Esto sólo es temporal, por supuesto —dijo la doc­tora, hablando con el mismo tono de irritante condescen­dencia que había empleado antes—. Lo único que debéis hacer es iros acostumbrando al sustituto mientras sinteti­zamos el brazo biomecánico.
Y en aquel momento Tenel Ka decidió que, de hecho, no había cambiado tanto. Si necesitaba utilizar la Fuerza a partir de entonces para que le prestara alguna pequeña ayuda..., bien, que así fuese. Pero se negaba a depender de una máquina que fingiría ser parte de ella misma.
No —consiguió graznar cuando la doctora avanzó para unir el brazo mecánico a su miembro amputado.
La ingeniero retrocedió con cara de preocupación, pero la doctora siguió adelante como si Tenel Ka no hubiera hablado.
Todo esto forma parte del proceso necesario para que volváis a estar entera —dijo con su insoportable voz firme y tranquila—, y es exactamente lo que deseáis,
No —repitió Tenel Ka.
La joven apretó tozudamente las mandíbulas. La ira hirvió en su interior ante la doctora y su arrogante convencimiento de que sabía qué era lo más conveniente para ella.
La doctora meneó la cabeza y se inclinó sobre Tenel Ka, igual que si estuviera riñendo a una niña pequeña.
Vamos, vamos... Habéis accedido a que se os pre­pare para este nuevo brazo y...
He cambiado de parecer —dijo Tenel Ka, apretan­do los dientes y haciendo un gran esfuerzo de voluntad para controlar su mal genio.
Los labios de la doctora seguían sonriendo, pero una sombría determinación había empezado a brillar en sus ojos, indicando que nunca aceptaría un no como respues­ta..., y menos si procedía de una paciente. La mujer siguió hablando sin parar e hizo una seña a la ingeniero para que la ayudase a colocar la prótesis androide sobre el mu­ñón del brazo de Tenel Ka, como si la doctora creyese que continuar adelante sin hacer caso de sus protestas bastaría para que su determinación se impusiera a la de la paciente.
Tener un brazo biomecánico no es nada de lo que debáis avergonzaros. Incluso vuestro gran Maestro Jedi Skywalker tiene una mano protésica.
Tenel Ka admitió para sus adentros que la elección del Maestro Skywalker había estado totalmente libre de cualquier sombra de debilidad. No le había convertido en más o en menos de lo que era. Luke Skywalker habla luchado con sus propias decisiones y había hecho sus pro­pias elecciones, exactamente igual como debía hacer ella. El Maestro Jedi nunca le pediría que obrase de otra manera..., como parecían decididas a hacer las personas de que estaba rodeada en Hapes.
Vuestro nuevo brazo tendrá un aspecto totalmente natural —siguió diciendo la doctora con aquel insoporta­ble tono tranquilizador—, y vuestra abuela no ha reparado en gastos.
Cuando el frío metal del miembro mecánico entró en contacto con el muñón de Tenel Ka, la joven perdió los últimos vestigios de control sobre su ira que le quedaban.
¡No! —gritó.
Tenel Ka reaccionó sin darse cuenta de lo que hacía y empleó la Fuerza para empujar hacia atrás a la ingeniero y la doctora. Pero el brazo androide ya había sido colocado en su sitio, y sobresalía de su piel como una protube­rancia cancerosa.
¡He dicho que NO!
Tenel Ka volvió a utilizar la Fuerza, esta vez de una manera totalmente consciente, para desprender el artilu­gio de su muñón y lanzarlo contra la pared más cercana. El brazo androide salió despedido a una velocidad terri­ble y chocó ruidosamente con las piedras, rompiéndose en un sinfín de componentes que se esparcieron sobre las frías baldosas del suelo.
Un coro de jadeos ahogados resonó en la habitación, y una docena de pares de ojos contemplaron a la joven con perplejidad y aprensión.
La furia que se había adueñado de Tenel Ka se disipó rápidamente, y cuando volvió a abrir la boca su voz sonó firme y tranquila.
Y hablaba en serio.
11


Por alguna razón que no habría podido explicar, las zumbantes vibraciones del saltacielos T-23 relajaban a Jacen al mismo tiempo que le parecían extrañamente in­quietantes.
Teemedós, que estaba en la cabina con Bajie, amplifi­có el volumen de su altavoz para poder ser oído por enci­ma del estridente gemido de los motores.
Realmente, amo Bajocca, no entiendo a qué viene todo este revolotear de un lado a otro cuando ni siquiera tiene un destino fijado.
Bajie soltó un suave gruñido, y el pequeño androide se apresuró a replicarle.
¿Un efecto terapéutico? ¿Para qué? Y en cualquier caso, me inclino a pensar que el llevar a cabo alguna clase de ejercicio físico resultaría mucho más beneficioso que deambular sin rumbo por encima de las copas de los ár­boles.
Jaina, callada y pensativa, estaba sentada junto a Jacen en el pequeño asiento de pasajeros y jugueteaba con su espada de luz.
Ya lo hemos intentado, Teemedós, pero últimamente parece como si cualquier tipo de ejercicio físico sólo sirviera para recordarnos las cosas que estábamos intentando olvidar mediante él.
Jacen se sorprendió al oír que Jaina respondía a los irritantes comentarios del androide de la misma manera en que Bajie se había dirigido a él unos momentos antes: Jaina le había hablado sin irritación, y como si Teemedós fuera un amigo. De hecho, ya había transcurrido un día entero sin que ninguno de ellos se decidiera a desconec­tarlo. Era como si esperasen que la incesante charla del pequeño androide traductor pudiera acabar llenando aquel vacío en el que ninguno de ellos deseaba pensar.
Pero la verdad es que hay algo que falta —pensó—. Ahora todo es distinto.— En circunstancias normales Jacen probablemente habría estado metido en el diminuto pozo de carga detrás del asiento de pasajeros..., y habría soportado alegremente la incomodidad de la falta de es­pacio si eso significaba que Tenel Ka podía estar con ellos, sentada donde estaba sentado él en aquel momento.
¡Oh, cielos! —exclamó Teemedós en un tono de voz bastante más bajo—. Qué terriblemente insensibles pueden llegar a ser mis procesadores... Todos han estado pensando en el ama Tenel Ka, ¿verdad? Lo siento muchí­simo.
Jacen vio como Bajie se inclinaba sobre el pequeño androide para darle lo que parecía una palmadita de consuelo. Teemedós acababa de sacar a relucir el tema que los jóvenes Caballeros Jedi habían estado evitando, y eso hizo que Jacen sintiera de una forma todavía más aguda la ausencia de Tenel Ka.
No te preocupes, Teemedós —dijo Jaina—. Todos la echamos de menos.
Jacen suspiró.
Ojalá pudiera hablar con Tenel Ka.
Jacen, Bajie y Teemedós expresaron su acuerdo con el. Después, como si hubieran hablado de ello y hubieran llegado a una decisión unánime, Bajie hizo virar el T-23 y emprendió el trayecto de vuelta a la Academia Jedi.




El Maestro Luke Skywalker bajó la mirada hacia su pequeño androide astromecánico en forma de tonel un instante después de que entraran en el hangar de la base del Gran Templo.
No me ocurre nada, Erredós —dijo, respondiendo al silbido interrogativo del androide—. Pero he de tomar algunas decisiones bastante importantes.
Luke frunció el ceño y volvió a pensar en la comunicación directa que acababa de enviar al Palacio de la Fuente en Hapes. No había podido ponerse en contacto con el príncipe Isolder y Teneniel Djo, los padres de Tenel Ka. La Ta'a Chume, la Matriarca de la Casa Real, había aparecido en la pantalla y le había comunicado en un tono bastante seco que los padres de Tenel Ka estaban de viaje fuera del Cúmulo de Hapes y que no se podía contactar con ellos, y que la princesa ya había soportado traumas más que suficientes debido a su adies­tramiento Jedi. Bajo ninguna circunstancia se permitiría que la joven hablara con el Maestro Skywalker. La an­tigua reina había cortado bruscamente la comunicación después de haber dicho aquellas palabras, dejando a Luke con toda una nueva gama de preocupaciones.
La abuela de Tenel Ka nunca había aprobado la di­rección que la joven había decidido dar a su vida. La te­rrible anciana siempre había querido moldear a su nieta hasta convertirla en una persona como ella, una temible líder política de la que pudiera sentirse orgullosa.
Luke se preguntó qué ocurriría si su abuela decidía utilizar la debilidad de Tenel Ka y beneficiarse de ella en vez de darle apoyo y consuelo durante aquella época de turbulencias. Sin Isolder y Teneniel Djo para proporcio­nar apoyo emocional a su hija, Tenel Ka podía sentirse demasiado abatida o confusa para ser capaz de tomar sus propias decisiones. Cabía la posibilidad de que aceptara ciegamente cualquier decisión que la matriarca pudiera llegar a tomar en su nombre.
Luke meneó la cabeza. Dejando aparte las considera­ciones políticas, Tenel Ka no encontraría el consuelo que necesitaba en su abuela. Luke pensó en el estrecho víncu­lo que los cuatro jóvenes Caballeros Jedi habían desarro­llado gracias a todo el tiempo que habían pasado traba­jando y adiestrándose juntos en la Academia Jedi. Si había algo que Tenel Ka necesitara en esos momentos, era precisamente aquella clase de relación. La joven gue­rrera de Dathomir necesitaba la atención y los cuidados libres de todo egoísmo que Jacen, Jaina y Bajie podían proporcionarle.
Luke no tenía ningún deseo de influir sobre Tenel Ka a la hora de que decidiese si debía volver a Yavin 4 o no. Eso tenía que decidirlo ella, y la elección debía ser única y exclusivamente suya. En cuanto a la herida fí­sica de Tenel Ka, no cabía duda de que se podía confiar en cualquier androide médico mínimamente competente para que la atendiera. Pero la joven necesitaba el ca­lor y el apoyo de sus amigos para poder recuperarse de sus heridas emocionales y llegar a tomar su propia decisión.
Luke sonrió cuando vio como Bajocca maniobraba el saltacielos T-23 sobre su pista de descenso en el hangar. Aquellos estudiantes Jedi también habían sufrido heri­das emocionales que necesitaban ser curadas. Luke se irguió y fue hacia el T-23.
Creo que será mejor que hagamos una comproba­ción general de la Cazadora de Sombras antes de em­prender el vuelo, Erredós —dijo—. Vamos a prepararnos para despegar.
Erredós emitió una melodiosa interrogación electró­nica.
Sí —replicó Luke Skywalker—. He tomado mi decisión.


Desde el momento en que su tío anunció que los lle­varía a ver a Tenel Ka después de todo, la adrenalina empezó a circular velozmente por las venas de Jaina. Fue corriendo a su habitación para coger un mono de vuelo limpio, una túnica Jedi y unas cuantas cosas más, y luego lo metió todo en una pequeña bolsa de viaje junto con su espada de luz. Cuando salió a toda prisa de su habitación para echar a correr por las escaleras de piedra llenas de ecos y los pasillos del Gran Templo hasta llegar a la pista en la que les estaba aguardando su nave, ya no tenía ni idea de qué se había llevado consigo.
Jacen llegó antes que ella y subió corriendo por la rampa de acceso de la esbelta Cazadora de Sombras con un desordenado montón de ropa limpia debajo de un brazo y su espada de luz debajo del otro. Jaina no dejó de correr ni un instante mientras seguía a su hermano por la rampa, sintiendo el mismo asombro de siempre ante la reluciente armadura cuántica de aquella magnífica nave. En tiempos pasados la Cazadora de Sombras había sido la mejor nave creada por el Segundo Imperio. Después de que el Maestro Luke Skywalker y Tenel Ka la usaran para rescatar a los gemelos y a Bajie de la Academia de la Sombra, la Nueva República había puesto la Cazadora de Sombras a disposición del Maestro Jedi para su uso personal.
En cuanto Bajie hubo subido a bordo con Teemedós y su espada de luz colgando del cinturón de fibras vegetales que rodeaba su cintura, Luke dijo a Erredós que ya podía subir la rampa de acceso, y la Cazadora de Som­bras despegó de la pista.
Jaina sintió un escalofrío de excitación cuando los haces repulsores de la Cazadora de Sombras fueron elevando rápidamente a la esbelta nave por encima de la pista de descenso. Los motores sublumínicos entraron en acción y los impulsaron lejos de la luna selvática. Los últimos minutos de frenéticos preparativos ya se habían convertido en un recuerdo borroso y Jaina miró a su alrededor, buscando alguna forma de reducir todo lo posi­ble la duración del viaje.
Bajie gruñó una pregunta desde la consola de navegación, y Teemedós se encargó de responder a ella.
No, estoy seguro de que el Maestro Luke no necesi­ta nuestra ayuda para trazar la ruta más eficiente.
Luke Skywalker bajó la mirada hacia el joven wookie y sonrió.
Pasaremos a la velocidad lumínica dentro de unos momentos —dijo—. ¿Por qué no tratáis de descansar un rato?
Jaina respiró hondo y contempló las estrellas a través de los visores. Los puntitos de luz eran como gemas res­plandecientes hundidas en un insondable mar negro, y de repente cada uno se alargó hasta convertirse en una línea estelar y la Cazadora de Sombras ejecutó un impecable salto al hiperespacio.
Pero los tres jóvenes Caballeros Jedi descubrieron que estaban demasiado excitados para poder descansar, y pasaron el resto del viaje intentando encontrar alguna distracción a bordo de la pequeña nave. Jaina y Bajie es­taban a punto de quitar un panel de acceso de los estabili­zadores traseros para estudiar cómo funcionaban, cuando Luke anunció que iban a iniciar el vector de aproxima­ción al planeta natal de Tenel Ka.
Los tres amigos fueron corriendo a la cabina. Ocuparon sus asientos detrás del Maestro Jedi, y Bajie entrece­rró los ojos y examinó el sistema estelar que se extendía a su alrededor. Cuando vio la expresión de sorpresa que apareció en su rostro cubierto de pelaje color canela, Jaina también miró a su alrededor..., y no vio ningún planeta que pudiera ser Dathomir.
Qué raro —dijo—. Por las descripciones que he oído y los mapas estelares que he estudiado, podría jurar que estamos en el Cúmulo de Hapes.
Su tío hizo girar el asiento de pilotaje hasta quedar de cara a ellos, y su mirada recorrió los tres pares de ojos que tenía delante.
Estamos en el sistema de Hapes —dijo Luke en un tono repentinamente serio y solemne—. Ya va siendo hora de que os explique que Tenel Ka es algo más que una simple guerrera de un remoto planeta salvaje.
12


Norys, el joven de anchos hombros que había sido lí­der de los Perdidos y se había convertido en un recluta de las tropas de asalto, colocó su armadura blanca encima del catre delante de él. Estudió con gran atención todas las piezas, y después empezó a montar el brillante traje blindado blanco, poniéndose los componentes de uno en uno... y disfrutando con cada segundo del proceso.
Empezó con las botas, que eran rígidas y muy sólidas. Después les tocó el turno a las grebas, las corazas de las pantorrillas, las placas de las piernas, la armadura corpo­ral y las placas de los brazos, y finalmente a los guantes, duros pero flexibles. Se sentía como si hubiera sido trasplantado al cuerpo de un androide asesino, una máquina de combate recubierta por un caparazón impenetrable. R001
Norys se permitió una sonrisa de satisfacción. Aque­llo era mucho más impresionante que nada de cuanto su pandilla había logrado encontrar en los sucios callejones del mundo subterráneo de Coruscant. Norys había sido el más duro, enérgico y salvaje de todos los miembros de la pandilla. Pero ser un soldado de las tropas de asalto era mejor... Oh, sí, aquello era mucho mejor.
Todos sus antiguos compañeros también se habían convertido en reclutas y estaban siendo sometidos al adiestramiento de las tropas de asalto. Norys esperaba ser el mejor de los nuevos soldados, de la misma manera en que había llegado a ser el más temible de los Perdidos.
Había un pequeño problema, desde luego: Norys ya no era su propio jefe, y había perdido la libertad de hacer lo que le diera la gana. Tenía que obedecer las órdenes del Segundo Imperio. Pero con una armadura como aquella y el poderío militar de los que seguían al Empera­dor... Bueno, el pequeño sacrificio valía la pena. Además, si Norys demostraba ser lo suficientemente valioso, iría subiendo de rango y tendría a otros soldados bajo sus ór­denes, y quizá incluso podría pilotar un caza TIE. No ca­bía duda de que tendría más poder y podría causar más daños de lo que jamás había imaginado cuando sólo era el líder de una banda juvenil.
El futuro no podía ser más prometedor.
La última pieza del equipo era el casco blanco con visores negros y altavoces. Norys deslizó el casco sobre su cabeza y lo unió a las conexiones del cuello. Por fin estaba totalmente aislado del exterior y se hallaba comple­tamente protegido. Ya no era un simple matón vestido con sucios harapos cuyas posesiones personales se redu­cían a unos cuantos restos robados de los basureros.
Norys se había convertido en alguien a quien había que temer y respetar: era un soldado de las tropas de asalto.




Norys avanzó por el pasillo, asegurándose de que sus botas blindadas hacían el máximo ruido posible sobre las planchas del suelo. El sonido resultaba enormemente sa­tisfactorio.
Se había aprendido de memoria la estructura interna de la estación que albergaba a la Academia de la Sombra y sabía con toda exactitud cómo llegar hasta la sala de adiestramiento en la que Qorl, el antiguo piloto de cazas TIE, le había ordenado que se presentara. Norys se detu­vo delante de la puerta sellada, tecleó el código de acceso —había sentido un delicioso escalofrío de excitación cuando Qorl le proporcionó los números secretos— y es­peró a que el ordenador procesara su petición de acceso.
La puerta se hizo a un lado con un siseo de serpiente enfurecida. Norys entró con paso decidido en la habita­ción blindada, y la puerta volvió a quedar sellada detrás de él.
Qorl estaba inmóvil en el centro de la sala de adies­tramiento y sostenía una lanza de aspecto bastante ame­nazador en su mano izquierda rodeada de tiras negras. Su brazo androide aferraba el astil reluciente con la fuerza suficiente para dejar señales en el metal. La punta de la lanza consistía en un largo pincho central con dos protu­berancias laterales que se curvaban hacia arriba, formando una especie de cola de dragón.
Llegas tarde —dijo Qorl.
Después hizo retroceder su brazo androide... ¡y lanzó el arma letal contra Norys, impulsándola con toda la fuerza de sus servomotores robóticos!
Norys permaneció paralizado por el asombro mien­tras la mortífera punta de la lanza se precipitaba hacia la placa de su pecho. Sólo tuvo tiempo de gritar un — ¡Eh!— lleno de pánico, que fue amplificado por los altavoces de su casco antes de que la temible punta chocara con su pecho, golpeándolo en un impacto lo bastante potente para que Norys saliera despedido hacia atrás.
Norys chocó con la pared y su casco resonó con un ruidoso tañido metálico al estrellarse contra el duro mamparo. Un estallido de chispas que anunciaba la proximidad de la inconsciencia llenó su campo visual. Norys Pensó que vería una lanza brotando de su pecho, y aguar­dó a que sus nervios empezaran a enviarle gritos de dolor agónico. Quería gritar que Qorl, quien se suponía iba a ser su maestro, le había traicionado y le había asesinado...
Pero una fracción de segundo después su confusión ya se había disipado lo suficiente para que pudiese oír el ruido metálico que produjo la lanza cuando cayó al suelo. Norys bajó la mirada hacia su pecho, sintiéndose cada vez más asombrado, y sólo vio un arañazo casi imperceptible allí donde la lanza había chocado con la armadura blanca,
¿Por qué has hecho eso? —gritó.
Qorl respondió en un tono seco y adusto, pero lleno de calma.
Para enseñarte a respetar tu armadura de las tropas de asalto, Norys —dijo—, pero también para advertirte que no debes ser demasiado confiado. Sí, esa armadura es lo suficientemente poderosa para detener muchas ar­mas..., como por ejemplo esta tosca lanza.
El piloto de cazas TIE señaló con una inclinación de cabeza el arma caída sobre las planchas del suelo.
Norys se inclinó para coger la lanza, y la rabia que sentía hizo que entrecerrara los ojos cuando volvió a le­vantar la cabeza para mirar a su instructor. El viejo piloto había conseguido hacerle quedar en ridículo. Norys sin­tió como una peligrosa ira hervía en sus venas, y estuvo a punto de alzar la lanza de tres pinchos y atacar a aquel viejo presuntuoso y arrogante con ella.
Pero no pienses que tu armadura es invencible. —Qorl extrajo una pistola desintegradora de un bolsillo interior de su uniforme y apuntó a Norys con ella—. El haz energético de este desintegrador, por ejemplo, po­dría abrirse paso a través de esta armadura con tanta faci­lidad como si no llevaras nada encima.
Norys se envaró y contempló el ominoso cañón acha­tado de la pistola desintegradora. Su mente estaba fun­cionando a toda velocidad. ¿En qué clase de lío se había metido? ¿Por qué le estaba haciendo todo aquello Qorl? Se preguntó si podría mover la lanza en un arco lo sufi­cientemente veloz para apartar la amenaza del desinte­grador y derribar al piloto de cazas TIE. Sí, el viejo se lo tendría bien empleado...
Qorl hizo girar la pistola desintegradora entre sus dedos y se la ofreció a Norys, alargándosela con la culata por delante.
Toma —dijo—. Será tu arma personal.
Norys dejó caer la lanza al suelo y aceptó el desinte­grador después de un instante de vacilación, disfrutando con la deliciosa sensación del peso del arma en su mano enguantada. Qorl asintió.
Es para que hagas prácticas de puntería —dijo, y fue hacia un panel de control mural que había junto a la puerta.
Las grises paredes de absorción lumínica de aquella habitación sin ventanas brillaron con un tembloroso par­padeo iridiscente.
De repente Norys se encontró en el centro de una hú­meda y oscura caverna, con estalactitas parecidas a col­millos que goteaban agua en las paredes y el techo. Largas espinas de piedra surgían del suelo como cuchillos embotados. Hilillos de agua invisible caían lentamente en algún lugar, y una pálida claridad parecía rezumar de la misma roca pálida. A pesar de la visible transforma­ción sufrida por la sala, Norys no pudo detectar ningún cambio en el olor del aire que llegaba hasta él a través de los filtros de su casco.
Los muros de esta sala absorberán los impactos de los haces desintegradores —dijo Qorl—. Tu arma ya ha sido ajustada a la máxima potencia. El retroceso no será muy grande, pero debes acostumbrarte a las sensaciones de apuntar, disparar y dar en un blanco. Y ahora, pres­ta mucha atención... Mantente en guardia y espera sus ataques.
¿Contra qué he de estar en guardia? —preguntó Norys, mirando a su alrededor—. ¿Qué va a atacarme?
La caverna parecía haberse vuelto repentinamente más siniestra. Los protectores negros que cubrían sus ojos distorsionaban su visión, y Norys intentó compensar el efecto. Extraños ruidos animales zumbaban y burbujeaban por todas partes. No sabía si eran producidos por insectos o por roedores, pero le parecían vagamente malévolos y amenazadores, como si todo lo que había dentro de aquella sala pudiera ser un depredador.
Norys había cazado en los callejones de los niveles inferiores de Coruscant y había seguido el rastro de las gigantescas orugas del granito, las arañas-cucaracha de múltiples colmillos y las feroces ratas mutadas..., y su in­tuición le estaba diciendo que aquel lugar sólo era una cámara de pruebas en la Academia de la Sombra. No creía que pudiera haber ningún peligro real. No, en reali­dad estaba a salvo.
Pero aun así, aquella caverna parecía lo suficientemente real, desde luego...
Una criatura alada de piel coriácea surgió de su es­condite en el techo y se lanzó en picado sobre él con un estridente alarido. Sus ojos de pupilas verticales eran enormes, y Norys pudo ver orejas puntiagudas o antenas en la parte superior de su cabeza y garras afiladas como navajas en las puntas de sus alas mientras éstas subían y bajaban en un veloz picado.
Era un mynock. No se suponía que fueran terribles depredadores..., pero las temibles garras y colmillos que vio mientras la criatura descendía hacia él hicieron que Norys llegara a la conclusión de que aquel mynock estaba de muy mal humor.
Apuntó el desintegrador y lanzó un haz de energía, pero el disparo falló el blanco. El rayo desintegrador rozó una estalactita, e hizo aparecer a cuatro enfureci­das criaturas aladas más. Los nuevos mynocks también se lanzaron al ataque, muy irritados con Norys por aquella molesta e inesperada perturbación de su oscuro sueño.
Norys presionó el botón de disparo una y otra vez, intentando corregir su puntería mientras veía como los haces resplandecientes se abrían paso a través de la pe­numbra. Las brillantes lanzas de luz le deslumbraban, y apenas podía ver nada a través de los filtros protectores.
Los temibles mynocks giraron por los aires y evitaron los haces mortíferos.
¡Aquello no era justo! Se suponía que aquel ejercicio era una práctica con objetivos móviles. Norys debería ha­ber podido disparar contra una piel de bantha o escon­derse detrás de una ventana mientras disparaba contra un blanco desprevenido en las calles que se extendían debajo de ella, tal como había hecho frecuentemente en Coruscant.
Los rayos desintegradores fallaron una y otra vez sus objetivos mientras los mynocks se arremolinaban a su alrededor, batiendo sus alas e hiriendo sus oídos con alari­dos tan potentes que parecían capaces de hacerle estallar el cráneo. Norys se preguntó si Qorl habría manipulado deliberadamente el sistema de puntería del desintegra­dor para que desviara el rayo.
Y de repente se dio cuenta de que no había estado apuntando correctamente el arma. Todo era culpa suya. Su brusca reacción al miedo que se había adueñado re­pentinamente de él había hecho que no supiera calcular la trayectoria que debían seguir los disparos.
El primer mynock volvió a lanzarse sobre él, con las garras extendidas y los largos colmillos preparados para hacerle pedazos, y Norys dedicó un segundo a apuntar cuidadosamente el desintegrador y disparó un largo rayo chisporroteante que se abrió paso a través del cuerpo de la criatura. El mynock emitió un gorgoteo y cayó al suelo, donde fue empalado por una de las estalagmitas.
¡Sí! —gritó Norys con voz triunfal..., pero tres mynocks más surgieron de la nada y empezaron a girar a su alrededor, atraídos por su grito.
Las criaturas se lanzaron sobre él desde tres direccio­nes distintas a la vez, atacando por delante, por detrás y por un lado. Norys giró sobre sí mismo, recordándose que debía pensar, apuntar y disparar.
Dos demonios alados más surgieron del techo, pero Norys volvió el torso hacia ellos y se obligó a concentrarse. Un mynock atacó desde atrás, pero sus garras rebotaron en la armadura blanca de las tropas de asalto. Consiguió eliminar a otra criatura. Norys ignoró al enemigo caído mien­tras centraba su mira en el segundo mynock y disparaba.
¡Te pillé!
Se dio la vuelta y fue apuntando el desintegrador ha­cia las criaturas restantes, disparando sin apresuramien­tos y centrando meticulosamente la mira, y las liquidó una detrás de otra. Su puntería fue mejorando gradualmente. Norys aprendió a apuntar el arma. Había apren­dido a ser mortífero.
Finalmente, con el indicador de carga de su desinte­grador parpadeando para indicar que el nivel de energía ya estaba muy bajo, Norys se quedó inmóvil y esperó..., pero ninguna criatura más emergió de la caverna ilusoria. Norys entrecerró los ojos detrás de sus visores y escrutó la penumbra, manteniéndose alerta para enfrentarse a un nuevo ataque.
Los muros de la cueva temblaron y se desvanecieron, dejando únicamente el liso cascarón metálico de la cáma­ra de adiestramiento. Norys permitió que sus músculos se fueran relajando poco a poco.
No ha estado mal —dijo Qorl.
Norys se volvió para ver al antiguo piloto de cazas TIE inmóvil junto a los controles. La excitación del ejer­cicio había hecho que se olvidara por completo de la pre­sencia de su instructor militar.
Ha sido muy divertido —dijo Norys—. Estoy em­pezando a pillarle el truco.
Bajó la mirada hacia el desintegrador y se preguntó cuándo podría volver a utilizarlo y cuándo se le permitiría practicar contra un blanco real.
Lo has hecho bastante bien, Norys —dijo Qorl—, pero debes recordar... que los mynocks no pueden devol­ver los disparos.
Qorl presionó otro botón de los controles y la puerta de la cámara de adiestramiento se abrió con un siseo.
Ven. Debemos ir a las salas de reuniones. Todo el mundo estará allí. —El antiguo piloto de cazas TIE espe­ró a que Norys saliera de la cámara y empezara a caminar delante de él—. Nuestro Gran Líder va a dirigirse a la Academia de la Sombra.


Zekk permanecía lejos de todo y de todos, envuelto en su caparazón privado de confianza en sí mismo, mien­tras docenas de estudiantes que aspiraban a convertirse en Jedi Oscuros se iban reuniendo en la sala donde el Maestro Brakiss y Tamith Kai les revelaban los misterios del lado oscuro.
Zekk llevaba su traje acolchado de duro cuero negro y permanecía orgullosamente erguido y con los hombros rectos mientras sentía el agradable peso de su espada de luz sobre su costado. Después de semanas de adiestramiento. Zekk se había acostumbrado a ella hasta sentirse muy cómodo con el arma. Era como una parte de él, una extensión de su cuerpo. Eso, más que ninguna otra cosa, le había convencido de que estaba destinado a ser un Caballero Jedi. Zekk era un solitario, pero también era el más poderoso de los estudiantes de Brakiss. Los otros estudiantes le lanzaban miradas de soslayo de vez en cuando. Zekk había dejado rápidamente atrás a todos los candidatos, y había sobrepasado incluso a los llevaban meses y meses en la Academia de la Sombra.
Pero, naturalmente, no había que olvidar que Zekk tenía la mejor motivación posible. Zekk quería ser fuerte. Quería todo aquello que la Fuerza podía darle.
Entre los que ya habían entrado en la sala vio a Vilas, el estudiante de cabellos oscuros y expresión eternamente pensativa que era el pupilo favorito de Tamith Kai, la Hermana de la Noche. Vilas, que procedía de Dathomir, era arrogante y altivo y siempre trataba a Zekk con desprecio. Nunca le permitía olvidar que era él quien le había dejado sin sentido cuando Zekk se resistió a ser capturado en Coruscant. Zekk tampoco estaba dispuesto a olvidarlo. Sentía una creciente rivalidad con aquel joven moreno, que hablaba demasiado a menudo de cómo había montado rancors y conjurado tormentas en Dathomir..., como si se supusiera que Zekk debía sentirse im­presionado por todo eso.
La ominosa Tamith Kai estaba inmóvil junto a su pro­tegido. Ella y las nuevas Hermanas de la Noche habían empezado a entrenar a Vilas durante la construcción de la Academia de la Sombra, y como consecuencia le consi­deraban el primero de los nuevos Jedi Oscuros y creían que era más fuerte que los demás. La situación estaba muy clara..., de momento.
Zekk cruzó los brazos sobre la coraza de cuero que cubría su pecho, sabiendo que estaban equivocadas. —Y algún día se lo demostraré—, se dijo a sí mismo.
El corpulento Norys y los Perdidos —el grupo de nuevos reclutas de las tropas de asalto que estaban siendo adiestrados por Qorl, el comandante militar— se pu­sieron firmes. Los soldados más veteranos parecían tran­quilos y relajados, mientras que los Perdidos se removían nerviosamente bajo sus nuevas armaduras.
Pero todo el mundo escuchó con atención el discurso del Gran Líder.
La imponente y terrible imagen del Emperador Pal­patine parecía ocupar todo el espacio disponible en la sala, llenando el centro del recinto con su presencia. El resplandeciente holograma era más alto que cualquier persona presente, combinando la figura paterna con la hosca y sombría expresión de un vigilante implacable.
La imagen del Emperador encapuchado se dirigió a ellos desde su escondite en algún lejano rincón de los Sistemas del Núcleo. Un par de ojos amarillentos de reptil medio ocultos bajo frondosas cejas contemplaron a los estudiantes reunidos en la sala. La mirada de Palpatine siempre permanecía clavada en ellos.
Nuestros planes para crear el Segundo Imperio es­tán a punto de completarse —dijo el Emperador entre un crujido de estática—. Todos los seres inteligentes están contribuyendo a hacer surgir un Nuevo Orden en nuestra galaxia. Cada uno de vosotros ayudará a que mi Segundo Imperio se vaya volviendo más y más poderoso. Cada uno de vosotros es una parte muy importante de una gran máquina que aplastará la Rebelión y pondrá fin a lo que los rebeldes llaman su Nueva República.
La imagen holográfica giró en el aire, produciendo la impresión de que la mirada de Palpatine se deslizaba so­bre todos los presentes en la sala.
Nuestra flota espacial va creciendo día a día, gracias a los núcleos hiperimpulsores y baterías turboláser robadas en una brillante emboscada militar que se llevó a cabo hace poco. Ese equipo nos está ayudando a crear nuestra flota de combate. Al principio nuestras naves se­rán más pequeñas que los colosos que la Nueva Repúbli­ca puede movilizar contra nosotros..., pero lucharemos, y venceremos. Nuestro ejército de Jedi Oscuros ya casi está preparado.
El Emperador pareció hacerse todavía más grande, y su imagen creció para alzarse sobre ellos. La capucha que ondulaba alrededor del rostro marchito de Palpatine tembló violentamente, como si se agitara bajo un vendaval invisible. Los ojos del Emperador ardieron con el res­plandor de dos soles blancos gemelos.
Y la voz del Emperador retumbó en la sala, alcanzando tal potencia que Zekk se encogió sobre sí mismo.
¡Oídme, Caballeros Jedi y soldados de las tropas de asalto! La Fuerza odia a los débiles. Nosotros tenemos el poder. La Fuerza está con nosotros... ¡y nos acompañará hasta la victoria!
La transmisión llegó a su fin, y la silueta encapuchada del Emperador se desvaneció entre un estallido de chispas y estática.
Toda la sala prorrumpió en vítores ensordecedores, a los que Zekk se unió de todo corazón.
13


Flanqueada por un par de vehículos de seguridad ha­panianos de la clase Avispa que habían acudido a escol­tarla, la Cazadora de Sombras se posó suavemente sobre la pista principal del Palacio de la Fuente. Luke Skywal­ker dejó escapar un suspiro de alivio dentro de la cabina. Permitió que sus ojos se cerraran durante un momento y buscó en las profundidades de su ser hasta encontrar el núcleo inmutable y tranquilo de la Fuerza que se oculta­ba en su centro, y después volvió a concentrar su aten­ción en lo que le rodeaba.
Erredós soltó un corto trino electrónico, y Luke abrió los ojos para descubrir que los tres jóvenes Caballeros Jedi ya se habían quitado las tiras de sus arneses de segu­ridad e iban a toda prisa hacia la escotilla de salida, ape­nas capaces de contener su impaciencia. Jacen daba ner­viosos saltitos, apoyando su peso primero en un pie y luego en el otro, mientras que Bajie deslizaba los dedos a través de su pelaje color canela en un esfuerzo por alisarlo. Jaina se encogió de hombros y le miró.
Bueno, tío Luke... ¿A qué estamos esperando?
Luke se rió y desactivó los bloqueos de vuelo, y los tres jóvenes bajaron corriendo por la rampa en cuanto ésta empezó a extenderse. La Ta'a Chume, ataviada con el velo que llevaba en sus apariciones públicas, ya estaba esperando en la pista con un séquito de guardias y ayudantes. A Luke le complació ver que los gemelos y Bajie saludaban a la anciana matriarca con respeto y cortesía.
La antigua reina contempló a Luke con impasible frialdad mientras éste iniciaba sus saludos.
Lo lamento, Maestro Jedi, pero su viaje hasta aquí ha sido una completa pérdida de tiempo. Verá, mi nieta no podrá hablar con...
Y en ese mismo instante Jaina dejó escapar un grito de deleite.
¡Eh, Tenel Ka! —exclamó Jacen—. ¡Nos alegramos mucho de verte!
Bajie soltó un ruidoso saludo wookie. Los tres jóvenes visitantes cruzaron corriendo la plataforma de descenso para abrazar a su amiga, que acababa de salir de la resplan­deciente estructura del palacio. Retazos de la nerviosa con­versación llegaron hasta el sitio en el que estaba Luke.
El amo Bajocca desea hacerle saber que la encuen­tra..., eh..., magníficamente y con muy buen color.
Creíamos que nunca volveríamos a verte.
Me alegra que hayáis venido.
¿Quieres oír un chiste?
La atención de Luke volvió a centrarse en la Ta'a Chume cuando la matriarca se volvió hacia el ayudante más cercano.
No he hecho venir a la princesa —dijo la Ta'a Chu­me—. ¿Cómo ha podido...?
Yo la llamé —se limitó a decir Luke.
La Ta'a Chume meneó la cabeza.
Imposible —dijo—. Habríamos captado la transmi­sión emitida desde vuestra nave.
Luke se permitió una casi imperceptible sonrisa de diversión ante la perplejidad de la antigua reina.
No usé un transmisor —replicó—. Hablé con ella a través de la Fuerza. Tal vez deseéis que no fuera así, pero Tenel Ka se encuentra mucho más cerca de llegar a ser una auténtica Jedi de lo que os imagináis.
La matriarca enarcó las cejas, pero sus ojos siguieron tan enigmáticamente indescifrables como antes.
Ya lo veremos, Maestro Jedi. Aún existe la posibili­dad de que la princesa acabe olvidando esa estúpida idea.
¿Os importa en lo más mínimo lo que vuestra nieta quiera para sí misma? —preguntó Luke, decidiendo ha­blar con la máxima claridad posible—. Sé que a sus pa­dres sí les importa. Cuando permití que dejara de estar bajo mi protección en Yavin 4 para volver a Hapes, pensé que sus padres estarían aquí para recibirla. Pero quizá no debería haberla enviado de vuelta tan deprisa... ¿Dónde están Teneniel Djo e Isolder, vuestro hijo?
Luke vio como una sombra de indecisión velaba los ojos de la matriarca, y comprendió que la Ta'a Chume estaba intentando decidir si le convenía más decir la verdad o responder con una mentira.
Aunque ya no gobierno el Cúmulo de Hapes —re­plicó por fin—, sigo teniendo mis fuentes de información. Me enteré de que iban a atentar contra la familia real, por lo que apremié a mi hijo y su esposa a que empren­dieran una visita oficial a otro sistema para negociar una liberalización de nuestros acuerdos comerciales. Las ne­gociaciones exigían la presencia de algún miembro de la familia real, y mi hijo y su esposa se dejaron persuadir con gran facilidad. Sólo yo y la consejera en quien más confío sabemos cuándo se fueron o adónde han ido.
El accidente sufrido por Tenel Ka supuso una com­plicación inesperada que, infortunadamente, puede po­nerla en una situación de peligro y atraer asesinos hacia su persona, de la misma manera que los escarabajos pi­raña nadan hacia el olor de la sangre. La princesa estará más segura aquí conmigo que en vuestro templo primiti­vo. Lo que le ocurra a Tenel Ka ya ha dejado de ser asun­to suyo, Maestro Jedi.
Luke meneó la cabeza, decidido a no dejarse vencer tan fácilmente.
Eso es algo que le corresponde decidir a Tenel Ka..., cuando esté preparada para hacerlo.




Jacen recorrió con la mirada los aposentos que se le habían asignado y meneó la cabeza, sintiéndose cada vez más asombrado. Apenas habían transcurrido dos horas desde que se enteró de que Tenel Ka no sólo era una princesa, sino que además era la heredera de todo el Cú­mulo de Hapes. Jacen todavía no se había acostumbrado a la idea..., y además estaba todo aquello.
Su habitación era más lujosa que ninguna de las del Palacio Imperial de Coruscant. Deliciosos aromas exóti­cos flotaban en el aire junto con los sonidos del agua en movimiento, una débil música y los trinos de muchas criaturas aladas. Pequeñas fuentes decorativas lanzaban sus chorros de agua en cada habitación, cada pasillo y cada patio, impulsando campanillas de agua que produ­cían delicadas notas musicales.
¿Y Tenel Ka había crecido en aquel sitio? Jacen to­davía no podía creerlo. ¿Por qué no se lo había dicho a ninguno de sus amigos? El tío Luke lo sabía, naturalmen­te, pero ¿qué razón podía haber tenido Tenel Ka para ocultar la verdad a sus amigos durante tanto tiempo? Jacen lo encontraba tan incomprensible como su negativa a dirigirle la palabra después de que la hubiese herido con su espada de luz.
Pensar en el daño que había causado a su amiga hizo que volviera a torcer el gesto. Jacen no tenía ni idea de cómo se las había arreglado el tío Luke para convencer a la temible abuela de Tenel Ka de que permitiera que los gemelos y Bajie se quedaran un mes entero en Hapes. Sólo sabía que Luke volvería en el momento acordado para recoger a tres o —y Jacen se aferraba a esa esperan­za— a cuatro jóvenes Caballeros Jedi.
Un mes entero. Tendría que hablar del accidente con Tenel Ka lo más pronto posible para aclarar las cosas, pero ¿qué le diría? Tenel Ka ya no era la misma persona que Jacen había conocido en la luna de las junglas. Tenel Ka había cambiado de repente. Pero... Bueno, en reali­dad Tenel Ka nunca había sido la persona que Jacen creía que era, ¿verdad? ¡Una auténtica princesa hapania­na! ¿Qué podía decirle?
¿Puedo entrar?
La voz hizo que volviera bruscamente a la realidad, y Jacen giró sobre sus talones para ver a Tenel Ka inmóvil en la entrada de sus aposentos.
Claro... Quiero decir... Eh... Sí, por supuesto —respondió, abriendo y cerrando los ojos en un veloz parpadeo de sorpresa—. Precisamente estaba pensando en ti.
Tenel Ka asintió como si ya lo hubiera sabido y entró en la habitación. Llevaba un traje largo de color vino sobre el que flotaba una soberbia capa de una tela gris plateada parecida al terciopelo, y su cabellera fluía libremente a lo largo de su espalda en un torrente de ondula­ciones doradorrojizas. Jacen apenas si pudo reconocerla, y descubrió que era incapaz de hablar.
Tenel Ka le contempló en silencio durante un instante que pareció no terminar nunca, como si Jacen también fuera una criatura llegada de algún mundo desconocido. Pero cuando por fin habló, Jacen oyó a la Tenel Ka de siempre.
La habitación... ¿Es aceptable?
Un millar de preguntas, disculpas y fragmentos de no­ticias gritaban dentro de la mente de Jacen, esperando el momento de ser expresados en voz alta. Pero el muchacho apenas si consiguió encontrar una réplica adecuada a la pregunta que se le acababa de formular.
Eh..., es una habitación estupenda. Este sitio es asombroso. Todas esas fuentes...
Tenel Ka volvió a asentir.
Es un hecho comprobado que el palacio está lleno de fuentes.
Jacen sintió un extraño cosquilleo de placer al oír aquella frase tan típica de Tenel Ka. Clavó la mirada en sus impasibles ojos grises, e intentó calmarse y poner algo de orden en el veloz torbellino de sus pensamientos.
Siento muchísimo haberte herido, Tenel Ka —lo­gró balbucear por fin—. Todo fue culpa mía.
Yo tuve la culpa de lo ocurrido.
No —se apresuró a decir Jacen—. Me comporté como un estúpido. Estaba tan ocupado tratando de im­presionarte con mis grandes habilidades de guerrero que ni siquiera me di cuenta de que tu espada de luz estaba empezando a fallar.
Eso no es verdad —dijo Tenel Ka, frunciendo el ceño—. Fue mi propio orgullo lo que causó el accidente. Creía que mis grandes dotes de combatiente podrían compensar cualquier posible deficiencia de mi arma. Co­metí el estúpido error de creer que la calidad de la hoja de energía era un factor insignificante en comparación con la calidad de quien la empuñaba. Eso tampoco es verdad.
Jacen meneó la cabeza.
Aun así, nunca tendría que haber ocurrido. Debería...
La responsabilidad es mía —le interrumpió Tenel Ka, golpeando ferozmente el suelo con un pie.
Su rostro estaba enrojecido por la emoción. La joven se quitó la capa, como si de repente tuviera demasiado calor, y la arrojó sobre el respaldo de un banco cubierto de almohadones. El gesto reveló sus brazos desnudos.
Jacen alzó el mentón, decidido a ser tan tozudo como ella, y contempló el muñón en que se había convertido el brazo izquierdo de Tenel Ka. Le bastaba con verlo para sentirse mal, y tuvo que reprimir el deseo de desviar la mirada. Era la primera vez en que realmente veía su le­sión.
Yo... No permitiré que asumas toda la culpa. Si hu­biera estado permitiendo que la Fuerza dirigiese mis mo­vimientos, me habría dado cuenta de que algo iba mal. Jacen señaló el lugar en el que el brazo de la joven guerrera terminaba de una manera tan horriblemente re­pentina—. Y entonces eso nunca habría ocurrido.
Los ojos de Tenel Ka ardieron con oscuros destellos de fuego gris. La joven usó su brazo derecho para subirse la falda del traje hasta los muslos, con lo que se sintió visiblemente más cómoda, y se dejó caer sobre los al­mohadones del banco.
Y si yo hubiera estado utilizando la Fuerza —repli­có—, enseguida habría sabido que la hoja de mi espada de luz no era lo suficientemente potente.
Bueno, yo... —Jacen se interrumpió, incapaz de en­contrar un argumento que pudiera convencer a su irritan­temente orgullosa amiga—. Yo... —Miró frenéticamente a su alrededor tratando de encontrar algo que decir, y acabó dándose por vencido—. Hum... ¿Quieres oír un chiste?
Y Jacen se quedó boquiabierto de asombro cuando Tenel Ka prorrumpió en ruidosas carcajadas. Enseguida se dio cuenta de que aquello no era ni histeria ni educada diversión, sino la risa de verdadera alegría que brotaba del corazón. Era un sonido maravilloso..., y Jacen había estado deseando oírlo desde el día en que se conocieron.
Pero... —Jacen meneó la cabeza, sintiéndose cada vez más confuso—. Ni siquiera te he contado mi chiste.
Ah —jadeó Tenel Ka, y lágrimas de pura hilaridad empezaron a brotar de sus ojos—. Ah, sí. Me alegra mu­chísimo que estés aquí.
Jacen se encogió de hombros mientras Tenel Ka em­pezaba a temblar bajo una nueva invasión de carcajadas.
No es que tenga nada que objetar a eso, desde lue­go. Pero... Bueno, sencillamente es que no lo entiendo. ¿Qué es lo que te parece tan gracioso?
Tú y yo hemos competido con mucha frecuencia —dijo Tenel Ka—. He estado echando de menos eso. ¿Vamos a competir ahora para averiguar quién debe quedarse con la parte más grande de la vergüenza?
Jacen respondió con una sonrisa torcida.
No. Supongo que en realidad lo único que necesito es que aceptes mis disculpas.
Tenel Ka abrió la boca para protestar, pero se contu­vo. Sus carcajadas se fueron desvaneciendo, y se fue po­niendo seria.
Disculpas aceptadas —dijo con voz un poco tensa y entrecortada, como si pronunciar aquellas palabras le estuviera exigiendo un gran esfuerzo—. Yo... Te perdono, si eso es lo que deseas..., Jacen, amigo mío —añadió, y su voz bajó hasta convertirse en un murmullo al final de la frase.
El alivio se adueñó de Jacen, como una brisa matinal que eliminara los últimos restos de neblina nocturna. Ha­bía estado conteniendo la respiración, y la réplica de Tenel Ka desencadenó tal caos de emociones dentro de él que casi se quedó sin aliento. No había palabras capaces de expresar la oleada de sentimientos que se agitó en su interior, por lo que se limitó a sentarse al lado de Tenel Ka y la rodeó con los brazos.
Tenel Ka le devolvió su abrazo, tan bien como podía hacerlo, con los dos brazos. Apoyó su rostro lleno de lá­grimas sobre su hombro, temblando incontrolablemente..., y Jacen pensó que aquellas lágrimas ya no eran de alegría.


Cuando hubieron recuperado la compostura, Tenel Ka y Jacen fueron en busca de Jaina y Bajocca. Después Tenel Ka guió a los compañeros en un vertiginoso reco­rrido por el Palacio de la Fuente, que terminó en sus habi­taciones. Charlar iba en contra de la naturaleza de la joven, por lo que las descripciones que les proporcionó fueron breves y sucintas.
Cuando estuvieron a solas en sus habitaciones, Tenel Ka les mostró su sitio favorito —y el más privadamente secreto— del Palacio de la Fuente, una terraza ajardina­da que ocupaba el centro de sus aposentos. El edificio tenía tres pisos de altura y estaba cubierto por una cúpu­la, y sus sistemas de control podían ser ajustados para que simularan cualquier clase de clima y cualquier mo­mento del día o de la noche.
El jardín tenía unos cincuenta metros de diámetro, y sus paredes curvadas estaban adornadas con escenas de Dathomir. Enormes maceteros contenían matorrales y árboles, y toda la vegetación había sido astutamente dis­puesta para que pareciese formar parte de los paisajes primitivos pintados en las paredes.
En el centro del jardín, unos bancos de piedra rodea­ban un diminuto lago artificial. Meticulosamente centrada en aquellas aguas tan transparentes como el cristal, igual que un volcán en miniatura emergiendo de un mar primordial, se alzaba una pequeña isla sobre uno de cuyos lados fluía una cascada.
Vengo aquí cuando me siento triste, o siempre que echo de menos el mundo natal de mi madre —dijo Tenel Ka. —Es muy hermoso —murmuró Jaina.
Animada por la aprobación de sus amigos, Tenel Ka tomó asiento en uno de los bancos de piedra y les invitó a sentarse con un gesto de la mano.
Aquí podemos hablar con toda libertad —dijo—, y responderé a vuestras preguntas.
Y así los amigos hablaron, mucho más francamente de lo que se habían atrevido a hacer antes de aquel mo­mento, hasta que la abuela de Tenel Ka fue al jardín para decirles que ya era hora de cenar.
La sala de banquetes está preparada —anunció la Ta'a Chume.
La mandíbula de Tenel Ka se tensó en una tozuda mueca de decisión. Se sentía viva por primera vez desde su regreso a Hapes... ¡y su abuela tenía que escoger precisamente aquel instante para interrumpir su conversación!
Preferiríamos cenar en privado —dijo.
Sabía que estaba cometiendo una imperdonable infracción de las reglas de la corte, pero le daba igual.
La matriarca contempló a su nieta y curvó los labios en una sarcástica sonrisa de satisfacción.
Ya me he ocupado de eso —dijo—. He despedido a todos mis ayudantes y consejeros, y ninguno de ellos es­tará presente durante la velada.
Era un viejo juego que la joven y su abuela solían practicar —el objetivo era averiguar quién podía manio­brar más astutamente hasta salirse con la suya—, y Tenel Ka aceptó el desafío.
Entonces no debería suponer ningún problema que escojamos cenar aquí —dijo.
Oh, pero los androides de servicio ya han ido a la sala de banquetes —protestó la antigua reina—. La cena será servida cuando dé la hora.
Tenel Ka vio que Jaina echaba una rápida mirada a su cronómetro.
Pero sólo faltan cinco minutos —dijo Jaina, con los ojos llenos de sorpresa—. Necesitaré un poco de tiempo para asearme antes.
Bajie soltó un gruñido para indicar que estaba totalmente de acuerdo con ella.
Eh, yo también —intervino Jacen—. Creo que to­dos nos sentiríamos mucho más cómodos si pudiéramos prescindir de unas cuantas formalidades durante nuestra primera noche aquí. —La sonrisa que dirigió a la Ta'a Chume no podía ser más encantadora y contagiosa—. Y el viaje nos ha dejado bastante cansados.
La matriarca, después de indicar a Tenel Ka con la mirada que la próxima vez no se rendiría tan fácilmente, acabó asintiendo.
Muy bien —dijo—. Haré que los androides de servicio traigan la cena.
La anciana matriarca se retiró del santuario privado de Tenel Ka y todos se fueron tranquilizando poco a poco, alegrándose de aquel pequeño respiro. Tenel Ka contempló a sus amigos con los ojos llenos de gratitud.
Permitidme que os enseñe las unidades de aseo an­tes de que llegue nuestra cena —dijo.
Acababa de levantarse para acompañarles hasta la puerta cuando las relucientes losas de piedra temblaron bajo sus pies. Un rugido ensordecedor hendió el aire, y el retumbar ahogado que lo acompañó hizo que Tenel Ka cayera al suelo.
Bajocca soltó un chillido de alarma.
¡Oh, cielos! —exclamó Teemedós—. El amo Bajocca desea saber cuál es el origen de todo este ruido y conmoción.
Sí —dijo Jacen—. No nos advertiste de que tuvie­rais temblores subterráneos en Hapes.
Tenel Ka volvió la cabeza, y vio que el joven wookie se estaba incorporando y ayudaba a los gemelos a levan­tarse.
Eso no ha sido ningún temblor subterráneo —dijo con expresión sombría mientras echaba a correr hacia la puerta—. Venid conmigo.
El corazón de Tenel Ka estaba latiendo a toda veloci­dad, aunque no a causa del esfuerzo físico, cuando los cuatro compañeros fueron corriendo por el pasillo que llevaba a la sala de banquetes privada. Una espesa huma­reda brotaba del final del pasaje abovedado. Tenel Ka sintió que se le formaba un nudo en el estómago.
Su temor empezó a disiparse cuando un par de guar­dias emergieron de entre las negras nubes de humo que giraban por el pasillo, sosteniendo a su abuela entre ellos. Cuadrillas de los servicios de emergencia fueron corriendo a extinguir los pequeños incendios que todavía ardían dentro de la sala de banquetes. La Ta'a Chume tosió unas cuantas veces y después indicó imperiosamente a los guardias que ya podían permitirle caminar por sí sola,
Nadie ha sufrido daños —graznó.
¿Ha sido una bomba? —preguntó Tenel Ka.
Su abuela agitó la mano, pidiéndoles que volvieran por donde habían venido.
Sí. En la sala de banquetes —dijo—. Debéis mar­charos inmediatamente.
¡Se suponía que todos debíamos estar en la sala de banquetes! —Jaina había palidecido—. Así que esa bomba...
La matriarca asintió.
... era para la princesa y para mí.
14


El yate real, un Dragón Acuático hapaniano, se deslizaba sobre las olas del océano a la máxima velocidad de que eran capaces sus motores mientras sus haces repulsores creaban grandes chorros de espuma. La brillante cla­ridad del sol atravesaba sus ventanales de transpariacero, y el olor del agua salada y los bancos de algas marinas impregnaba el aire.
Tenel Ka estaba apoyada en un ventanal con los ojos entrecerrados y contemplaba la agitación y los centelleos de las aguas. Siempre había considerado que la isla de la Fortaleza del Arrecife era su hogar del verano, un sitio en el que disfrutar del calor del sol, el oleaje y las brisas del océano. Pero en realidad era un baluarte, un refugio seguro en tiempos de peligro.
Me encuentro mal —dijo Jaina—. Mental y físicamente.
Tenel Ka, que se había ido dejando adormilar por el suave movimiento de oscilación del yate mientras aceleraba sobre las aguas, se irguió y parpadeó, bastante sorprendida.
¿Qué ocurre, Jaina?
¿Te das cuenta de que habrían bastado unos minu­tos de más o de menos para que esa bomba nos hubiera hecho pedazos a todos? —preguntó Jaina con increduli­dad—. O quizá sea sólo que estoy un poco mareada por culpa de estas olas.
La mirada de Tenel Ka fue recorriendo los rostros de sus amigos. Jaina no tenía muy buen aspecto. Su lacia ca­bellera castaña, que había perdido el brillo a causa de la transpiración, colgaba en húmedos mechones alrededor de su pálido rostro y su cuello. Bajie, que estaba sentado al lado de la Ta'a Chume mientras la anciana matriarca pilotaba el yate con despreocupada seguridad, parecía demasiado interesado en el ordenador de navegación para ser afectado por las olas. Jacen, por su parte, parecía estar disfrutando de toda aquella experiencia con el entu­siasmo de un niño.
Te recuperarás —dijo Tenel Ka mirando a Jaina.
La abuela de Tenel Ka les habló desde su posición detrás del timón. Un grupo de guardias reales había veni­do con ellos, pero la antigua reina prefería pilotar la nave personalmente.
Ya casi hemos llegado a la fortaleza —dijo—. Allí estarás a salvo.
Tenel Ka entrecerró los ojos, y un destello de astucia brilló en sus pupilas cuando su mente analizó las palabras de su abuela.
¿No deberías haber dicho que allí estaremos a salvo?
Tú y tus amigos estaréis a salvo, sí —respondió su abuela, de una manera un tanto evasiva.
¿Y dónde estarás tú? —preguntó Tenel Ka.
La mayor parte del tiempo permaneceré con voso­tros, pero no estoy muy segura de poder confiar la inves­tigación de esta bomba a ninguna otra persona. Hasta que haya llegado al fondo de esta conspiración contra no­sotras, quizá tenga que ir y venir de la Fortaleza del Arre­cife al Palacio de la Fuente.
Jaina pareció sorprenderse un poco.
¿Y nos dejará solos en la isla?
Estaréis acompañados por todo un cuerpo de guar­dia —dijo la Ta'a Chume con voz tranquilizadora—, y la embajadora Yfra permanecerá con vosotros allí donde vayáis.
Bajocca resopló una pregunta desde el puesto de na­vegación.
El amo Bajocca desea saber si la isla que se divisa delante es nuestro destino final —dijo Teemedós.
Jacen y Jaina fueron hacia el ventanal delantero para contemplar la mancha de oscuridad que brotaba de las aguas moteadas por los rayos del sol.
Sí —replicó la abuela de Tenel Ka—. Ésa es la For­taleza del Arrecife.
Tenel Ka no fue a proa para contemplar la isla. Había estado allí muchas veces, y ya sabía qué vería. La Fortale­za del Arrecife nunca cambiaba. Cerró los ojos y se ima­ginó los pináculos rocosos que surgían de las espumosas aguas del océano. Después se imaginó la entrada al nivel del agua que daba acceso a la gruta, los lisos muros de piedra de la fortaleza propiamente dicha y la pequeña caverna de aguas tan claras como el cristal en las que tan­to le había gustado nadar en el pasado, las vertiginosas alturas que se divisaban desde los parapetos esparcidos a lo largo de aquellas murallas inconquistables, donde po­día caminar o correr con el viento soplando entre sus cabellos, y el suave hervor de las fuentes termales del sóta­no, que proporcionaban el agua para bañarse, cocinar y beber.
Y de repente Tenel Ka se dio cuenta de que en reali­dad sí había estado sintiendo nostalgia de aquel lugar que encerraba tantos de los más felices recuerdos de su infan­cia, y la memoria de horas deliciosas y libres de preocu­paciones pasadas junto a sus padres. Las comisuras de sus labios se curvaron levemente hacia arriba. Tenel Ka abrió los ojos y se levantó para reunirse con Jacen.
Tengo muchas ganas de enseñaros mi casa.


La matriarca se ofreció a seleccionar las habitaciones para sus invitados, pero Tenel Ka insistió en elegir personalmente un aposento adecuado para cada uno de los jóvenes Caballeros Jedi.
La estancia asignada a Bajocca era enorme, y había sido construida en una esquina donde se reunían dos de los muros protectores de la fortaleza. El mobiliario estaba reducido a lo imprescindible, y como únicos adornos había una lanza ornamental en uno de los muros interio­res y un tapiz bastante deshilachado en el otro. Pero a través de las ventanas de los dos muros exteriores, la habitación ofrecía un espectacular panorama de la caída en picado desde la fortaleza de piedra hasta las rocas del arrecife y el océano que se extendía por debajo de ella. Bajocca se quedó inmóvil delante de la ventana, mirando a través del campo de fuerza protector con tal expresión de asombro extasiado en el rostro que Tenel Ka ensegui­da supo que no se había equivocado a la hora de escoger su alojamiento.
¡Tenga mucho cuidado, amo Bajocca! —chilló Tee­medós con voz alarmada—. Si cayera hasta ahí abajo, es­toy seguro de que el daño sufrido por mis circuitos sería irreparable.
Para Jaina, Tenel Ka escogió la que siempre había co­nocido con el nombre de —habitación de los artilugios—. Había pertenecido al bisabuelo de Tenel Ka, un gran afi­cionado a inventar máquinas y juguetear con ellas. La mi­tad de la gran cámara estaba llena de bancos de trabajo, paneles iluminadores de intensidad ajustable, androides suministradores de energía, sistemas y aparatos eléctri­cos, y equipo de aspecto muy extraño en varias fases de montaje o desmontaje. Jaina se quedó en sus alojamien­tos para investigar aquel fascinante taller, mientras Tenel Ka enseñaba a Jacen la habitación especial que había ele­gido para él.
Cuando llegaron a la arcada del umbral, Tenel Ka se encontró repentinamente invadida por un inexplicable nerviosismo. ¿Y si había juzgado equivocadamente a su amigo? ¿Y si Jacen encontraba la habitación tenebrosa y melancólica, en vez de reconfortante y llena de paz? —Oh, bueno —acabó decidiendo—, ya que estamos aquí tal vez tendría que tratar de obtener el efecto completo—
Debería pedirte que cerraras los ojos —dijo, no muy segura de si estaba haciendo lo adecuado.
Claro —respondió Jacen—. ¿Tienes que limpiar un poco? —preguntó el joven mientras cerraba sus ojos cas­taños.
Tenel Ka abrió la puerta con la mano derecha y des­pués se estiró para cogerle el brazo con la otra mano..., sólo para acordarse de que ya no tenía mano izquierda. Aunque Jacen no podía haber visto su gesto, Tenel Ka sintió que un rubor de vergüenza teñía sus mejillas mien­tras le cogía del brazo con la mano que le quedaba para guiarle al interior de la habitación.
Eh... Si eso va a hacer que te sientas más cómoda, puedo tener los ojos cerrados durante todo el tiempo que estemos en la fortaleza —bromeó Jacen.
Eso no será necesario. —Tenel Ka cerró la puerta detrás de ella y ajustó la intensidad de las luces. La habi­tación seguía estando un poco oscura, pero eso era inevi­table—. Ya puedes mirar.
Tenel Ka oyó el siseo de su rápida inspiración de aire y una exclamación ahogada.
¡Por todos los rayos desintegradores!
¿Es... de tu agrado?
Tenel Ka se acercó un poco más a Jacen para poder observar mejor su expresión. La sonrisa del muchacho brillaba con un blanco fluorescente bajo el suave resplan­dor de la iluminación violeta. Tenel Ka sintió una gran satisfacción al ver el deleite que iluminaba su cara, mien­tras Jacen utilizaba todos sus sentidos para poder experi­mentar aquella habitación tan especial.
Tenel Ka sintió renovarse el asombro que siempre le producía aquel lugar mientras su mirada lo recorría junto con la de Jacen, viéndolo como si fuera la primera vez que estaba en él. Un acuario curvo de cuatro metros de altura se extendía a lo largo de los muros de la estancia circular, cubriéndolas por completo sin más interrupción que la de la arcada a través de la que habían entrado. El aire sabía a sal y producía un agradable cosquilleo en sus fosas nasales. El burbujeo y los casi imperceptibles siseos del sistema de recirculación del agua se combinaban para crear un efecto casi hipnótico, y parecían estar por todas partes. Extrañas criaturas multicolores de todos los ta­maños y formas se impulsaban a sí mismas a través del agua de mar, que sólo estaba iluminada por paneles espe­cialmente regulados. El húmedo calor tropical envolvió a los dos jóvenes como una manta, y Tenel Ka reprimió un bostezo lleno de satisfacción.
Jacen la imitó, y después soltó una risita.
No creo que vaya a tener ningún problema para dormir aquí —dijo—. Es un sitio sencillamente perfecto.
Tenel Ka percibió como Jacen extendía el brazo, bus­cando a tientas su mano hasta encontrarla y darle un apretón. La joven suspiró. Sí, aquella habitación estaba realmente llena de paz...


Después de que hubieran tenido ocasión de asearse y descansar un poco, Tenel Ka llevó a sus amigos a uno de sus sitios favoritos en la costa rocosa de la isla, una dimi­nuta cala de aguas muy tranquilas que tenían un asom­broso tono de verdor vivo. Los cuatro compañeros se in­ternaron en aquellas cálidas aguas resplandecientes y se dedicaron a bromear y a mojarse los unos a los otros, pu­diendo olvidar durante un momento los peligros que los habían llevado hasta aquel lugar.
Jacen y Jaina sólo llevaban la ropa interior debajo de sus monos de vuelo, que también servían admirablemen­te bien como trajes de baño. Tenel Ka se había puesto unas mallas de ejercicio hechas con escamas de lagarto, y se sentía más ella misma que en ningún momento anterior desde su regreso a Hapes.
Si no va a necesitar mis servicios, amo Bajocca, ¿puedo quedarme en la orilla y desconectarme para dis­frutar de un ciclo de reposo? —preguntó Teemedós—. No tiene ni idea de lo que el agua salada le podría llegar a hacer a mis delicados circuitos.
Tenel Ka vio como Bajie gruñía una réplica afirmativa y se internaba chapoteando por los bajíos para colocar a Teemedós encima de una gran roca seca. Después de que el joven wookie hubiera vuelto, los cuatro amigos se diri­gieron hacia aguas más profundas, disfrutando de su com­pañía mutua y las agradables sensaciones de aquel agua tan sedosa que se agitaba suavemente a su alrededor.
Cuando Jacen, Jaina y Bajie se dieron la vuelta hasta quedar con el estómago hacia arriba para flotar perezo­samente sobre la superficie mientras conversaban, Tenel Ka nadó hasta allí casi sin darse cuenta de lo que hacía y flotó con ellos. En ese momento volvió a recordar que le faltaba un brazo..., pero también se dio cuenta de que le bastaba con introducir un leve cambio en su postura y la distribución de su peso para poder flotar casi sin ningu­na dificultad. Unos cuantos experimentos le permitieron descubrir que también podía impulsarse a una velocidad sorprendente, usando únicamente sus robustas piernas.
Jacen, que se había dado cuenta de sus titubeantes intentonas, nadó hasta ella y la obsequió con lo que Tenel Ka sólo pudo interpretar como una sonrisa desafian­te. El muchacho se quedó inmóvil en el agua, sostenién­dose con un lento vaivén de los brazos y las piernas, y dirigió un enarcamiento de cejas a Tenel Ka. La joven le sostuvo la mirada y empezó a imitar sus movimientos: al principio lo hizo con escasa coordinación, y después fue descubriendo su ritmo. Cuando Jacen entrecerró sus líquidos ojos marrones y pasó a emplear la braza de lado, Tenel Ka le imitó.
Tenel Ka se fue enfrentando a un desafío tras otro con distintos grados de éxito. Descubrió que era capaz de hacer muchas más cosas de las que jamás podría haber llegado a imaginar, e incluso cuando el resultado obteni­do estuvo bastante por debajo del sobresaliente —como cuando trató de dar un salto mortal bajo el agua— lo pasó muy bien intentándolo.
Cuando volvió a la superficie tosiendo y escupiendo agua después de uno de esos intentos, vio que Jacen la estaba midiendo con la mirada y comprendió que sus ojos la desafiaban a que se exigiera el máximo esfuerzo posible.
Te echo una carrera hasta la orilla —dijo el mu­chacho.
Tenel Ka le lanzó una solemne mirada de adverten­cia.
Sólo si realmente tienes intención de vencerme —dijo.
El rostro de Jacen estaba igualmente serio cuando respondió.
Te aseguro que haré todo lo que pueda para ganar.
Tenel Ka asintió.
Bien, entonces... ¡Vamos!
Tenel Ka recurrió a toda su resistencia, energías, coordinación e ingenio mientras lanzaba su cuerpo a la frenética carrera hacia la orilla. Toda su mente estaba concentrada en una sola meta, y Tenel Ka nadó con toda la determinación que poseía.
Antes de que pudiera entender lo que había ocurrido, estaba de pie en la orilla y era recibida con ruidosos gri­tos por Jaina y por un Bajocca empapadísimo y con un aspecto bastante lamentable, que ya estaban esperando de pie en la playa rocosa.
Tenel Ka, bastante desorientada, se volvió en busca de Jacen y vio que estaba saliendo del agua justo detrás de ella. La expresión de sorpresa del rostro del muchacho le indicó con toda claridad que su competición había sido real: Jacen no le había —permitido— ganar.
Jaina corrió hacia ellos para abrazarles en el mismo instante en que Bajocca empezaba a sacudirse, acompa­ñando el proceso de secarse con un estrepitoso alarido wookie y proyectando chorros de agua salada en todas direcciones. Jacen chilló, y Jaina dejó escapar un gritito de sorpresa.
Pero Tenel Ka se alegró de aquella distracción, porque algunas de las gotitas saladas que brillaban sobre su rostro no eran agua de mar.
15


Dos días después, la matriarca real estaba contem­plando con expresión sombría a su nieta mientras Tenel Ka arrojaba desafiantemente a un lado la túnica de gala repleta de bordados y la resplandeciente tiara.
Su reacción no gustó nada a la antigua reina.
Debes vestirte de una manera adecuada a tu rango, niña —dijo con indignación—. Y tal vez podrías mostrar un poquito más de respeto hacia tu herencia. Recoge tu tiara. Es una de las cosas que has heredado, y es conocida en todo el cúmulo. —La Ta'a Chume alzó la delicada co­rona, en la que había incrustado un gran número de so­berbias gemas iridiscentes—. Estas gemas arco iris de Gallinore son tan valiosas que bastarían para comprar cinco sistemas solares.
Pues entonces compra cinco sistemas solares con ellas —dijo Tenel Ka—. Ese tipo de riquezas no me sirven de nada.
No puedes rehuir tus deberes siendo impertinente. Esto no son unas vacaciones durante las que no hay que pensar en nada. Sigue habiendo mucho trabajo que ha­cer. Tenemos una importante reunión diplomática que dirigir, y debes prepararte para ella.
Tu importante reunión diplomática no me interesa en lo más mínimo, abuela.
Jacen, Jaina y Bajocca permanecieron sumidos en un incómodo silencio, no muy seguros de qué debían decir mientras Tenel Ka discutía con la matriarca.
Mientras sigas formando parte de la Casa Real de Rapes, Tenel Ka, continuarás recibiendo instrucciones diplomáticas y aprenderás a convertirte en un miembro útil de nuestro linaje —dijo secamente su abuela.
Tenel Ka le devolvió la mirada, con su única mano apretada en un tenso puño.
¿Qué te hace pensar que deseo permanecer aquí como parte de la Casa Real? Todavía me estoy adiestrando para llegar a ser una Jedi.
La matriarca se echó a reír.
No me obligues a escuchar tus fantasías, niña, y en­fréntate a la realidad. El embajador mairano está vinien­do hacia nosotras por debajo del agua en estos mismos instantes, y debemos recibirle en la orilla. Ponte tu túni­ca. Le prometí que te encargarías de darle la bienvenida.
No me consultaste antes —dijo Tenel Ka.
No había ninguna razón para hacerlo —respondió la matriarca—. No podías tener ningún otro plan, así que me limito a decírtelo ahora.
No tengo ninguna necesidad de aprender el arte de la diplomacia. Soy una guerrera, no un líder político —dijo Tenel Ka, indicando con un amplio barrido de la mano la coraza de escamas de reptil que se había puesto para subrayar que su herencia preferida era la de Da­thomir.
Eh... Esto... ¿Tenel Ka? —balbuceó Jacen, carras­peando para aclararse la garganta—. Yo... Bueno, lo que quiero decir es que... Tienes que tomar tus propias deci­siones y todo eso, claro, pero... ¿Recuerdas lo que dice el Maestro Skywalker? Me refiero a eso de que los Jedi de­berían estar abiertos a todas las enseñanzas para extraer fuerzas del conocimiento..., dondequiera que puedan en­contrarlo. Me parece que aunque eres una gran combatiente, algún día tal vez podrías encontrar una cierta utilidad a las habilidades que tu abuela quiere enseñarte.
No estoy de acuerdo con su manera de hacer las cosas —dijo Tenel Ka.
Jacen se encogió de hombros.
Nadie ha dicho que tengas que hacerlo todo tal como ella quiere —replicó.
La matriarca contempló con el ceño fruncido al inso­lente joven Jedi, y eso acabó de decidir a Tenel Ka.
Muy bien. Lo haré —dijo—, pero lo haré a mi ma­nera. No hay más que discutir.
¡Oh, excelente! —exclamó Teemedós desde la cin­tura de Bajocca—. Ama Tenel Ka, ¿podría aprovechar esta oportunidad para recordarle que una considerable parte de mi programación consiste en una adaptación de las subrutinas de un androide de protocolo? Si puedo serle de alguna ayuda en sus obligaciones políticas, le ofrez­co mis servicios con sumo placer.
La anciana matriarca parecía horrorizada.
Tenel Ka sonrió para sus adentros.
Gracias, Teemedós. Acepto tu oferta. Bajocca, me gustaría que estuvieras a mi lado cuando reciba al emba­jador mairano.
Tenel Ka cogió la túnica e intentó echársela sobre los hombros con la única mano que le quedaba, pero el lado izquierdo resbaló y dejó al descubierto el muñón de su brazo. Cuando la matriarca dio un paso hacia ella para ayudarla, Tenel Ka retrocedió y estiró rápidamente el brazo derecho para poner la prenda en su sitio.
Saber pensar por tu cuenta sin dejarse influir por los demás es bueno, nieta mía —dijo la matriarca—. Pero procura no excederte al hacerlo.


Un grupo de guardias reales habían colocado un mag­nífico sillón en el borde del acantilado, allí donde las crestas blancas de las olas mordisqueaban la roca. El aire húmedo olía a sal y a limpio. La anciana matriarca se quedó en segundo término, y se dedicó a observar.
Tenel Ka, envuelta en los ondulantes pliegues de su túnica, fue hacia el sillón sin esperar a que su abuela le diera instrucciones. Después enderezó la tiara tachonada de joyas arco iris sobre su abundante melena doradorro­jiza y alzó el rostro hacia el fuerte viento que agitaba las revueltas aguas.
Bajocca, sin prestar ninguna atención a la brisa mari­na que erizaba su pelaje color canela, permaneció inmó­vil junto a Tenel Ka mientras la joven se sentaba y clava­ba la mirada en las negras rocas y el infinito azul del mar. La deslumbrante claridad solar hizo que Tenel Ka pesta­ñeara mientras escrutaba las olas en busca de algún mo­vimiento.
Los mairanos, una raza de criaturas inteligentes do­tadas de tentáculos que vivía en el fondo del mar, proce­dían del mundo oceánico de Maires, uno de los planetas del Cúmulo de Hapes. Sus embajadores habían estableci­do un consulado en el lecho del océano del mundo cen­tral de Hapes. Al parecer, el hecho de que su consulado estuviera debajo de las aguas no había impedido que los embajadores mairanos hubieran conseguido enzarzarse en una seria disputa política con sus rivales tradicionales del planeta Vergill.
Los mairanos podían abandonar el mar durante cor­tos períodos de tiempo, pero sólo si las criaturas tentacu­ladas eran bañadas periódicamente con un fino rociado procedente de los tanques de agua burbujeante que lle­vaban a la espalda. Manteniendo mojada su gruesa piel de aspecto gomoso, los mairanos eran capaces de pasar horas en tierra firme, y los embajadores habían insistido en ir personalmente hasta la fortaleza de la isla. No per­mitirían que el asunto fuera resuelto por nadie que no fuese la mismísima matriarca..., o un miembro de la Casa Real que hubiera sido designado por ella.
La matriarca había designado a Tenel Ka.
La princesa permaneció inmóvil sin apartar la mirada de las olas. No había traído su cronómetro y se preguntó si el embajador llevaba retraso..., o si sólo se estaba impa­cientando porque quería terminar lo antes posible con aquel desagradable deber.
Bajocca, alto y peludo, vigilaba el mar junto a ella y Teemedós brillaba con reflejos plateados bajo los rayos del sol. Jacen y Jaina, que no habían sido informados de lo que iba a ocurrir, esperaban detrás de ellos.
Eh... ¿Qué estamos haciendo aquí exactamente? —preguntó Jacen.
Tenel Ka se volvió para responderle, pero Teemedós se le adelantó.
Si me permite que lo explique, ama Tenel Ka... Gracias. Bien, creo que puedo proporcionar un resumen adecuado. —El pequeño androide emitió un curioso sonido que produjo la impresión de que estaba carraspeando para aclarar su altavoz—. Bueno, veamos... El consu­lado submarino de los mairanos, que consiste en una estructura cubierta por cúpulas construida en su planeta y transportada hasta el mundo natal de los hapanianos, se encuentra peligrosamente cerca de un proyecto de minería subsuperficial iniciado por los vergills justo después de que el consulado mairano fuera establecido allí.
Aunque las explotaciones mineras de los vergills son terriblemente productivas, los mairanos han presentado una queja formal debido a los ruidos y desplazamientos de sedimentos provocados por las operaciones de perfo­ración y excavación. Alegan que, dado que los mairanos estaban allí antes, se debería exigir a los vergills que lim­piaran las aguas enfangadas, cesaran sus molestas activi­dades de minería y se trasladaran a un lugar que estuvie­ra a un mínimo de cincuenta kilómetros de distancia de su consulado.
Tenel Ka asintió.
Sí, ésos son algunos de los hechos. Pero hay más.
Antes de que pudiera seguir hablando, Tenel Ka vio como una enorme silueta surgía del agua e iniciaba un pesado avance hacia ella, chapoteando a través del olea­je. Unos cuarenta tentáculos negros —que, como bien sa­bía Tenel Ka, los mairanos dejaban flotar libremente debajo del agua para capturar a cualquier pez que pudiera ponerse a su alcance— colgaban de sus hombros encor­vados, y la criatura se bamboleaba sobre sus dos piernas mientras caminaba. Los bultos esféricos blanquecinos vi­sibles en su gran cabeza curva debían de ser membranas oculares. Todo el cuerpo de la criatura tenía un oscuro aspecto aceitoso.
La reacción inicial de Tenel Ka cuando vio al embaja­dor alienígena fue de miedo —estaba contemplando a un gigantesco monstruo primigenio, que tenía casi una vez y media su altura, mientras surgía de las olas y avanzaba hacia ella—, pero enseguida reprimió esa emoción. En aquellos momentos el miedo sólo serviría para enturbiar su capacidad de juicio.
Las olas ondularon alrededor de las piernas del mairano, que eran como troncos de árbol que se adhirie­sen a la playa. El embajador se detuvo entre el oleaje y alzó una gran concha repleta de circunvoluciones en las que se había taladrado una complicada pauta de agu­jeros.
El embajador mairano habló mediante una membra­na vibratoria medio oculta debajo de sus tentáculos, diri­giéndose a ellos con una voz burbujeante y envuelta en ecos que resultaba muy difícil de entender.
Soy capaz de hablar básico si es así como debemos proceder —dijo.
Tenel Ka meneó la cabeza.
Eso no será necesario. Utiliza tu lenguaje nativo —dijo mientras lanzaba una rápida mirada de soslayo al ovoide plateado del pequeño androide Teemedós, que colgaba del flanco de Bajie—. He traído conmigo mi propio androide traductor.
Oh, cielos —dijo Teemedós, que se había conectado con los bancos de datos de la fortaleza hacía tan sólo una hora para cargar el lenguaje mairano en sus circuitos de memoria—. ¡Esto es muy emocionante!
La enorme masa tentaculada se inclinó en una lenta reverencia y volvió a erguirse. El mairano colocó el lado perforado de la concha sobre su orificio expulsor de aire y lo utilizó para tocar una complicada y veloz serie de notas musicales que parecieron brotar de una flauta.
Ah, sí —dijo Teemedós—. Este lenguaje musical ha sido correctamente cargado en mis bancos de me­moria. ¡Alabado sea el Fabricante! El embajador mai­rano os presenta sus más respetuosos saludos, princesa Tenel Ka.
La criatura tentaculada emitió otra serie de notas. Teemedós se encargó de traducirlas.
Y os felicita por la captura de una mascota tan mag­nífica y bien entrenada, con su capa de sedosas algas ma­rinas marrones... ¡Oh, cielos! —balbuceó el androide—. ¡Creo que se está refiriendo al amo Bajocca!
Bajocca soltó un gruñido y enseñó sus colmillos. Te­nel Ka se alzó, muy indignada, y permitió que su túnica cayera de sus hombros para revelar su coraza de escamas de reptil y el muñón de su brazo. La matriarca, que estaba inmóvil en las rocas detrás de ellos, arrugó el ceño en un fruncimiento de desaprobación ante la reacción de su nieta.
Los wookies son una especie inteligente. No son las mascotas de nadie —dijo Tenel Ka—. Este wookie es mi amigo.
El mairano pareció sentirse bastante confuso y movió sus tentáculos en una clara muestra de agitación; después produjo otra serie de notas.
El embajador ofrece sus disculpas por no haber entendido correctamente la situación, princesa Tenel Ka. Lamenta la pérdida de un... tentáculo que habéis sufrido —creo que se refiere a vuestro brazo—, y espera que hayáis exigido una retribución equivalente a diez veces esa pérdida al estúpido responsable de que la padecie­seis.
La pérdida de mi —tentáculo— y lo que hice al res­pecto no son asuntos que conciernan al embajador —re­plicó Tenel Ka en un tono seco y duro—. Si tiene una cuestión diplomática que tratar, será mejor que lo haga inmediatamente. Si agota mi paciencia, me iré. Tengo otras cosas que hacer.
El embajador mairano titubeó y sus tentáculos ondu­laron en un vago vaivén; después volvió a alzar la concha para extraer de ella una larga y complicada melodía.
El embajador mairano vuelve a disculparse y dice que comprende que la matriarca os ha conferido la facul­tad de tomar esta decisión como parte de vuestro adies­tramiento diplomático. Dado que es vuestro primer acto de gobierno realmente importante, está seguro de que querréis dedicarle el máximo de tiempo y consideración posibles a fin de elegir el mejor curso de acción.
Tenel Ka no se dejó impresionar por su réplica, y cuando volvió a hablar su voz sonó tan seca como antes.
El embajador está lamentablemente mal informado —dijo—. He tomado muchas decisiones importantes en mi vida. Aunque ésta puede ser la primera que le afec­te a él y a su especie, puede tener la seguridad de que tomar decisiones difíciles no es nada nuevo para mí.
Algunas de esas decisiones anteriores desfilaron ve­lozmente por su cerebro..., especialmente la decisión de ir a la Academia Jedi del Maestro Skywalker, y su insis­tencia en asumir el lado de Dathomir de su herencia así como el de la Casa Real hapaniana.
Ruego al embajador que exponga su reclamación sin más digresiones —dijo Tenel Ka.
Su única mano estaba tensa sobre el brazo del sillón, pero la joven permaneció de pie para reducir al mínimo el diferencial de alturas existente entre ella y el descomunal embajador tentaculado.
Muy bien, princesa Tenel Ka Chume Ta' Djo. La delegación diplomática mairana suplica la intervención de la Casa Real en un asunto que nos ha afectado enor­memente. —Teemedós tuvo que hacer un considerable esfuerzo para no quedarse rezagado mientras iba tradu­ciendo las estridentes notas musicales que formaban el discurso del embajador tentaculado—. Nuestro pacífi­co establecimiento submarino es nuestro hogar en este mundo, y fue creado por nuestra primera delegación hace tan sólo seis meses. Estábamos encantados con la hermosura y la paz de nuestro consulado subacuático. Ah, si los respiradores de aire pudierais venir a verlo, es­toy seguro de que también...
No soy una turista —le interrumpió Tenel Ka—. ¿En qué consiste exactamente vuestra queja?
Ya lo sabía, pero quería oírselo decir al mairano.
Sólo un mes después de que estableciéramos nues­tro consulado —silbó el embajador—, un grupo de ex­plotación minera de la siempre grosera y descortés raza vergill se presentó allí sobre una plataforma flotante y empezó a perforar el suelo del océano a menos de un ki­lómetro de las estructuras de nuestro consulado. Ahora las corrientes siempre están sucias y en continua agita­ción. El ruido vibra a través del agua, interfiriendo con nuestra concentración y asustando a los peces. Han convertido nuestro hogar en un sitio inhabitable.
El mairano alzó sus tentáculos en un gesto implo­rante.
Habíamos establecido nuestra morada allí antes de que ellos llegaran, sapientísima princesa. Os suplicamos que ordenéis a los despreciables vergills que se lleven su contaminación lejos de nuestro hogar. Después de todo, disponen de todo el océano. No necesitan perturbar nuestra paz.
Entiendo —dijo Tenel Ka.
El embajador tentaculado se inclinó respetuosamente ante ella en una gran reverencia, pero un instante des­pués Tenel Ka siguió hablando en un tono hosco y seco.
También tengo entendido que los vergills llevaron a cabo un examen minero de los océanos mediante satéli­tes mucho antes de que los mairanos establecieran su ciu­dad consulado. Cuando consulté los registros de acceso, descubrí que los mairanos habían recibido una copia de este informe minero varios meses antes de que eligieran una localización para las cúpulas de su consulado. Finalmente, he descubierto que los mairanos identificaron la veta más rica de ditanio detectada en el examen y eli­gieron precisamente ese sitio para erigir su estructura, sabiendo muy bien que más tarde o más temprano los vergills iniciarían las operaciones mineras en los alrede­dores.
Sí, embajador, todo el océano está disponible —siguió diciendo Tenel Ka mientras el viento agitaba su ca­bellera alrededor de su rostro haciendo que bailara como llamas doradorrojizas—, pero son los mairanos los que han provocado esta discusión. Los mairanos erigieron su consulado después de que supieran con toda seguridad que los vergills desearían explotar ese mismo sitio.
Tenel Ka aguardó en silencio, pero el mairano no dijo nada.
Los vergills también han solicitado nuestra inter­vención —prosiguió pasados unos momentos—. En consecuencia, los mairanos pueden escoger entre cambiar la localización de su consulado, lo cual resulta bastante fácil de hacer, según tengo entendido, debido a la construc­ción modular de sus cúpulas, o limitarse a soportar los ruidos y las molestias.
Después de un momento de silencio ofendido, el embajador mairano empezó a agitar sus tentáculos y emitió una estridente nota aflautada.
No hace falta que te molestes en traducir eso —le dijo secamente Tenel Ka a Teemedós, y después se vol­vió para encararse de nuevo con la inmensa criatura ne­gra—. Has venido a pedirme que tome una decisión, y la he tomado. En el futuro quizá intentaréis resolver vues­tros propios problemas en vez de obligamos a desperdi­ciar nuestro tiempo con vuestras mezquinas disputas. He hablado.
Tenel Ka se recostó en su sillón y se envolvió de nue­vo en los pliegues de su túnica. Después de otro momen­to de silencio, el embajador mairano empezó a retroce­der por entre el oleaje y desapareció debajo de las olas.
¡Muy bien, Tenel Ka! —exclamó Jacen, echando a correr hacia ella.
Bajocca soltó una ruidosa carcajada wookie.
Tenel Ka sintió que le daba vueltas la cabeza, y una oleada de nervioso júbilo ante lo que acababa de hacer se extendió por todo su ser. Le sorprendió que el discurso le hubiera salido con tanta naturalidad después de todo, y enderezó la tiara llena de gemas que llevaba en la cabeza.
Pero la verdadera sorpresa llegó cuando miró hacia atrás para ver a su abuela, la matriarca dura como el hie­rro a la que resultaba imposible complacer..., sonriendo.
Tus métodos tal vez todavía sean un poco toscos —dijo su abuela—, pero has sabido tomar la decisión adecuada.
16


Jacen pensó que el poder descansar estando a salvo de todo peligro resultaba muy agradable..., pero después de varios días de vivir en la Fortaleza del Arrecife sin ningún sitio al que ir salvo la diminuta cala en la que po­dían nadar, empezaba a aburrirse un poco. De hecho, Ja­cen estaba empezando a sentirse terriblemente aburrido.
Tenel Ka también era una persona de acción, y Jacen lo sabía mejor que nadie. La joven quería estar al aire libre e ir de un lado a otro viviendo aventuras, y no per­manecer encerrada mientras todos cuidaban de ella igual que si fuera un animalito doméstico. La joven guerrera no quería permanecer sentada como una anciana, limitándo­se a contemplar las olas que chocaban contra las rocas.
La Ta'a Chume había vuelto al Palacio de la Fuente para supervisar la investigación de la bomba, dejando a Tenel Ka y a los jóvenes Caballeros Jedi confiados a los un tanto dudosos cuidados de la embajadora Yfra. La embajadora, flaca y de labios muy delgados, era una mu­jer que producía una impresión general de dureza, como si todos los músculos de su cuerpo estuvieran hechos de duracero en vez de carne..., pero, naturalmente, no había que olvidar que todos los miembros de la clase gobernan­te de Hapes estaban acostumbrados a una forma de vida bastante terrible, y que no confiaban en nadie y siempre estaban intentando obtener ventajas personales. Jacen suponía que la embajadora Yfra no era peor que el resto de personas de aquella sociedad. Por otra parte, no le costaba nada entender por qué Tenel Ka prefería la áspera franqueza de Dathomir, el mundo de su madre, a los manejos hipócritas y frecuentemente letales de la clase política de Hapes.
Jacen encontró a Tenel Ka delante de la gigantesca masa de la Fortaleza del Arrecife, inmóvil encima de un promontorio de roca negra. Tenel Ka estaba arrojando piedras a los remolinos de agua que siseaban alrededor de la barrera exterior del arrecife. Sumida en una profun­da concentración, la joven apuntaba meticulosamente y se mostraba claramente complacida cada vez que acerta­ba a su blanco imaginario. Jacen se detuvo detrás de ella, no queriendo interrumpir su diversión y conformándose con mirar.
Jaina y Bajie, que habían seguido a Jacen cuando sa­lió de la fortaleza, también se dedicaron a contemplar como Tenel Ka lanzaba piedras. Todos ellos parecían sentir el mismo nerviosismo vago e inexplicable: estaban atrapados en una isla minúscula, y no tenían ningún sitio adonde ir.
Las puertas del balcón que había encima de ellos se abrieron pasados unos minutos, y un destello de claridad solar reflejado en el transpariacero bruñido deslumbró a Jacen. La embajadora Yfra salió al balcón, y su silueta delgada como un látigo hizo que pareciese un ave de pre­sa mientras examinaba las rocas en busca de los jóvenes. La embajadora agitó la mano para atraer su atención.
Tened la bondad de venir aquí, niños.
Bajocca olisqueó el aire salado y gruñó un comenta­rio. Teemedós respondió con un sonido electrónico de discrepancia.
¡Puedo asegurarle que no sé a qué se refiere, amo Bajocca! ¿Qué le hace pensar que el aire ha cambiado de repente para empeorar? A mí me sigue pareciendo tan salado y refrescante como durante la última media hora.
Tenel Ka miró hacia atrás cuando Teemedós habló, y pareció sobresaltarse durante un momento cuando se en­contró con los demás observándola. Después bajó del promontorio rocoso y se reunió con sus tres amigos.
Vamos a ver qué quiere la embajadora —dijo en un tono bastante hosco, y abrió la marcha hacia la fortaleza.
Quizá será algo divertido —sugirió Jacen.
Tenel Ka volvió su mirada color gris granito hacia él y enarcó las cejas.
No sé por qué, pero mi mente parece incapaz de asociar la idea de la embajadora Yfra con el concepto de la diversión.
Jacen soltó una risita y se preguntó si Tenel Ka habría intentado deliberadamente hacer un chiste, aunque todo parecía indicar que se había limitado a exponer una verdad indudable.
Una vez dentro de la fortaleza, la embajadora los re­cibió en la soleada habitación del balcón. Yfra tenía una sorpresa para los cuatro compañeros.
¡Queridos míos, creo que ha llegado el momento de que disfrutéis de alguna pequeña distracción! —exclamó.
La embajadora estaba sonriendo con su cara..., pero no con su mente. Jacen podía percibirlo. Aunque exte­riormente se comportaba de una manera que no podía ser más afable y comprensiva, Jacen enseguida se había dado cuenta de que a Yfra no le caían nada bien los ni­ños..., ni cualquier persona que ocupara una gran parte de su tiempo e interfiriese con los asuntos del gobierno.
Tenel Ka apoyó la mano en su cadera.
¿Qué nos sugeriría, embajadora?
Parecéis tan aburridos, niños... —dijo Yfra—. Pue­do entenderlo. A veces no tener problemas ni preocupa­ciones resulta muy aburrido. —Les obsequió con un fruncimiento desaprobatorio que duró una fracción de segundo, y enseguida lo ocultó con otra falsa sonrisa Me he tomado la libertad de reprogramar uno de nues­tros deslizadores acuáticos para que podáis estar fuera de la fortaleza durante un rato, recorriendo el océano y pasándolo bien bajo el sol.
¿Piensa venir con nosotros, embajadora? —pre­guntó Jaina.
Yfra se permitió un sombrío fruncimiento de ceño, que luego disimuló rápidamente con una tos.
Me temo que no, mi joven dama. Tengo asuntos terriblemente importantes de los que ocuparme. Oh, no podéis ni imaginaros las responsabilidades con las que he de cargar... El cúmulo de Hapes tiene sesenta y tres mun­dos, con centenares y centenares de distintos gobiernos y millares de culturas. La Ta'a Chume es una mujer muy poderosa, y mientras los padres de Tenel Ka estén ausen­tes todos tendremos muchísimas cosas que hacer. —Yfra juntó sus delgadas manos parecidas a garras—. Los niños deberíais disfrutar de vuestros primeros años de vida mientras las personas como yo nos ocupamos de los grandes problemas.
Yfra los despidió con un movimiento de los brazos.
Y ahora, ya podéis iros. Encontraréis el deslizador que he programado en el hangar de atraque. Os aseguro que es un vehículo totalmente seguro. He introducido un sencillo curso de ida y vuelta que os llevará más allá del arrecife hasta el océano y luego os devolverá aquí hacia el anochecer. Me he ocupado de que tengáis una cesta con provisiones, para que podáis disfrutar de una comida juntos mientras estáis fuera. —Yfra respiró hondo y les dirigió su nada sincera sonrisa de costumbre—. Estoy segura de que lo pasaréis maravillosamente.
Jacen miró fijamente a la embajadora e intentó deci­dir si había motivos para la suspicacia o no. Su madre era la jefe de Estado de la Nueva República, por lo que a Jacen no le costaba nada entender que las obligaciones gubernamentales podían absorber todo el tiempo dis­ponible de una persona. También pensó en lo nerviosos que habían estado los cuatro compañeros durante aquel día.
¡Rayos desintegradores! —acabó exclamando—. Salgamos de aquí y pasémoslo bien. Estar lejos de los ojos vigilantes de padres, escoltas y embajadoras será es­tupendo. Te prometo que nos divertiremos. Siempre que estamos juntos nos divertimos mucho, ¿verdad?
Tenel Ka asintió solemnemente.
Es un hecho comprobado.
Y después le hizo uno de los regalos más notables que Jacen había recibido en toda su vida: Tenel Ka le sonrió.


El deslizador acuático rugía a través del mar, bambo­leándose y dando saltos mientras cruzaba las cimas y abismos de las aguas como un vehículo con ruedas que viajara a gran velocidad por una carretera llena de ba­ches. El piloto automático estaba siguiendo un curso pre­determinado, pero Jaina y Bajie se iban turnando en el timón para guiar la quilla móvil y averiguar hasta qué punto permitiría el piloto automático que se desviaran de su ruta. Bajocca dejó escapar un alegre balido.
El amo Bajocca observa que este vehículo guarda una cierta similitud con su saltacielos T-23 —dijo Tee­medós.
Jaina se volvió hacia el wookie de pelaje color canela.
Pues a mí estos paneles me recuerdan más bien a los controles del Halcón Milenario. Tú y yo no ten­dremos ningún problema para pilotar este trasto, Bajie —dijo.
Bajocca respondió con un gruñido de afirmación.
El deslizador acuático los fue alejando rápidamente de las aguas agitadas y llenas de espuma que ondulaban alrededor del arrecife, sobre el que la fortaleza aislada se alzaba como una ciudadela que dominara el océano verdeazulado de Hapes.
Jacen se recostó en el asiento y se dedicó a charlar con Tenel Ka, y los dos jóvenes disfrutaron del relajante efecto de los reflejos del sol y la hipnótica ondulación de las olas.
Eh, Tenel Ka —dijo de repente Jacen en un tono un poco titubeante—. Oye, tengo un chiste magnífico... ¿Qué lado de un ewok tiene más pelo?
Tenel Ka observó a Jacen con impasible seriedad du­rante unos momentos antes de responder.
Nunca he reflexionado sobre esa cuestión —dijo por fin.
¡El de fuera! ¿Lo has entendido?
Jacen, ¿por qué siempre me estás contando chistes? —preguntó Tenel Ka—. Creo que nunca me río de ellos.
Jacen se encogió de hombros.
Eh, sólo estaba intentando animarte un poco. Tenel Ka le lanzó una mirada bastante extraña.
¿Crees que necesito que me animen?
Cuando respondió, Jacen se dio cuenta de que le cos­taba mucho mantener los ojos apartados de la piel rosada del muñón de su brazo.
Bueno... Me parecía que estabas muy callada y seria.
Tenel Ka enarcó las cejas.
¿Y acaso no estoy siempre callada y seria?
Jacen se obligó a reír.
Sí, supongo que tienes razón.
Tenel Ka siguió hablando.
Ya hemos discutido todo este asunto antes, Jacen. Te ruego que no des por sentado que necesito que me animen, que no puedo valerme por mí misma o que me he convertido en una criatura débil y gimoteante. Sigo aspirando a convertirme en una Jedi, y creo que aún conseguiré llegar a ser una Jedi..., en cuanto averigüe cómo lograrlo.
Jacen extendió la mano con titubeante lentitud hasta apoyar los dedos sobre su brazo, y después los fue ba­jando poco a poco hasta que Tenel Ka se los rodeó con su robusta mano.
Si puedo ayudarte de alguna manera, házmelo sa­ber —dijo Jacen.
Tenel Ka le apretó la mano durante unos momentos.
Lo haré.
El deslizador acuático describió un veloz viraje alre­dedor de una serie de picachos rocosos que sobresalían de las aguas. Tenel Ka dijo que eran los Dientes del Dra­gón. Los escarpados pináculos se pegaban unos a otros, y las aguas se deslizaban entre ellos con un retumbar aho­gado para hacer erupción regularmente al otro lado en un géiser de espuma blanca.
Los motores rugieron cuando el vehículo marítimo volvió a virar para esquivar las turbulencias que se agita­ban en los alrededores de los Dientes del Dragón, acele­rando nuevamente en cuanto las hubieron dejado atrás para salir disparado hacia las olas del mar abierto. Jaina y Bajie estudiaron el curso, y cada uno hizo cálculos e intentó adivinar lo lejos que iría el deslizador antes de ini­ciar el trayecto de vuelta.
Ya va siendo hora de comer —dijo Jacen, hurgando en la cesta de provisiones y empezando a repartir pa­quetes de comida.
Bajie indicó que estaba de acuerdo con un potente rugido wookie.
Oh, por supuesto, amo Bajocca —dijo Teeme­dós—. Usted siempre tiene hambre, ¿no?
El joven wookie soltó una carcajada ahogada, pero no intentó discutir la afirmación del pequeño androide traductor.
El viento producido por su rápido avance lanzaba nubes de espuma sobre sus caras, y el frescor del aire salado había hecho que Jacen tuviera muchísimo apetito. El joven y sus amigos consumieron los paquetes de comida, que se iban calentando automáticamente, y llenaron sus vasos con el contenido de un termo.
Jaina había mantenido la mirada clavada en el visor de transpariacero del deslizador acuático mientras masti­caba. Un instante después volvió a echar un vistazo al curso.
Me pregunto hasta dónde nos va a llevar el piloto automático.
Jacen vio que el agua parecía tener un color y una consistencia distintas por delante de ellos: daba la impre­sión de ser más verdosa, y la superficie del océano ad­quiría un aspecto curiosamente irregular.
Bajie olisqueó el aire. Después volvió a olisquearlo más ruidosamente y gruñó una pregunta.
No sabría decirle, amo Bajocca —respondió Tee­medós—. Mis analizadores de olores no parecen capaces de correlacionarlo con los datos adecuados para propor­cionar una respuesta clara. Sal, por supuesto, yodo..., ¿y alguna clase de sustancia biológica en descomposición, quizá?
Jacen también había empezado a percibirlo: estaban siendo envueltos por una pestilencia acre que saturaba el aire y parecía volverlo cada vez más pesado.
Huele a peces muertos.
Tenel Ka entrecerró los ojos en una mueca de con­centración.
Y a algas podridas. Ahí delante hay algo muy viejo. Algo... enfermo.
Jaina echó otro vistazo a su curso.
Bueno, pues el deslizador acuático nos está llevando directamente hacia ahí.
Antes de que nadie más pudiera hablar, ya habían en­trado en aquella extraña zona gelatinosa. El agua estaba cubierta por una capa de algas flotantes tan densa como la maleza de una jungla. Gruesos tentáculos de aparien­cia gomosa provistos de largos espinos húmedos relucían en el agua. Enormes flores carmesíes tan grandes como la cabeza de Jacen se alzaban hacia el cielo en las partes más densas de la masa de vegetación.
Jacen se inclinó sobre la borda del deslizador acuático para poder verlas mejor. El centro de cada flor de pétalos carnosos contenía una masa de lustrosos frutos azules cuyos reflejos húmedos hacían que toda la flor pareciese un gran ojo abierto. Aquella impresión quedó reforzada cuando el avance del deslizador activó alguna clase de reflejo vegetal y los pétalos de las plantas flotantes se ce­rraron rápidamente, como si fuesen párpados.
Qué raro —dijo su hermana, que se había reunido con él.
Es muy interesante —replicó Jacen.
La masa de algas espinosas se extendía por delante de ellos hasta allí donde alcanzaba su vista. El deslizador acuático siguió su curso automático a través de la ondu­lante superficie de las aguas, y la pestilencia se fue volviendo más intensa. Los gruesos tallos y hojas de las algas se agitaban y se estremecían, aunque Jacen acabó deci­diendo que toda esa actividad debía de ser causada por corrientes que se arremolinaban bajo las aguas.
Varios ojos-flor se alzaron sobre sus tallos y se volvie­ron hacia ellos, girando en su dirección como si estuvie­ran observando a los compañeros. Jacen se estremeció y miró a Jaina.
Eh... Claro que pensándolo bien, puede que —ex­traño— sea una palabra más adecuada —admitió.
Bajie miró a su alrededor y dejó escapar un gemido de inquietud. Los ojos de Jaina se encontraron con los del wookie, y la joven se mordió el labio inferior.
Sí, yo también tengo un mal presentimiento sobre el curso que está siguiendo este deslizador... Me parece que sería mejor que no continuáramos avanzando por este desierto de algas marinas.
Pero no podemos prescindir del piloto automático, ¿verdad? —preguntó Jacen—. Si lo desconectas, ¿cómo vamos a regresar?
El joven wookie ladró una respuesta en el mismo ins­tante en que Jaina contestaba a su pregunta.
Nos hemos estado fijando en el curso que seguíamos. Bajie y yo probablemente podríamos encontrar el camino de vuelta a casa. No debería resultar demasiado difícil.
Tenel Ka se irguió y contempló las algas marinas como si estuviera intentando recordar algo.
Jaina tiene razón —dijo—. Deberíamos volver aho­ra mismo. Permanecer aquí no sería prudente.
Jaina y Bajie tomaron los controles y pusieron los motores al mínimo de potencia mientras desconectaban el piloto automático. Estaban haciendo virar el vehículo para alejarse de las algas cuando los motores dejaron de funcionar con un ruidoso petardeo.
A Jacen le encantaba investigar plantas y animales ex­traños, por lo que aprovechó aquella oportunidad para volver a inclinarse sobre la borda del deslizador y exten­der la mano hacia abajo a fin de tocar aquellas algas de apariencia gomosa que tenían un aspecto tan interesante.
Y de repente todas las flores giraron para clavar sus ojos rojizos en él.
¡Caramba! —exclamó Jacen.
Agitó la mano en un lento vaivén experimental y las flores giraron, atraídas por el movimiento.
Muy intrigado, el joven alargó la mano hacia la flor más cercana..., y un tentáculo viscoso y resbaladizo sur­gió de las algas para enroscarse alrededor de su muñeca, capturándola en su abrazo espinoso.
¡Eh! —gritó. Los espinos se hundieron en su brazo. El alga empezó a tirar de él—. ¡Socorro!
Jacen se agarró a la barandilla del deslizador acuático con la mano libre para evitar ser arrastrado hacia la ávida masa de algas. Los tentáculos habían empezado a agitarse frenéticamente..., impulsados por un horrible apeti­to. Más tallos se alzaron para golpear el costado del des­lizador y se fueron entrelazando alrededor de la baran­dilla.
Bajocca se levantó de un salto del puesto de pilotaje y agarró las piernas de su amigo en el mismo instante en que un tentáculo, redoblando sus esfuerzos, daba un te­rrible tirón y hacía que el cuerpo de Jacen pasara por encima de la barandilla. El muchacho quedó suspendido so­bre las aguas, debatiéndose desesperadamente en un intento de liberar su brazo de las algas.
Tenel Ka apareció de repente junto a ellos. La joven rodeó la barandilla de la cubierta con las piernas para tener un punto de apoyo y, con una de sus dagas arrojadi­zas firmemente empuñada en la mano, empezó a lanzar tajos al tentáculo que rodeaba el brazo de Jacen. El tallo se partió con un seco chasquido, y el brusco retroceso permitió que Bajocca consiguiera tirar de Jacen hasta devolverlo a la cubierta.
¡Rayos desintegradores! —exclamó Jacen, limpián­dose la sangre que brotaba de las heridas de su mano—. Un poco más y se me lleva...
Pero aquello sólo había sido el comienzo. Jacen contempló las aguas que se agitaban a su alrededor y sintió un creciente temor. Las algas se removían furiosamente allí donde volviera la mirada, retorciéndose por todo su campo visual. Enormes tallos subieron por los aires y se aferraron a las barandillas de la cubierta, tirando de ellas como si pretendieran ir frenando el avance del des­lizador acuático hasta detenerlo. El monstruo había pro­bado la sangre de Jacen, y había decidido que los Ca­balleros Jedi eran exactamente lo que quería almorzar aquel día.
Otro tentáculo que ondulaba y se retorcía se alzó por encima de la borda del deslizador, buscando un objetivo al que atravesar con sus espinos. Tenel Ka se colocó delante de la planta letal con un ágil salto y blandió su daga arrojadiza. La joven guerrera hundió la hoja en el grueso tallo, y una espesa savia verdosa brotó del tajo.
El alga retrocedió y después volvió a atacar, golpeando a Tenel Ka en la sien. Un hilillo de sangre dibujó una línea carmesí sobre la mejilla de la joven. En vez de lan­zar un grito de dolor, Tenel Ka prefirió responder con su cuchillo, asestando un feroz golpe por entre la masa ve­getal..., y otro grueso tentáculo cayó sobre la cubierta con un golpe sordo.
Jacen agitó el brazo herido para recuperar la sensibi­lidad y después empuñó la espada de luz que colgaba de su costado. Hacía tiempo que no la usaba, pero no podía perder ni un segundo con titubeos..., no si tenía intención de llegar a ser un Caballero Jedi..., no si quería que algu­no de ellos saliera con vida de aquel lío. Jacen activó la hoja color verde esmeralda.
El arma que zumbaba y crujía atravesó uno de los gruesos tentáculos que se habían enroscado alrededor de la barandilla del deslizador.
¡Toma eso! —gritó Jacen.
Nubes de vapores grisáceos llenaron sus ojos de lágri­mas cuando el fragmento de alga separada del cuerpo principal se desprendió de la barandilla.
Los tentáculos se agitaban en el agua. Parecía como si las algas estuvieran sufriendo un agudo dolor. Los ojos-flor carmesíes se abrían y cerraban mientras sus ta­llos giraban frenéticamente de un lado a otro. El olor a vegetación quemada y agua salada no tardó en saturar el aire.
¡Vamos a salir de aquí como sea! —gritó Jaina desde los controles.
Volvió a poner en marcha los motores, pero la presa de los tentáculos mantuvo inmovilizado el casco y el des­lizador acuático no consiguió liberarse de ella.
Bajocca soltó un rugido y activó su espada de luz para empuñarla con las dos manos, un garrote resplandeciente que brillaba con el resplandor del bronce fundido.
Tallos todavía más gruesos y largos habían empeza­do a surgir de las profundidades del mar. Cada uno terminaba en un par de conchas de bordes aserrados que parecían temibles pinzas dispuestas a despedazar cual­quier presa que se les pusiera por delante. Aquellos ten­táculos se retorcieron e hicieron entrechocar los afilados bordes de sus conchas, buscando algo que morder con ellas.
Jaina seguía luchando con los controles. Los motores del deslizador acuático emitieron un estridente gemido mientras intentaban soltarse de los tentáculos que tenían atrapado al vehículo.
Bajie fue corriendo hasta la barandilla. El joven woo­kie aulló una advertencia y bajó su espada de luz en una veloz serie de mandobles, abriéndose paso a través de las algas que habían inmovilizado su deslizador.
¡Oh, cielos! Tenga mucho cuidado, amo Bajocca... ¡Ahí viene otra alga!
Bajie gruñó una réplica y lanzó un potente golpe con­tra el tentáculo.
¡Lo está haciendo magníficamente, amo Bajocca! —exclamó el pequeño androide traductor—. Y es un gran consuelo oírle decir que preferiría no verme conver­tido en aperitivo de una masa de algas babeantes.
Tenel Ka giró sobre sus talones para rechazar el ataque de uno de los tentáculos terminados en conchas leta­les. Lanzó un tajo con su cuchillo, pero una de las pinzas-concha atrapó la punta de su hoja con un ruidoso chas­quido. Los bordes afilados como navajas volvieron a chocar entre sí, tirando de la hoja en un intento de acer­carse al rostro de la joven.
Y un instante después Jacen estaba allí, apartando al tentáculo con su reluciente hoja de energía verdosa. El muchacho miró a Tenel Ka y le dirigió una sonrisa ma­liciosa.
¡Bueno, ahora ya estamos en paz!
Muchas gracias, Jacen —dijo Tenel Ka.
Bajie siguió asestando mandobles con su hoja y no tardó en cortar el último de los tentáculos vegetales que mantenían inmovilizado al deslizador. El vehículo quedó libre por fin, y empezó a alejarse rápidamente mientras los tallos espinosos continuaban oscilando de un lado a otro y se retorcían en un desesperado intento de volver a capturar su presa.
Jaina, actuando tan deprisa como podía, dio el máxi­mo de velocidad posible al deslizador acuático y el vehículo pasó rugiendo por encima de la convulsa vegeta­ción. Los malévolos ojos-flor parecieron seguir su avan­ce. Más tentáculos surgieron de las aguas, pero las algas no parecían capaces de reaccionar lo suficientemente aprisa.
Jacen seguía aferrando su espada de luz de hoja color verde esmeralda, listo para utilizarla si era necesario. Aquella cosa era algo más que una planta. Era... una cria­tura consciente, una criatura que podía reaccionar a los estímulos exteriores. Usó la Fuerza con la esperanza de calmarla y conseguir que los dejara en paz.
No puedo encontrar su cerebro —acabó dicien­do—. Parece que sólo hay reflejos. Lo único que puedo percibir es que está hambrienta..., muy hambrienta.
Sí, ¿eh? Bueno, pues va a seguir así durante algún tiempo —respondió Jaina.
¡Desde luego que sí! Estoy totalmente de acuerdo con el ama Jaina —intervino Teemedós.
Unos instantes después ya estaban en mar abierto. Jaina y Bajie trazaron su nuevo curso, hicieron los cálcu­los adecuados y fijaron manualmente la dirección que debía seguir el deslizador acuático para llevarlos de vuelta a la Fortaleza del Arrecife.
Jacen volvió la cabeza hacia Tenel Ka, deseando ase­gurarse de que no estaba herida, y se sorprendió al ver la expresión de tranquila satisfacción que había en su ros­tro mientras introducía su daga arrojadiza dentro de la vaina que colgaba de su cintura. La joven parecía más viva y segura de sí misma que en ningún otro momento después de su fatídico duelo con espadas de luz en Ya­vin 4.
Somos grandes guerreros —dijo Tenel Ka—. No hay nada como un buen desafío físico para disipar las ten­siones.
Bajocca soltó un gruñido gutural. Teemedós emitió un pitido, pero se abstuvo de articular ningún comenta­rio. Jaina puso cara de sorpresa y miró a Tenel Ka, pero Jacen se echó a reír.
Sí —dijo—. Somos todo un equipo, ¿verdad? Cua­tro auténticos jóvenes Caballeros Jedi, eso es lo que somos...
Tenel Ka ayudó a Jacen a vendar las pequeñas heri­das de su brazo, y el joven se puso un poco de ungüento del equipo médico de emergencia del deslizador en el corte de su mejilla, que le escocía bastante.
No creo que la embajadora Yfra estuviera pensan­do en esto cuando nos envió al mar para disfrutar de un día de vacaciones —dijo—, pero aun así, no lo he pasado del todo mal.
Bajocca gruñó y señaló la consola de navegación.
¡Oh, cielos! El amo Bajocca sugiere que tal vez to­davía sea prematuro que nos alegremos y creamos estar a salvo —tradujo Teemedós—. Y además, desea adelantar la hipótesis de que este deslizador acuático fue saboteado deliberadamente.
¿Qué quieres decir? —preguntó Jacen—. Esos nú­meros no significan nada para mí.
Creo que se refiere a esto. —Jaina señaló la consola con una indicación de cabeza dirigida a las coordenadas del curso preprogramado—. El piloto automático fue ajustado para que nos llevara justo al centro de esa masa de algas asesinas... ¡sin un curso de regreso!
17


El líquido gorgoteo de las pequeñas olas que lamían los muelles de piedra y las embarcaciones atracadas en ellos llenaba la caverna. Con cada inspiración de aire que hacía, Tenel Ka extraía un nuevo consuelo de los olores salados y la fresca solidez de la roca que la rodeaba. La joven, que se había sentado y mantenía cruzadas sus pier­nas desnudas, estaba utilizando una técnica de relajación Jedi para ayudarse a pensar con claridad mientras permi­tía que su mirada fuera posándose sobre cada uno de sus amigos.
Jaina tenía la cabeza metida debajo del panel de con­trol y los pies en el aire, y estaba inspeccionando el ca­bleado de los controles direccionales del deslizador acuá­tico. Bajocca se ocupaba del ordenador de navegación desde arriba, y le iba pasando las herramientas a Jaina a medida que ésta se las pedía. Tenel Ka experimentó una inesperada y dolorosa sensación de pérdida mientras veía como sus dos amigos trabajaban con tanta agilidad y seguridad en sí mismos, siendo completamente incons­cientes de lo fácil que les resultaba utilizar una mano o la otra.
Jacen yacía de bruces sobre una repisa al lado de Te­nel Ka, con la mano derecha sumergida en el agua mien­tras los dedos de su mano izquierda rozaban la superficie del océano e intentaban atraer a una luminosa criatura anfibia hasta que estuviera lo bastante cerca para poder atraparla.
¿Te importaría pasarme esa llave hidráulica, Bajie? —preguntó Jaina, con su voz ahogada por el metal—. He de quitar esta plancha de acceso.
El wookie, sin apartar la mirada de lo que estaba ha­ciendo, sacó la herramienta de la caja que había detrás de él con una mano de ágiles dedos y se la pasó a Jaina.
Qué sencillo resulta todo cuando se tienen dos bra­zos...—, pensó Tenel Ka. Después se apresuró a reprimir los celos tan rápidamente como habían surgido en su in­terior, y se reprochó el estar siendo tan irracional. Aunque todavía tuviera las dos manos, no podría hacer las cosas que Bajocca era capaz de hacer con sus largos y flexibles brazos de wookie. Bajocca estaba utilizando cuanto poseía, cuerpo y mente, hasta el límite de sus ca­pacidades. Al igual que hacían Jacen y Jaina, por supues­to, y...
Y tal como siempre había hecho Tenel Ka.
Tenel Ka se preguntó si seguía siendo esa persona de­cidida y segura de sí misma que aprovechaba sus dotes y habilidades al máximo, o si esa persona había desapareci­do después de que perdiera su brazo izquierdo.
Aquellos pensamientos hicieron que frunciese el ceño. Si el miembro perdido era lo único que la preocupaba, entonces seguramente podría haber aceptado el sustituto biosintético que le había ofrecido su abuela... Así pues, cabía la posibilidad de que la lesión no fuera el verdadero gran problema después de todo.
Un instante después Tenel Ka se dio cuenta de que Jacen se había erguido sobre los codos y que se había vuelto hacia ella. El joven estaba muy serio.
Eh, ayer luchaste realmente bien contra esas algas asesinas.
¿Para ser una chica que sólo tiene un brazo, quieres decir? —replicó Tenel Ka con amargura.
Yo... No, yo... —Las mejillas de Jacen se volvieron de color carmesí. El joven se apresuró a desviar la mirada, y cuando volvió a hablar lo hizo en un tono más bajo y suave que antes—. Lo siento. Lo único que recuer­do es cómo luchaste con esa planta. Ni siquiera pensé en el brazo que habías perdido... Sigues siendo igual de rápi­da y temible.
Tenel Ka torció el gesto como si Jacen acabara de abofetearla, pero un momento después comprendió que tenía razón: no había luchado como si fuera una débil inválida digna de compasión. Había reaccionado de ma­nera instintiva y había empleado todos sus recursos, utili­zando todos los trucos y métodos de lucha que conocía. Había sido realmente ella misma, y había utilizado todas las armas que se hallaban a su disposición.
No lo sientas, Jacen —dijo—. Tu intención era bue­na, y has sido sincero. Soy yo quien debe pedir disculpas. —Tenel Ka volvió a pensar en la batalla, y reflexionó en silencio durante unos momentos sobre lo que había sido capaz de hacer—. Pero podría haber luchado mejor si...
¿... si hubieras tenido dos brazos en vez de sólo uno? —se apresuró a decir Jacen, terminando la frase por ella—. Eh, yo también podría haber luchado mejor si hu­biera tenido un cañón desintegrador a mano, pero no lo tenía. Hice cuanto pude.
No. —Tenel Ka le miró, sintiéndose un poco sorprendida—. Lo que quería decir es que podría haber lu­chado mejor si hubiera utilizado una espada de luz.
Jacen volvió a alzar la mirada hacia ella con una sonrisa titubeante en los labios.
Sí... Sabes manejar bastante bien la espada de luz. No me extraña, porque... Bueno, en realidad hay un montón de cosas que sabe hacer muy bien.
Y Tenel Ka, asombrada, comprendió que Jacen estaba en lo cierto. Era realmente buena con una espada de luz. Sí, todavía lo era. Y también era una buena nadadora, corredora y combatiente. Pero había dejado de creer en sí misma, y había dejado de utilizar las distintas por­ciones de su cuerpo y de su mente al máximo de sus ca­pacidades. Aquellas cosas formaban parte integral de la persona que Tenel Ka siempre se había enorgullecido de ser..., y eso era lo que había estado echando de menos desde el accidente.
Gracias, amigo mío —dijo—. Había empezado a olvidar quién era.
Jacen la deslumbró con una de sus famosas sonrisas torcidas.
Eh, si ser yo resultara tan peligroso como ser tú, puede que yo también intentara olvidar quién era.
Bueno, creo que ya está todo arreglado.
La voz de Jaina resonó en la caverna con una repenti­na claridad y una nueva potencia cuando bajó del des­lizador acuático.
Bajocca gruñó y agitó las manos.
Sí, desde luego —asintió Jaina—. No cabe duda de que estamos ante un caso de sabotaje. —Después se vol­vió hacia Tenel Ka y le habló con su directa franqueza habitual—. ¿Hay alguna posibilidad de que tu abuela pueda estar detrás de todo esto?
Jacen tragó saliva. Era una idea que nunca se le había llegado a pasar por la cabeza.
¿Tu abuela? ¡Pero ella nunca intentaría...!
Tenel Ka se tomó muy en serio la pregunta y reflexio­nó durante unos momentos antes de contestar.
No —dijo por fin—. De haber tenido esas intencio­nes, mi abuela se..., se habría ocupado de mí mucho antes de que llegarais. —Bajocca emitió un gruñido interroga­tivo, y Tenel Ka siguió hablando—. No me entendáis mal. Creo que mi abuela es capaz de matar..., pero tam­bién percibo que quiere mantenerme a salvo de todo pe­ligro. Quiere protegerme tanto si me convierto en una Jedi como si llego a ser reina.
Bajocca gruñó una rápida réplica gutural que Teeme­dós se encargó de traducir.
El amo Bajocca acaba de observar, y tal vez debería añadir que de una manera muy acertada, que con la Ta'a Chume desplazándose continuamente entre este lu­gar y el Palacio de la Fuente, tal como ha hecho hoy, muy difícilmente se puede contar con ella para que proporcio­ne una protección eficaz.
Bueno... Nos ha dejado unos cuantos guardias —dijo Jaina.
Y a la embajadora Yfra —añadió Jacen, poniendo los ojos en blanco—. Oh, chico.
Jaina se mordió el labio inferior.
Supongo que os acordáis de que fue Yfra quien su­girió esta salida en el deslizador acuático.
Bajocca ladró un comentario.
Por no mencionar el hecho de que afirmó haber programado personalmente los controles del deslizador —tradujo Teemedós—. ¡Oh, cielos!
Tenel Ka, que nunca había confiado en la embajado­ra Yfra, no hizo ningún comentario mientras sus amigos expresaban sus sospechas en voz alta. Ya podía oír los todavía distantes sonidos de los motores del gran Dragón Acuático hapaniano que se aproximaba.
De momento quizá sería más prudente no confiar en nadie —sugirió.
Jaina y Bajocca se mostraron de acuerdo.
Y quizá sería mejor que nos mantuviéramos lo más alejados posible de la embajadora Yfra —añadió Jacen.
El yate real entró en la gruta flotando sobre un delgado colchón de aire. La abuela de Tenel Ka manejaba el timón. La Ta'a Chume detuvo el Dragón Acuático hapaniano junto a uno de los muelles de piedra y bajó al atracadero mientras los guardias se ocupaban de las amarras.
Tenel Ka fue hacia su abuela para darle la bienvenida e intentó percibir cualquier intención de hacerles daño que pudiera albergar la matriarca. Pero sólo captó vagas emociones de cansancio y frustración, y una sombría determinación.
Hoy capturamos a una de las conspiradoras que pu­sieron esa bomba —dijo su abuela con voz cansada—, pero fue envenenada antes de que tuviera ocasión de in­terrogarla. —La Ta'a Chume meneó la cabeza—. Estuvo estrechamente vigilada en todo momento. No entiendo cómo su asesino pudo llegar hasta ella tan deprisa.
Me parece que necesitas descansar, abuela —dijo Tenel Ka, intentando no parecer indebidamente preocu­pada ante el visible agotamiento de la antigua reina—. Quizá no deberías dirigir personalmente estas investiga­ciones.
La anciana matriarca entrecerró los párpados, y un destello de astucia iluminó sus ojos.
He gobernado todo el Cúmulo de Hapes durante décadas sin la ayuda de nadie. —Después su abuela suspiró y pareció ceder—. Pero quizá tengas razón. Enviaré a la embajadora Yfra de vuelta al continente para que prosiga con las investigaciones.
Tenel Ka se mordió la lengua para no exponer en voz alta sus sospechas de que Yfra podía dedicarse a sabotear la investigación en vez de hacerla progresar. Pero por lo menos eso alejaría a la posible asesina de la Fortaleza del Arrecife, y su nueva misión la llevaría muy lejos de allí.
18


A esas alturas Zekk ya consideraba a su espada de luz como una vieja amiga.
No había tenido que dedicar tiempo o trabajo a cons­truir su propia arma, pero prácticamente vivía con el haz carmesí. Sabía cómo hacerlo bailar contra enemigos ima­ginarios. Zekk había luchado con todos los monstruos si­mulados que los ordenadores podían hacer aparecer en la sala de adiestramiento, y los había derrotado a todos. Había matado mynocks, abisinos, dragones krayt, mons­truosos wampas de los hielos y escarabajos piraña, y ha­bía aniquilado hordas enteras de salvajes incursores tusken.
En una de sus batallas incluso había eliminado a un feroz rancor con su espada de luz. Después de obtener esa difícil victoria, Zekk deseó haber podido ver la reac­ción de su rival Vilas, quien parecía estar tan enamorado de aquellas horribles bestias.
Zekk caminaba junto a Brakiss mientras el Señor de la Academia de la Sombra iba guiando al joven por los pasillos que conducían al núcleo central de la estación. Zekk estaba tan ocupado con su adiestramiento que nun­ca se le había ocurrido aventurarse por ellos. El joven, que ya había dejado de ser un simple estudiante abrumado y falto de confianza en sí mismo, avanzaba rápidamente sin notar el peso de su armadura de cuero negro y con la espada de luz a su lado, casi como si fuera el igual de Brakiss.
Pero el Señor de la Academia de la Sombra parecía desusadamente callado y absorto en sus pensamientos. Los rasgos impecablemente cincelados de su hermoso rostro se habían tensado hasta formar una máscara indes­cifrable, y su frente mostraba el comienzo casi impercep­tible de un fruncimiento de ceño.
Zekk, que por fin había acumulado la curiosidad su­ficiente para sentir deseos de hablar, carraspeó suavemente..
Maestro Brakiss, percibo... una cierta inquietud en vuestra mente. No me habéis hablado de este nuevo ejer­cicio. ¿Hay algo que debería saber?
Brakiss se detuvo y clavó su impasible y penetrante mirada en el rostro del joven.
Vas a enfrentarte a tu prueba más difícil, Zekk. Todo depende de esto. Debes demostrar hasta qué punto es realmente grande tu talento.
Zekk levantó el mentón e hizo una profunda inspira­ción que dilató sus fosas nasales. Sus manos fueron ins­tintivamente hacia su espada de luz.
Estoy preparado para lo que sea.
Llegaron a una gruesa puerta metálica y Brakiss te­cleó un código que abrió las cerraduras neumáticas. El pesado panel se fue abriendo lentamente y reveló una pequeña cámara y una segunda puerta de metal cerrada que impedía el acceso al otro lado de aquella especie de escotilla.
Confía en tus capacidades, Zekk —dijo Brakiss—. Siente la Fuerza.
Zekk asintió solemnemente.
Es lo que siempre hago. Superaré esta prueba, Maestro Brakiss. Pero ¿por qué es tan importante todo esto? ¿A qué viene tanta preocupación?
Brakiss indicó al joven que entrara en la cámara. Zekk entró y se detuvo, esperando a que Brakiss entrara detrás de él, pero su instructor se quedó fuera.
Porque será un combate a muerte —dijo, y después cerró la puerta, dejando encerrado a Zekk dentro de la cámara.
Zekk esperó dentro de la cámara llena de ecos. Las palabras del Maestro Brakiss seguían resonando en su mente. Las puertas permanecieron cerradas, y Zekk se obligó a respirar despacio a pesar de que se sentía atrapado y empezaba a experimentar una cierta claus­trofobia. Empuñó su espada de luz, aquella arma en la que tanto había llegado a confiar, y la aferró hasta que sus nudillos se pusieron blancos, pero todavía no activó la hoja.
Los segundos fueron transcurriendo, y la otra puerta siguió sin abrirse. Las sombras del miedo se fueron enne­greciendo dentro de Zekk, pero el joven se negó a dejarse dominar por ellas. Un Jedi no tenía lugar para el mie­do, y tampoco tenía ninguna razón para sentir miedo. La Fuerza estaba en todas las cosas, y el lado oscuro era su aliado.
Pero, y aunque Zekk había derrotado a feroces cria­turas en la cámara de simulación, aquellos oponentes ha­bían sido meros fantasmas. Sabía que en una batalla real con un oponente real podían llegar a ocurrir muchas co­sas más peligrosas.
Volvió la mirada hacia la puerta interior y se pregun­tó si debería abrirla a mandobles con su espada de luz y salir de allí por la fuerza. Necesitaba ver qué acechaba al otro lado. ¿Sería aquello quizá una parte de la prueba? ¿Cuánto tiempo debería esperar?
Paciencia—, se dijo a sí mismo. Empezó a contar hasta cien..., pero antes de que hubiera llegado a diez, las cerraduras automáticas de la puerta interior resonaron con un golpe sordo que vibró a través de las paredes me­tálicas. La puerta se abrió por sí sola.
Zekk experimentó una desconcertante sensación de bamboleo cuando salió a la claridad de... la nada. Los suelos, techos y paredes giraron a su alrededor en un bo­rroso remolino hasta que acabó comprendiendo que ha­bía entrado en una cámara donde la gravedad artificial había sido desconectada. ¡Se encontraba en la arena de gravedad cero del núcleo central de la Academia de la Sombra! El joven estaba flotando a la deriva en la cáma­ra esférica, sin ninguna sensación de arriba o abajo y sin nada que pudiera detener su movimiento.
Notó que se le revolvía el estómago, pero respiró hon­do y se concentró en no vomitar. Zekk centró toda su atención en las imágenes que se agitaban a su alrededor, e intentó obtener respuestas de aquellos fugaces atisbos que apenas duraban una fracción de segundo. Aferró la empu­ñadura de su espada de luz y fue reduciendo la velocidad de sus giros ingrávidos hasta que consiguió quedar más o menos equilibrado. Sólo entonces fue consciente de los asientos y zonas para estar de pie que cubrían las paredes de la cámara, las docenas de ruidosos espectadores y los balcones dispuestos en extraños ángulos para acomodar al público en aquellas condiciones de gravedad cero.
Los soldados de las tropas de asalto permanecían inmóviles en largas filas y se agarraban a las barandillas de los balcones. Los otros estudiantes de la Academia de la Sombra también estaban allí, esparcidos por la cámara y dispuestos a presenciar el espectáculo. Zekk se envaró y se preguntó hasta qué punto iba a ser difícil aquella prue­ba. ¿Qué había querido decir Brakiss? ¿Qué se suponía que debía hacer?
Peñascos que parecían asteroides en miniatura entraron flotando en el centro de la gran arena, junto con cajas metálicas, pequeños contenedores de carga y estructuras geométricas artificiales. Largas cañerías de duracero flotaban a la deriva por el aire. Al principio Zekk contem­pló aquella extraña mezcla de objetos grandes y peque­ños con ojos llenos de perplejidad y se preguntó cuál sería su función.
Pero de repente lo entendió: eran obstáculos.
Un instante después descubrió la mancha transparen­te de una cúpula de observación en la pared curva del otro extremo de la arena. Sus agudos ojos le permitieron distinguir varias siluetas inmóviles dentro de la cúpula y reconocerlas: Brakiss, rodeado por los pliegues plateados de su túnica; la temible Hermana de la Noche Tamith Kai, con su voluminosa cabellera color ébano y su capa surcada por espinas negras; y la figura envuelta en una armadura negra de Qorl, el antiguo piloto de cazas TIE.
El Maestro Brakiss se inclinó hacia adelante y habló por un amplificador vocal. Sus palabras retumbaron por todo el anfiteatro, y todos los ruidos de fondo se desvane­cieron al instante.
Estáis aquí para presenciar la selección de un líder que dirigirá a nuestros nuevos aspirantes a convertirse en Jedi Oscuros..., un líder que será el primer general de nuestras fuerzas de la Academia de la Sombra cuando el Segundo Imperio lance su gran ataque para reclamar la galaxia. Aquí, ante vosotros, se desarrollará la gran ba­talla de la que todos seremos testigos.
Al otro lado de la cámara, allí donde los obstáculos que flotaban a la deriva reducían considerablemente la visibilidad, se abrió otra compuerta y una silueta oscu­ra emergió de ella. Los restos flotantes impidieron que Zekk pudiese ver quién era.
Brakiss siguió hablando.
Vamos a presenciar un duelo a muerte entre Zekk... —hizo una pausa, pero ningún estudiante le vitoreó. To­dos sabían que eso habría sido un grave error, pues ten­drían que obedecer a quien saliera vencedor de aquel enfrentamiento— ¡y Vilas!
Zekk giró sobre sí mismo y mantuvo la empuñadura de su espada de luz delante de él mientras se encaraba con el joven de espesas cejas llegado de Dathomir, el más poderoso de todos los estudiantes de Tamith Kai. Vilas ya había activado su espada de luz y la sostenía delante de él, preparado para iniciar el duelo.
Vilas se apartó de la pared mediante un potente em­pujón y voló hacia los obstáculos que flotaban en el cen­tro de la arena. Zekk activó su arma y le imitó, avan­zando para enfrentarse a su oponente en el vacío central. Su corazón estaba latiendo a toda velocidad y Zekk com­prendió que, a pesar de su nerviosismo, llevaba mucho tiempo anhelando aquella batalla. ¿Cuántas veces había tenido como rival a Vilas desde su llegada a la Academia de la Sombra? Después de la batalla que iban a librar aquel día, ya no habría ninguna duda de cuál de los dos era el estudiante más poderoso.
¡Si te rindes ahora, joven recolector de basuras, puede que sólo te deje lisiado! —gritó Vilas con su voz burlona y untuosa, y se rió.
Zekk sintió que se sonrojaba. Seguramente Norys o algún miembro de la banda de los Perdidos habían es­tado hablando con Vilas, y así era como había llegado a conocer el apodo insultante con que se referían a él. Recolector de basuras...
Zekk llegó a los restos flotantes y encontró una pie­dra oblonga y llena de señales, un meteorito tan duro como el hierro. El joven se agarró a ella.
Si piensas que la victoria va a ser tan fácil, Vilas, ¡entonces te derrotaré antes de que puedas abrir y cerrar los ojos!
Zekk lanzó la piedra, impulsándola con todas sus fuerzas. La ausencia de gravedad hizo que el meteorito saliera disparado hacia el otro Jedi Oscuro..., pero la reacción igual y opuesta que se produjo después de que hubiera lanzado la piedra pilló por sorpresa a Zekk, y se encontró dando tumbos por el vacío en un veloz retroce­so causado por la inercia. Su cabeza acabó chocando con uno de los contenedores metálicos que flotaban por el aire. Un destello de dolor ardió dentro de su cráneo, y le zumbaron los oídos. Su visión se despejó justo a tiempo para permitirle ver cómo Vilas esquivaba la roca volante sin ninguna dificultad.
El joven de Dathomir rió a carcajadas.
¿Eso es lo mejor que puedes hacer, recolector de basuras?
Zekk comprendió que se había comportado como un estúpido. Se concentró, y empezó a utilizar las capacida­des que había adquirido recientemente. Vilas ya no tenía los ojos vueltos hacia la piedra, por lo que Zekk utilizó la Fuerza para volver a lanzarla contra su enemigo. La roca no estaba lo bastante lejos para poder acumular mucha velocidad, pero aun así asestó un potente golpe al hom­bro de Vilas. El joven gritó, y el impacto hizo que saliera despedido hacia atrás.
Zekk se encontró flotando en una deriva incontrola­ble, incapaz de ir hacia donde quería. No podía nadar a través del aire, y se sentía totalmente desorientado. Los muros giraron locamente a su alrededor. Sus pies acabaron entrando en contacto con un contenedor de carga, y volvió a impulsarse hacia Vilas. Su espada de luz trazó un sendero de llamas en el aire mientras se precipitaba hacia adelante.
Pero Vilas estaba preparado para enfrentarse a su ataque, y su hoja de energía centelleante se alzó delante de él mientras avanzaba con una veloz rotación. Los dos oponentes fueron el uno hacia el otro como dos balas de cañón condenadas a una violenta colisión.
Zekk giró sobre sí mismo, y Vilas alzó su espada de luz para recibir la acometida de la suya. Las hojas chocaron y chisporrotearon. Chorros de electricidad salieron disparados al azar. Un instante después Zekk se estaba alejando en una vertiginosa huida mientras Vilas se debatía en el vacío, intentando perseguirle.
Zekk intentó localizar alguno de los obstáculos flo­tantes, buscando algo en lo que pudiera rebotar..., pero de repente el instinto Jedi le advirtió de que debía aban­donar la trayectoria que había estado siguiendo. Vilas surgió de la nada y su espada de luz zumbó mientras hen­día el aire en un veloz mandoble. Zekk se retorció, con­torsionándose como si se estuviera echando hacia atrás para saltar por encima de una valla..., pero no fue lo sufi­cientemente rápido. El arma llameante de su enemigo pasó demasiado cerca, arañando la armadura de cuero de la que Zekk estaba tan orgulloso y dejando un surco hu­meante en ella.
Cuando Vilas se volvió hacia él y lanzó un grito de victoria, Zekk sintió que la ira hervía en las profundida­des de su mente, y eso le permitió obtener más energías del lado oscuro de la Fuerza. Lanzó sus pensamientos ha­cia los restos que flotaban a la deriva y aferró con la men­te un módulo invernadero de forma piramidal, impulsando el colosal objeto hacia Vilas con la fuerza suficiente para hacer añicos sus paneles de transpariacero.
Mientras Vilas se tambaleaba, Zekk lanzó un mando­ble con su espada de luz y partió al módulo invernadero por la mitad. Las dos porciones humeantes salieron despedidas en direcciones opuestas.
Vilas, con el rostro contorsionado por la rabia, usó uno de los segmentos flotantes para impulsarse mediante una poderosa patada y salió disparado hacia Zekk, quien estaba esperándole con la espada de luz preparada de­lante de él. Vilas se dispuso a hacer girar su hoja de ener­gía a través del espacio ocupado por Zekk. Zekk sabía que si sus hojas volvían a encontrarse, los dos empeza­rían a girar incontrolablemente debido a la inercia del impacto. En el mismo instante en que Vilas estaba ha­ciendo retroceder su espada de luz para asestar un terrible golpe, Zekk usó la Fuerza para empujarse..., y alejarse de allí.
Vilas atacó con todas sus fuerzas..., y la hoja de ener­gía zumbó a través del vacío. No había nada que pudiera detener el golpe de su arma, por lo que Vilas giró sobre sí mismo como un tornado extrañamente lento, dando tum­bos y quedando desorientado.
Zekk vio que tenía una oportunidad de ganar algo de tiempo. Su vuelo terminó detrás de uno de los meteoroi­des de mayores dimensiones que flotaban en el centro de la arena desprovista de gravedad y el joven se pegó a la superficie de la roca, uniendo la espalda a aquella piedra llena de señales y rugosidades.
Podía esconderse allí durante un momento para volver a luchar después.


Dentro de la cúpula de observación de la arena, Qorl permanecía de pie mientras Brakiss y Tamith Kai esta­ban sentados en sillones acolchados, contemplando a sus respectivos campeones y esperando una victoria perso­nal. Qorl intentaba ocultar su inquietud, pero no podía apartar la atención de los dos jóvenes oponentes llenos de talento que estaban luchando tan salvajemente dentro de la cámara de gravedad cero.
Los ojos de Tamith Kai ardían con destellos violeta mientras mantenía la mirada clavada en la batalla. La Hermana de la Noche habló por una comisura de sus la­bios color vino, y su voz rompió el silencio en un burlón desafío dirigido a Brakiss.
Tu muchacho no tiene ninguna posibilidad —dijo—. Vilas es mucho más implacable. Yo le he adiestrado. Vonnda Ra le ha adiestrado. Incluso Garowyn le ha adiestrado. Ese joven es la culminación de nuestros es­fuerzos en Dathomir. ¿Por qué perder el tiempo con esta competición que sólo sirve para consumir inútilmente nuestros recursos y nuestro poder? Limítate a entregar el mando de los nuevos Jedi Oscuros a Vilas.
Brakiss permanecía inmóvil y todo él irradiaba una calma aparentemente inconmovible, aunque las expre­siones sutilmente reflexivas que aparecían en su rostro cada vez que la batalla alcanzaba una nueva cima de en­carnizamiento indicaron a Qorl que aquel duelo había llenado de tensión al Señor de la Academia de la Som­bra.
Ah, Tamith Kai —dijo—, olvidas que soy yo quien ha adiestrado al joven Zekk. Eso importa más que las enseñanzas de todas tus Hermanas de la Noche juntas.
Tamith Kai apartó los ojos del enfrentamiento y ful­minó con la mirada a Brakiss mientras dejaba escapar un resoplido despectivo.
Creo que Tamith Kai tiene razón —dijo Qorl—. Este tipo de competición sólo sirve para desperdiciar nuestros recursos. Sea cual sea el desenlace, perderemos a nuestro segundo mejor estudiante y nos quedaremos sin alguien que es muy superior a cualquiera de los otros estudiantes a los que seguiremos adiestrando.
Esta competición es distinta a todas las demás —dijo Brakiss, como si estuviera explicando algún miste­rio del lado oscuro a uno de sus estudiantes—. Esos otros estudiantes saben cuál es su lugar y obedecerán las órde­nes sin pensárselo dos veces. Pero estos dos... Cada uno piensa que es el mejor, pero sólo uno puede mandar. Sólo uno puede ser el más grande de todos los guerreros. Si permitiéramos que el perdedor siguiera viviendo, siem­pre odiaría al otro por haberle impuesto su voluntad..., y quizá incluso intentaría minar su autoridad. No, es mejor que averigüemos quién es el más fuerte.
Tamith Kai estaba de acuerdo con él.
Sí —dijo—. Ver morir a uno de los suyos es bueno para los otros estudiantes Jedi. Sólo entonces compren­derán la profundidad de nuestras convicciones..., y así entenderán que el Segundo Imperio también puede llegar a exigirles el sacrificio supremo.
Brakiss asintió.
Qorl no dijo nada. No deseaba discutir con sus dos superiores. Resultaba obvio que tanto Brakiss como Ta­mith Kai creían en aquel proceso, ¿y quién era él para cuestionarlo? E incluso si uno de los dos contrincantes se diera por vencido con la esperanza de salvar la vida, eso supondría un golpe terrible para la moral. La máxima —Rendirse es traición— seguía siendo verdad después de todo. Qorl se inclinó hacia adelante para seguir contem­plando el combate.
Pero continuaba pensando que todo aquello era un lamentable desperdicio de recursos humanos.


Zekk intentó recuperar el aliento. No podía ocultarse durante mucho tiempo, por supuesto..., no delante de tantos espectadores que gritaban y lanzaban vítores, y que se iban entusiasmando progresivamente a medida que la batalla se volvía más salvaje. Sus manos estaban cubiertas por una resbaladiza película de sudor, y sabía que no podía permitirse perder su arma en el momento menos oportuno durante aquella batalla. Tendría que mantenerse alerta y pasar a la ofensiva. No queriendo correr ningún riesgo, Zekk activó su espada de luz e intentó concebir un plan que pudiera permitirle acabar con Vilas de una vez y para siempre.
Y entonces oyó un chisporroteo que resonó detrás de él y llegó hasta sus oídos a través de la roca. Zekk reaccionó de manera instintiva, apartándose justo cuando la hoja llameante de Vilas se abría paso a través de todo el meteoroide y dejaba los dos trozos de roca provistos de un nuevo borde liso tan perfecto que parecía un espejo metálico.
¡Si no se hubiera movido en el último instante, la hoja de energía de Vilas habría partido por la mitad a Zekk con tanta facilidad como había bisectado al meteoroide!
Giró en el aire para ver a Vilas precipitándose sobre él y lanzando un nuevo mandoble. Zekk alzó su hoja para recibir la acometida de la otra espada de luz, y sus filos se cruzaron entre un diluvio de chispas. Los dos contrincan­tes empujaron desesperadamente, pero no consiguieron encontrar ninguna tracción en la ausencia de peso. Zekk y Vilas flotaron a la deriva, con las hojas unidas y las mandíbulas tensas mientras cada uno clavaba su mirada desafiante en las pupilas del otro.
Cuando los ojos de Vilas fueron atraídos durante un segundo hacia un punto que se encontraba detrás del hombro de Zekk, éste apenas tuvo tiempo para pregun­tarse qué estaba haciendo su oponente antes de que una vara de metal que flotaba por los aires chocara con su espalda y esparciera una avalancha de dolor a lo largo de su columna vertebral. Acababa de ser embestido por un gran trozo de cañería. Zekk dio un respingo, y después dejó escapar de golpe todo el aire que había estado conteniendo dentro de sus pulmones. La espada de luz, to­davía activada, salió despedida de su mano.
La multitud rugió cuando Zekk se tambaleó en el aire, intentando alejarse de su oponente. Vilas se lanzó sobre él con los labios curvados en una sonrisa malévola. Zekk no podría llegar hasta su espada de luz a tiempo de detener el ataque: el arma giraba por los aires como una varilla iluminadora envuelta en llamas, yendo hacia un balcón en el que los espectadores ya se estaban apresu­rando a apartarse de ella.
Sin ningún arma disponible, Zekk estiró los brazos hacia atrás para agarrar la cañería metálica que seguía flotando en el vacío. Logró cogerla y la hizo girar por los aires en un arco tan veloz que la cañería produjo una es­pecie de suspiro. Pero en gravedad cero Zekk era el otro extremo del punto de rotación, y empezó a girar sobre sí mismo como un bastón impulsado por dedos invisibles.
Vilas lanzó un potente mandoble contra la cañería metálica, rebanando medio metro de su longitud. Zekk siguió girando en el aire, y Vilas volvió a atacar. El golpe falló su objetivo. Zekk atacó con la punta superrecalentada del trozo de cañería cortado por el mandoble de Vilas, y la abrasadora punta se abrió paso a través de la armadura de su oponente y le quemó las costillas.
Vilas dejó escapar un aullido de dolor y agarró la ca­ñería, lanzándola hacia un lado mientras usaba la inercia para que Zekk saliera despedido. Zekk surcó el espacio en una veloz trayectoria, acabó rebotando en uno de los meteoroides flotantes y desplegó el poder de su mente para llamar a su espada de luz y hacer que volviera a él. La caída en espiral que estaba llevando el arma hacia la pared de la arena se interrumpió de repente, y la espada de luz volvió velozmente por donde había venido y se deslizó entre los dedos de Zekk.
Pero cuando giró sobre sí mismo y volvió a buscar a Vilas con la mirada, descubrió que su oponente se había esfumado. El sombrío joven de Dathomir se estaba es­condiendo, al igual que lo había hecho Zekk antes. Zekk entrecerró los ojos y abrió su mente a la Fuerza, escu­chando e intentando percibir la presencia de Vilas entre los obstáculos.
El estrépito de la multitud no le proporcionó ninguna pista..., pero, y sin que pudiera explicar cómo, Zekk consiguió oír un débil tink-tink-tink procedente de detrás de dos contenedores de carga unidos. Zekk se impulsó en esa dirección. No sabía qué estaba haciendo Vilas, pero no le daría tiempo para que completara su plan.
Zekk usó la Fuerza para dirigirse hacia el ruido, pero cuando se agarró al borde del contenedor de carga y pasó al otro lado con un rápido tirón de su mano, mantenien­do la espada de luz preparada para atacar, sólo encontró un trocito de roca que estaba golpeando la pared metáli­ca. Vilas había conseguido distraerle, creando una diversión mediante la Fuerza mientras que se ocultaba en otro sitio y se preparaba para atacar...
Una premonición tan repentina como irresistible hizo que Zekk girase sobre sí mismo. Vilas tenía que estar vi­niendo hacia él. Zekk usó sus instintos y su percepción de la Fuerza para actuar sin pensar en lo que hacía.
Antes de que pudiera ver nada, antes de que pudiera reflexionar en lo que se disponía a hacer..., Zekk retroce­dió para lanzar un nuevo golpe con su espada de luz, in­virtiendo todas sus reservas de energía en aquel podero­so mandoble.
En ese instante vio como Vilas se lanzaba al vacío desde el contenedor de carga, con el rostro iluminado por una feroz sonrisa de depredador que Zekk apenas consi­guió distinguir a través del ondulante telón de luz cega­dora que flotaba delante de su campo visual. Vilas se ha­bía emboscado y había permanecido oculto, esperando poder acabar con su contrincante cuando estuviera más desprevenido.
Pero Zekk había sabido ser más listo que él.
La hoja de Zekk se movió en un veloz tajo, que por fin encontró resistencia cuando Vilas voló a través de su trayectoria. Después, con un estallido de humo y una te­rrible pestilencia, la resplandeciente hoja de energía se abrió paso a través de la carne y el hueso, cauterizándo­los a medida que avanzaba. Vilas emitió un gorgoteo ahogado y prosiguió su errático vuelo por los aires..., pero con la diferencia de que lo que había sido un solo cuerpo pasó a moverse bajo la forma de dos porciones humeantes.
El estertor agónico de Vilas fue engullido por el rugi­do triunfante de la multitud.
Zekk bajó la mirada hacia la palpitante hoja carmesí de su espada de luz, sintiéndose demasiado horrorizado ante lo que había hecho para ser capaz de contemplar el cuerpo de Vilas. Los espectadores seguían gritando vítores. Zekk comprendió que aquello no había sido ninguna simulación. Aquello era real.
Zekk sabía que había dado un nuevo paso de gigante por el camino que acababa llevando al lado oscuro. Alzó la cabeza, sin saber qué decir, mientras la voz de Brakiss resonaba por toda la cámara de gravedad cero, llenándo­la de ecos e imponiéndose a las alabanzas de los especta­dores.
¡Excelente, Zekk! Sabía que podías hacerlo.
La un tanto petulante voz de Tamith Kai sonó a conti­nuación.
Te felicito, joven Zekk.
Y entonces, para el más absoluto asombro de Zekk y disipando incluso su perplejidad ante el acto de violencia que acababa de cometer, el aire empezó a brillar en el centro de la arena hasta que una ominosa imagen absor­bió los obstáculos que flotaban a la deriva. La inmensa cabeza encapuchada del Emperador ofreció sus sombrías felicitaciones directamente a Zekk.
Has ganado esta batalla, Zekk —dijo el Empera­dor.
Su voz estaba tan llena de gélido poder que era capaz de helar la sangre. Zekk jadeó, asustado e impresionado. Todos los estudiantes habían vuelto la mirada hacia ellos y estaban absorbiendo con ávida atención las palabras de su Gran Líder.
Eres el más tenebroso de todos mis Caballeros Os­curos, Zekk. Te he elegido para que estés al frente de mis Jedi durante la batalla contra la Academia Jedi de Sky­walker.
19


El retumbar ahogado de una explosión en plena noche ya se estaba desvaneciendo cuando Tenel Ka reac­cionó y se irguió en su cama, repentinamente despierta del todo.
Aguzó el oído, pero no oyó nada más. Tenel Ka había padecido unas cuantas noches de sueño inquieto desde su llegada al recinto de gruesos muros de la Fortaleza del Arrecife..., pero nunca había despertado sin que hubiera una causa. ¿Realmente había oído una detonación? No podía estar segura. Quizá sólo había sido parte de sus agi­tados sueños...
La habitación se extendía a su alrededor, oscura y lle­na de sombras y con el metálico resplandor plateado de la luz lunar que entraba por la ventana como única fuente de claridad. Las tinieblas estaban muy silenciosas..., de­masiado. Tenel Ka salió de su cama y se levantó en un solo y fluido movimiento. Se quedó inmóvil durante unos momentos para escuchar, y después fue hasta la ventana de la fortaleza.
Sintió un vago cosquilleo en la piel, pero no se debía al frío. Tenel Ka reconoció la reacción de sus sentidos Jedi transmitiéndole mensajes de peligro y llenando todo su cuerpo con una indefinible inquietud que se estaba aproximando rápidamente a la alarma pura y simple. Sí, no cabía duda de que algo no andaba bien...
Avanzó hasta el marco de piedra de la ventana y miró por ella, bajando la vista hacia las lustrosas sombras del océano de la medianoche que se perdían en la lejanía y acababan convirtiéndose en una masa de oscuridad tan negra como la tinta. Las olas coronadas por la luz de la luna se estrellaban contra las formas negras de los acanti­lados. Tenel Ka oyó la agitación sibilante del océano..., y un instante después comprendió que aquel sonido no ha­bría tenido que poder oírse con tanta claridad.
¿Dónde estaba el continuo zumbido de fondo de los escudos del perímetro nocturno?
Tenel Ka se inclinó hacia adelante y entrecerró los ojos mientras estudiaba la atmósfera. Una iridiscencia delatora tendría que haber sido visible para demostrar que la fortaleza estaba rodeada por un campo protec­tor..., pero no vio nada. Un instante después su atención fue atraída por un destello y una pequeña humareda que subía hacia el cielo cerca de la central generadora.
¡El generador del escudo había sido destruido! Eso quería decir que la Fortaleza del Arrecife se había quedado sin protección.
Tenel Ka retrocedió con la intención de girar sobre sus talones y dar la alarma..., cuando un movimiento casi imperceptible muy por debajo de ella atrajo su mirada. Con el corazón palpitando ruidosamente y todos sus sen­tidos Jedi en estado de alerta, Tenel Ka bajó la mirada hacia el lugar en el que los muros de piedra se confundían con las masas irregulares de los acantilados. Una extraña nave camuflada de contornos alargados y angulosos flo­taba encima de las olas, sostenida por sus haces repul­sores.
Ah. Ajá —murmuró Tenel Ka—. Algún tipo de vehículo de asalto.
Después tragó aire cuando vio siluetas en movimien­to: había más de una docena.
Negras criaturas de muchas patas, que parecían insectos descomunales, estaban subiendo por la base de la for­taleza..., y escalaban los lisos muros sin ninguna dificul­tad. Tenel Ka reconoció al instante la táctica, las negras armaduras corporales y los movimientos segmentados y extrañamente espasmódicos. Su estómago se contrajo hasta convertirse en un nudo de hielo, y la adrenalina empezó a correr velozmente por sus venas. Las implaca­bles y eficientísimas bandas de asesinos de los bartokks, unos mortíferos insectos humanoides, habían llegado a ser legendarias.
Tenel Ka fue corriendo hasta la unidad comunicado­ra instalada en un muro de piedra cerca de su puerta y dejó caer la mano sobre el botón de alarma para hacer sonar la llamada que pondría a toda la fortaleza en pie de guerra..., pero no ocurrió nada. Tenel Ka volvió a presio­nar firmemente el botón de alarma con la mano, y descubrió que todo el sistema de advertencia estaba desacti­vado.
¡Luces! —gritó.
Pero la habitación siguió a oscuras. Todo el suminis­tro de energía de la Fortaleza del Arrecife había sido cor­tado, y eso incluía a los generadores de reserva.
Estaban metidos en un lío muy serio.
Se inclinó hacia adelante y usó el muñón de su brazo para mantener la hebilla en su sitio, y sólo necesitó unos momentos para asegurar su cinturón encima de la flexi­ble armadura de escamas de reptil que llevaba puesta mientras dormía. Tenel Ka recogió su cabellera detrás de la nuca con una tira de cuero, permitiendo que las largas trenzas doradorrojizas quedaran dispuestas como una corona alrededor de su cabeza. Ya iba siendo hora de entrar en acción. Tendría que despertar a todo el mundo.
Tenel Ka fue corriendo por el pasillo y llamó a la puerta de la habitación de Jacen. Bajocca emitió un grito gutural desde su alojamiento y abrió la puerta de un manotazo. Jaina salió corriendo de la sala de los artilugios.
¿Qué está pasando? —preguntó Jacen, deslizando unos dedos algo temblorosos entre sus cabellos despeinados por el sueño.
Es algo... peligroso —dijo Jaina, que ya estaba per­cibiendo la situación—. Nos enfrentamos a una amenaza muy seria.
Bajocca rugió, con su pelaje totalmente desordenado erizándose en todas las direcciones posibles mientras intentaba colocarse el lustroso cinturón blanco tejido con las fibras de la planta syrena.
¿Una emergencia? —preguntó Teemedós—. Quizá sencillamente estamos reaccionando de una forma dema­siado exagerada a...
No. No es eso —le interrumpió Tenel Ka—. El suministro de energía de la fortaleza ha sido cortado, y nuestro campo de energía defensivo ha dejado de funcio­nar. La central generadora ha sido destruida. Estamos siendo atacados por una banda de asesinos de los bartokks.
Jacen se estremeció.
Eh, he oído hablar de ellos. Son insectos, ¿verdad? Y todos actúan juntos, igual que una especie de colmena, para asesinar al objetivo que se les haya designado.
Tenel Ka asintió.
Son unos mercenarios temibles que luchan como un solo organismo. En cuanto se les ha asignado un blan­co, seguirán luchando hasta que el último miembro de su colmena haya sido aniquilado..., o hasta que su víctima yazca muerta delante de ellos.
Estoy seguro de que son terriblemente eficientes —observó Teemedós—, pero ciertamente no parecen unas criaturas muy amistosas.
Jaina frunció el ceño y los rasgos de su rostro se tensaron en una mueca de decisión.
Bueno, ¿y a qué estamos esperando?
Fue a su habitación para coger su espada de luz mien­tras Jacen entraba corriendo en la sala del acuario, yendo también en busca de su arma.
Bajocca, cuya espada de luz ya estaba colgando de su cintura, rugió un desafío wookie.
Vamos, vamos, amo Bajocca... Concebir ese tipo de delirios de grandeza puede resultar peligroso para su sa­lud —dijo Teemedós.
Bajie se limitó a gruñir mientras la franja de pelaje negro que cruzaba la parte superior de su cabeza se eriza­ba bajo los efectos de la ira.
Tenel Ka entró en la habitación del wookie, fue hasta la pared del fondo y desprendió de un tirón la lanza ornamental que había sido colocada allí como adorno.
Debemos enfrentarnos a ellos —dijo, sosteniendo la lanza con su única mano.
Un instante después oyeron un repentino estrépito y un grito, seguido por una corta ráfaga de disparos proce­dente del final del pasillo que llevaba a la torre aislada donde se encontraban los aposentos de la matriarca.
¡Mi abuela! —exclamó Tenel Ka—. Debe de ser su objetivo principal.
La joven guerrera echó a correr sobre las frías losas del pasillo sumido en la penumbra con la lanza firmemente empuñada. Todos los paneles iluminadores se ha­bían apagado, y sólo contaba con los chorros de luz de luna que entraban por las ventanas del pasillo para que iluminaran su camino..., pero Tenel Ka conocía aquellos giros y recovecos desde su infancia.
Bajocca gruñó y echó a correr detrás de ella mientras los gemelos hacían cuanto podían para no quedarse atrás. Jacen y Jaina activaron sus espadas de luz y el bri­llante resplandor de las armas de energía se esparció por delante de ellos, desprendiendo la luz suficiente para que pudieran ver. Tenel Ka oyó más gritos, ruidos de lucha y la voz de su abuela pidiendo ayuda.
Debemos darnos prisa —dijo Tenel Ka.
La joven aceleró todavía más su ya veloz carrera, y mientras corría pensó que alguien tenía que haber contratado a la banda de asesinos para eliminar a la antigua reina. ¿La embajadora Yfra, tal vez? En cuanto la Ta'a Chume estuviera muerta —y con los padres de Tenel Ka lejos de Hapes—, la embajadora probablemente supon­dría que una muchacha vestida con pieles de lagarto que sólo tenía un brazo no sería una gran amenaza a su poder. Yfra podría hacerse con el gobierno del Cúmulo de Hapes sin demasiadas dificultades.
La idea la enfurecía, pero de momento Tenel Ka no podía permitirse el lujo de pensar en ello.
Un par de insectos negros apareció entre chasquidos y crujidos por delante de ella, emergiendo al unísono de dos pasillos laterales. Los bartokks, que eran tan altos como Tenel Ka, se sostenían sobre dos robustas patas y tenían un par central de brazos en la cintura para agarrar y manipular objetos, mientras que el par de brazos su­perior terminaba en largas garras ganchudas que recor­daban a las hoces usadas para cosechar el grano. Los afi­lados bordes serrados de las garras en forma de hoz se movían de un lado a otro, y su parte cortante era como una temible navaja que podía hacer pedazos a un enemigo.
Los bartokks emitieron un estridente chillido insectil al ver a aquellos nuevos e inesperados oponentes, pero Tenel Ka siguió corriendo hacia ellos sin detenerse. La joven usó todos los músculos del único brazo que le quedaba para atacar con su lanza, y la hundió en el núcleo corporal del asesino de la izquierda. Los cuatro brazos superiores del bartokk se agitaron en un movimiento re­flejo e intentaron apartar el arma y arrancarla de la mano de Tenel Ka, pero la joven guerrera retorció la larga hoja y la movió hacia un lado para que desgarrara su objetivo. El duro exoesqueleto del insecto se resquebrajó y acabó abriéndose para dejar caer espesos chorros de una visco­sa sustancia verdeazulada sobre el suelo de piedra. Tenel Ka arrancó la lanza de un salvaje tirón mientras el bar­tokk caía sobre las losas, con sus patas todavía agitándose convulsivamente.
Junto a ella, Bajocca se enfrentó al segundo asesino asestando un potente golpe en sentido lateral con su es­pada de luz, que partió al bartokk en dos convulsas mitades humeantes que cayeron al suelo.
Los gemelos llegaron a la carrera.
Lo habéis hecho estupendamente —dijo Jacen, ja­deando—. Dos enemigos menos.
Tenel Ka habló por encima de su hombro mientras seguía corriendo.
No podemos estar seguros de que hayan muerto —dijo—. Y no olvidéis que los bartokks poseen una men­te comunal. Ahora todos los asesinos saben que vamos en ayuda de mi abuela, y normalmente una colmena está formada por quince bartokks.
Doblaron la última esquina que los separaba de la puerta blindada de los aposentos de la matriarca yendo tan deprisa que sus pies resbalaron sobre las losas del suelo, y cinco insectos se apresuraron a interponerse en su camino. Los dos guardias personales de la Ta'a Chume estaban luchando valerosamente en el umbral de sus ha­bitaciones, pero los bartokks restantes ya casi habían conseguido abrirse paso hasta el interior.
Mientras los jóvenes Caballeros Jedi echaban a correr, varios asesinos lograron reducir a los dos guardias leales que habían estado vigilando la puerta de la matriarca y se los llevaron a rastras. Los guardias se debatieron y gritaron, pero no tardaron en dejar de moverse.
Aunque aquella captura pretendía dejar libre la entrada para un nuevo ataque contra los aposentos de la matriarca, también creó una diversión que permitió que Tenel Ka y sus amigos pudieran avanzar. Jacen y Jaina atacaron con sus espadas de luz activadas, y sus golpes convirtieron a los dos primeros bartokks con los que se encontraron en temblorosos fragmentos de insecto. Bajocca se lanzó sobre un tercer asesino, y su embesti­da hizo que chocara con el muro de piedra en un impac­to tan violento que su negro caparazón quedó reven­tado.
¡Adentro! —gritó Tenel Ka.
Podía oír como la matriarca gritaba pidiendo más guardias, pero no había ningún soldado de Hapes que pudiera responder a su llamada. En vez de guardias, cuatro jóvenes Caballeros Jedi entraron corriendo en su habita­ción.
Ayúdame a cerrar esto, Bajie —dijo Jaina.
El flaco y desgarbado wookie apoyó el hombro en la puerta blindada, y él y Jaina hicieron girar el panel contra la poderosa presión de los brazos y las chasqueantes ga­rras de los bartokks. La mayoría de los insectos quedaron bastante sorprendidos y retrocedieron durante unos mo­mentos, pero después volvieron a empujar y arañar la entrada casi inmediatamente. Aun así, ese instante de sorpresa bastó para que la puerta se cerrara con un estri­dente chirrido.
Aseguremos la puerta —jadeó Jaina, y Tenel Ka deslizó el pestillo en su hueco.
Los asesinos bartokks siguieron golpeando la puerta desde el exterior, y sus garras afiladas como navajas se deslizaron sobre el quicio. El panel metálico tembló en su marco, y Tenel Ka enseguida comprendió que sus defen­sas no podrían resistir aquel ataque durante demasiado tiempo.
Pero eso era lo que menos la preocupaba en aquel momento.
Tres asesinos habían quedado atrapados dentro de la habitación con ellos, y los implacables insectos de negro caparazón centraron rápidamente su atención en el objetivo principal de su misión y empezaron a avanzar ha­cia él.
La anciana matriarca se había refugiado en un rincón y estaba haciendo cuanto podía para mantener a raya a las criaturas con una silla medio rota. Los jóvenes Ca­balleros Jedi se apresuraron a defender a la antigua rei­na, pero un asesino se volvió hacia ellos y movió sus afiladas garras de un lado a otro en un feroz ataque.
Tenel Ka avanzó mientras el insecto asesino se prepa­raba para enfrentarse a ella. La joven guerrera hundió su lanza ornamental en el caparazón del bartokk hasta que la punta del arma se abrió paso a través del reluciente exoesqueleto y se incrustó en una rendija, quedando inmovilizada entre los bloques de la pared. Tenel Ka dejó al bartokk clavado a la pared como si fuese una mariposa en una colección infantil. Pero la criatura siguió retor­ciéndose, y continuó abriendo y cerrando sus garras en un desesperado intento de llegar hasta ellos.
Jacen se lanzó a la carga, y un barrido siseante de su espada de luz separó la cabeza de múltiples ojos del cuer­po de otro asesino cuando saltaba sobre la matriarca.
Bajocca, soltando un potente rugido, se apartó de la puerta, que temblaba y crujía, y agarró al bartokk restante, levantándolo en vilo sobre su cabeza. Los brazos terminados en afiladas garras se debatieron mientras Bajie corría hacia el gran ventanal y arrojaba a la criatura por encima del alféizar. El asesino cayó casi treinta metros para acabar chocando con el acantilado que se extendía por debajo de ellos.
¡Eh! —gritó Jacen mientras el bartokk al que ha­bía decapitado no sólo no se derrumbaba para perecer entre convulsiones, sino que seguía avanzando hacia la alarmada matriarca—. Se supone que te has de morir. ¿no?
Lanzó otro mandoble con su espada de luz, y esta vez separó las piernas del cuerpo del bartokk sin cabeza. El torso del insecto cayó al suelo, pero siguió arrastrándose hacia la abuela de Tenel Ka con los miembros que le quedaban. La cabeza cercenada cayó sobre las losas cerca de la pared para contemplar a su objetivo con sus ojos face­tados, arreglándoselas de alguna manera misteriosa e inexplicable para seguir dirigiendo al cuerpo.
Los cerebros de estos asesinos que forman una mente-colmena están distribuidos en grandes redes ner­viosas que se extienden por todo su cuerpo —explicó Tenel Ka—. Limitarse a cortar una cabeza no los detendrá. Los fragmentos seguirán intentando cumplir su misión.
Jacen partió el torso por la mitad con otro golpe de su espada de luz.
Esto empieza a resultar un poco ridículo —dijo.
Bajocca fue hasta la cabeza cercenada del insecto, que había caído junto a la pared. El joven wookie la pi­soteó con gran placer, aplastándola como si fuese un es­carabajo que hubiera estado molestándole.
La enérgica matriarca arrojó a un lado la silla que ha­bía estado utilizando como arma.
Te agradezco tus esfuerzos para salvarme, nieta mía —dijo—, pero al parecer esta conspiración es muy amplia y complicada. Toda nuestra fortaleza ha sido to­mada, y no veo ningún medio de huida.
Las porciones que goteaban líquidos viscosos en que había quedado convertido el asesino hecho pedazos seguían retorciéndose en un intento de llegar a la antigua reina, avanzando a ciegas pero todavía mortíferas. El bartokk atravesado de parte a parte que colgaba de la pared se agitaba y se convulsionaba, tratando de liberarse de la lanza de Tenel Ka.
Los asesinos restantes seguían golpeando incesantemente las planchas de la puerta blindada en el pasillo. Desde donde estaba, Tenel Ka podía ver como los remaches empezaban a salir de sus orificios y los bloques de piedra se desmoronaban y se iban convirtiendo en polvo alrededor del marco de la puerta sellada. El metal empe­zó a doblarse hacia dentro...
Estaba claro que la puerta no aguantaría durante mu­cho rato.
20


Jaina miró a su alrededor, recorriendo con la mirada la habitación sumida en la penumbra dentro de la que se habían refugiado y buscando desesperadamente alguna manera de escapar. El martilleo de los asesinos amonto­nados al otro lado de la puerta se fue volviendo más y más ruidoso, y la joven descubrió que no podía pensar con claridad. La pálida luz lunar entraba por la ventana desde un cielo engañosamente tranquilo, disipando to­dos los colores de la habitación para convertirlos en mati­ces de negro, blanco y gris.
Tenemos que salir de aquí como sea —dijo Jaina. Tenel Ka asintió con expresión sombría.
Desde luego que sí —murmuró. Jacen se volvió ha­cia la matriarca.
Eh, si conoce algún pasadizo secreto que permita salir de aquí, quizá sería el momento de que nos hablara de él.
No hay ningún pasadizo secreto —respondió la Ta'a Chume—. Esta sala de la torre fue diseñada como cámara protegida, sin ninguna ruta secreta por la que un asesino pudiera llegar hasta ella. Toda la Fortaleza del Arrecife ha sido construida con la idea de que fuese inex­pugnable.
Jaina soltó un bufido.
Pues quizá debería despedir a su arquitecto.
Tenel Ka se llevó la mano a su cinturón y descolgó su garfio y su resistente fibrocable.
No veo ninguna manera mejor de hacerlo. Debemos escapar siguiendo la misma ruta que esas criaturas utilizaron para irrumpir en la fortaleza. No sólo debemos salir de la fortaleza, sino que debemos salir de la misma isla del arrecife.
¿Adónde podemos ir, Tenel Ka? —preguntó Ja­cen—. Estamos atrapados.
¡Ya lo entiendo! —gritó Jaina, comprendiendo lo que pretendía hacer su amiga—. Subiremos a uno de los deslizadores de alta velocidad y huiremos por el océano. Es nuestra única posibilidad.
La matriarca fue hasta la ventana y contempló con expresión adusta el abismo que se extendía debajo de ella.
¿Pretendes bajar por ahí?
Sí, abuela —dijo Tenel Ka mientras aseguraba el gancho en la piedra del alféizar—. A menos que prefieras usar tus habilidades diplomáticas para negociar algún tipo de acuerdo con los bartokks, claro.
Un chispazo de determinación brilló en los vivaces ojos de la matriarca.
Nunca he permitido que nadie controlara mi destino aparte de mí..., así que supongo que precipitarme ha­cia la muerte mientras escapo será preferible a quedarme aquí sin hacer nada esperando a que unos insectos gigan­tes me maten en mi propio dormitorio. Bien, de acuer­do... Intentaremos bajar tal como has sugerido.
Tenel Ka meneó la cabeza.
No —replicó—. Bajaremos por el acantilado, porque el intentarlo no existe.
Jaina tiró del fibrocable. El garfio no se movió.
Bueno, salgamos de aquí.
Bajocca ladró un comentario que Teemedós no pa­reció muy dispuesto a traducir.
Oh, cielos... ¿Debo hacerlo? —exclamó.
El gruñido de respuesta del wookie hizo que el pe­queño androide dejara escapar un suspiro electrónico.
El amo Bajocca cree que sería el candidato más adecuado para ir primero..., y por desgracia me veo obli­gado a admitir que tiene razón. En primer lugar, porque es un escalador experimentado, y en segundo lugar porque es fuerte y será capaz de mantener la cuerda fir­memente sujeta para los demás en cuanto haya llegado abajo.
Tus argumentos me parecen indiscutibles —admi­tió Jaina—. Adelante.
Mientras Teemedós parloteaba con voz estridente y llena de preocupación sobre el peligro que iban a correr, Bajie pasó por encima del alféizar y dejó que el hilo relu­ciente del fibrocable soportara todo su peso. Después el joven wookie usó sus largos brazos para ir bajando en un rápido descenso mano sobre mano a lo largo del muro de piedra. Los gemidos quejumbrosos de Teemedós se fueron volviendo más y más débiles hasta que Bajie acabó poniendo los pies sobre las rocas del acantilado, se apartó del muro y dio un potente tirón al fibrocable.
Perfecto —dijo Tenel Ka.
La insistencia de los bartokks, que habían proseguido su implacable ofensiva sobre la puerta blindada, acabó viéndose recompensada. Una bisagra gimió y salió despedida de la pared. Una esquina de la puerta se dobló hacia dentro con un ruidoso crujido. Los insectos asesinos emitieron un estridente chirrido de excitación e introdujeron sus afiladas garras en forma de hoz por la brecha.
Nuestro tiempo se ha acabado —dijo Tenel Ka, volviéndose hacia los gemelos—. Ahora os toca a voso­tros. El fibrocable podrá aguantar el peso de los dos.
Será mejor que tengamos cuidado —dijo Jacen.
La puerta tembló ruidosamente en su marco y el metal chirrió, abombándose un poco más hacia dentro.
Me parece que no podemos permitimos ese lujo —dijo Jaina con la voz enronquecida por la tensión—. ¿A qué estamos esperando?
La joven se deslizó sobre el alféizar, curvó las manos alrededor del fibrocable y empezó a bajar rápidamente por las resbaladizas piedras oscuras.
Jacen la siguió. El fibrocable era delgado y el descen­so muy traicionero, pero los gemelos utilizaron sus ca­pacidades Jedi para conservar el equilibrio y reducir su peso. Bajocca permanecía inmóvil debajo de ellos, con los pies bien separados sobre las rocas del acantilado mientras sostenía el otro extremo del fibrocable.
Un descenso magnífico, amo Jacen y ama Jaina —les animó Teemedós—. Ya casi han llegado... ¡Vamos, pueden conseguirlo!
Todavía no habían llegado al final del fibrocable cuando Jaina alzó la mirada para ver a Tenel Ka y su abuela saliendo por el alféizar de la ventana. La matriarca, que no hubiera podido sujetar la delgada cuerda con sus viejas manos, había pasado un brazo alrededor de la cintura de Tenel Ka para no precipitarse en el vacío. La joven guerrera se había rodeado el brazo con una vuelta de fibrocable para obtener un poco más de fricción y po­der controlar mejor su descenso.
Tenel Ka se fue inclinando lentamente hacia atrás, manteniendo firmemente sujeto el fibrocable mientras dejaba que éste se deslizara entre sus dedos al mismo tiempo que sus pies ejercían presión sobre el muro ex­terior de la fortaleza. El peligroso descenso podía resul­tar más difícil e incómodo debido al peso extra con el que debía cargar y a su mutilación, pero Tenel Ka no pareció vacilar ni un instante. A pesar de su habitual reluctancia a utilizar la Fuerza, esta vez la joven guerrera la empleó sin ninguna clase de reservas.
¡Vamos, Tenel Ka! —gritó Jacen.
Pero antes de que la joven y su abuela hubieran podi­do llegar a la mitad del fibrocable, se oyó un gran ruido por encima de sus cabezas. Un enjambre de figuras de muchos miembros corrió hacia la ventana abierta entre chillidos de triunfo.
Jaina oyó como Tenel Ka gritaba —¡Agárrate!— mien­tras doblaba su velocidad, deslizándose hacia abajo con tal rapidez que Jaina estuvo segura de que acabaría con quemaduras en la mano y el brazo.
Los bartokks agarraron el fibrocable y empezaron a cortarlo con los afilados dientes de sierra de sus garras.
Tenel Ka siguió bajando, moviéndose cada vez más y más deprisa.
El fibrocable se partió de repente. Los asesinos insectoides lanzaron un chirrido triunfal.
Bajocca rugió y sus reflejos veloces como el rayo en­traron en acción. El joven wookie dejó caer el extremo del fibrocable cortado, extendió los brazos y pilló al vue­lo a la anciana matriarca mientras se precipitaba hacia el suelo. Tenel Ka utilizó la Fuerza para controlar su caída y aterrizó pesadamente sobre sus pies, pero no sufrió nin­gún daño.
¡Bravo, Tenel Ka! —gritó Jacen—. ¡Lo hemos conseguido!
Todavía no —dijo Jaina, y señaló hacia arriba.
Las negras siluetas de los insectos asesinos bartokks que aún seguían con vida ya habían empezado a deslizarse por el hueco de la ventana y estaban bajando rápidamente con la cabeza por delante, descendiendo sin nin­guna dificultad a lo largo de los bloques de piedra de la pared.
Debemos damos prisa —dijo Tenel Ka, señalando la gruta con un dedo—. ¡A los deslizadores!
Al final del acantilado, Jaina vio las líneas afiladas y angulosas del vehículo de asalto de la colmena bartokk cerca de los restos humeantes en que había quedado convertida la central generadora del escudo. Por un mo­mento pensó en llevarse ese navío en vez de usar uno de los deslizadores de la fortaleza, pero cuando vio los ex­traños controles repletos de protuberancias y nudosida­des diseñados para el uso simultáneo por cuatro garras, no pudo esta segura de si ella o Bajie serían capaces de pilotar semejante nave. Tendrían más probabilidades si se llevaban uno de los deslizadores acuáticos ligeros.
Se agacharon para pasar por debajo de las rocas cu­biertas de musgo de la entrada y se metieron corriendo en la caverna marina. Un deslizador acuático amarrado al muelle que estaba más cerca de la entrada subía y ba­jaba suavemente sobre las aguas de la gruta.
Todo el mundo a bordo —dijo Jaina—. Bajie y yo podemos manejar los controles. Esperemos que su velo­cidad máxima sea superior a la que puede alcanzar ese vehículo de asalto de los asesinos.
¡Y que la embajadora Yfra no lo haya saboteado también! —masculló Jacen.
El ruidoso trompeteo de Bajocca indicó que había es­tado pensando lo mismo que él. La hosca y silenciosa ma­triarca, todavía algo aturdida por su caída, hizo un visible esfuerzo para salir de su estupor y subió a bordo del des­lizador mientras Jacen y Jaina saltaban por encima de la barandilla, seguidos por Tenel Ka.
Los generadores de los haces repulsores entraron en acción con un rugido y levantaron al vehículo de asalto sobre las tranquilas aguas del interior de la caverna. Jaina apartó la embarcación del muelle antes de que Tenel Ka hubiera tenido ocasión de sentarse y la hizo virar en re­dondo, lanzándola a través de la entrada de la caverna y removiendo el agua por delante de ellos hasta convertirla en una masa de espuma. El deslizador empezó a alejarse velozmente, dejando atrás la mole oscurecida e invadida de la Fortaleza del Arrecife.
Bajocca, que se había instalado en el sillón del navegante, volvió su peluda cabeza para contemplar la gran ciudadela con la excelente visión nocturna de sus ojos de wookie. Después gruñó y extendió un brazo cubierto de pelos color canela. Jaina apartó su atención del curso el tiempo suficiente para lanzar una rápida mirada hacia atrás, y vio a los asesinos insectoides. Los asesinos bar­tokks estaban bajando por el muro de la torre y no tardarían en llegar a su vehículo de asalto.
Será mejor que empecemos a acumular ventaja mientras podamos —dijo con voz sombría.
La joven empujó la palanca de los aceleradores con todas sus fuerzas, aunque ya estaban yendo al máximo de velocidad. La pequeña embarcación avanzó hacia la parte del océano en que las aguas se agitaban con más vio­lencia.
Unos instantes después un ensordecedor rugido me­tálico surgió de la nada detrás de ellos. Jacen gritó, y Jai­na miró hacia atrás para ver al vehículo de asalto de los bartokks alejándose del arrecife, su anguloso casco infes­tado con negros insectos asesinos.
Los motores del vehículo de asalto hacían tanto ruido que parecía como si estuvieran siendo perseguidos por un Destructor Estelar.
Al venir debieron de usar silenciadores —dijo Jai­na—. Pero ahora los han puesto a máxima potencia: ya no hay ninguna necesidad de evitar que hagan ruido.
Contempló el panel táctico que tenía delante y tragó saliva, intentando deshacer el nudo de tensión que se le había formado en la garganta.
Bajie gruñó.
El amo Bajocca calcula que nos habrán alcanzado en cuestión de minutos —gimoteó Teemedós—. ¿Qué vamos a hacer?
Las dos lunas que flotaban en el cielo nocturno eran la única fuente de claridad existente en el océano. Jaina vio franjas de espuma que temblaban delante de ellos, indicando la violenta agitación de las aguas alrededor de un obstáculo rocoso que sobresalía del mar: estaban lle­gando a los Dientes del Dragón.
Iremos hacia allí y trataremos de crearles algunos problemas cuando esquiven las rocas —dijo—. Nuestra nave es más pequeña y más fácil de maniobrar.
Dudo mucho que vayan a darse por vencidos sólo porque esa zona sea peligrosa para la navegación —dijo Jacen.
No —replicó Jaina—, pero siempre nos queda la esperanza de que se estrellen.
Las rocas sobresalían del agua como dos torres de piedra. Las olas chocaban con sus aristas y corrían por ellas como saliva que brotara de la boca de un dragón krayt para acabar agitándose alrededor de los arrecifes sumergidos en la base de los Dientes. El vehículo de asal­to de los bartokks seguía detrás de ellos con sus motores aullando a máxima potencia.
Observad las olas..., y contad —dijo Tenel Ka, se­ñalando con un dedo en el mismo instante en que un cho­rro de agua blanca salía disparado hacia el cielo entre los dos afilados picachos. Cinco segundos después otro cho­rro de agua de la misma altura surgió del océano—. Sa­ber escoger el momento adecuado podría ayudarnos bas­tante.
Jaina asintió.
Sí, ya entiendo lo que quieres decir... Bajie, necesi­taré que me ayudes con los controles.
Redujeron la velocidad justo lo suficiente para permi­tir que el vehículo de asalto se fuera aproximando a ellos, mientras se dirigían hacia el angosto hueco que se abría entre los traicioneros pináculos de roca.
Si pasamos será por un pelo, Jaina —dijo Jacen.
¿Crees que no lo sé? —replicó su hermana—. Bue­no, Bajie... ¡Dale a fondo!
El joven wookie puso los aceleradores al máximo en el mismo instante en que el vehículo de asalto de los bartokks estaba a punto de embestirles por detrás. Los in­sectos asesinos agitaron las garras chasqueantes de sus brazos. Uno de ellos disparó un cañón montado en la cu­bierta y el haz desintegrador chocó con las olas, creando un géiser de vapor al lado de su deslizador.
¡Caramba! —exclamó Jaina mientras Bajie soltaba un aullido ahogado—. No me esperaba eso.
Agachando inconscientemente la cabeza mientras avanzaban como una exhalación entre las rocas negras, Jaina desvió el deslizador lo justo para que pudiera me­terse por aquella pequeña brecha. El siseo de su paso se convirtió en un retumbar lleno de ecos, y una cortina de espuma fría cayó sobre ellos.
El vehículo de asalto les siguió a toda velocidad. Jaina no creía que los asesinos pudieran pasar por la angosta abertura, pero la nave se deslizó por ella con sólo unos centímetros de espacio sobrante a cada lado.
El océano empezó a hervir justo cuando el vehículo de asalto salía despedido de la estrecha hendidura que se abría entre las rocas. Un chorro de agua avanzó con una fuerza incontenible por la brecha, emitiendo un estallido de espuma y olas que catapultó por los aires al vehículo de asalto de los bartokks e hizo que girara locamente en el vacío.
Tres asesinos cayeron por la borda y desaparecieron en las tempestuosas aguas del océano antes de que el vehículo de asalto dejara de dar tumbos y volviera a caer sobre el océano con un estrépito ensordecedor. El piloto luchó con los controles mientras Jaina se alejaba a toda máquina, aumentando la distancia que se interponía en­tre ellos.
Pero antes de que hubiera transcurrido mucho tiem­po, el vehículo de asalto ya se estaba aproximando nue­vamente a su estela.
La Ta'a Chume, que había estado sentada en la popa, se recuperó lo suficiente para introducir una mano entre los pliegues de su túnica y extraer de ellos un diminuto desintegrador.
No nos servirá de mucho, pero... —dijo la matriarca—. Lo utilizaré, aunque este diseño únicamente permi­te disparar dos descargas.
¿De qué sirve un desintegrador que sólo puede ha­cer dos disparos? —preguntó Jacen.
El primer disparo es para un atacante —respondió la abuela de Tenel Ka—. El segundo disparo... Bueno, en algunas ocasiones es preferible que no te capturen con vida.
Jaina tragó saliva y siguió alejando el deslizador del arrecife. Las olas chocaban con la proa de su vehículo, pero la joven no podía obtener más elevación de sus haces repulsores. Por suerte para ellos, el vehículo de asalto de los bartokks había sufrido algunos daños durante su travesía de los Dientes del Dragón, y el piloto de aquel navío se veía obligado a ir bastante despacio.
Jaina mantuvo los indicadores del nivel de energía motriz del deslizador rozando las señales rojas de peligro y consiguió mantener su ventaja..., pero a duras penas. Una hora más transcurrió mientras seguían avanzando sobre las oscuras crestas de las olas bajo la pálida luz lu­nar. El vehículo de asalto estaba cada vez más cerca de ellos.
¿Hay alguna forma de volver a la civilización y conseguir ayuda? —preguntó Jacen.
Nuestra fortaleza se encuentra extremadamente aislada, en teoría para nuestra protección, y este desliza­dor va demasiado despacio —respondió la anciana ma­triarca—. Tardaríamos muchas horas en volver. Me temo que los bartokks ya se habrán ocupado de nosotros antes de ese momento.
No si puedo evitarlo —dijo Jaina.
La joven apretó los dientes mientras alteraba su curso para dirigir el deslizador hacia una zona de aguas más blancas que se extendían por delante de ellos, una espe­cie de erial acuático cubierto por una extraña capa de textura áspera que exudaba un fuerte olor a pescado po­drido. Las coordenadas no se habían borrado de su me­moria, y Jaina esperaba utilizar aquel conocimiento en beneficio de todos.
Bajocca, que había adivinado sus intenciones, dejó escapar un quejumbroso gemido interrogativo.
Sé lo que estoy haciendo, Bajie —dijo Jaina.
Jacen debía de haber captado el mismo olor. El joven se inclinó sobre su hermana y la miró con los ojos llenos de alarma.
No estarás yendo hacia ese campo de algas, ¿verdad?
Jaina se encogió de hombros.
Seguirnos sería una locura por su parte, ¿no?
La colmena de asesinos bartokks nos seguirá hasta los últimos confines del planeta —dijo Tenel Ka—. No les preocupa qué peligros puedan correr al hacerlo.
Estupendo —replicó Jaina—. Así tal vez comete­rán algún descuido.
El sonido de los motores se debilitó repentinamente cuando empezaron a deslizarse sobre el convulso bosque de algas carnívoras. Las plantas se removieron frenéticamente debajo del casco de su deslizador. Grupos de ojos-flor rojizos surgieron de las profundidades para iniciar una atenta vigilancia en busca de nuevas presas, a pesar de que era noche cerrada. Las algas temblaban y se deba­tían, como si recordaran lo cerca que habían estado de capturar al grupo de jóvenes Jedi hacía sólo unos días.
Bueno, espero que esa cosa siga teniendo hambre —dijo Jacen—. ¿Qué te parecería si le diéramos un poco de alimento para plantas?
Mientras no seamos nosotros... —respondió Jaina. Los asesinos bartokks no prestaron ninguna atención a la manera en que había cambiado el mar, y todos los insectoides siguieron concentrados única y exclusivamente en ir disminuyendo la distancia que se interponía entre ellos y su presa.
La matriarca se irguió en la popa del deslizador y em­puñó su pequeño desintegrador.
Dos disparos —dijo, apuntando su arma hacia la embarcación que se les aproximaba rápidamente.
¡Intente darles en los módulos repulsores! —gritó Jaina—. Son el único punto débil de un vehículo de asal­to de gran tamaño como el que están utilizando.
El deslizador se bamboleó, pero la matriarca apuntó sin apresurarse y disparó un haz desintegrador de alta potencia. El chorro de energía rozó la quilla del vehículo de asalto lanzado en su persecución, y no causó ningún daño en los módulos repulsores. El disparo se reflejó en el casco metálico de la embarcación de los bartokks y acabó esparciéndose sobre la creciente agitación de la criatura marina, donde se disipó entre un estallido de chisporroteos.
No les he causado ningún daño —dijo la matriar­ca—. Nos queda una posibilidad.
No has desperdiciado tu disparo —dijo Tenel Ka—. Fíjate en la planta.
Las algas marinas parecían totalmente despiertas..., y muy hambrientas. Sus tentáculos espinosos se agitaban en el aire y golpeaban el casco de la embarcación, que pasaba rugiendo sobre sus gruesos tallos.
Los asesinos se estaban aproximando al deslizador, pareciendo no sentir ninguna preocupación ante el hecho de que una de las víctimas a las que pretendían eliminar acabara de utilizar un desintegrador. La embarcación de los bartokks disparó una andanada de respuesta con uno de sus cañones láser, pero Jaina, que había percibido la inminente llegada del haz desintegrador a través de la Fuerza, desvió el deslizador hacia la izquierda. El chorro de energía volvió a esparcirse sobre las aguas, y el impac­to arrancó un siseante rugido de baja frecuencia al mons­truo vegetal.
La Ta'a Chume volvió a erguirse, alzó su diminuto desintegrador y lo apuntó por segunda y última vez.
Que la Fuerza te acompañe —murmuró Tenel Ka.
La matriarca hizo su último disparo. Esta vez el haz de energía dio de lleno en uno de los módulos repulsores del vehículo de asalto de los bartokks. La diminuta arma no tenía la potencia suficiente para causar grandes daños, pero el impacto bastó para que el vehículo perseguidor empezara a oscilar en una brusca serie de giros incontro­lables.
La popa de la embarcación de los asesinos subió por los aires y la proa se sumergió hasta rozar las hambrien­tas algas, mientras los insectos bartokks hacían frenéticos intentos para recuperar el control del vehículo de asalto. Antes de que el piloto pudiera volver a estabilizarlo, una docena de tentáculos recubiertos de espinos se alzaron para enroscarse alrededor de las barandillas y buscaron agarraderos en el casco, los módulos repulsores y los em­plazamientos de los cañones láser. Los insectos asesinos emitieron un chirriar colectivo en el que había más ira que miedo, porque la mente colmena no podía compren­der su inminente muerte.
Pero unos segundos después las patas de los asesinos bartokks ya se agitaban de un lado a otro mientras los tentáculos espinosos iban arrancando a los insectos de sus puestos a lo largo de la borda del vehículo de asalto y los iban arrastrando, entre desesperadas convulsiones, hasta que desaparecían debajo de las olas espumeantes. Las algas no tardaron en engullir toda la embarcación de líneas esbeltas y angulosas, y tiraron de ella hasta sumer­girla bajo las agitadas aguas.
Tentáculos terminados en pinzas cayeron con una fuerza terrible sobre los duros caparazones quitinosos, y Jaina oyó una larga serie de crujidos ahogados a medida que el monstruo vegetal iba partiendo los exoesqueletos para llegar a los blandos órganos que había dentro de ellos. La joven clavó la mirada en el agua y la contempló con horrorizada fascinación.
Creo que quizá sea el momento más adecuado para irnos —observó Jacen, dando un suave codazo a su her­mana.
Bajie emitió un rugido de asentimiento.
Ojos-flor color rojo sangre parpadearon y alzaron sus ávidas miradas hacia ellos.
Bueno, ¿a qué estamos esperando?
Bajie dio gas a los motores y después aceleró mien­tras Jaina sacaba el deslizador de la mortífera extensión de algas marinas.
La Ta'a Chume fue hacia la proa del deslizador.
Ahora ya puedo pilotar la embarcación hasta un lu­gar seguro —dijo.
Jaina le entregó los controles de buena gana, y la an­tigua reina fue dirigiendo la embarcación hacia el conti­nente.
Un disparo excelente, abuela —dijo Tenel Ka.
La Ta'a Chume asintió y contempló a su nieta con renovada admiración.
Hay momentos en los que la diplomacia no sirve de mucho, ¿verdad?


Unas cinco horas después, el algo maltrecho grupo de viajeros entró en el Palacio de la Fuente.
La Ta'a Chume se enfureció considerablemente al descubrir que la embajadora Yfra ya había tomado el control. La embajadora había declarado la ley marcial y había anunciado que habría varias horas de luto oficial por la prematura y lamentable muerte de la amada ma­triarca.
Tenel Ka se puso al lado de su abuela, y las dos entraron en la sala del trono entre los jadeos ahogados y las muecas de horror, deleite y sorpresa de los guardias. Pero la expresión más asombrada de todas fue la que apareció en los duros rasgos de la embajadora Yfra.
¡Ta'a Chume! —exclamó, irguiéndose y tratando de ocultar la breve tempestad de ira que nubló sus ojos sin conseguirlo—. Estáis... Estáis viva. Pero ¿cómo...?
Tu conspiración ha fracasado, Yfra. ¡Arrestad a esta traidora, guardias!
¿De qué se me acusa? —preguntó la embajadora con mucha calma, convencida de que aún podría salir con bien de aquella apurada situación.
De haber intentado acabar con toda la casa real. Me alegra que los padres de Tenel Ka estuvieran ausen­tes, pues estoy segura de que ellos también habrían corri­do un gran riesgo.
Pero Ta'a Chume... Nunca os he mostrado nada que no fuese lealtad. —La voz de Yfra estaba llena de dulzura e inocencia ofendida, aunque Tenel Ka ya había podido darse cuenta de que mentía—. ¿Cómo podéis ha­cer semejante acusación?
Porque asumiste el control. ¿Cómo podías saber que corríamos peligro..., a menos que tú misma hubieras urdido toda la conspiración?
Bueno, yo... Eh... —Yfra parpadees. Me limité a responder a la llamada de socorro enviada desde la For­taleza del Arrecife, naturalmente.
Ah. —La matriarca extendió su larga y nudosa mano, y una sonrisa curvó sus delgados labios llenos de arrugas—. ¡Ajá! Pero no se envió ninguna llamada de socorro. Tus asesinos bartokks volaron nuestra central ge­neradora. Escapamos. Nadie tenía ninguna idea de lo que había ocurrido hasta ahora..., pero tú lo sabías. —La matriarca asintió, implacablemente segura de sí misma—. Sí, lo sabías...
Antes de que Yfra pudiera balbucear otra excusa, los guardias fueron hacia ella y la pusieron bajo custodia.
Oh, tendrá un juicio justo —dijo la matriarca—, pero me parece que tenemos pruebas más que suficien­tes... ¿No lo crees así, Tenel Ka? —preguntó, enarcando las cejas.
Es un hecho comprobado —replicó la joven gue­rrera—. Y creo que también tengo pruebas más que sufi­cientes para otra cosa.
Tenel Ka se irguió orgullosamente y clavó la mirada en los ojos de su abuela.
Esta aventura me ha demostrado que estoy totalmente recuperada de mis lesiones —siguió diciendo—. Deseo volver a Yavin 4.
21


Tenel Ka se irguió y miró a su alrededor, sufriendo un breve instante de desorientación antes de que pudiera acordarse de dónde estaba. La joven permitió que sus grises pupilas se deslizaran sobre las viejas paredes de piedra, la arcada del umbral y el tosco catre sobre el que dormía, y experimentó una intensa sensación de deleite y seguridad..., y de excitación.
Volver a estar en Yavin 4, en su habitación de estu­diante del Gran Templo, hacía que por fin tuviera la sen­sación de hallarse en el lugar ideal para ella. Tenel Ka se recostó en su catre y empezó a practicar una de las nue­vas capacidades que había adquirido: trenzarse los cabe­llos con una mano y los dientes.
Durante las últimas semanas, todo lo que parecía no encajar con su vida se había ido disolviendo lentamente en un proceso que había empezado con el regreso de sus padres a Hapes. Después de haber hecho fracasar un plan para acabar con sus vidas urdido por los secuaces de la embajadora Yfra, Teneniel Djo e Isolder habían vuel­to a toda prisa para descubrir que su hija y su abuela es­taban sanas y salvas. Apenas llegaron, sin perder ni un instante, buscaron a los conspiradores restantes y libraron a la corte real de su presencia mientras la embajadora Yfra esperaba ser juzgada.
Para gran sorpresa de Tenel Ka, ni su padre ni su madre habían intentado convencerla de que utilizara un bra­zo sintético o abandonara sus estudios en la Academia Jedi. De hecho, cuando expresó sus deseos de proseguir con su adiestramiento sus padres habían accedido al ins­tante, y sólo le habían pedido que se quedara unas cuan­tas semanas con ellos antes de volver a Yavin 4.
Creo que puedes llegar a convertirte en una guerre­ra más poderosa de lo que hayas imaginado jamás —dijo Teneniel Djo—. Tienes unas piernas muy robustas y unos reflejos muy rápidos, y conservas el brazo con el que sa­bías luchar mejor. A juzgar por lo que nos ha contado tu abuela, tampoco has perdido la capacidad de pensar con agudeza.
Y yo pienso que podrás enseñar a muchos oponentes futuros que no se puede juzgar el valor de una guerre­ra por su apariencia exterior —añadió su padre mientras la abrazaba—. No te avergüences nunca de lo que eres..., ni de quién eres.
Cuando Luke Skywalker volvió a bordo de la Cazadora de Sombras para llevar a Tenel Ka y a los otros jóve­nes Caballeros Jedi de regreso a Yavin 4, los padres de Tenel Ka no pudieron ocultar su orgullo. Las últimas palabras que le había susurrado su madre antes de su parti­da todavía resonaban en la mente de la joven: —Que la Fuerza te acompañe—.
Después de una buena noche de descanso en una ha­bitación que le resultaba muy familiar, Tenel Ka se sentía preparada para dar el próximo paso por el camino que llevaba a su recuperación. La joven se levantó y se estiró, deleitándose con la respuesta perfectamente controlada de sus músculos.
Tenel Ka dedicó los minutos siguientes a hurgar en sus pertenencias hasta que hubo reunido todos los ob­jetos que necesitaba. Encontró el diente de rancor que le quedaba envuelto en el trozo de cuero flexible que había empleado para proteger el trofeo. La joven se lo metió debajo del muñón de su brazo cortado —sintiendo una cierta satisfacción al ver que no era un miembro totalmente inútil después de todo— mientras buscaba otra cosa. Cuando por fin encontró la tiara recubierta de ge­mas de Hapes, que su abuela había insistido en que se llevara, la colocó junto al diente de rancor encima de una pequeña mesa de trabajo del rincón y estudió los dos ob­jetos durante unos momentos.
Ambos eran símbolos de quién era y de cómo había sido educada. El diente de rancor procedía de Dathomir, un planeta salvaje e indómito, terrible y orgulloso. La tia­ra simbolizaba su herencia hapaniana: el porte majes­tuoso, el refinamiento, el poder, la riqueza, la astucia po­lítica...
Tenel Ka llevaba mucho tiempo creyendo que honrar a una parte de su herencia implicaba que debía dejar de honrar a la otra, de la misma manera que había creído que confiar en la Fuerza implicaba una falta de confianza en sí misma. Torciendo el gesto ante aquellos pensamien­tos, Tenel Ka se vio obligada a admitir que en realidad la pérdida de su brazo le había proporcionado una nueva sabiduría. Por fin sabía que debía utilizar todas las ca­pacidades que poseía —incluido ese talento que le permi­tía emplear la Fuerza— para convertirse en la mejor Jedi posible.
Pero ¿qué hay de mi herencia?—, pensó mientras co­gía el diente de rancor y lo hacía girar en la palma de su mano. Hapes y Dathomir... ¿Podría llegar a combinar lo mejor de ambos? Después de todo, Tenel Ka sólo era una persona.
La joven acabó tomando una decisión. Cogió el dien­te de rancor y lo alzó por encima de su cabeza, y después lo dejó caer sobre la resplandeciente tiara tachonada de gemas. La delicada corona quedó hecha añicos.
Tenel Ka volvió a golpearla una y otra vez con el diente de rancor hasta que los fragmentos de metal precioso y las gemas quedaron esparcidos sobre la pequeña mesa de trabajo.
Sí—, decidió por fin. Era un producto de dos mundos, y aprendería a unir lo mejor de su madre con lo mejor de su padre. Dejó el diente de rancor a un lado y alargó la mano hacia los otros objetos que había reunido.
Después seleccionó las mejores joyas de su tiara ha­paniana y empezó a construir su nueva espada de luz.


La brillante claridad solar de la mañana caía sobre la cima del Gran Templo y se filtraba a través de la ca­bellera a medio trenzar de Tenel Ka para formar una aureola doradorrojiza alrededor de su cabeza. Jacen estaba inmóvil a un metro de distancia de ella, vuelto de cara hacia la joven mientras una suave brisa agitaba sus rebeldes mechones castaños. Su rostro estaba lleno de aprensión.
¿Estás segura de que quieres hacer esto? —pre­guntó.
Sí —se limitó a responder Tenel Ka, aunque sentía un aleteo de inquietud en las profundidades de su estó­mago.
Bueno, pues yo no estoy muy seguro de que pueda hacerlo —dijo Jacen en voz baja y suave.
¿No? Pero ¿por qué...?
¡Rayos desintegradores! La última vez que lo hici­mos acabé...
Jacen se calló y clavó la mirada en lo que quedaba del brazo de la joven.
Ah —dijo Tenel Ka—. Ajá.
Por eso te pregunto si estás segura de querer ha­cerlo, ¿entiendes? —dijo Jacen—. Te lo pregunto porque yo no lo estoy.
Dos ojos grises escrutaron las profundidades de dos ojos castaños mientras Tenel Ka reflexionaba en lo que acababa de oír. Cuando por fin habló, sintió un nudo de emociones a las que no estaba acostumbrada oprimién­dole la garganta.
Jacen, amigo mío, no conozco ninguna manera me­jor de demostrar que confío en ti..., y que no te culpo por lo que ocurrió.
El rostro de Jacen estaba muy serio y solemne cuando inclinó la cabeza en señal de que aceptaba sus palabras.
Gracias.
El joven permitió que sus ojos se entrecerrasen y respiró hondo.
Tenel Ka le imitó y sintió como la Fuerza fluía a tra­vés de ella y se extendía por todo su cuerpo. Sus músculos se tensaron..., no con miedo, sino con una deliciosa ten­sión expectante. Tenel Ka alargó la mano hacia el diente de rancor que colgaba de su cinturón, lo sostuvo delante de ella y presionó el botón activador.
Una hoja de energía chisporroteante brotó de la em­puñadura marfileña y ardió con un hermoso color tur­quesa, en un estallido de luz producido por las joyas arco iris que Tenel Ka había obtenido de su tiara. Una frac­ción de segundo después, la hoja verde esmeralda de Jacen cobró vida con un suave zumbido.
Los dos amigos alzaron sus espadas de luz, levantán­dolas muy despacio hasta que quedaron al nivel de sus ojos con sólo unos centímetros de aire interponiéndose entre ellas. Sus espadas de luz se tocaron con un chispo­rroteo de energía bruscamente liberada..., y después volvieron a encontrarse.
Al principio Tenel Ka usó su hoja color turquesa con una cierta vacilación, y Jacen detuvo su ataque con una inclinación de cabeza apenas perceptible.
La Fuerza fluyó por entre ellos y a su alrededor, y los movimientos de Jacen y Tenel Ka no tardaron en seguir viejos ritmos y pautas, como en una compleja danza o un ejercicio bien ensayado. Ninguno de los dos habría sabido explicar por qué estaban tan seguros de ello, pero am­bos sabían que no sufrirían ningún daño.
Sus ojos se encontraron mientras la música silenciosa que acompañaba sus movimientos llegaba a un repentino crescendo y empezaba a desvanecerse después, pero esa nueva confianza en el otro que se había adueñado de ellos no se desvaneció cuando sus movimientos se fueron volviendo más y más lentos.
Los dos jóvenes acabaron quedándose inmóviles, con sus espadas de luz apenas rozándose y una expresión de asombro en sus rostros. Jacen abrió la boca como para hablar, pero ningún sonido surgió de ella.
Un instante después un rugido ensordecedor hendió el aire cuando Bajocca y Jaina llegaron corriendo a tra­vés del techo del Gran Templo para reunirse con ellos.
Jaina se echó a reír.
Estoy de acuerdo con Bajie: me alegra mucho volver a verte sosteniendo una espada de luz, Tenel Ka —dijo—. Durante un tiempo temí que eras demasiado distinta de nosotros y que ya no podrías seguir siendo nuestra amiga.
Y durante un tiempo quizá fue así —replicó Tenel Ka—. Pero he descubierto que las diferencias pueden ser positivas, y que pueden ser unidas para formar un todo más fuerte.
Somos bastante diferentes —observó Jacen.
Jaina activó su espada de luz y la hoja de energía color amatista brotó de la empuñadura con una mezcla de chasquido y siseo.
Pero todos vamos a ser Caballeros Jedi.
Bajocca también activó su espada de luz, y su hoja de energía brilló con el resplandor del bronce fundido.
Juntos somos más fuertes —dijo Tenel Ka, alzando su espada de luz color turquesa por encima de su cabeza.
Bajocca levantó su espada de luz y rozó la hoja de Tenel Ka con la suya.
Sí, juntos somos más fuertes —dijeron Jacen y Jaina al unísono, cruzando sus hojas resplandecientes con las de sus dos amigos.
Las cuatro espadas de luz llamearon bajo la claridad de la mañana.

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